Siendo emperador de los aztecas Axayácatl, hubo una guerra contra los tlatelolcas quienes al ser derrotados se les impuso un fuerte tributo y la de traer esclavos a los aztecas y para conseguirlo tuvieron que acudir a las guerras civiles con los pueblos ya mencionados más aparte con los tliliuhtepecas, zacatecas de donde traían los presos y esclavos con los que tributaban.
El antiguo templo mayor o de Huitzilopochtli había sufrido transformaciones amplias en cada reinado: Moctezuma lo reformó, Axayacatl aumento sus dimensiones y Tizoc lo levantó desde sus cimientos, sin que le alcanzara la vida para verlo concluido, Ahuitzol prosiguió empeñosamente la obra y en el año segundo de su reinado (VIII ácatl) tuvo lugar la dedicación.
Para que esta solemnidad fuera fastuosa, se preparó de antemano, guardando los prisioneros de las últimas campañas y los tributos de dos años; se repusieron y adornaron todos los edificios públicos y se invitó a todos los aliados y tributarios que tenían obligación de presentarse cada uno con cierto número de víctimas destinadas al sacrificio. Para la invitación procedió de la siguiente manera: Se comenzó por llamar a todos los calpixques de todos los pueblos, las rentas y los tributos ordinario del señorío y para la coronación de Ahuitzol, rey de los mexicanos. Cumplido todo, llamó este a Tlamacaztli y díjole un largo parlamento, entre otras cosas, que se hacía su fiesta de coronación, como jamás los reyes pasados con tanta solemnidad vieron, ni vieron que están descansando en las partes que llaman apochquihiayocan, enatlecalocan, enchicnahu mictlan, que es en las partes siniestras, o zurdas, donde no hay calle ni callejón, en el noveno infierno obscuro, los que de esto están ya apartados y quitados, ahora, mancebo, nuestro caro y amado hijo, mayoral del templo de Huitzilopochtli; es necesario que convidemos a los pueblos de Yopitzingo, de Meztitlán y a los de Mechoacan para que vengan a ver esta solemne fiesta y celebración de nuestro templo e ídolo Huitzilopochtli; y asimismo vengan los de atrás de las montañas y cerros mexicanos: los de Huejotzingo, Cholullán, Tlaxcallán, Tliliuhquitepec, y los de Zacatlán. (Lombardo Toledano dice al respecto: invitándolos a las ceremonias, y que entre los totonacos aceptó la invitación el señor de Zacatlán.
Y así pues, vinieron cada uno de la embajada de cada señor y sus principales, para el convite a la solemne celebración de la coronación del rey Ahuitzol y en honra y gloria y alabanza de tetzahuitl Huitzilopochtli; y bien entendidos todos ellos de la embajada de cada pueblo y señor, fueron de ello contentos y se fueron a sus casas a mandar a preparar el matalotaje para el camino de cada uno: a Huexotxinco, y Cholula, un mensajero; a Tlaxcala, dos mensajeros, a Tliliuhquitepec, uno; a Meztitlán, otro; a Mechoacan, dos; a Yupitzingo uno, y a Zacatlán, otro.
Partieron los embajadores de la ciudad y se dirigieron cada uno a sus ciudades asignadas con la recomendación de Ahuitzol dada por Tlacaelel; de que “tomando en cuenta que sus enemigos no quisieran venir a su unción y coronación, no sería fuera de razón volverlos a llamar para esta solemnidad, porque cuanto a las guerras que entre nosotros hay, hubiera enemistad, al menos en cuanto a participar de nuestras solemnidades y gozar de nuestras fiestas, no hay porque sean excluidos y privados, pues somos todos uno, y para estos tiempos, será razón haya treguas y conversación entre señores”.
Los señores de todos los pueblos invitados aceptaron estar presentes en la fiesta, por lo que se trasladaron a Tenochtitlán disfrazados para ocultar su presencia y evitar de este modo sospechas, habiendo sido recomendados por los embajadores que no saludasen a nadie para que la gente no notara la diferencia en el modo de hablar, y ya que ellos responderían por estos.
Cada cual de los invitados fue llegando a la ciudad tenochca, se les fue alojando en un lugar oculto, y cuando Ahuitzol fue enterado de la llegada de sus invitados, mandó con todo secreto que se les procurara alimentos y que se les atendiese como a él mismo y que después fueran vestidos con ricos aderezos y humazos. Al mismo tiempo les mandó decir que les agradecía la presencia que le habían hecho, que no tuviesen cuidado, que en cuanto llegaran los señores de Mechoacan, de Tziucoac, de Meztitlán, de Tliliuhquitepec, Tecoac, Zacatlán, que los iría entonces a visitar, mientras tanto descansaran de su viaje y se holgasen como si estuvieran en su propia casa y reino. Les envió mucho pescado, ranas y multitud de sabandijas y animales silvestres que los aztecas acostumbraban comer como patos, ánsares, garzas, alcatraces y cuervos marinos, galleretas y de todo género de caza, mandándoles decir “que aquello era lo que producía su ciudad, pues no tenía otra cosa con que servirlos”.
