LAS REGIONES LUMINOSAS Y EL PARAISO Y
LAS REGIONES TENEBROSAS Y LA CONDENACIÓN ETERNA
¡Luz resplandeciente! ¡Pureza deslumbrante! ¡Sublime ligereza!
Todo esto expresa tanto por sí mismo que casi resulta innecesario entrar en detalles. Cuanto menos cargado esté el cuerpo etéreo, es decir, la envoltura del espíritu humano en el más allá, de pasiones viles, de anhelos de cosas y goces materiales, tanto menos le atraerán hacia sí, tanto menos pesado será ese cuerpo etéreo formado en correspondencia con su voluntad, y tanto más rápidamente se elevará, por su ligereza, hacia regiones más luminosas, hacia las regiones que se correspondan con la poca densidad de dicho cuerpo etéreo.
Cuanto menos denso sea, es decir, cuanto más libre y sutil, por efecto de su liberación de las viles apetencias, tanto más claro y luminoso aparecerá ese cuerpo etéreo, puesto que el núcleo de la sustancialidad espiritual en el alma humana, el cual es radiante por propia naturaleza, irá transparentando más y más al cuerpo etéreo a medida que éste vaya haciéndose menos denso; mientras que, en las regiones más bajas, ese núcleo radiante por sí mismo permanecerá oculto y eclipsado por la gran densidad y pesadez del cuerpo etéreo.
También en las regiones luminosas, cada alma humana se encontrará, según la constitución de su cuerpo etéreo, con especies afines, es decir, con seres de su misma naturaleza. Comoquiera que sólo lo verdaderamente noble, lo que está poseído de buena voluntad, es capaz de tender hacia arriba libre de ruines apetencias, las especies afines que ese alma encontrará serán exclusivamente especies nobles. Resulta también fácilmente comprensible que el morador de tales regiones no sufrirá tormento alguno, sino que gozará solamente de las bendiciones que emanen de su propia nobleza análoga al ambiente en que vive. Se sentirá feliz, y su forma de ser despertará en los demás una alegria que él mismo compartirá. Podrá decir que camina por el pais de los bienaventurados, de los que se sienten felices.
Estimulado por ello, la alegría experimentada junto a lo puro y elevado irá intensificándose progresivamente y le elevará más y más. Su =uerpo etéreo, impregnado de ese sentimiento, se hará más sutil y menos censo cada vez, de tal suerte que el resplandor del núcleo sustancial-espiritual irá surgiendo de su interior más radiante cada vez, y, finalmente, las últimas partículas de ese cuerpo etéreo se consumirán en forma de llama, con lo que ese espíritu humano perfecto, consciente, personal y de naturaleza absolutamente sustancial-espiritual, podrá rebasar los límites de la sustancialidad espiritual. Sólo entonces, entrará en el eterno reino de Dios Padre, en el Paraíso imperecedero.
Tan imposible como reproducir en un cuadro los tormentos de la vida real en las regiones tenebrosas, resulta, para un pintor, pretender expresar plásticamente el maravilloso encanto de la vida en las regiones luminosas, aun tratándose de aquellas que todavía pertenecen a la imperecedera materialidad etérea, y a pesar de no haberse franqueado aún los límites del eterno reino de Dios Padre.
Toda descripción y toda tentativa de reproducir pictóricamente esa vida, significaría ineludiblemente una depreciación de la misma, lo cual, lejos de ser beneficioso, no serviría más que de perjuicio para las almas humanas.
LAS REGIONES TENEBROSAS Y LA CONDENACIÓN ETERNA
Cuando los hombres contemplan los cuadros que pretenden reproducir la vida en eso que se llama infierno, suelen encogerse de hombros con una sonrisa entre irónica y compasiva, pensando que únicamente una imaginación calenturienta o una fe ciega hasta el fanatismo puede concebir semejantes escenas. Raras veces se encontrará a alguien dispuesto a buscar en ellas la más pequeña brizna de Verdad. Y, sin embargo, ni la fantasía más espeluznante puede concebir siquiera una imagen que exprese aproximadamente los tormentos de la vida en las regiones tenebrosas.
