He aqui un poco de historia:
En 1453, Mahoma II se apodera de Constantinopla y los sabios griegos emigran a Italia con los manuscritos de Platón, de Plotino, de Aristóteles: éste es el punto de partida del humanismo, del "renacimiento" de la literatura antigua y de las antiguas escuelas grecorromanas: platonismo, aristotelismo, estoicismo, epicureísmo y escepticismo (1). Los hombres del Renacimiento están convencidos de que ha nacido una nueva época, que supone una ruptura con el mundo medieval. Hacen del hombre el protagonista de todas las cosas. Descubren que el hombre es libertad, entendida sobre todo como capacidad de infinitas alternativas. Esta libertad es la que permite al hombre realizar sus facultades esenciales. La inteligencia y el trabajo (las manos) son las dos armas o medios de que dispone el hombre para llegar a ser lo que quiera, para culminar su libertad, para crear y crearse a sí mismo.
Este marcado interés renacentista por el hombre da lugar a la corriente de pensamiento conocida como humanismo (2). Se trata de un movimiento que buscaba mediante la enseñanza de las humanidades (studia humanitatis: gramática, retórica, historia, poesía, filosofía, etc.) el cultivo de las facultades del hombre. El ideal educativo humanista fue el del pleno desarrollo de la personalidad. La literatura antigua, griega y romana principalmente, fue considerada como el principal medio de educación. Lorenzo Valla, Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola, Castiglione, Bruno, en Italia; Montaigne (3), Erasmo, Moro, Vives, en el resto de Europa, no harán más que crear y provocar este "hombre nuevo" surgido de los principios eternos que se encuentran en el mundo antiguo.
Una revolución marca el nacimiento de esta nueva época: la Reforma protestante (4) emprendida por Lutero (1483-1546). Ella viene a impugnar la autoridad de la todopoderosa Iglesia de Roma y, con ello, sustituye la autoridad del papa por la de la conciencia de cada uno. Además planteó la cuestión de la diversidad de opiniones y credos; fomentó un nuevo sentimiento de nación; elevó el prestigio de las lenguas vernáculas; cambió las actitudes hacia el trabajo, el arte y la emoción humana; privó a Occidente de su antiguo sentido de unidad, etc.
El Renacimiento es también la época en la que se precipitan los grandes descubrimientos. Y no sólo el descubrimiento de América (que ensanchará el significado de Occidente y el poder de su civilización), sino sobre todo los descubrimientos científicos (5). Copérnico (1473-1543) afirma el movimiento de la tierra alrededor del sol. Galileo (1564-1642) confirmará esta teoría y descubrirá las leyes matemáticas de la caída de los cuerpos. Kepler (1571-1630) expondrá en 1618 las tres leyes del movimiento planetario. Vesalio crea la anatomía, mientras que Servet concibe por primera vez la idea de la circulación de la sangre. La matemática pura progresa igualmente. En 1543, Tartaglia resuelve las ecuaciones de tercer grado. Vieta, antes que Descartes y Fermat, entrevé el principio de la aplicación del álgebra a la geometría.
En el terreno de la reflexión sobre la nueva ciencia, F. Bacon (1561-1626) comprendió muy bien su espíritu: «saber es poder». El objetivo de la ciencia es establecer y extender el dominio del hombre sobre el universo. Sólo descubriendo las leyes según las cuales se comportan los fenómenos, el hombre puede dominar metódicamente la naturaleza. En una de sus obras más conocidas -"Nova Atlántida"- imagina una isla utópica en la que la ciencia y la técnica dirigen el progreso social. Bacon defiende el método inductivo y experimental como base de la ciencia y exige, como paso previo, la identificación y extirpación de los prejuicios que deforman nuestra visión de la realidad (6).
También en el ámbito de la teoría política se innova. Dos nombres destacan: Niccoló Maquiavelo y Thomas More (7). El primero (1467-1527), en su obra "El Príncipe", no se plantea como problema básico la justificación metafísica o teológica del poder, sino el conocimiento puro y simple de los mecanismos efectivos por los que se consigue y se mantiene el poder político. En esta línea, la virtud es la eficacia en la conquista y el dominio político, la capacidad y astucia para el arte de la política. Ahora bien, el éxito en este arte depende también de la fortuna, la suerte, y de la habilidad para sacar provecho de las circunstancias. Su teoría política aparece así como un saber pragmático; no se trata de averiguar cómo "debe ser" el poder, sino cómo "es", como funciona de hecho en la sociedad moderna. Con Maquiavelo comienza toda una tradición de pensamiento político: la del pensador realista que investiga los mecanismos del poder.
