El sacrificio humano en Mesoamérica
La extracción del corazón expresa claramente el elemento básico del sacrificio humano: la noción de deuda;
las criaturas debÃan la vida a sus creadores y debÃan pagarla con su propia sangre.
En Mesoamérica, el sacrificio humano fue una manera de muerte ritual que permitÃa mantener la vida y prolongarla después de la muerte, y tener la impresión de controlar un universo que se percibÃa como muy inestable.
La Fuentes.
El sacrificio humano en Mesoamérica está documentado de manera muy desigual. Sabemos mucho más sobre el Posclásico que sobre los periodos anteriores y conocemos mejor el Posclásico del Altiplano mexicano que los de otras regiones. Para el Preclásico y el Clásico debemos conformarnos con los datos proporcionados por la arqueologÃa y la iconografÃa, y con lo poco que dicen al respecto las inscripciones mayas. En cambio, para el Posclásico tenemos, además, una gran cantidad de fuentes escritas. El Popol Vuh, libro sagrado de los mayas-quichés, es muy interesante porque algunas variantes de los mitos que contiene se cuentan hasta nuestros dÃas en varias partes de Mesoamérica, y porque, según especialistas, esos mitos aparecen en vasijas del periodo Clásico. Esto, junto con otros muchos elementos, muestra la gran continuidad de las tradiciones religiosas mesoamericanas. Si queremos comprender el sacrificio humano debemos apoyarnos en esas fuentes, en particular en las del Centro de México, pues, como afirmó fray Bartolomé de las Casas: “…la religión de toda la Nueva España por más de ochocientas leguas en torno es toda cuasi una, dentro de las cuales se comprehenden las provincias de Guatimala y de Honduras y de Nicaragua”; en efecto, casi una, ya que hay muchas variantes y hasta concepciones teológicas diferentes, incluso entre los mexicas.
Se han encontrado entierros de individuos con vÃctimas sacrificadas pertenecientes, por lo menos, al Preclásico Medio. En un relieve de 700 a.C. localizado en Chalcatzingo, Morelos, se ve a probables sacrificadores, disfrazados de seres sobrenaturales, que se dirigen portando mazos hacia un cautivo maniatado; el pene casi erecto de la vÃctima y una caña de maÃz sugieren un sacrificio de fertilidad. En Izapa, Chiapas, en una estela de principios del Clásico se asocia el sacrificio por decapitación también con la fertilidad, como lo indican los hojas con granos que brotan del cuello cortado. En la costa del Golfo y en Chichén Itzá, en el Posclásico Temprano, y entre los aztecas, ya en el Posclásico TardÃo, lo que brota del cuello como sÃmbolo de fertilidad son serpientes.
Morelos –Preclásico–, sacrificadores y un cautivo maniatado; el pene casi erecto de la vÃctima y una caña de maÃz sugieren un sacrificio de fertilidad.
–Clásico Temprano–, se asocia el sacrificio por decapitación también con la fertilidad, como lo indican los hojas con granos que brotan del cuello cortado.
En un panel de un juego de pelota de Chichén Itzá –Posclásico Temprano–,lo que brota del cuello, como sÃmbolo
de fertilidad, son serpientes.
En Teotihuacan, la gran metrópoli del Clásico, el sacrificio por extracción del corazón fue una práctica importante, como se observa en su pintura mural. Algunas estelas mayas de esa época ofrecen testimonios de sacrificios de reyes vencidos. La práctica de exponer los cráneos de sacrificados en pequeñas plataformas se observa en Huamelulpan, Oaxaca, a principios de nuestra era, y en sitios de periodos posteriores como Copán, Honduras, y Uxmal, Yucatán. Estos tzompantli alcanzarán grandes proporciones –mayores incluso que las de los posteriores de México-Tenochtitlan– en Tula, Hidalgo, y en el Chichén Itzá del Posclásico Temprano, lo cual sugiere un auge extraordinario en los sacrificios de guerreros.
Las IdiologÃas del Sacrificio
Para el Posclásico, el sacrificio humano era un rito que se habÃa practicado por milenios; pero, ¿cómo se justificaban estas matanzas, a veces a gran escala? Los mitos y ritos del Centro de México y los de los mayas nos permiten comprender la ideologÃa del sacrificio humano y desentrañar sus múltiples niveles de significación. En la base de todo está la noción de deuda. Una criatura debe la vida, y todo lo que hace posible vivir, a sus creadores. Debe reconocerlo y pagar su deuda, tlaxtlaua en náhuatl, mediante el ofrecimiento de incienso, tabaco, alimentos, o incluso su propia sangre, lo que representaba una obligación mayor según un mito mixteco.
