EL TODO DE LA VIDA NO ESTÁ AQUÍ
Muchos son los librepensadores que aseguran fríamente que todo acaba cuando muere el hombre: los que así hablan y piensan, puede decirse que son ciegos de entendimiento, por ilustrados que parezcan, y gustan de encerrarse en una negación sistemática, hija casi siempre del orgullo.
No siguen el consejo del filósofo indio, del sabio Nadara, que decía: «Es preciso estudiar para saber; saber para comprender, y comprender para juzgar»; y mal puede saber ni comprender el que juzgan do únicamente por lo que tiene ante sus ojos, dice: Toda la vida está aquí.
Fatal costumbre es la de juzgar sin tomarse el trabajo de conocer lo que se juzga. ¡Cuántos espíritus se estacionan! ¡Cuántos seres sufren por los obstáculos que ellos mismos se ponen en su camino! ¡Cuántos hombres dicen No queremos mirar, como dijeron los cardenales a Galileo!
Y el no querer mirar es un mal gravísimo, de funestas consecuencias, porque como aun cuando el hombre niegue el más allá, la vida existe tras de la tumba, al desprenderse el alma del cuerpo y verse libre, habrá de experimentar una sensación violenta, un sacudimiento terrible, contemplando su cuerpo inerte y encontrándose al mismo tiempo llena de vida, con su pasado ante los ojos y entreviendo el porvenir; ser y no ser; vivir y no vivir; allá, una sepultura..., cánticos religiosos, una familia desolada, vestida de luto, y más cerca, seres que le dan la bienvenida y le recuerdan su historia; en lontananza otras existencias con sus dolores y sus alegrías; verse viviendo ayer..., viviendo hoy..., viviendo mañana... ¡Oh!, al espíritu que no esté preparado para esa segunda vida, tanta luz le dejará ciego; y el choque de la realidad, de una realidad inesperada, le abrumará y confundirá lamentablemente.
Mucho me ha preocupado siempre la cuestión del más allá, no precisamente porque deseara la perpetuidad de la vida, pues el no ser tiene también sus encantos, especialmente para las almas enfermas. Cuando el hombre se abate bajo el enorme peso del sufrimiento, cuando mira en derredor y sólo ve abrojos y amarguras, la certidumbre de morir es un gran consuelo; la nada es un abismo que atrae poderosamente a los desgraciados. Durante muchos años estuve acariciando la idea de morir, porque la cesación del dolor es todo cuanto puede ambicionar el que cree que nada queda después de la muerte; pero al comenzar el estudio del Espiritismo, vi con triste asombro que no terminaban los sufrimientos con la vida, y al principio, lo confieso ingenuamente, si me abrumaba la vida de hoy, no menos insoportable se me hacía la de mañana. ¡Vivir siempre! ¡Qué horror!, exclamaba yo con profundo desaliento. Me parecía imposible que pudiera lucir para mí un día de sol. Me parecía escuchar las comunicaciones de los espíritus; pero, o eran demasiado profundas, o no tocaban las fibras sensibles de mi corazón.
El tiempo fue pasando, o mejor dicho, fui siguiendo mi penosa peregrinación, y al fin oí voces amigas, que en lenguaje familiar, me dieron prudentes consejos, haciéndome con ellos un bien inexplicable.
Me impulsaron a mirar, a observar, a estudiar y a analizar cuanto me rodeaba, y entonces me convencí de que no vivía sola, que estaba rodeada de multitud de seres ávidos de mi felicidad, cuyas inspiraciones me salvaban con frecuencia de inminentes peligros y me infundían presentimientos saludables. Muchas veces, cuando decimos: «No sé qué tengo, pero estoy tan triste... todo lo veo negro», es que los invisibles nos van preparando para que sea menos rudo el efecto del golpe que hemos de recibir.
Cuando se quiere estudiar, ¡cuántas cosas se ven! Indudablemente, el todo de la vida no está aquí; a los muchos sucesos que me lo han demostrado, puedo añadir dos hechos recientes, que han venido a corroborar mi afirmación, convenciéndome de la influencia que en nosotros ejercen los espíritus.
Conocía a un matrimonio que hace dos o tres años vivía tranquilo y feliz, embellecida su existencia con el amor de una hija, simpática niña que hoy contará catorce años. Mi amiga Teresa era una mujer muy de su casa, amante de su marido y de su hija. No era de imaginación soñadora, ni de esos seres románticos que pasan la vida viendo visiones; poseía el sentido de la realidad, y al pan le llamaba pan, y al vino, vino.
Aleccionada en la escuela de las amarguras por las persecuciones de que había sido objeto su marido a causa de sus ideas políticas y de sus opiniones filosóficas, había sobrellevado su suerte con dulce resignación: serenáronse, por último, sus horizontes, y sintiéndose feliz, solía decir con frecuencia a unas amigas suyas: «¡Cuán dichosa soy! ¡Cuán bella es la vida para mí! Pero no es posible que esta felicidad sea duradera en este valle de dolor: siento como una voz íntima que me dice que estoy apurando las últimas gotas de mi dicha terrestre, y que alguna terrible desgracia me amaga. ¡Dios mío!... ¡Si perderé a mi esposo!... ¡Si se irá mi hija!...»
