El cristianismo del primer siglo no utilizaba ni templos ni altares ni crucifijos, ni tampoco favoreció a eclesiásticos con títulos e indumentaria especial. Los cristianos primitivos no celebraban fiestas estatales y rehusaban prestar servicio militar. "Hasta la década 170-80 después de Jesucristo no hay prueba alguna de cristianos dentro del ejército. [...] Parece más probable que la Iglesia impidiera a sus miembros hacer el servicio militar que el permitirles servir sin reproche o penalidad algunos." (Actitudes cristianas ante la guerra y la paz, de Ronald H. Bainton, Madrid, 1963, pág. 64.)
No obstante, como indicaba la carta de Plinio, no todos los que se llamaban cristianos demostraron ser tales cuando se les puso a prueba. Como se había predicho, el espíritu de la apostasía empezó a obrar durante el período apostólico. (Hch 20:29, 30; 2Pe 2:1-3; 1Jn 2:18, 19, 22.) En menos de trescientos años, el campo de trigo del cristianismo se vio invadido por la mala hierba de los anticristos apóstatas, hasta que por fin salió a la luz, con la participación del emperador romano Constantino el Grande (acusado de asesinar a no menos de siete de sus amigos y parientes cercanos), una religión estatal disfrazada con el nombre de "cristianismo".
los cristianos primitivos no celebraban o conmemoraban el cumpleaños de su Salvador, con mucha menos razón el suyo propio. El historiador Augusto Neander escribe: "La noción de una fiesta de cumpleaños estaba lejos de las ideas de los cristianos de este período". (The History of the Christian Religion and Church, During the Three First Centuries, traducción de H. J. Rose, 1848, pág. 190.) "Orígenes [comentarista de la Biblia del siglo III E.C.] [...] insiste en que 'no se relata que ninguna de las personas santas mencionadas en las Escrituras haya celebrado una fiesta o hecho un gran banquete en su cumpleaños. Son solo los pecadores (como Faraón y Herodes) quienes hacen grandes festividades el día en que nacieron en este mundo'." (The Catholic Encyclopedia, 1913, vol. 10, pág. 709.)
Queda claro, entonces, que la celebración de los cumpleaños no se origina ni en las Escrituras Hebreas ni en las Griegas. Por otra parte, la Cyclopædia de M'Clintock y Strong (1882, vol. 1, pág. 817) dice que los judíos "consideraban las celebraciones de cumpleaños como parte de la adoración idolátrica [...], probablemente debido a los ritos idolátricos que se observaban en ellas en honor del que era tenido por dios patrón del día en que nacía el homenajeado".
los cristianos primitivos se negaron a participar en actos de adoración romanos, en particular en el culto al emperador, se convirtieron en el blanco de una implacable persecución. No obstante, no transigieron y permanecieron inamovibles en su determinación de "obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres", rehusando dar a los gobernantes romanos el culto que solo le pertenece a Dios. (Hch 5:29; Mr 12:17;
Minucio Félix (al igual que otros apologistas) muestra que era común que cuando a los cristianos primitivos se les acusaba de no tener altares ni templos para el ejercicio del culto, respondieran que 'no tenían templos ni altares' por considerarlos innecesarios en la adoración. (El Octavio, X, 1-2; XXXII, 1.) Y en un comentario sobre Hebreos 13:10 recogido en la obra Word Studies in the New Testament, de M. R. Vincent, 1957, vol. IV, pág. 567), se hace la siguiente observación: "Es un error pretender encontrar entre los cristianos primitivos algún objeto en particular que correspondiese a un altar, bien una cruz, la mesa para la eucaristía o el propio Cristo
Por lo general, los cristianos primitivos se reunían en pequeños grupos, si bien hubo ocasiones en las que se llegó a reunir "una muchedumbre bastante grande". (Hch 11:26.) Tiempo después, Santiago, el medio hermano de Jesús, consideró conveniente aconsejar al Israel espiritual que no mostrara favoritismo a personas ricas en la celebración de una reunión pública (gr. sy·na·go·gue) de la congregación. (Snt 2:1-9.)