Para Thomas More (1480-1535), por el contrario, el problema fundamental no es el del poder político, sino el de la organización social. En su obra Utopía imagina una isla en la que la vida social está organizada con vistas a lograr la máxima felicidad; sus moradores desprecian el oro y aprecian el trabajo, la igualdad y la naturaleza; son tolerantes en religión y se rigen por un sistema democrático sin privilegios. La idea base de su organización es la igualdad y la cultura del pueblo. En torno a este ideal de reforma social aparecen en años sucesivos otras obras como La Ciudad del Sol de Campanella (1568-1639) o la Nueva Atlántida de F. Bacon.
Si a todo esto añadimos la invención de la imprenta por Gutenberg y la difusión de la cultura resultante, comprenderemos la efervescencia intelectual de esta época. Un nuevo deseo de libertad y de felicidad se apodera de los hombres europeos. Es preciso citar también la doctrina panteísta de Giordano Bruno (8) y, antes que ésta, la filosofía de Nicolás de Cusa (9) que sueña con la tolerancia religiosa, con la cultura con fundamento en la matemática y con la transformación del mundo por técnicas racionales.
En el curso de este período, tres ideas clave del pensamiento moderno hacen su aparición o se desarrollan: la necesidad de una separación de teología y filosofía; la idea de que las matemáticas constituyen el lenguaje básico para conocer la naturaleza; y la idea del método experimental y del conocimiento objetivo de los hechos de la naturaleza. Estas dos últimas ideas (matematización y experimentación) constituyen los dos rasgos principales del nuevo método científico que tantos éxitos dará a la ciencia.
LA EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO CIENTÍFICO EN EL RENACIMIENTO
(Texto adaptado de Max Caspar: "Kepler", Ed. Acento, Madrid, 2003)
Para comprender la situación intelectual a fines del s. XVI, hay que tener en cuenta el profundo cambio en el pensamiento filosófico y científico que se había producido alrededor de doscientos años antes. La escolástica, que culminó en el gran sistema de Tomás de Aquino, había centrado su tarea en desarrollar, sistematizar y ahondar intelectualmente en las verdades de la enseñanza cristiana, al menos hasta donde le resultara posible a la razón humana. En su época realizó esta tarea de manera admirable; pero en su evolución posterior degeneró cada vez más en especulaciones sutiles que no pudieron satisfacer por más tiempo a intelectuales abiertos al mundo y librepensadores. Estos se sintieron sujetos y presos en un sistema de estructuras abstractas que ponía cadenas al espíritu. Aristóteles, cuya influencia abarcaba no sólo el campo de la filosofía sino también el de la física, incrementó su autoridad en gran medida. Tanto fue así que se consolidó la idea de que encontrar y demostrar una verdad significaba y exigía comprobar la tesis con los principios del filósofo. Con el tiempo, esta situación se volvió insoportable y favoreció el hallazgo de una salida.
El espíritu humano se dedicó a observar la naturaleza y a buscar su lugar en ella. Ante él se abrió un reino lleno de enigmas y secretos, un nuevo mundo, un cosmos de belleza extraordinaria en el que se intuía un orden sublime. Si antes se buscaba comprender la naturaleza desde dentro, como un todo y siempre bajo la perspectiva del destino humano en el más allá, ahora la mirada se dirige hacia la abundancia de fenómenos, que, por supuesto, se siguen considerando obra de Dios. Si antes se había mirado hacia abajo, hacia la totalidad del mundo físico, desde el más allá, ahora el hombre se situaba entre las cosas, y desde ellas alzaba la mirada al cielo. El punto central del pensamiento se trasladó de lo sobrenatural a lo natural. Junto a la revelación de Dios por la palabra, surgió la revelación de Dios a través de su obra; junto a las Santas Escrituras apareció el libro de la naturaleza, cuya interpretación se convertía ahora en la tarea principal. Explicar la palabra de Dios era competencia de los teólogos; examinar su obra incumbía a los estudiosos de los fenómenos naturales. Comenzaba una secularización de la ciencia y de la filosofía, y el establecimiento de estos nuevos objetivos favoreció la emancipación paulatina y definitiva del hombre con respecto a la Iglesia, que había acaparado hasta ahora su vida intelectual.