Los primeros sacrificios –es decir aquellos en que se dio muerte a lo ofrecido– fueron los de los mismos dioses. Los hijos de la pareja primigenia cometieron una transgresión al crear o quitar la vida sin permiso de sus padres, igualándose asà con ellos, que son los dueños de la vida por excelencia. Los mayas cuentan que Itzamná e Ixchel tuvieron 13 hijos y que algunos de ellos “se ensoberbecieron”, queriendo “hacer creaturas contra la voluntad del padre y madre, pero no pudieron…” Los hijos menores, Hunchuén y Hunahau, en cambio: “pidieron licencia a su padre y madre para hacer criaturas; concediéronsela, diciéndoles que saldrÃan con ello porque se habÃan humillado”. En algunas fuentes aztecas y de los quichés se mencionan otras transgresiones, entre ellas: expulsar a un hermano pedernal recién nacido del paraÃso celestial; destrozar al monstruo telúrico (del cual nacieron el cielo y la tierra, y todo lo necesario para vivir); cortar la flor o la fruta de un árbol, es decir, procrear; jugar a la pelota o crear fuego con palillos (el movimiento asociado a estas dos últimas actividades es en sà mismo creador).
Los dioses transgresores, expulsados del cielo, son enviados a la tierra, a las tinieblas; de ligeros que eran, se vuelven pesados, materiales. Crean hombres a su servicio, pero no les gusta mucho vivir en la tierra con los hombres. Para obtener de nuevo la vida sin fin y el paraÃso perdido, dos de ellos se echan al fuego, destruyendo asà su pesado cuerpo. Como la vida puede renacer de la muerte, vencen a la muerte en el inframundo, emergen como el Sol y la Luna y son acogidos por sus padres satisfechos. Reconquistan el paraÃso perdido, pero sólo en parte, porque cada vez que transcurre una era, edad o Sol, se vuelven más pesados y necesitan ser vivificados. Al mismo tiempo, ellos mismos se vuelven los “más allá” felices para los beneméritos: los guerreros van a la “casa del Sol” y otros, los elegidos por Tláloc, al “Tlalocan en la Luna”. Los otros dioses exiliados también deben aligerarse para dejar la Tierra y regresar con sus padres. De acuerdo con algunas versiones mexicas, deben ofrecer sus corazones y su sangre para alimentar al Sol.
En cuanto a las criaturas de la Tierra, son mortales porque son pesadas y telúricas, pero ellas también son responsables de haber cometido transgresiones. Según los mayas quichés, los animales, primero, y los hombres de lodo y los hombres de madera, después, fueron condenados al sacrificio o a morir porque no reconocÃan a sus creadores ni podÃan pronunciar sus nombres. La Leyenda de los Soles, un mito náhuatl que narra una primera guerra, realizada para alimentar al Sol y a la Tierra, es elocuente al respecto. Una diosa da a luz, en principio, a 400 mimixcoas (los de Mixcoac); luego tiene a otros cinco que, por ser amamantados por Mecitli, son los mecitin o mexicas. El Sol da ricas flechas a los 400 mimixcoas para que cacen y ofrezcan su caza a él y a la Tierra. Pero en lugar de cumplir con su deber, se emborrachan y van con mujeres. Entonces el Sol da flechas sencillas a los cinco hermanos menores y les ordena que maten a los 400; los mecitin cumplen la orden en seguida y asà alimentan a sus padres (una situación similar se encuentra en los relatos sobre las primeras guerras de los quichés). Se trata de un mito interesante no sólo por ser un tema omnipresente en la mitologÃa mesoamericana: el del pobre joven recién llegado (como lo fueron los toltecas, como lo eran los mexicas, los quichés...) que vence a sus poderosos mayores, sino también porque muestra que el sacrificio humano era efectivamente un castigo: si el Sol y la Luna exigen hombres en lugar de animales, es porque no cumplieron con su deber. Debe destacarse también que aquà los mexicas se presentan como si no tuvieran culpa alguna: los impÃos son los otros, sus enemigos. Cabe agregar que los guerreros sacrificados portaban los atavÃos de los mimixcoas, a quienes encarnaban. En lo esencial, el sacrificio humano era expiación y un medio de destruir el cuerpo-materia para sobrevivir después de la muerte. Asà lo confirman las palabras de las vÃctimas liberadas por Pedro de Alvarado antes de la matanza en la fiesta de tóxcatl: decÃan que querÃan morir para ir a la casa del Sol. Se trataba también de un medio para alimentar a los dioses y vitalizarlos, aunque esto también podÃa hacerse con animales u otras comidas, como incienso, hierbas, flores, papel...