Para los antiguos hebreos y, más tarde, para los cristianos primitivos, las comidas solían ser ocasiones de compañerismo feliz y beneficio espiritual. Además, suministraban una oportunidad de mostrar amor y extender hospitalidad a otros. Parece ser que los hebreos y los cristianos primitivos tenían la costumbre de ofrecer oraciones en las comidas. (1Sa 9:13; Hch 27:35; 1Ti 4:1, 3;
Los primeros cristianos rehusaron servir en el ejército romano, ya fuera en las legiones o en las auxilia, por considerar que ese servicio era totalmente incompatible con las enseñanzas del cristianismo. En su Diálogo con Trifón (CX), Justino Mártir, del siglo II E.C., dice: "Nosotros, los que estábamos antes llenos de guerra y de muertes mutuas y de toda maldad, hemos renunciado en toda la tierra a los instrumentos guerreros y hemos cambiado las espadas en arados y las lanzas en útiles de cultivo de la tierra y cultivamos la piedad, la justicia, la caridad, la fe, la esperanza". Cuando Tertuliano (c. 200 E.C.) consideró "si la guerra les es apropiada de manera alguna a los cristianos" en su tratado De Corona (cap. XI), razonó bíblicamente sobre "la ilegalidad aun de la vida militar en sí misma", y concluyó: "Erradico de nosotros la vida militar". (The Ante-Nicene Fathers, 1957, vol. 3, págs. 99, 100.)
hasta el reinado de Marco Aurelio, ningún cristiano se hizo soldado después de su bautismo." (The Early Church and the World, de C. J. Cadoux, 1955, págs. 275, 276.) "Hasta finales del siglo II [...] los cristianos condenaron y se resistieron a dicho servicio militar." (Historia de la Iglesia primitiva, de Norbert Brox, Barcelona, 1986, pág. 58.) El comportamiento de los cristianos era muy diferente del de los romanos [...]. Puesto que Cristo había predicado la paz, ellos rehusaban hacerse soldados." (Our World Through the Ages, de N. Platt y M. J. Drummond, 1961, pág. 125.) "Los primeros cristianos creían que era incorrecto pelear, y se negaban a servir en el ejército aun cuando el Imperio necesitaba soldados." (The New World's Foundations in the Old, de R. y W. M. West, 1929, pág. 131.) "Los cristianos [...] rechazaban los puestos públicos y el servicio militar." ("Persecution of the Christians in Gaul, A.D. 177", de F. P. G. Guizot, de The Great Events by Famous Historians, edición de Rossiter Johnson, 1905, vol. 3, pág. 246.) "Al paso que [los cristianos] estaban vertiendo máximas de rendida obediencia, se desentendían de terciar en la administración y en la defensa militar del imperio [...]; mas no cabía que los cristianos, sin quebrantar otra obligación más sagrada, viniesen a revestirse del carácter de militares, magistrados o príncipes." (Historia de la decadencia y ruina del imperio romano, de Edward Gibbon, vol. 2, cap. XV, pág. 75 [ortografía actualizada].)
Jesucristo y los cristianos primitivos no se opusieron a la labor de los gobiernos de su día. (Jn 6:15; 17:16; 18:36; Snt 1:27; 4:4.) Reconocieron el hecho de que la sociedad necesita cierta forma de gobierno, y nunca promovieron la desobediencia civil ni la revolución. (Ro 13:1-7; Tit 3:1.) Jesús enunció el principio que deben seguir los adoradores verdaderos de Dios cuando dijo: "Por lo tanto, paguen a César las cosas de César, pero a Dios las cosas de Dios". (Mt 22:21.) Este principio haría posible que los cristianos primitivos (y de todas las épocas) mantuvieran el debido equilibrio en su relación con las dos autoridades, la de los gobiernos civiles y la de Dios. Además, cuando Jesús estuvo en la Tierra mostró que su posición y, por lo tanto, la de sus discípulos, no era de lucha contra los gobiernos de "César", sino, más bien, de conformidad con sus disposiciones, siempre que estas no contravinieran la ley de Dios. El mismo Pilato reconoció este hecho cuando dijo: "Yo no hallo en él ninguna falta". (Jn 18:38.) Los apóstoles siguieron el ejemplo de Jesús. (Hch 4:19, 20; 5:29; 24:16; 25:10, 11, 18, 19, 25; 26:31, 32;
Los cristianos primitivos siguieron el consejo inspirado: "Huyan de la idolatría" (1Co 10:14), y los que hacían imágenes veían al cristianismo como una amenaza para sus negocios lucrativos. (Hch 19:23-27.) Los historiadores informan que los cristianos que vivían en el Imperio romano se colocaron a menudo en una posición similar a la de los tres hebreos por no participar en actos idolátricos. El reconocer el carácter divino del emperador como cabeza del Estado ofreciendo tan solo un poco de incienso podría haber librado de la muerte a estos cristianos, pero pocos transigieron. Entendieron claramente que, si se habían vuelto de los ídolos para servir al Dios verdadero (1Te 1:9), el regresar a la idolatría significaría ser excluidos de la Nueva Jerusalén y perder el premio de la vida. (Rev 21:8; 22:14, 15.)
