ME CONVENCISTE COMPATRIOTA. Te mando algo cortito, si querés leerlo.
Walter Luis Katz
Tres Novelas Cortas
El secreto de Lucien
Ami, entends-tu le vol noir des corbeaux sur nos plaines?
Ami, entends-tu les cris sourds du pays qu'on enchaîne?
Ohé, partisans, ouvriers et paysans, c'est l'alarme.
Ce soir l'ennemi connaîtra le prix du sang et les larmes.
Montez de la mine, descendez des collines, camarades!
Sortez de la paille les fusils, la mitraille, les grenades.
Ohé, les tueurs à la balle et au couteau, tuez vit!
Ohé, saboteur, attention à ton fardeau: dynamite.
Maurice Druon, Joseph Kessel.
Todo talento debe tener un incentivo que influya en su desarrollo. Las predisposiciones de los niños son un documento abierto para el éxito; los mayores tienen la sagrada obligación de apoyarlas. Desde el momento en que el niño comienza a observar, pensar y utilizar las diversas partes del cuerpo, comienza una etapa de aprendizaje que no abandonará nunca. Si es ayudado y guiado por personas especialistas en su materia, progresará de acuerdo con su talento y dedicación y formará la base que dará frutos en el futuro.
*
- Pum, pum. – Los chicos del barrio imitaban los sonidos de la metralla jugando a la guerra; de vez en cuando comenzaba una lucha cuerpo a cuerpo y algunos enemigos se rendían aunque a desgano, para no tener en menos el honor de la verdadera patria. Michel por lo general no participaba, pues su mente estaba en otras diversiones; le apasionaba jugar, pero en el sistema moderno, sin colosales carreras ni golpes.
Planeaba sus juegos haciendo gráficos, teniendo en cuenta todas las posibilidades para resolver los problemas que se presentaban. Cuando ya era claro su objetivo, podía confiar en su intuición, que le permitiría improvisar para llegar a resultados positivos.
También se sentaba durante horas para armar modelos o para estudiar y solucionar juegos de ingenio y charadas. Esas actividades lo ayudaban a desarrollarse intelectualmente.
Otra de sus pasiones era la lectura, y podía pasar horas leyendo buenos libros. Siempre los elegía con ayuda de sus
padres, que tenían en cuenta las aptitudes intelectuales de su
edad, y las posibilidades de ir más lejos para exigir un poco más de su esfuerzo. Solía detenerse en los párrafos importantes, analizarlos y compararlos con los sucesos de la vida, y por sobre todo hacer anotaciones en los márgenes para comentarlas luego con los mayores.
Las novelas con un buen argumento y suspenso lo fascinaban y uno de sus pasatiempos era descubrir los finales antes de terminar de leer los libros, o bien redactar variaciones para las distintas soluciones. Por eso, al llegar a la adolescencia, sin ningún titubeo, su ambición fue ser escritor. Sus padres eran concientes de su vocación y todo el tiempo lo estimulaban para que se inscribiera en la Universidad para estudiar Literatura.
Lo comentó con sus compañeros y pidió opiniones. La respuesta general fue positiva. - Pero, ¿Quien vive de lo que escribe, salvo que sea algo para la prensa amarilla destinada a cierta mayoría del público que busca sensacionalismos? Es difícil y casi imposible editar un libro porque siempre dará pérdidas. La inspiración, los esfuerzos y el dinero invertido sólo sirven para satisfacer el ego del escritor; pues sólo el editor y el librero gozan de las ganancias – dijo un amigo - Supuestos lectores de tus libros serían tus parientes y amigos, pero seguro que los querrán regalados y firmados.
- ¿Y qué pasará si publico algunos cuentos en un periódico? – Preguntó Michel.
- Quizás en tu enésima visita los aceptarán, con la condición de que no recibas un cobre, que lo mutilen para que estén de acuerdo con el gusto del director y sus lectores, y que renuncies a todos los derechos, excepto a la responsabilidad que tienes ante el riesgo de un juicio por plagio, calumnias u otros inconvenientes que te frustrarán la carrera, o raras veces por una extraña paradoja, harán conocer tu nombre.