Además del sacrificio de guerreros habÃa también el de imágenes o representantes, ixiptlas, de los dioses, por lo común esclavos que recibÃan un baño ritual –es decir, eran purificados–; niños (para los dioses de las lluvias y de los montes); muchachas nobles; condenados por diversos crÃmenes; voluntarios, etc. AsÃ, estas vÃctimas “eran” los dioses, que morÃan a través de ellas para renacer más fuertes y rejuvenecidos. Sin embargo, debe subrayarse que muchos de los dioses eran ellos mismos ixiptlas de otra cosa: el agua, la tierra, el fuego, el maÃz, los astros, etc.; tal vez eran éstos, ante todo, los que eran regenerados y vivificados. Cuando Nanáhuatl y la Luna eran quemados en el mes de panquetzaliztli, el mismo en que morÃa Huitzilopochtli, lo que se recreaba era el sacrificio del Sol y la Luna en Teotihuacan, y aquéllos representaban a estos astros que nacÃan de nuevo.
Los dioses morÃan a través de las vÃctimas humanas y lo mismo ocurrÃa con los sacrificantes, los que ofrecÃan a la vÃctima, ya fuera un guerrero cautivo, un esclavo comprado o un hijo. Sahagún confirma esta idea, al explicar que “…el señor del cautivo no comÃa de la carne, porque hacÃa de cuenta que aquella era su misma carne, porque desde la hora que le cautivó le tenÃa por su hijo, y el cautivo a su señor por padre”, es decir, el hijo era el ixiptla del padre. Al morir simbólicamente a través de su vÃctima, el sacrificante aumentaba su fuego interno, se aliviaba y obtenÃa una existencia feliz después de la muerte.
La escena representada en esta vasija teotihuacana del Clásico es una singular evidencia iconográfica sobre la participación de un personaje en un contexto en que se ofrendan corazones, los cuales se encuentran frente a él (a) y en su tocado (b). El atavÃo del personaje lleva las representaciones de una serpiente (c) y un jaguar (d).
Dibujo: Nicolas Latsanopoulos / Museo de Bruselas
Los vasos policromos son una importante fuente de información sobre la cosmogonÃa de los mayas del Clásico. En varios de ellos se encuentran representados los distintos ritos practicados en esa época, como el de esta escena en que un gobernante atestigua un sacrificio humano.
Foto: © Justin Kerr
La mayor parte de las immolaciones de hombres se realizaba a lo largo de los ciclos festivos de los meses del calendario solar y del calendario de 260 dÃas, muchos de los cuales eran “aniversarios” de dioses. Las fiestas del año solar eran especialmente importantes porque en ellas se recreaban –de diferentes maneras, según la ciudad que las celebraba– diversos aspectos de la cosmogonÃa mesoamericana: la expulsión del paraÃso, la creación de la tierra y el nacimiento de Venus y del maÃz, las migraciones de los pueblos en las tinieblas, el sacrificio del Sol y la Luna, su victoria en el inframundo. Después se recreaban la salida del Sol y la primera guerra efectuada para alimentarlo, fiesta que era al mismo tiempo la de la cosecha del maÃz para los hombres y la cosecha de guerreros para el Sol y la Tierra. Posteriormente venÃan las recreaciones del paraÃso perdido y la de la transgresión que coincidÃa con la puesta del Sol, el cual penetraba a la tierra y la fecundaba –para los nahuas morir significaba “tener parte con la Señora Tierra”. En esas celebraciones morÃan y nacÃan de nuevo casi todos los dioses –con excepción de la pareja creadora, que no recibÃa culto por parte de los hombres y únicamente se ocupaba en crear chispas de vida–: los de la tierra, del agua, del maÃz, de los cerros (tlaloques y otros), del pulque, de la caza, Huitzilopochtli, los mimixcoas y los huitznahuas, Nanáhuatl y la Luna, los de la muerte y del fuego, Tezcatlipoca, las diosas de las flores, del amor, del agua, de la sal, de la pimienta... Todos ellos, y todo el mundo, se vivificaban, pero también se creaban estrellas sustentadoras de la bóveda celeste arrojando cautivos en hogueras, se erigÃan postes dos veces al año para evitar la caÃda del cielo, se pagaban las lluvias y cosechas obtenidas con ofrendas de bienes de todo tipo, etc.
