López Obrador nunca supo perder
JOAQUIN PEREZ RODRIGUEZ
Especial para El Nuevo Herald
Cuando Roberto Madrazo, del PRI, le ganó la elección para gobernador en su estado natal de Tabasco, formó un zafarrancho que duró meses.
Siendo jefe del Distrito Federal, la justicia mexicana lo enjuició porque desobedeció el fallo de un juez. En vez de respetar el fallo, inició una protesta nacional.
En estas elecciones presidenciales quedó segundo, a 250,000 votos del ganador, pero eso no le importó y ha comenzado un movimiento de resistencia que pretende mandar ''al diablo a las instituciones'' como él mismo afirmó hace unos días.
Para colmo, se ha declarado ``presidente legítimo".
Resentido debe haber quedado. No es para menos al perder la elección después de haber disfrutado de una ventaja de más de 10 puntos en las encuestas y después que todo el mundo político mexicano lo daba como ganador.
El pasado año, por esta época, la situación era distinta. Debido a las protestas de Lopez Obrador, la popularidad del presidente Fox se desplomaba aceleradamente. El partido de gobierno, Acción Nacional, perdía la importante elección de gobernador del inmenso estado de México, cercano a la capital del país. En la interna, el precandidato que suponían de Fox, estaba siendo víctima de ataques muy duros por presuntos hechos de corrupción. En fin, nadie daba medio centavo por Fox, el PAN o sus precandidatos.
Pero ocurrió algo que poco se ha explicado.
El presidente, que hasta ese momento hablaba de un cambio que los mexicanos no acababan de ver, encabezó una campaña de televisión sobre algunos programas que los votantes ciertamente apreciaban. Hablaba allí del seguro popular, que llegaba a todos. Del plan de viviendas que masificó la adquisición de viviendas sin que la corrupción imperara. De los apreciados programas de computadoras en todas las escuelas. Habló también de la libertad de prensa, de la democracia y del valor del voto . Esta campaña logró que la caída de la popularidad de Fox se transformara en un impresionante ascenso.
La elección interna del PAN, que pudo haber creado una terrible crisis fue un proceso ordenado donde ganó el que más convenía.
El partido tomó como suya la estrategia que las encuestas y los estudios mostraban: que los votantes no querían regresar al pasado con el PRI. Que temían caer en un vacío peligroso con López Obrador y que más bien deseaban continuar, porque seis años de gobierno eran muy pocos para que un partido pudiera hacer cosas importantes.
El PRI corrupto del pasado quedó en evidencia cuando el presidente de ese partido se impuso como candidato contra viento y marea. Fue la secretaria general de ese mismo partido, la maestra Elba Esther Gordillo, la que se ocupó de evidenciar, antes de ser expulsada, que Madrazo era un regreso a lo peor del PRI.
Quedaba por demostrar que López Obrador era el peligro que la gente intuía pero no aceptaba. Unos comerciales contundentes del candidato del PAN, Felipe Calderón, aclararon dos cosas: que López Obrador podía ser como Chávez, y que eso no era bueno, y que los programas populares, que López Obrador había lanzado desde la jefatura del Distrito Federal, habían quebrado económicamente a esa entidad, como evidentemente quebrarían al país las promesas demagógicas que estaba haciendo en la campaña. Muy cerca estaba la crisis económica de los noventa, que afectó a muchos, para que los mexicanos dejaran pasar esa advertencia.
Tampoco le ayudó la soberbia a López Obrador cuando no acudió al debate de los candidatos por televisión o cuando le gritó al presidente Fox ``cállate Chachalaca", ofensiva recordación de un ave escandalosa de los bosques del sur de México. Esta frase, en el momento en que Fox subía en las encuestas a niveles que nunca antes había alcanzado, se transformó en un bumeran.
Por eso no es de extrañar que la ventaja se esfumara y que los mexicanos votaran por la continuidad.
Cuando todas las autoridades electorales proclamaron a Calderón, la reacción efervecente de López Obrador no tomó a nadie por sorpresa. Asi ha hecho siempre. Sólo que ahora sus propios compañeros comienzan a abandonarlo, como Convergencia, un partido que lo apoyó, o el recién electo gobernador perredista de Chiapas, o Cuauhtémoc Cárdenas, fundador de su partido. También la gente desmanteló las carpas con las que ocupaban gran parte del centro histórico de la capital mexicana.
Para nada le ha ayudado la interferencia de Chávez durante la campaña o ahora, cuando no quiere reconocer el fallo de las instituciones electorales mexicanas.
López Obrador, si quiere sobrevivir políticamente, tendrá que negociar. Y rápido. Porque corre el riesgo de terminar siendo la Chachalaca de la frase, gritona y sola.
2006-09-20
04:25:54
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