Con el conocimiento de los obstáculos que se encuentran en el camino, frente al estímulo recibido de sus padres, al finalizar el bachillerato se anotó en la carrera de Literatura y también en Periodismo. Varios años de esfuerzos se presentaban.
Estudió con entusiasmo y obtuvo experiencia dirigiendo la publicación que mantenían los estudiantes de la facultad. Sus juegos de niño estaban presentes ahora, con los mismos objetivos, con mayor intensidad; aprendió a trabajar en equipo junto a sus compañeros de estudios con los que publicó trabajos en conjunto, y gracias a todo eso tuvo su premio recibiendo dos títulos con mención especial, uno como profesor en Literatura y el otro como Licenciado en Periodismo.
El próximo paso fue buscar trabajo en la profesión; pensó que los títulos eran elementos que le abrirían las puertas, que estaban esperándolo, pero se equivocó. Comprendió que debía esperar su turno con paciencia, y si quería progresar debía comenzar desde muy abajo.
Quiso dedicarse a la enseñanza, pero no consiguió ningún puesto; en su intento para trabajar como periodista, buscó trabajo en varios periódicos pequeños, pero no había vacantes. Al ver que se agotaban las oportunidades, se jugó un albur reuniendo todos sus escritos de aficionado que puso en un sobre junto con los diplomas; entró a un diario importante, dejó el sobre en la secretaría y solicitó una entrevista con el director.
Tenía un barullo en su cabeza y para sacárselo entró a un cine a ver dibujos animados. Al anochecer cuando llegó a casa, con sorpresa escuchó en el teléfono el mensaje en que lo invitaban para una entrevista.
El día de la cita, con optimismo aunque con temor, se dirigió al diario dispuesto a enfrentarse a su destino; su alternativa era conseguir un puesto o incorporarse a la larga fila de aspirantes desocupados.
La entrevista fue menos difícil de lo que pensaba. El director era una persona agradable, aún joven; en una larga y amigable charla condujo hábilmente la conversación para que Michel hablara de sus inquietudes y proyectos. Resultado de esa reunión fue el ofrecimiento del puesto de ayudante del cronista de asuntos policiales que el joven aceptó con alegría.
- Mire Michel, si demuestra que usted vale, tiene asegurada una carrera en este diario – escribió una nota que puso en un sobre cerrado – vaya a la oficina del jefe de personal; él se encargará de presentarlo a su superior inmediato y en todas las secciones que sea necesario. Buena suerte. Nos vemos. – Extendió su mano amigablemente.
Varios días después se encontraba trabajando a las órdenes de Gastón, el reportero de asuntos policiales. El hombre tomó a su asistente con seriedad, haciéndose acompañar por él a todas las visitas que realizaba. Lo introdujo en la profesión enseñándole todo lo necesario para ser un buen reportero: saber solicitar buena información, investigar con profundidad los sucesos, y redactar los reportajes y crónicas con erudición y estilo claro
Durante más de un año trabajaron hombro a hombro, y cuando Gastón fue promovido a Jefe de reporteros, Michel recibió el puesto que dejaba vacante. Como dijo el patrón, gracias a su eficacia, su carrera estaba asegurada.
*
En un momento de ocio, caminando por uno de los bulevares de París, miraba distraído una vidriera cuando escuchó un tenue golpe; observó con atención y vio un cachorro de perro basset con la trompa apretada contra el vidrio. El perrito lo miraba con ojos tristes, pidiendo que lo salvara del encierro. Siempre quiso tener una mascota para cuando tuviera necesidad de estar solo, aunque bien acompañado. No pudo soportar los ruegos del animalito y sin vacilar entró y lo compró; decidió darle el nombre de Snoopy, como el héroe de las historietas que deleitaron sus días de infancia. Salió apretándolo contra su pecho sintiendo los fuertes latidos del corazón del perrito. También una rara sensación de calor húmedo lo sorprendió y sólo supo decir – carajo, me has meado – Snoopy le contestó con un lambetazo.
En ese momento comenzó una especial relación entre perro y dueño.
*
Su trabajo como cronista de policiales lo ocupaba durante muchas horas del día, visitando las estaciones de policía para obtener información y también los lugares de los hechos para interrogar a algún testigo. No se conformaba con dar mera información; cuando algún suceso era de importancia, indagaba para que la noticia fuera completa. Sus crónicas eran de calidad, objetivas y escritas con seriedad.