La perseverancia frente a la oposición al cumplir con una comisión divina, y el aguantar privaciones, persecución y sufrimiento por adherirse a un derrotero de devoción piadosa, fueron cualidades que distinguieron a Pablo y a otros cristianos primitivos como personas de integridad. (Hch 5:27-41; 2Co 11:23-27.)
los llamados cristianos que "reemplazaron el Tetragrámaton por Ký·ri·os" en las copias de la Septuaginta no fueron los discípulos primitivos de Jesús, sino personas de siglos posteriores, cuando la predicha apostasía estaba bien desarrollada y había corrompido la pureza de las enseñanzas cristianas. (2Te 2:3; 1Ti 4:1.)
Aquellos predicadores cristianos primitivos no tenían una gran educación desde el punto de vista mundano. El Sanedrín llegó a decir que los apóstoles Pedro y Juan eran "hombres iletrados y del vulgo". (Hch 4:13.) Los judíos se admiraban del propio Jesús, "y decían: '¿Cómo tiene este hombre conocimiento de letras, cuando no ha estudiado en las escuelas?'". (Jn 7:15.) Los historiadores seglares se han expresado en términos parecidos. Por ejemplo, Celso, uno de los primeros autores primitivos que escribió en contra del cristianismo, hizo asunto de burla el que los entusiásticos predicadores del evangelio fuesen "cardadores, zapateros y bataneros, [...] las gentes, en fin, más incultas y rústicas". (Contra Celso, III, 55.) Pablo lo explicó de esta manera: "Pues ustedes contemplan su llamamiento por él, hermanos, que no muchos sabios según la carne fueron llamados, no muchos poderosos, no muchos de nacimiento noble; sino que Dios escogió las cosas necias del mundo, para avergonzar a los sabios". (1Co 1:26, 27.)
Sin embargo, pese a no haber recibido una educación elevada en las escuelas del mundo, los predicadores cristianos primitivos no carecían de preparación. Jesús preparó bien a los doce apóstoles antes de enviarlos a predicar. (Mt 10.) Esta preparación no consistió solo en instrucciones orales, sino también en aspectos prácticos. (Lu 8:1.)
El tema de la predicación cristiana continuó siendo "el reino de Dios". (Hch 20:25; 28:31.) Sin embargo, su proclamación contenía rasgos adicionales si se compara con la que se efectuó antes de la muerte de Cristo. El "secreto sagrado" del propósito de Dios se había revelado por medio de Cristo; su muerte en sacrificio había llegado a ser un factor vital en la fe verdadera (1Co 15:12-14), y su ensalzada posición como Rey y Juez asignado por Dios debía ser reconocida y aceptada por todos aquellos que obtendrían el favor divino y la vida. (2Co 4:5.) Por lo tanto, se dice a menudo que los discípulos 'predican a Cristo Jesús'. (Hch 8:5; 9:20; 19:13; 1Co 1:23.) Un estudio de su actividad pone de manifiesto que su 'predicación acerca de Cristo' no implicaba que dieran a entender a sus oyentes que Cristo era una figura independiente o separada del reino de Dios y de su propósito global. Más bien, proclamaron lo que Jehová Dios había hecho para su Hijo y por medio de él, y cómo se estaban cumpliendo y se cumplirían en Jesús los propósitos de Dios. (2Co 1:19-21.) De modo que toda esa predicación era para la propia alabanza y gloria de Dios, "mediante Jesucristo". (Ro 16:25-27.)
Ellos no efectuaban su predicación solo por deber, y su papel de heraldos tampoco consistía en la simple proclamación formal de un mensaje. Brotaba de una fe sincera y se efectuaba con el deseo de honrar a Dios y con la esperanza amorosa de llevar la salvación a otros. (Ro 10:9-14; 1Co 9:27; 2Co 4:13.) Por esa razón, los predicadores estaban dispuestos a que los sabios del mundo los tratasen como necios o que hasta los judíos los persiguiesen como herejes. (1Co 1:21-24; Gál 5:11.) También acompañaban su predicación con razonamientos y persuasión a fin de ayudar a los oyentes a creer y ejercer fe. (Hch 17:2; 28:23; 1Co 15:11.) Pablo dice que él mismo había sido nombrado "predicador y apóstol y maestro". (2Ti 1:11.) Esos cristianos no eran heraldos asalariados, sino adoradores dedicados que daban de sí mismos, de su tiempo y de sus fuerzas en favor de la predicación. (1Te 2:9.)
