Viaje a Nepal
Posteriormente me desplace al Nepal, ya saben; las altas cumbres del Himalaya, donde los sherpas son capaces de jugarse la vida por unas escasas monedas, como nuestros futbolistas (nótese la ironía). Allí visité un palacio budista, atraído por los conceptos de levitación y karma. En efecto, lo primero que vi al entrar fue a un monje budista suspendido en el aire a varios palmos del suelo, flotando en el aire en una tranquila paz exterior. Le pregunté a un viejecito que pasaba por allí como era posible que ese monje hubiera sido capaz de llegar a ese estado, como había logrado alcanzar ese nivel espiritual y de conciencia. El viejo me respondió:
- Robo tres manzanas, por eso le ahorcamos.
Junto con los budistas conocí a un misionero cristiano que también habitaba la aldea, su nombre era Olaf Baderman y provenía de los países del norte, era alto, corpulento y lucia una enorme cabellera pelirroja.
El misionero me comentó que lo que más le llamaba la atención de los monjes era el total desprecio que tenían por la limpieza. En efecto, al poco de estar allí comprobé que en los días de calor olía tan mal el Templo que las ratas caminaban con lágrimas en los ojos. Su total descuido por la limpieza era tal que el misionero había tomado como postura personal vivir sumergido dentro del río. Le pregunté al viejecito que me hacía de guía que opinaba acerca de la postura del misionero. A lo que el viejecito me respondió:
- A mí me gusta pero a mi mujer le dan tremendos calambrazos.
Para poder contrarrestar el mal olor y las epidemias de piojos Olaf hizo ver, tras largas charlas a las mujeres en el interior de la Iglesia, la necesidad que existía de que los niños también se raparan el pelo. El misionero pelirrojo acabó así con los piojos y con ciertas sospechas acerca de la paternidad de determinadas criaturas.
Posteriormente y para mis labores tomé a mi cuidado a un muchacho del lugar para que me administrara el dinero y me quitara la suciedad, pero le tuve que despedir porque administraba la suciedad y me quitaba el dinero. Fue allí, en mi primera noche en el Templo donde, a la luz de una hoguera, conocí la existencia de la más horrible de las bestias orientales; el Lhoooo-Pingg-tang. El Lhoooo-Pingg-tang era una bestia mitológica china que vivía en las faldas de una montaña y que mataba a sus víctimas no devorándolas como el tigre o el león sino convenciéndolas para que se suicidaran. De ahí venía el famoso refrán:
"No es tan fiero el tigre como lo pintan.".
A la semana de llegar, y en lo alto de una montaña, el supremo padre budista empezó a impartirme las enseñanzas necesarias para llegar a ser monje. Después de montar la tienda nos tumbamos sobre nuestras espaldas y el monje me dijo:
- Discípulo, veo las estrellas y me sugieren dos cosas. Primero, pienso en la pequeñez del ser humano, segundo, me maravillo de la belleza de la naturaleza. ¿En que piensas tú al verlas?.
- Maestro, en lo primero que pienso es que deberíamos perseguir a quien nos robó la tienda, en lo segundo que pienso al ver el sol es que quizás debería usted, maestro, llevar unas gafas más potentes.
Como es lógico, no llegué jamás a ser monje, al cabo de los días proseguí mis aventuras pasando del Nepal a las selvas del Amazonas.
2007-11-10
00:50:07
·
9 respuestas
·
pregunta de
carlos a I
4