A veces recibía una buena reprimenda de los investigadores policiales por entrometerse y tocar sus fuertes egos, pero él seguía en las suyas. Sin embargo, en algunas oportunidades aportó datos que fueron bien recibidos y agradecidos por los detectives. Incluso recibió propuestas para emplearse en la sección de investigaciones de la policía.
Las primaveras parisinas suelen ser muy agradables, aunque no es raro que se produzca alguna llovizna. Una mañana, luego de dejar estacionado su viejo Citröen, Michel caminó rápidamente bajo la suave garúa; portando el pequeño portafolios en que se encontraban algunas informaciones y una crónica para la próxima edición. Eso era común en su quehacer diario, parte de la rutina del trabajo.
Al entrar al edificio del diario, se encontró con unos colegas que lo esperaban en poses agresivas para comenzar con los chistes diarios.
- Hola Michel. ¿Cuando cambias la catanga? Desde la sala grande escuchamos los ruidos del motor cuando pasaste por la calle transversal; primero pensamos que era un helicóptero, pero ciertos ruidos de hierros y chapas nos convencieron que eras tú con el Citröen y salimos corriendo a saludarte – dijo Jack, el redactor deportivo.
- Perdona, pero a mi coche y a mi perro sólo los cambiaré cuando se mueran. Si ellos me son fieles ¿Por qué no puedo serlo también yo? El Citröen nunca me dejó a pié y tampoco me pidió cuidados especiales. No se sorprendan si algún día la fábrica me da un premio por mi fidelidad. Como él es
Snoopy que sólo me da alegrías.
No mencionó la última travesura de Snoopy. Su madre estaba preparando un omelet para el almuerzo; todos los ingredientes estaban sobre la mesa, entre ellos el plato con los huevos batidos y aderezados. Por unos instantes salió de la cocina y cuando volvió el batido había desaparecido. – ¿Qué me pasa? – Se preguntó - creo que preparé todo; tendré que salir a comprar huevos - en ese instante entró el perro relamiéndose el hocico sucio de huevos. La señora tomó una escoba y comenzó a correr tras de él, que se refugiaba bajo los muebles. Sonriendo, Michel entró a la oficina de Gastón para entregar el trabajo.
- Buen día Michel. El viejo quiere verte. ¿Qué macana hiciste? Pidió que no te demores – Michel comenzó a asustarse, pues el gran jefe tenía a veces sus berrinches, y había que tener fuerzas para aguantarlos. Con cierto temor golpeó a la puerta y entró.
El patrón se veía muy serio; su ancho cuerpo estaba repartido sobre el mullido sillón tapizado con cuero negro. Sobre el escritorio estaban ordenados todos los proyectos para ser entregados a los reporteros.
- Venga Michel. Le tengo preparado un encarguito que influirá en su futuro como periodista, y quizás como escritor e investigador. Aún no sé donde lo publicaremos, si en
Literarias, Revista o simplemente como reportaje. No se trata de algo policial pero por falta de datos requiere investigación; sus conocimientos de historia tal vez le ayuden. Como siempre ocurre en nuestra profesión, el tiempo es nuestro enemigo; es posible que la competencia tenga algún proyecto parecido y quiera anticiparse, por lo tanto debemos apurarnos – Tomó la carpeta destinada a Michel y la abrió.
Michel amaba desafíos; sabía y sentía en carne propia que el periodismo era casi un apostolado, y el público era merecedor de recibir la mejor información; la verdad debía ser conseguida y difundida sin ahorrar esfuerzos para llegar a ella. Entusiasmado se sentó apoyando los dos codos en la mesa, mirando al director con cara interrogante.
El patrón comenzó a darle detalles - se trata de averiguar la identidad de los dirigentes de la resistencia en una pequeña villa de Provenza, que actuó desde la clandestinidad contra las tropas ocupantes durante la segunda guerra mundial. A pesar de que los acontecimientos se dieron a conocer en diferentes lugares al finalizar la guerra, los datos sobre la organización que ayudó a refugiados judíos y maquis a escapar de los nazis en la villa, no salieron a la luz durante casi cincuenta años. Alguna extraña causa evitó que se conocieran. El nombre del dirigente en el lugar permaneció en el misterio – Michel, entusiasmado, comenzó a moverse sentado en la silla.