Puesto que todos los que se hacían discípulos también se convertían en predicadores de la Palabra, las buenas nuevas se esparcían rápidamente, y para el tiempo en que Pablo escribió su carta a los Colosenses (c. 60-61 E.C., o unos veintisiete años después de la muerte de Cristo), pudo decir que las buenas nuevas 'se habían predicado en toda la creación que está bajo el cielo'. (Col 1:23.) Por lo tanto, la profecía de Cristo sobre la 'predicación de las buenas nuevas a todas las naciones' tuvo un cumplimiento limitado antes de la destrucción de Jerusalén y su templo en el año 70 E.C. (Mt 24:14; Mr 13:10; MAPA, vol. 2, pág. 744.) Tanto las palabras de Jesús como el libro de Revelación, escrito después de esa destrucción, señalan que habría un cumplimiento mayor de esta profecía cuando Cristo empezara a ejercer la gobernación real y antes de la destrucción de todos los adversarios de ese Reino, una época lógica en la que efectuar una gran obra de proclamación. (Rev 12:7-12, 17; 14:6, 7; 19:5, 6; 22:17.)
¿Qué resultados deberían esperar los predicadores cristianos por sus esfuerzos? La experiencia de Pablo muestra que "algunos creían las cosas que se decían; otros no creían". (Hch 28:24.) La verdadera predicación cristiana, basada en la Palabra de Dios, requiere una respuesta. Es vigorosa, dinámica y, sobre todo, presenta una cuestión que obliga a las personas a ponerse de un lado u otro. Algunos se vuelven opositores activos del mensaje del Reino. (Hch 13:50; 18:5, 6.) Otros escuchan durante un tiempo, pero luego se echan atrás por diversos motivos. (Jn 6:65, 66.) Sin embargo, hay quienes aceptan las buenas nuevas y actúan en consecuencia. (Hch 17:11; Lu 8:15.)
"De casa en casa." Jesús fue directamente a la gente con el mensaje del Reino, y les enseñó en lugares públicos y en sus hogares. (Mt 5:1; 9:10, 28, 35.) Cuando envió a sus primeros discípulos a predicar, les dijo: "En cualquier ciudad o aldea que entren, busquen hasta descubrir quién en ella es merecedor". (Mt 10:7, 11-14.) Es razonable suponer que esa labor de 'búsqueda' requeriría ir a los hogares de la gente, donde los 'merecedores' escucharían el mensaje y los discípulos podrían encontrar acomodo para pasar la noche. (Lu 9:1-6.)
Posteriormente, Jesús "designó a otros setenta y los envió de dos en dos delante de sí a toda ciudad y lugar adonde él mismo iba a ir". Este grupo no se limitaría a predicar en público, sino que también iría a los hogares de la gente, pues Jesús les dijo: "Dondequiera que entren en una casa, digan primero: 'Tenga paz esta casa'". (Lu 10:1-7.)
En los días que siguieron al Pentecostés de 33 E.C., los discípulos de Jesús continuaron llevando las buenas nuevas a los hogares de la gente. Aunque se les ordenó que "dejaran de hablar", el registro bíblico dice que "todos los días en el templo, y de casa en casa, continuaban sin cesar enseñando y declarando las buenas nuevas acerca del Cristo, Jesús". (Hch 5:40-42; compárese con BAS; Besson; ENP, nota; Ga; NTI; NVI; PNT; Val, 1989.) La expresión "de casa en casa" traduce las palabras griegas kat´ ói·kon, cuyo significado literal es "según casa"; el sentido de la preposición griega ka·tá en este contexto es distributivo ("de casa en casa") y no meramente adverbial ('en casa'). (Véase NM, nota.) Este método de llegar a la gente, visitándolos en sus hogares, produjo resultados sobresalientes: "El número de los discípulos siguió multiplicándose muchísimo en Jerusalén". (Hch 6:7; compárese con 4:16, 17 y 5:28.)
Los cristianos primitivos se abstuvieron de comer sangre de cualquier tipo. A este respecto, Tertuliano (c. 160-230 E.C.) dijo en su obra El Apologético (ediciones Aspas, Madrid, traducción de Germán Prado, cap. IX [13, 14], págs. 47, 48): "Ruborícese vuestro error ante los cristianos, los que en nuestros suculentos banquetes ni siquiera admitimos sangre de animales y por esto mismo nos abstenemos de comer animales ahogados o muertos, para no contaminarnos con sangre alguna, aun de la que quedó dentro de las carnes. Uno de los medios que empleáis también para someter a prueba a los cristianos es presentarles unas botas [o, según otros traductores, morcillas] llenas de sangre, convencidos de que eso les está vedado y de que es un medio de hacerles salir del recto camino". Minucio Félix, abogado romano que murió sobre el año 250 E.C., dijo algo parecido: "A nosotros prohibido nos está presenciar homicidios y el oírlos; y tanto horror nos causa la sangre de nuestros semejantes, que ni siquiera gustamos en los alimentos la de los animales comestibles". (El Octavio, ediciones Aspas, Madrid, 1944, traducción de Santos de Domingo, *** [6], pág. 128.)
2007-03-20 10:52:17
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answer #6
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answered by chichita 6
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