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sentimiento horrible de la lastima ,yo conozco uno que funciona asi

2007-03-25 13:02:19 · 3 respuestas · pregunta de ¡Noemí! Amigos del Alma 5 en Arte y humanidades Filosofía

dice matrimonio,digo separa sentimentalmente

2007-03-25 13:03:20 · update #1

3 respuestas

Perder un hijo es lo más terrible que te puede pasar en la vida. Lo sé por experiencia propia. Es un golpe tan grande, que quedas "knock-out" mucho tiempo. Algunos no se recuperan más del trauma psicológico. Eso les impide amar, amarse, sostener su autoestima, realizarse en la vida.
Es común ver a parejas que se separan, o que dejan de tener relaciones sexuales o pierden su trabajo después de un hecho así.
En mi caso, con mi mujer lo superamos gracias a la fe. Encontramos un sentido a la vida, a la muerte, y al dolor. Tenemos otros hijos, y nos repusimos por ellos y por nosotros mismos.

2007-03-25 13:17:18 · answer #1 · answered by Miguel S 4 · 2 0

Las separaciones se producen pues siempre una de las partes "supone" que fue su culpa, o que algo hizo mal o miles de cosas mas, movilizadas por la impotencia y tratar de encontrar explicacion a los designios divinos, siempre para nosotros debe haber un culpable, sea o no asi.
generalmente esa es una de las causas. Por otro lado, cuando uno pierde a l marido o mujer, se llama viudo/a., cuando pierdes a tus padres, se llama huerfano, cuando pierdes a un hijo, NO TIENE NOMBRE.

2007-03-25 20:15:02 · answer #2 · answered by Anonymous · 2 0

Estimado/A:
Me place contestarte desde mis estudios y experiencia:
Yo la llamo" la compasión"
Hay un abismo entre la mera lástima y la compasión. El sentimiento de lástima empieza y termina en uno mismo. La lástima por el que sufre nos da sentimentos, pero permanece como encerrada en uno mismo, y no da fruto, no lleva a la acción. Como máximo, la lástima termina con un suspiro o con un encogerse de hombros. En cambio, la compasión nos impulsa a salir de nostros mismos, porque no nos da un mero sentimiento, sino que nos hace sentir con el que sufre. Tener compasión es sufrir con el herido, con el que sufre, compartir su dolor y su agonía.
Es verdad que nunca podremos penetrar del todo en el dolor del prójimo. Con frecuencia tenemos que resignarnos a ser meros espectadores silenciosos de la agonía ajena. Pero la compasión nos ayda de algún modo, no sólo a sentir, sino a sentir con la persona que sufre. Es . sentír su misma hambre y su misma pena, comprender su dolor, mostrando su amistad y su simpatía , posar su mano sobre los condenados al ostracismo.
La verdadera compasión no nos deja indiferentes o insensibles ante el dolor ajeno, sino que nos impele a ser solidarios con el que sufre. La solidaridad «no es, pues, un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» [4]. A veces podemos ser como el sacerdote o el escriba que, viendo al herido, pasaron de largo dando un rodeo. Podemos ser espectadores silenciosos, temerosos de comprometernos por no mancharnos las manos.
Es fácil encontrar analogías en la cultura contemporánea. Los medios audiovisuales nos traen a la intimidad del hogar escenas horripilantes de guerra y de violencia, de hambre y de necesidad, de enfermedad y dolencia, y de desastres naturales como las inundaciones o terremotos. Corremos el riesgo de embotarnos en una cultura que contempla de modo pasivo sin hacer nada. En vez de actuar, acabamos siendo meros espectadores. Pero la compasión nos impele a salir de nosotros mismos, a tender la mano a los necesitados. Nos hace salir de la cómoda crisálida de nuestro ensimismamiento para tender una mano amorosa y servicial a todos los que tienen necesidad de nuestra ayuda.
En este sentido, no conviene restringir el concepto de «salud» hasta el punto de que sólo haga referencia al simple bienestar corporal o físico. En su sentido simbólico, la «salud» adquiere una gama de significados mucho más amplia. Hay sociedades y culturas enteras que están «en la cuneta», que han sufrido una «emboscada», y a causa de los antivalores del consumismo y del materialismo yacen «heridas», despojadas de lo más valioso y más hermoso de la cultura humana, porque, cayendo en una actitud hostil o hasta indiferente, se ven privadas de Dios. Estamos tan deshumanizados desde el punto de vista cultural, que hemos llegado a perder el sentido de Dios. Y, con el paso de los años, hemos dado un paso más, hemos alimentado una increencia que ha desembocado en la indiferencia religiosa. La indiferencia es aún peor que la hostilidad militante. El que es hostil, al menos reconocer la presencia del otro, aunque reaccione violentamente contra él; en cambio, el indiferente ignora al otro, y le trata como si no existiera. Ésta es la indiferencia y la insensibilidad del que hacen los egoístas, cuando pasan de largo dando un rodeo, y dejan al pobre herido desangrándose en la cuneta. Ésta es la indiferencia que pervive en la anticultura de hoy, una anticultura del aislamiento mutuo y de la trivialización de todo.
Pero el colmo de nuestra depravación está en la pérdida del sentido de Dios. Ysi llegamos a perder el sentido de la Paternidad de Dios, perdemos necesariamente, en el mismo proceso, el sentido de fraternidad con todos los hombres. Pero, a pesar de esta negación de Dios, a pesar de nuestra indiferencia hacia Él, nos llena de esperanza y optimismo la consideración de que el Dios cristiano es un Dios que resucita a los muertos, un Dios que devuelve la vida, que la renueva, que devuelve la esperanza, resucitando glorioso como un ave fénix de sus cenizas.
Si no se tiene fe: te dejo mis reflexiones:
No es fácil superar el dolor de la pérdida de un hijo.
No somos conscientes de que nuestros hijos no están garantizados de por vida. Su muerte rompe el sentido de la vida, de ahí el gran dolor y desequilibrio que provoca su muerte
Los primeros días no estás en este mundo. Es un estado de shock terrible del que tienes que ir saliendo como puedes.
Superar la pérdida exige muchas veces pasar por tres fases: en la catarsis se expresa el dolor, la rabia, la soledad, la impotencia. Después vienen las preguntas: la fase existencial, en la que te preguntas ¿por qué precisamente a mí? El objetivo es llegar a la tercera fase, la más trascendente y espiritual: la asunción del hecho.