- Viaje para recolectar la información que necesite, y luego compagínela aquí en la redacción – continuó - quiero recibir el material directamente de sus manos; trate de hacerlo con la mayor rapidez, cuidando la reserva por supuesto – encendió un Gitanes, convidó uno a Michel y le
dio la mano deseándole buen éxito.
Al salir de las oficinas del jefe, lo detuvo una muchacha que trabajaba con los fotógrafos – hola Michel, ¿Por qué tanto apuro? Estás fuera de mi alcance; hace tiempo que quiero invitarte, pero no tengo suerte –una vez tuvieron un pequeño romance que no duró más que un par de semanas.
- ¿Cómo estás Mabel? Estoy partiendo para un trabajo;
dentro de una semana hablaremos.
- No te olvides que tenemos algo empezado.
- Bueno… - Michel le dio una suave palmada y salió a la calle con rapidez, evadiendo la continuación de la charla. Era buen mozo y despertaba la atención de las muchachas, aunque no era ciertamente un galanteador, un faldero. En sus reservados pensamientos estaba la esperanza de encontrar una muchacha buena para ser feliz juntos.
Se dirigió hacia el taller más cercano para que hicieran a su coche un servicio completo; lo dejó allí y entró a un centro comercial vecino a comprar provisiones para el perro y rollos para la cámara fotográfica. Vio un enorme sombrero en uno de los escaparates y lo compró pensando en el fuerte sol de la campiña; también adquirió algunas ropas livianas que se adecuaran a la zona.
Llegó en el coche a la casa paterna – Hola mamá, me envían para un reportaje a Provenza; creo que tomará en total una semana. Salgo enseguida; recién me lo comunicaron, si no te hubiera avisado con tiempo.
- ¿Qué instrucciones me das para atender a Snoopy?
- preguntó su madre.
- No te preocupes por Snoopy porque lo llevo conmigo – puso unas mudas de ropa en un bolso, la besó y en compañía del perro salió mientras gritaba – dale besos a papá en mi nombre.
- Hasta pronto hijo. Viaja con cuidado y descansa durante
el viaje – dijo Denisse.
Michel comenzó a viajar en el viejo Citröen con Snoopy sentado a su lado. En los años del colegio primario y luego del secundario, estudió sobre la segunda guerra mundial, la caída de la línea Maginot, la ocupación y los actos de heroísmo; se hablaba del coraje de los civiles y miembros de La Resistencia, que constituyó una gran fuerza contra el enemigo en todos los lugares, aunque en esa villa, parecía todo olvidado u ocultado. Quizás quienes lo supieron habían muerto. Pensaba en eso mientras viajaba desde París a Provenza. Pronto se sintió cansado y paró para cenar y pasar la noche en una hostería que se encontraba al costado del camino.
*
Se levantó renovado y siguió viajando. A pesar que el viaje lo cansó tanto como al viejo coche, y Snoopy se aburrió terriblemente, disfrutó del paisaje y del sol primaveral. Llegando a una villa en la llanura de Valence, fue recibido por el paisaje que formaban los campos de lavanda coloreados con el lila de las flores. Grandes extensiones de esos cultivos hermoseaban y perfumaban la región. Esa zona abastecía a la importante industria perfumera.
Durante siglos las tierras estuvieron en manos de terratenientes herederos de sus ancestros; las propiedades pasaban de padres a hijos a través de generaciones. Los dueños de esas grandes extensiones sin cultivar vivían de lo percibido por el arrendamiento de pequeñas parcelas y viviendas, hasta que personas con ideas progresistas las dieron a trabajar a colonos, dándoles participación en las utilidades. Así ocurrió en el lugar que Michel ahora visitaba.
Al llegar el siglo veinte, la situación económica, política y social influenciada por los economistas y filósofos de esa época, produjo un cambio en la manera de pensar y en el proceder de la gente.
La antigua casona de dos plantas era la vivienda del dueño y su familia. Desde allí administraban las propiedades constituidas por los labrantíos, animales de cría y de trabajo, máquinas y herramientas de labor, los edificios en los campos y en la aldea cercana a la casa grande.