Trataban sus amigas de disuadirla, haciéndole ver lo infundado de sus temores; ella, sin embargo, volvía a sus presentimientos. Expansiva y alegre por carácter, decíales en medio de sus alegres expansiones: «Dejadme reír, que ya se acerca el tiempo de llorar.» Sin tener nada de visionaria, presentía que iban a amontonarse negras nubes en el cielo de su felicidad, entonces límpido y sereno.
Pasaron días y meses; pasaron dos años, y Teresa comenzó a sentirse mal: la nube que ella había adivinado allá muy lejos... muy lejos... se fue aproximando, hasta que se convirtió en visible amenaza a los ojos de todos. Mujer fuerte y robusta, de una salud privilegiada, sintióse de improviso herida de un mal horrible, de un cáncer en el pecho, que, en menos de un año, puso término a su tranquila existencia.
Indudablemente los invisibles la habían preparado para la fatal crisis que había de preceder a su desencarnación. ¿Qué dirán de estos presentimientos los materialistas? ¿En qué cavidad del cerebro se de posita el fósforo que da vida a esas proféticas inspiraciones? ¿Quién produce esa voz del mañana, si no hay más vida que la presente?...
Hace veinte días que una amiga mía, corredactora de La Luz del Porvenir, se puso a escribir tranquila y risueña; de improviso se sintió acometida de una tristeza inexplicable: levantóse, miró todos los objetos que la rodeaban, y cogiendo maquinalmente. El Evangelio según el Espiritismo, se puso a leer las oraciones para los agonizantes y los recién fallecidos, y al mismo tiempo que las leía, pensaba y decía para sí: -¡Cuántos seres estarán agonizando en este momento! ¡Cuántas madres desoladas llorarán ante la cuna de sus hijos muertos!
Y al pensar en tantos dolores como amargan la vida, sus ojos se nublaren, dejando escapar algunas lágrimas.
En aquel instante entró en el aposento donde se hallaba Avelina, su amiga Antonia, que acababa de recibir un parte telegráfico anunciándole la muerte de una sobrina de Avelina, a la que ésta quería con delirio.
Antonia iba pensando cómo le daría la noticia fatal sin que le causara mucha impresión, y al verla afligida, le preguntó:
-¡,Qué tienes?
-No sé; estaba escribiendo, y de pronto he tenido un acceso de tristeza: me he levantado sin saber a dónde dirigirme, y mira, he cogido El Evangelio y me he puesto a leerlas oraciones de los agonizantes y para los recién fallecidos. Tengo una pena, que no sé lo que me pasa... Antonia, al oír esto, no se atrevió a decirle ni una palabra de lo que sabía, y saliendo de la habitación, dirigía su pensamiento a su madre, diciendo mentalmente:
-¡Madre mía!, ¡ayúdame en este trance! Yo no sé como decirle lo que pasa: conocerá el disgusto que tenemos todos y preguntará qué ocurre. ¡Ayúdanos, madre mía!...
No había concluido su plegaria, cuando sintió los pasos de Avelina, que saliendo precipitadamente del gabinete, le dijo con la mayor angustia:
-¡Ay, Antonia de mi alma! Dime, ¿quién ha muerto en mi casa? ¡Tú lo sabes!
-¡Dicen que tu sobrina está algo delicada!
-¡Mi sobrina ha muerto! ¡Sí, sí, no me ocultes nada! Y Avelina sollozaba con el mayor desconsuelo.
Hay que advertir que no tenía la menor idea de que su sobrina estuviese enferma.
Esperaba la de un día a otro, y se proponía alegremente comprarle muchas galas y juguetes.
Ignoraba en absoluto que Antonio hubiese recibido el telegrama; así es que hubo de recibir toda la intuición de. los espíritus.
Otros muchos casos podríanse citar de presentimientos y revelaciones, que manifiestan claramente que el todo no está aquí; que hay continua relación entre los vivos y los muertos. Nuestras alegrías y nuestros dolores sin causa conocida, todos tienen su historia, todos nacen de los avisos y advertencias que recibimos de nuestros amigos de ultratumba.
Bien estudiado el Espiritismo, abre anchísimo campo a las investigaciones humanas, y deja de abrumarnos el peso de la vida.
Dice un antiguo aforismo que gustando la ciencia, se cae en la incredulidad, pero empapándose en ella, se torna a la fe. Pues esto mismo sucede con el Espiritismo.
Leídas a la ligera sus obras fundamentales, producen más trastorno que beneficios; pero, estudiadas concienzudamente, devuelven la tranquilidad y la resignación al espíritu.
2007-03-22 12:44:04
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answer #5
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answered by elettropodoro 4
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