En los primeros tiempos sientes un dañoterrible e inexplicable por no poder tocar a tu hijo.

Debes hacer todo lo posible para que salga la emoción. Si no te vacías, no te puedes volver a llenar. Hay casos de parejas que han perdido a un hijo y acaban perdiendo a los otros porque el dolor les bloquea como padres.
El 75% de las parejas que han perdido a un hijo acaban separándose. Es un suceso terrible que puede destruir el núcleo familiar. La comunicación es básica, pero no hay recetas. A menudo, un cónyuge sufre más que otro y eso genera acusaciones y culpabilidad.

El día del entierro, la gente se vuelca en ti. Pero después desaparece. Tú les recuerdas que la muerte existe. Y tienen miedo.

En realidad, huyen de ti porque no saben qué decirte. No están preparados para reaccionar más allá de la palmadita en la espalda.

Hay gente que dejó de saludarme y cuando me veía, incluso se cambiaba de acera. Estamos educados en la sociedad de la seguridad, en la que la muerte no tiene lugar.

Perder a un hijo te hace buscar un sentido a la vida y si no lo haces acabas hundido. No puedes dejar que el hijo perdido se convierta en el verdugo de tu vida. Al contrario, debes hacerlo tu maestro, aunque sea difícil. El proceso no pasa por el olvido. El sufrimiento de su pérdida es una mochila que deberemos cargar toda la vida.
Ahora valoro más las cosas. Soy más solidaria y menos materialista. Sé que no puedo vivir amargada el resto de mi vida.

La muerte de un hijo es lo que más se parece a la propia muerte. Es el propio dolor que, de tan intenso, te hace despertar y darte cuenta de que debes volver a vivir. La muerte de un hijo no es una enfermedad. No sirven ni los psiquiatras ni las pastillas. Lo único que hacen es atontarte y ocultarte la realidad.
Cuando murió mi hijo comprendí que no me iba a servir para nada la ayuda que yo he prestado como psicóloga a otros padres en estas circunstancias".
No puedes engañarte y continuar viviendo como si nada hubiera pasado. Puedes engañar a la mente un tiempo pero el cuerpo acaba revelándose, y aparecen enfermedades psicosomáticas.

No importa si tu hijo ha muerto por enfermedad, accidente o suicidio. Siempre te sientes culpable. Creemos que somos los guardianes de nuestros hijos y cuando mueren sentimos que hemos fracasado como padres.

Puedes pensar,y no sé si es el caso:"A nadie se le pasó por la cabeza que mi hijo pudiera suicidarse. Después de buscar incansablemente algún motivo para su decisión, acabé asumiendo que había que respetarla. No le gustaba este mundo. No se puede vivir con esa angustia.
Creo que tanto la gente como los medios de comunicación, cuando hablan de la muerte de los hijos, inciden más en la compasión que en la comprensión.

El tópico mensaje de las familias destrozadas nunca ofrece una salida. Hay que superar la pérdida. La muerte de un hijo no debe convertirse en una lápida para toda la familia.

Mucha suerte, de corazón!!!

2007-03-25 20:26:29 · answer #3 · answered by velocimetro 5 · 1 0

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