Pascal, dueño de esos bienes, vendió tierras y viviendas, dejando para sí la mansión familiar y algunos lotes en las cercanías. El dinero mantenido en bancos produjeron ganancias que le dieron buen pasar; además, tenía entradas por alquileres de algunas casas y quintas.
La zona, famosa por los efectos que dan los colores y la luz en diversas horas del día según los puntos de observación, era elegida y frecuentada por muchos pintores, para aprovechar esas naturales ofrendas, y eternizarlas en las telas.
Pascal quiso aprovechar esas visitas y la constante corriente turística, destinando parte del edificio para abrir un hotel y restaurante. Tomó personal entre los habitantes de la villa y él mismo se ocupó de la administración. Desde entonces, con su hijo conocieron buenas temporadas de trabajo y cooperación en el desarrollo del pequeño pueblo.
Su hijo Jean Pierre lo sucedió en el hotel, al que dio un carácter adaptado a los años que precedieron a la década del cuarenta; agregó en el frente un bar que se convirtió en el centro de reunión del pueblo y se hizo popular entre los vecinos por el ambiente de camaradería y fraternidad ya al comienzo de la guerra.
Pocos años después el hotel era atendido por su esposa y su joven hijo Pierre.
*
Después de la primera guerra mundial, la tendencia de los jóvenes habitantes de las zonas rurales era llegar a los centros industriales para trabajar en las grandes fábricas y labrarse un porvenir. Algunos de ellos se fueron a París o a Marsella, en busca de trabajo, con intenciones de enriquecerse o por lo menos llegar a una situación económica estable.
René era un joven nacido y crecido en los campos que sus padres alquilaban del señor Pascal. La familia se mantenía con gran esfuerzo trabajando en el terreno que se hallaba a continuación de la vivienda, donde también cultivaban verduras y criaban aves para el propio consumo. Después de las horas de trabajo René visitaba a su novia Susana, jovencita dulce, con la inocencia de sus dieciséis años. Ella sabía que su novio proyectaba viajar a París para forjarse un futuro; en esos proyectos estaba incluido el regreso para buscarla y casarse con ella. A pesar que todo, los planes entristecían a la muchacha que pensaba en el tiempo que debía aguardar al joven que amaba.
Un día antes de que viajara, Susana lo esperó al anochecer y sin que lo vieran sus padres, lo hizo pasar a su dormitorio, para estar juntos esa última noche. - René – le dijo al entrar – hoy quiero entregarte toda mi pureza para recordarte en la dulzura de estos momentos. Te pido que seas delicado, que vivamos un acto de amor y no de desfloración.
Esa noche hizo mujer a Susana y entre besos, caricias y
nuevos actos de ternura se prometieron amor eterno. Al amanecer se despidieron llorando. René viajó a cumplir uno de los pasos del plan de enamorados.
Susana quedó añorando y dedicando todo su amor al hombre que volvería quién sabe cuando. Al principio recibió muchas cartas con palabras hermosas y promesas; luego comenzaron a llegar más espaciadamente, hasta que al fin se interrumpieron.
René tuvo la suerte de encontrar trabajo en una fábrica de automóviles; se relacionó con muchos jóvenes parisinos, conoció a varias muchachas hasta que se enamoró de Ana, hija de la dueña de la pensión en que él vivía. Tuvieron oposición, y debieron encontrarse en alguna plaza mientras trataban de convencer a la madre de que la relación era seria y que pensaban casarse; con todo eso, ella se mantuvo en su posición hasta el día de la boda. En el pueblo estaba Susana esperando aún sus cartas.
René nunca se enriqueció; los años veinte, que fueron de crisis en todo el mundo, produjeron el derrumbamiento de grandes capitales y la postergación de muchos sueños. Su trabajo y el de su señora fueron la base para mantener la familia. El amor sólido y verdadero, conservó esa unión de la que nacieron varios hijos.
*
Charles era un joven compañero de labor de René en la fábrica, trabajador y responsable; su salud estaba un poco quebrantada por efectos del trabajo insalubre; por esa causa su amigo estaba muy preocupado – ¿Por qué no pruebas en la campiña, trabajando en tareas agrícolas, respirando buen aire y comiendo comida sana? Te puedo contar sobre las virtudes de la región donde nací, que para mí es el paraíso - le dijo.