HabÃa otras muchas ocasiones que requerÃan de sacrificios humanos: guerras y batallas; desajustes del orden cósmico, como eclipses, sequÃas, hambres, inundaciones; la expiación por ofensas en el culto a los dioses, como robo de objetos sagrados, dejar escapar vÃctimas, etc.; motivos personales, como cuando un padre que escapaba de la muerte ofrecÃa a su hijo en pago; y, finalmente, la inmolación de acompañantes para los difuntos.
Una misma vÃctima podÃa morir para expiar y sobrevivir en el más allá; para hacer morir y renacer a una deidad y a lo que encarnaba, asà como a su propio “señor”, su sacrificante; para alimentar y “vivificar” a una deidad; para sostener la bóveda celeste; para fecundar la tierra; para aplacar a los dioses, darles las gracias, reconocer su superioridad y poner de manifiesto la dependencia del hombre.
Los actores del sacrificio
Los principales eran los sacrificantes, los sacrificadores y los sacrificados. Entre los primeros habÃa guerreros; mercaderes, artesanos ricos y otros particulares; representantes de calpullis o corporaciones, reyes. El Estado, que se hacÃa cargo del costo de las guerras, también ofrecÃa en ocasiones vÃctimas, las cuales eran parte del tributo de otras ciudades. Sin embargo, generalmente las vÃctimas eran capturadas durante las guerras de conquista o bien eran compradas por individuos que recibÃan apoyo de su familia y del grupo al que pertenecÃan. Los sacrificantes se hacÃan notar; por ejemplo, el guerrero lo hacÃa desde el campo de batalla, luego en su entrada triunfal a la ciudad con sus cautivos, en la presentación pública de éstos, en las danzas, en la velación con las vÃctimas en su última noche, en la marcha al templo con el vencido, en el banquete posterior, todo lo cual conllevaba prestigio y honores. Lo mismo ocurrÃa cuando se trataba de un esclavo purificado. DebÃa anunciarse la intención de inmolar, comprar y presentar a una vÃctima, la cual iba vestida por la ciudad, durante semanas, meses o todo el año, como una deidad y, además, debÃa desempeñar el papel de esa deidad y ser tratada como tal. También habÃa que bailar con la vÃctima, velarla en su última noche, llevarla al templo e incluso –lo cual no estaba permitido a los guerreros– subir por la pirámide hasta la piedra de sacrificio y ver al dios (en su templo), cara a cara, es decir, morir simbólicamente.
Las maneras de sacrificar eran muy variadas. Las más comunes eran la extracción del corazón y la decapitación; venÃan después, entre otras, el flechamiento, el sacrificio gladiatorio, por fuego, enterrar viva a la vÃctima, extracción de las entrañas, etc.
Los sacrificadores eran por lo general sacerdotes especializados, muy estimados por los aztecas y poco por los mayas. Hay que distinguir entre los grupos de ayudantes, como los chalmeca nahuas (“los de Chalman”, conocidos como chalamicat entre los quichés), por ejemplo, que se encargaban de mantener a la vÃctima, y quienes extraÃan algo del cuerpo de la vÃctima (el corazón, la sangre, las entrañas), los cuales manejaban un cuchillo que podÃa simbolizar la mano del dios o el rayo celestial.
A veces algunos guerreros (en el “sacrificio gladiatorio”, conocido también en Guatemala) o gran parte de los que asistÃan al ritual participaban en la matanza, como ocurrÃa en Cuauhtitlan, en el mes de izcalli, cuando más de 2 000 hombres y muchachos flechaban a seis cautivos de guerra atados en palos muy altos. Cabe agregar que los sacrificadores, los sacrificantes, el público y, en menor grado, las vÃctimas, se preparaban y asociaban al sacrificio mediante diversas penitencias, autosacrificios, ayunos, continencia y danzas (bailar significaba “merecer”).
El número de muertes y diferentes tipo de sacrificios
La cantidad de vÃctimas variaba mucho de acuerdo con la importancia de la ciudad o el pueblo. En algunos casos se habla de dos o tres por año y de muchos más en ciudades poderosas. En Tenochtitlan, Tlaxcala, Chichén Itzá, se sacrificaba a cientos o miles de vÃctimas en las grandes fiestas, como la del renacimiento del Sol (panquetzaliztli, yaxkÃn). Como es bien sabido, las fuentes en náhuatl se vanaglorian de que en ocasión de una doble celebración, la entronización de AhuÃtzotl y la inauguración del gran templo de Tenochtitlan, en 1487 d.C., se inmoló a 80 400 prisioneros, lo cual parece poco probable. Lo cierto es que las vÃctimas eran muchas, tal vez tantas como en la India del siglo XIX, por ejemplo, aunque debe tomarse en cuenta que en otras culturas los guerreros habrÃan sido muertos en el campo de batalla.