Lo que el ser humano practicaba entonces no era todavía las ciencias naturales tal y como hoy las entendemos. Aún no sabían la paciencia y el esfuerzo indecibles que se precisan para desentrañar los secretos de la naturaleza a través de la observación y la experimentación. Todavía desconocían el concepto de las leyes naturales que establecen una relación causal entre los fenómenos y los traducen a fórmulas. No se había desarrollado en método de conocimiento inductivo según el cual, a partir de una hipótesis, se extraen conclusiones que deben probarse empíricamente para demostrar su exactitud o, al menos, su probabilidad. No se producía ciencia, sino filosofía de la naturaleza. Pretendían alcanzar de golpe lo que el mundo alberga en lo más hondo de su interior. Percibieron el orden y lo denominaron armonía. Se especulo sobre el alma de la Tierra y del universo, sobre la simpatía y la antipatía entre los objetos, sobre los elementos y las almas vivientes, sobre macrocosmos y microcosmos. Para muchos, el platonismo y el neoplatonismo reemplazaron a Aristóteles; se entusiasmaron con la idea de que Dios creó el mundo con la belleza máxima, y en las ideas platónicas admiraban los pensamientos de Dios, que se hacían patentes en los fenómenos sensibles.
El pensamiento teórico del Renacimiento aúna una gran diversidad de tendencias y orientaciones. Giordano Bruno, Nicolás de Cusa, Paracelso son nombres que por sí solos ya reflejan esa pluralidad; cada sabio, en este momento, edifica su propio mundo. Lo viejo y lo nuevo se impulsan entre sí. Este jura en el nombre de Platón, aquel en el de Aristóteles, un tercero busca una síntesis de ambos. La escolástica todavía se mantiene vigente durante mucho tiempo. Alquimistas y astrólogos escarban en busca de nuevos tesoros del conocimiento. Estas diversas tendencias se entrecruzan y, así por ejemplo, el gran astrónomo Kepler construye todo un sistema astrológico basado en su fascinación por la idea de armonía, defiende la idea de un alma de la Tierra y profesa la teoría idealista del saber platónico. Asimismo se muestra conocedor del espíritu de la escolástica, defiende su principio de observación, se sirve de sus conceptos básicos y en sus consideraciones se sirve de la teoría aristotélica sobre la materia y la forma; y todo ello con la misma decisión con que se opone a su física, para la cual sigue una vía personal, nueva.
Precisamente fue la astronomía la primera en sacar provecho de este retorno a la naturaleza. Las mentes se sintieron cautivadas al observar que la estabilidad y continuidad inalterables del firmamento se oponían al fluir perpetuo de los fenómenos terrestres, a su nacer y perecer, que la diversidad inmensa de aquí abajo se oponía a la armonía y sencillez inmutables del cielo. ¿Acaso no se revelaba allí lo que debe entenderse por armonía, un sistema de relaciones numéricas? Y ese mundo, ¿no es acaso una imagen de la mismísima divinidad, origen primero de la armonía, para que la humanidad pueda sentirla más de cerca mediante la contemplación del firmamento?
Pero los impulsos también llegaron por otras vías, las necesidades prácticas. El ajuste del calendario resultaba indispensable desde hacía tiempo porque ya no se correspondía con los movimientos celestes. Quienes emprendían viajes aventurados en aquella época para descubrir tierras nuevas, solicitaban y precisaban la ayuda de los astrónomos para determinar situaciones geográficas. Y la creencia en el influjo de los fenómenos celestes sobre el acontecer terrestre también alentó el empeño por precisar los movimientos de los planetas.