¡Pobres ciegos que se imaginan poder eludir fácilmente esta cuestión con solo encogerse de hombros irreflexivamente! Llegará el instante en que su ligereza se vengará amargamente, al surgir la estremecedora Verdad. De nada servirán, entonces, obstinaciones y evasivas; serán arrojados al abismo que les espera si no se desembarazan a tiempo de sus falsas convicciones, las cuales no denotan otra cosa que la vaciedad intrínseca y la cortedad de entendimiento de tales hombres.
Apenas se haya efectuado la separación entre el cuerpo etéreo y el cuerpo físico,' experimentarán su primera gran sorpresa, al cerciorarse de que no por eso han terminado su existencia y su vida conscientes. La primera consecuencia será el desconcierto, al que se unirá una vaga inquietud, que, a menudo, suele convertirse en una lóbrega resignación o en una desesperación aterradora. Vana será, entonces, su rebelión; vanas sus lamentaciones; vanas, incluso, sus oraciones; pues habrán de cosechar lo que hayan sembrado durante su vida terrenal.
Puesto que se mofaron de la Palabra dada por Dios, en la que se les indicaba la existencia de una vida después de la muerte terrenal y, por consiguiente, la existencia de una responsabilidad en cada uno de los pensamientos y acciones deliberados, lo menos que pueden esperar es que les sobrevenga aquello que desearon: una profunda oscuridad. Habiendo cerrado, por propia voluntad, sus ojos, oídos y boca etéreos, permanecerán mudos, sordos y ciegos en su nuevo ambiente.
Eso será lo más favorable que podrá sucederles. Un guía y auxiliador del más allá no podrá hacerse entender, porque ellos mismos se han cerrado a todo contacto. Triste situación la suya, que sólo podrá modificarse progresivamente mediante el lento madurar de lo íntimo del hombre en cuestión, a lo que conducirá la desesperación siempre en aumento. A medida que vaya intensificándose el deseo de Luz que, cual continuo grito de socorro, surgirá de ese alma oprimida y atormentada, se irá haciendo, poco a poco, más claro a su alrededor, hasta que pueda distinguir otras almas que, como ella, estén necesitadas de ayuda.
Entonces, si experimenta el deseo de acudir en ayuda de esas almas que lang,.:idecea en una oscuridad más profunda, a fin de que también ellas pued._n gozar de mayor claridad, esa acción de intentar ayudar le fortalecerá más y más mediante el esfuerzo que ello requiere, hasta que pueda acerarse a ese hombre otro más evolucionado capaz de ayudarle a remontarse hacia regiones más luminosas.
AW estarán acurrucados y melancólicos, pues su cuerpo etéreo será, aún, ~e---,.asiado débil para caminar, debido a su falta de voluntad. Un penoso e inseguro arrastrarse por el suelo será lo único que podrán conseguir, cuando lleguen a moverse alguna vez.
Otros, por su parte, irán de un lado para el otro tanteando en la oscuridad, tambaleándose, cayendo y volviéndose a levantar trabajosamente, chocando aquí y allá, lo que no dejará de ocasionar dolorosas heridas; pues comoquiera que el alma humana, según la naturaleza de su propia opacicad, directamente proporcional a su densidad y, asimismo, equivalente a su peso, se hunde en la región que corresponde exactamente a la pes,-:dez de su cuerpo etéreo, es decir, en la región del mismo grado de materialidad etérea, resulta que su nuevo ambiente será, para ella, tan tangib:e, perceptible e impenetrable como lo es, para el cuerpo físico, el plano material. Así, pues, el alma sentirá cada golpe, cada caída y cada contusión, tan dolorosamente como lo sentiría su cuerpo físico en el transcurso de su vida terrenal.
Eso sucede en todas las regiones, cualquiera que sea la profundidad o la altura en que se encuentren. A una misma materialidad le corresponde una misma tangibilidad y una misma impenetrabilidad recíproca. Sin embargo, toda región más elevada, toda materialidad distinta puede atravesar sin obstáculo las materialidades más bajas y más densas, tal como sucede entre la materialidad etérea y la materialidad física diferentemente constituida.
Otra cosa será si se trata de almas que, además, tienen que redimirse de una injusticia cometida. Esta circunstancia es una cuestión en sí. Puede quedar resuelta en el momento en que el responsable obtenga un perdón sincero y completo por parte de la persona afectada.