El registro de las distintas maneras de sacrificar en el Posclásico es muy rico y muchas veces se pueden reconocer los modelos mÃticos: las más comunes eran la extracción del corazón y la decapitación; venÃan luego el flechamiento, el sacrificio gladiatorio, por fuego, enterrar viva a la vÃctima, por derribamiento desde un alto mástil o por golpes en una peña, por extracción de las entrañas, estrujamiento en una red, derrumbamiento de un techo sobre las vÃctimas, descuartizamiento, lapidación. En ocasiones se podÃan combinar dos, tres y hasta cuatro métodos de muerte ritual; por ejemplo, en honor del Sol y de la tierra, se hacÃa extracción del corazón y luego decapitación, o a la inversa; también podÃa arrojarse a la vÃctima al fuego y luego realizar estos dos últimos métodos. El uso de anestésicos era común en los sacrificios por fuego. Muchas vÃctimas iban a la muerte sin miedo –incluso habÃa voluntarios– pero otras lloraban o debÃan ser arrastradas hasta la piedra de sacrificio.
El alimento de los Dioses y de los Hombres
En ocasiones los dioses del cielo y otros se conformaban con la “esencia” del muerto, es decir, el humo del corazón quemado, el vapor de la sangre, mientras que los hombres comulgaban de la deidad o semideidad muerta. Sin embargo, en ciertos casos se renunciaba a la vÃctima y se le destruÃa en el fuego (lo que sucedÃa raras veces), enterrándola en una cueva o en una pirámide, o lanzándola a un remolino en un lago. Se puede considerar que en este caso el destinatario o, más precisamente, aquello de lo cual el dios era el ixiptla o representante: tierra, fuego, agua, etc., se comÃa directamente a las ofrendas humanas.
El sacrificio humano era un medio para alimentar a los dioses, una expiación y una manera de destruir el cuerpo-materia para sobrevivir después de muerto: la vida nacÃa de la muerte.
El banquete antropófago era un evento religioso y social muy importante. Se comÃa al muerto divinizado, se unÃa con él, pero también se trataba de una ocasión para invitar y honrar a familiares, para hacer relaciones con personajes importantes, para ganar prestigio, y en todo esto se podÃa gastar el producto de años de trabajo.
El sacrificante conservaba restos de su vÃctima, como el cabello de la coronilla –que contenÃa parte del calor vital y del “honor” del sacrificado– o sus atavÃos; el guerrero se quedaba con el fémur del muerto, el cual colgaba en el patio de su casa para proclamar su valentÃa y gozar de la protección de este “dios cautivo” (maltéotl) cuando iba a la guerra.
Las causas
Varios autores se han preguntado sobre las causas más profundas de los sacrificios a gran escala y del canibalismo. En el siglo XVI se creÃa que la falta de carne podÃa ser una motivación, aunque esta explicación se desechó totalmente en los cincuenta del siglo pasado. Hay que tomar en cuenta que los sacrificios masivos se daban sólo en algunas grandes ciudades, y que incluso en éstas la gente común tenÃa poco acceso a la carne humana y que se comÃan sólo pequeños pedazos de los cuerpos. La presión demográfica es otra explicación, pues parece que el aumento de la cantidad de vÃctimas en el Centro de México coincidió con un gran crecimiento de la población. Una tercera explicación puede basarse en las teorÃas de René Girard, según las cuales por medio del sacrificio se intentaba neutralizar la violencia interna del grupo. En este caso, la importancia de los sacrificios humanos se podrÃa explicar por la mayor fragilidad de las ciudades-Estado del Centro de México, compuestas por grupos con lenguas y orÃgenes a veces muy diferentes. Sin embargo, nada de esto ha podido comprobarse. AsÃ, puede decirse que el sacrificio humano mesoamericano fue una manera extraordinaria de utilizar todos los posibles sentidos de la muerte ritual, para mantener la vida y prolongarla después de la muerte, y para tener la impresión de que se controlaba un universo que se percibÃa como excesivamente inestable.
Ana Maria Pereira
Lic Cs Sociales y Humanidades
__________________________
2007-03-28 13:36:10
·
answer #2
·
answered by Ana P 2
·
1⤊
0⤋