Hasta entonces se había creído que el cielo consistía en esferas de cristal, bolas huecas concéntricas que sostenían las estrellas fijas y las errantes (planetas). Para explicar el movimiento de los astros, especialmente el de los planetas con sus desigualdades, Aristóteles había concebido un sistema formado por gran número de dichas esferas. Al otro lado de la esfera de las estrellas fijas se situó el empíreo, que, en la Edad Media cristiana, al igual que para Dante, constituía la morada de los bienaventurados. Desde allí arriba descendía, ordenada, la jerarquía de las partes en que se dividía el mundo. De todas ellas, la Tierra, en el escalafón más bajo, ocupaba el último lugar. Cada una de las esferas estaría impelida por ángeles u otros seres espirituales. Pero ahora volvió a recordarse la gran producción del alejandrino Claudio Ptolomeo, quien en el siglo II de nuestra era desarrolló un sistema admirable para calcular el movimiento celeste sin utilizar tales esferas. Con la conquista turca de Constantinopla llegaron a Occidente, a través de Italia, numerosos manuscritos griegos, entre los que se encontraba el de su obra más importante, la que vulgarmente se tituló Almagesto y que hasta entonces sólo se conocía por una traducción latina del árabe. Su análisis dio un empuje significativo al ya creciente interés por la astronomía. Pero el estudio de esta obra no se limitó a comprender su contenido; mediante la observación y el uso de instrumentos sencillos se procuró hacer coincidir mejor los datos de Ptolomeo con la realidad observada y completar los cálculos necesarios.
La investigación astronómica abriría las puertas a una nueva visión del mundo con Copérnico. El marcó un hito en el desarrollo del saber occidental. A lo largo de varios decenios escribió y pulió su gran trabajo: De revolutionibus orbium coelestium, publicado el mismo año de su muerte, 1543. Como todos saben, en esa obra ubica el Sol en el centro del universo, alrededor del cual se desplaza la Tierra, como un planeta más, que gira a su vez sobre su propio eje. Copérnico consiguió evidenciar que esa hipótesis explicaba con mucha más sencillez los movimientos de los astros. Y puesto que la naturaleza ama la sencillez, siguió aferrado a esa idea a pesar de todas las objeciones que él mismo tuvo que formularse desde el pensamiento de aquellos días.
Como toda gran obra nueva, la de Copérnico recibió un rechazo general. Las críticas llegaron desde diferentes ángulos. Los teólogos, sobre todo, desestimaron categóricamente la idea del movimiento de la Tierra porque la consideraban contraria a las escrituras. Los físicos remitieron al vuelo de los pájaros, al movimiento de las nubes, a la caída vertical de las piedras y a otras cosas semejantes para rebatir la hipótesis de la rotación terrestre. La noción de que todo lo que yace dentro del campo de atracción de la Tierra participa de su rotación, quedaba completamente fuera de su entendimiento. Además, eran víctimas del concepto aristotélico sobre lo pesado y lo ligero. Pero tampoco los astrónomos se mostraron partidarios de la nueva teoría. No simplificaba en absoluto la solución de lo que ellos consideraban el objeto del estudio astronómico, predecir la posición de los planetas. Por otro lado, a Copérnico no le fue posible aportar pruebas fehacientes de su doctrina. Aún estaba por llegar alguien con la fuerza suficiente para refutar las objeciones, alguien que comprendiera el valor y las posibilidades de la doctrina copernicana y que distinguiera que no se trataba de un método nuevo de cálculo, ni de establecer otro objeto de estudio para la astronomía, sino de configurar una visión nueva del mundo. Kepler fue el hombre que se sintió llamado a realizar esta tarea. Él, con ayuda de las observaciones anotadas por otro de los grandes astrónomos de la época, Tycho Brahe, elaboró esta nueva visión que le llevó a descubrir sus tres famosas leyes sobre el movimiento de los planetas. Su obra, junto a la del gran físico y astrónomo Galileo Galilei, llevarán a la nueva configuración de la física establecida por Newton a finales del siglo XVII.
Además de la importancia concedida a la observación y a la experimentación, conviene subrayar otra característica fundamental que será la clave del desarrollo espectacular de esta nueva física: la matemátización de la realidad. La matemática se constituye en el lenguaje con el que leer la naturaleza: «Las matemáticas constituyen el origen de la naturaleza, porque desde el principio de los tiempos Dios porta en sí mismo, en la abstracción más simple y divina, las matemáticas, que sirven de modelo a las cantidades materiales previstas». (Kepler, Mysterium Cosmographicum)
2007-03-21 15:27:04
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answer #2
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answered by Anonymous
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