Por órdenes del rey se les dio mantas y ceñidores y de rosas y de humazos, a la vez que no permitían que entraran otras personas al lugar del alojamiento de los invitados del rey. Todo esto era con el fin de que la gente común, y sobre todo los soldados, y los capitanes se dieran cuenta que se estaba haciendo amistad con las gentes ante quienes exponían la vida. Se colocaron doscientos soldados de guardia en el aposento donde se encontraban para que nadie se diera cuenta de los que estaban adentro.
Poco después de todo esto, se mandó poner en hileras a los presentes y cautivos que se habían traído de todas las ciudades para el consabido sacrificio y así saber su número “y se halló que había entre los huejotzincas, tlaxcaltecas, tecoacas, zacatecas, zapotecas, huastecas, tziucoacas, tuzapanecas y tlalpanecas 80.400 hombres que sacrificar. esta suma parece exagerada pues en opinión de varios autores y aunque Chimalpain con otros lo suponen de 80.600, los documentos auténticos como los códices Telleriano y Vaticano lo fijan en 20.000, aún así es número crecidísimo y que revela todo el fanatismo de aquel pueblo y la barbarie de aquella religión azteca.
Llegado al fin el momento de la ceremonia que fue el 19 de febrero de 1487, se colocó a los invitados en un lugar donde no pudieran ser vistos, protegidos por enramadas y miradores. Toda esta parafernalia era sólo con el fin de impresionar a los enemigos invitados.
Así pues, en este día, antes de amanecer, como se dijo ya, se colocó la inmensa concurrencia venida aun de las más remotas tierras; y dividida la corte en cuatro grupos estando en el primero y sobre el teocalli, Ahuitzol, empezaron a sacrificar en medio de los pocos armoniosos sonidos de su música, compuesta del teczitli, que era una especie de bocina o corneta de hueso, el teponaxtle y tlapanhuehuetl, atambores de diferentes tamaños, la ayacachtli o sonaja, el ayotl o hueso de tortuga y los cuernos de venado aserrados, chacahuaztli,
Al salir el sol, Ahuitzol en persona dio la señal del sacrificio sacándole el corazón a un desgraciado, ofreciéndolo al astro con distintas ceremonias y entregándolo en seguida al gran sacerdote quien, sacudiendo sangre por los puntos cardinales, lo colocó en el centro de la piedra de los sacrificios. Al punto muchos sacerdotes puestos en diferentes teocallis, empezaron su tarea: los prisioneros, formando una no interrumpida columna de cuatro hombres de frente, se iban acercando a los diferentes mataderos, siendo sacrificados al instante varios a la vez; todo el día duró tan espantosa carnicería, y cuando por llegada la noche se suspendió la ceremonia, dicen las crónicas que reyes y sacerdotes estaban teñidos en sangre con sus ropas como si las hubiesen lavado en escarlata, siendo tanta la que rebosaba de la plataforma del templo, que caía al suelo y formaba mil arroyos. Por cuatro días consecutivos duró aquel espectáculo horrendo, cuyo recuerdo y simple consideración hacen estremecer de espanto.
Como el inmenso número de cadáveres, la abundancia de sangre, que untaron en la mayor parte de los edificios y la aglomeración de tanta gente, la ciudad tomó un aspecto horrible y se vio envuelta en una atmósfera hedionda y mortífera.
Al quinto día mandó el rey surtir a todos los señores y reyes de grandes riquezas, pero sobre todo a los que él consideraba sus enemigos como lo eran los tlaxcaltecas, huejotzincas, cholultecas, tecoacas, tliliuhquitepecas, zacatecas, meztitecas, tarascos y yopitzincas. A cada uno de ellos se les dio armas y rodelas con sus ricas divisas, mantos y ceñidores, coronas de oro, sandalias y un cuero de tigre y de león, al igual que una carga de mantas que repartieron entre sus servidores y allegados.
Poco después de concluirse la barbarie, los invitados fueron despedidos por el rey Ahuitzol para que pudiesen ir libremente a sus lugares de origen, y para el caso, se tenían listas ya canoas, para que así, a ellos como a los presentes que les había dado en el mayor secreto, so pena de muerte a los remeros, al igual que a sus mujeres e hijos si llegaban a revelar la verdad a otros, y mandando a los embajadores que habían ido por ellos a que los acompañan hasta ponerlos a salvo en sus sementeras
2007-03-26 12:17:08
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answer #1
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answered by curro2002 4
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