Pero lo que encadena más gravemente a un alma humana, es el impetuoso deseo o la pasión que constituye el móvil de uno o varios actos. Esta pasión sobrevive en el alma humana incluso después de haber pasado al más allá, una vez liberada del cuerpo físico. En el cuerpo etéreo se deja sentir inmediatamente con mayor intensidad, puesto que, desaparecido el obstáculo que supone todo lo físico, los sentimientos se manifiestan mucho más vivamente y sin reservas.
Una pasión semejante es, asimismo, otro de los elementos que determinan el grado de densidad del cuerpo etéreo, es decir, su pesadez. La consecuencia inmediata es que el cuerpo etéreo, nada más separarse del cuerpo físico, se hundirá en la región que tenga la misma densidad y, por lo tanto, la misma pesadez que él. Allí se encontrará con todos aquellos que se hayan entregado a esa misma pasión. Por las irradiaciones que emanan de éstos, su propia pasión será avivada y exarcerbada hasta convertirse en un verdadero paroxismo. Lo mismo sucederá, naturalmente, a todos los demás que se encuentren allí.
Que esos excesos desenfrenados tengan que constituir una tortura para el medio ambiente, no resulta difícil de comprender. Pero como, en esas regiones, todo está fundado en la reciprocidad, cada uno en particular tendrá que sufrir cruelmente, entre los demás, todo lo que él mismo trate de infligirles constantemente. De este modo, vivir allí será un infierno, hasta que ese alma humana, poco a poco, se agote y sienta repugnancia de ello. Después de largo espacio de tiempo, surgirá, por fin, el deseo cada vez más intenso de salir de ese ambiente.
Ese deseo y esa repugnancia serán el comienzo de la mejoría. El deseo irá creciendo hasta trocarse en un grito de socorro, llegando, por último, a convertirse paulatinamente en una plegaria. Ese será el instante preciso en que se le podrá tender una mano que le ayude a elevarse, si bien eso suele requerir décadas, siglos y, a veces, muchísimo más tiempo. La pasión es, pues, lo que más esclaviza al alma humana.
De todo esto se deduce que una acción irreflexiva puede ser redimida mucho más fácilmente y con mayor rapidez que una pasión latente en el hombre, tanto si se ha manifestado en actos como si no.
Un hombre que lleve dentro de sí una pasión impura nunca traducida en acciones por serle favorables las condiciones terrenales, habrá de expiar más duramente que quien haya cometido irreflexivamente uno o varios actos sin haber tenido la menor mala intención. La acción irreflexiva puede, en último caso, ser perdonada inmediatamente sin dar lugar a la formación de un pernicioso karma; mientras que la pasión no queda-á redimida más que cuando se haya extinguido por entero en el hombre. Y de ellas hay una gran variedad. Ya sea la codicia y su hermana := avHricïa, ya sea la sensualidad impura, la inclinación al robo o al
la piromanía, el simple engaño o la negligencia irreflexiva, sea la p són que sea, siempre hundirá o arrastrará al hombre en cuestión hasta conde se hallen los de su misma especie.
\o tiene sentido reproducir cuadros vivos sobre el particular, pues sueles ser de tan terrible naturaleza que un espíritu humano sobre la Tierra .penas si podrá admitir tales realidades sin haberlas visto. Y aún así, se---:iría pensando que no pueden ser más que productos de una fantasía lega sobreexcitada en extremo. Así, pues, que se contente con sentir una aversión moral ante tales atrocidades, y eso le librará de la esclavitud de '.os baios fondos, con lo que ya no se interpondrá ningún obstáculo en su ascensión hacia la Luz.
Por consiguiente, las regiones tenebrosas son consecuencia del principio que Lucifer trata de imponer. El eterno ciclo de la creación seguirá su marea y llegará al punto en que comenzará la disgregación, en el transcurso de la cual todo lo material perderá su forma para desintegrarse en gérmenes originarios, a fin de que, durante un nuevo ciclo, con nuevas fuerzas v sobre un suelo virgen, surjan nuevas combinaciones, nuevas formas. Todo lo que, llegado ese instante, no haya conseguido liberarse de lo etéreo y de lo físico para, desprovisto de toda materialidad, traspasar los límites más elevados, más sutiles y ligeros, y penetrar en la sustancialidad espiritual, será irremisiblemente arrastrado a la descomposición, con lo que tanto su forma como su personalidad serán aniquiladas. He aquí en qué consiste la eterna condenación: en el aniquilamiento de toda personalidad consciente.
2007-12-28 13:08:11
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answer #4
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answered by voluntad 3
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