¿Echas de menos a tu tierra? ¿Piensas volver algún día? -
Preguntó Charles.
- No tengo a nadie allí. Mis padres ya están muertos y mis hermanos hace tiempo que se fueron a otros lugares.
Unos meses más tarde llegó Charles al pueblo, consiguió trabajo en una chacra y se integró a la pequeña sociedad. Conoció a Susana y a sus padres, comenzó a visitarlos y un día los jóvenes reconocieron que se querían.
Susana ya no pensaba en René, pero a su interior volvió el recuerdo de su triste experiencia – reconozco que te amo, mas no quiero aventurarme a algo que tal vez no tenga continuidad; deja que todo fluya normalmente hasta que sepamos verdaderamente lo que deseamos.
- Yo sé exactamente lo que siento por ti y cuales son mis aspiraciones. Quiero que seas mi esposa ya, en este momento – dijo.
- Ven, hablemos con mis padres – dijo Susana con resolución.
Cuando llegaron a la casa de Susana, los padres adivinaron por qué los jóvenes venían con esas lindas sonrisas. Charles pidió su mano y ellos le prometieron su hija sólo con la condición de que la hiciera feliz.
La boda fue sencilla y como se acostumbraba en el lugar, todo el pueblo estaba invitado para celebrar. La pareja pasó a vivir con los padres de Susana mientras Charles, que adquirió un lote para viñedos, terminó de plantarlos. Después levantó allí la vivienda familiar.
Muchos años trascurrieron hasta que Susana quedó embarazada; aunque habiéndose casado muy joven, no llegó a una edad en que dar a luz haría peligrar a ella y a su bebé. La llegada de una niña trajo gran alegría a la familia en momentos que comenzaba una larga guerra.
*
La tarde estaba avanzada cuando Michel estacionó en la angosta y sinuosa calle. Se desperezó estirando el esqueleto que sonó acomodándose; Snoopy, perezosamente, bajó bostezando ruidosamente y el motor del coche comenzó a enfriarse emitiendo extraños sonidos metálicos.
Desde la vereda, en un vistazo hacia los dos extremos, podía verse algunos negocios instalados a lo largo de la principal calle del pueblito. Viejos árboles daban sombra sobre las veredas y gran cantidad de canteros llenos de flores agregaban un detalle de buen gusto; hacia los costados salían algunas calles estrechas y senderos que llegaban hasta las granjas. Entró al pequeño hotel y restaurante y tomó una habitación para compartirla con su perro, compañero de viajes.
Después de ordenar sus ropas en el armario, se dispuso a darse un baño reconfortante en la amplia bañera fabricada por lo menos cien años atrás. Hacía tiempo que no disfrutaba de una inmersión con tranquilidad. Hasta la mañana siguiente estaba libre para pensar en la investigación que le habían encomendado, y cómo la encararía; se sumergió en la ablución purificante, entonando su repertorio de canciones
ante los aburridos gestos de Snoopy.
Después del baño dio de comer al lindo basset y le cepilló el lomo y las largas orejas. Snoopy ya era un perro adulto; había aumentado de tamaño y de peso, y sus movimientos eran pesados.
- Snoopy, Te prometo que tendremos unas buenas jornadas, conversando con los amables y alegres pobladores de la aldea. Junto con las entrevistas disfrutaremos de unas buenas vacaciones, respirando aire puro, y quizás tú conocerás a alguno de tus colegas.
Bajó a cenar silbando bajito una vieja melodía. El comedor desierto le hacía pensar que seguramente la actividad se concentraba en horas de la amñana y al mediodía. Comió unos bocados sin paladear y se sintió cansado; se levantó sin terminar la comida y se dirigió nuevamente a su cuarto; rápidamente se puso el pijama y se metió en la cama. Quedó inmediatamente dormido. La habitación quedó en silencio, interrumpido a veces por un ronquido de Snoopy.
