El 14 de julio próximo pasado, fuimos sorprendidos por un cable de la agencia EFE, según el cual Colón era más malvado y cruel de lo que se pensaba (Últimas Noticias, p.4). Isabel Aguirre, encargada del Archivo General de Simancas, Valladolid (España), descubrió, mientras catalogaba unos legajos que habían permanecido largo tiempo extraviados, el texto más importante sobre la colonia en los últimos 100 años. Dicho documento, de 46 páginas, contiene 23 testimonios que se emplearon en el juicio de 1500 en contra de Colón, y sus hermanos Diego y Bartolomé, como prueba y evidencia de su maldad y crueldad hacia los nativos y los propios blancos colonizadores, compañeros de él. Consuelo Varela, reconocida historiadora e investigadora española del tema colombino, estudió y analizó el escrito, llegando a las razones verdaderas del por qué Colón fue destituido de su cargo como virrey y gobernador de las Indias y devuelto preso, junto a sus hermanos, a España.
Este importante hallazgo, unido al hecho de que el pasado 21 de mayo se cumplieron 500 años de su muerte y, de la proximidad de una nueva conmemoración del 12 de octubre, me lleva a plantear nuevamente si Colón se merece o no una estatua pública y honores oficiales sólo por el hecho de tener el mérito de habernos “descubierto” (!). No hay duda que como navegante y explorador geográfico, Colón reúne suficientes requisitos para ser considerado como el más destacado marino de su época a escala mundial, pero también no hay duda que llegó a ser, como la Historia lo prueba y lo está probando, un esclavista, explotador, racista institucional, promotor indirecto de un holocausto o genocidio que, de poderse traer a la Corte Internacional de Justicia de la Haya, por esos presuntos delitos, se hubiera encontrado culpable. De acuerdo a estos criterios, Colón se merece solo estatua pública, pero situada en la Academia de la Historia, o en alguna sociedad geográfica nacional, o en los terrenos de alguna escuela universitaria de Historia o Geografía, o en algún museo, o escuela náutica, pero no en otro sitio público. Tampoco, debe recibir honores.
El derribo de su estatua hace dos años en la capital de la república, fue en verdad un acto vandálico si se considera que fue un atentado contra el patrimonio artístico de la ciudad. Por eso, hubo muchas quejas, críticas y reclamos. Un conocido y amigo profesor de la Universidad de Los Andes, se escandalizó al escuchar la noticia estando precisamente en Valladolid, España, participando en un congreso iberoamericano de municipios. “La noticia cayó con vergüenza entre los venezolanos que participábamos en el XXVI Congreso…” escribió, al comenzar su artículo, publicado en Frontera (Mérida, 26-10-04, p. 5b). “¿Han derribado a Colón?”, su artículo tituló, como queriendo decir que aunque tumben o dañen sus estatuas, como sucedió también en Mérida, Colón seguirá siendo lo que es, “brillando” como todo un “héroe nacional”. Yo, sinceramente, creo que no hay por qué sentirse avergonzado.
Sin embargo, bajo el mismo argumento anterior, sorprendentemente, no hubo la misma reacción cuando la estatua de Saddam Hussein fue derribada poco después de la entrada del ejército norteamericano a Bagdad. Ignoro si esa estatua tuvo un valor artístico para la ciudad por su costo, por quien la diseño o la hizo. Adicionalmente, sin tomar en cuenta el posible valor artístico que poseyera, hubo reacciones de simpatía al verse derribar las estatuas de Lenin con la desintegración de la extinta Unión Soviética (su mausoleo en el Kremlin, sigue intacto aun a pesar de todo). Pero si hubo reacciones en contra cuando los talibanes volaron los antiguos budas de piedra en Afganistán, no obstante las súplicas internacionales para que no lo hiciera. Entonces, como se observa, la erección y derribo de estatuas de personajes históricos no es solo un mero asunto de arte y patrimonio público sino también político. O se tumbas todas o se dejan todas, por la Historia, el Arte y la Cultura. Al respecto, la ONU (¿la UNESCO?) debería legislar sobre la materia para llegar a un acuerdo internacional y proteger el patrimonio escultural universal. Dentro de este contexto, me parece que fue un error haber derribado la Rotunda de Gómez, o el edificio de la Seguridad Nacional de Pérez Jiménez. Hubieran sido tremendos atractivos turísticos de Caracas para mostrarles a las nuevas generaciones de propios y extranjeros los crueles que fueron las dictaduras venezolanas del siglo **. Menos mal que Alexis Montilla, cerca de Mérida, nos recuerda un poco, y de una manera amena, la Venezuela gomecista, con su parque temático “La Venezuela de Antier”; a lo mejor hará lo propio con otro para recordarnos a la Venezuela de Pérez Jiménez o de algún otro dictador que haya en el futuro en Venezuela.
Por la razón anterior, algunos campos de concentración nazis fueron conservados para la posteridad para recordarle a la Humanidad lo cruel y genocida que fue Hitler, aunque una estatua de él, hecha de cera, se conserva en el museo de Madam Tusseau de Londres, metida en una vitrina a prueba todo, que está de última y en donde nadie se toma fotografías, como pude observar personalmente. Lógicamente, si una estatua de Hitler fuera hecha de oro y diamantes, por el mejor escultor del mundo, para ser expuesta permanentemente en lugar público visible y notorio, no duraría mucho porque o bien los amigos de lo ajeno cargarían con ella, o bien los judíos la pulverizarían de inmediato.
Si la estatua de Colón, tumbada en octubre de 2004, fuera recuperada y restaurada, no debería ir al sitio donde estuvo cerca de la plaza Venezuela, sino a otro sitio de los arriba mencionados. En su lugar, más bien, debería ponerse en ese pedestal a Fray Bartolomé de Las Casas, quien tuvo la preocupación y angustia de defender a los nativos del Nuevo Mundo frente al español invasor y saqueador, o al presidente norteamericano Abraham Lincoln por haber abolido la esclavitud de los negros de su país.
2006-11-18
10:56:09
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pregunta de
Dr Marcos A. Peñaloza-Murillo
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Historia