*
Michel se despertó a la mañana siguiente muy temprano, se vistió y sacó a pasear a su perro que corrió por las veredas buscando un árbol para adoptarlo. Minutos después, al volver, lo ató junto a un cerco en el patio del hotel, entró al comedor y esta vez disfrutó la comida. Sobre la mesa había quesos caseros, verduras frescas y pan recién salido del horno; el ambiente olía a café recién preparado. El aire de la campiña entraba por la ventana purificando sus pulmones saturados por el humo de los vehículos de la ciudad; respiró profundamente, como no lo había hecho durante mucho
tiempo.
Cuando vio al dueño del hotel desocupado, le pidió que se sentara con él para hacerle unas preguntas. Con la natural cortesía provenzal, el hombre lo llevó a una de las dependencias interiores, no sin antes descorchar una botella de buen vino cabernet. Con el temor de no poder aguantar los efectos del alcohol, Michel bebió con moderación y pudo salir del paso en forma elegante.
- Mi diario tiene interés en escribir sobre los interrogantes que quedaron sin respuesta, referentes a los miembros de la
resistencia en el lugar; tengo entendido que no se han publicado datos ni nombres, a pesar que transcurrieron cincuenta años después de los hechos - dijo Michel.
El mostachudo hotelero comenzó a hablar libremente, como si hubiera estado esperando su oportunidad – Mi padre fue uno de ellos; recuerdo que mi madre nos escondía en la bodega para que no estuviéramos expuestos al peligro. Por precaución nunca se difundió el nombre de otros integrantes, incluso entre los miembros de la organización; con la negativa a informar, la gente procuraba no provocar riesgos a los demás. En caso de que alguien fuera torturado, no sabría nada importante que pudiera revelar.
- ¿En qué forma ayudaban a los refugiados a escapar? ¿Tenían alguna forma especial para actuar? – preguntó Michel.
- El hotel era el centro de refugio de las personas que huían, y la bodega les sirvió de habitación y comedor. A veces pasaban semanas enteras encerradas en el sótano, y sólo salían de noche a hacer sus necesidades. Los vinos y quesos allí almacenados, fueron para ellos muchas veces único alimento. Cuando estaban seguros de que no eran observados, conducían a los refugiados a los lugares ocupados por los maquis y los entregaban para que los cuidaran. Allí, después de un tiempo, cada uno elegía su destino: quedarse con el grupo para ayudar en la resistencia o seguir camino a lugares más seguros.
- A veces se producían tiroteos entre los pobladores y las fuerzas ocupantes; mi padre murió en uno de los choques armados contra un camión con soldados.
Michel observó con atención los cubiertos de plata con que comieron los bocadillos. Pierre, el hotelero, continuó - le aconsejo conversar con el párroco del pueblo, pues es posible que en la iglesia se conserven documentos de aquella época.
Michel trajo a Snoopy, para viajar con su coche hacia la iglesia. Ésta se encontraba en las afueras del pueblo sobre una de las callejuelas laterales; desde allí se podía ver el inmenso manto violeta que cubría las tierras hasta el horizonte. Un arroyo serpenteaba dando vida a infinidad de plantitas silvestres en pleno florecimiento. El silencio era casi absoluto, interrumpido a veces por el lejano ladrido de un perro o el canto de un ave. Snoopy comenzó a correr ruidosamente, aplastando flores con sus cortas y musculosas patas, y espantando pájaros. El ambiente pastoril dio a Michel ganas de trabajar; se sentía muy bien de ánimo, con el cuerpo renovado. Inspiró profundamente varias veces y
golpeó a la puerta de roble.
En la vieja madera se apreciaba el efecto de los años, las lluvias, el sol y el descuido, aunque aparentemente no había perdido su fortaleza y elegancia.
Un cura corpulento con manos enormes se asomó;.parecía más un cargador de puerto que un religioso; lo invitó a que entrara. El repentino frío calaba los huesos de Michel que ya añoraba el calor recibido de los rayos del sol minutos antes. Prestó atención a la vieja construcción; paredes con revoque precario y piso construido con lajas bien apisonadas sobre la tierra. El atrio estaba humildemente amoblado, con un pupitre para el uso del sacerdote en los sermones, y unos estantes escalonados forrados con tela, con los objetos del ceremonial. En el centro de la nave había dos pequeñas filas de bancos para el uso de los feligreses. El ambiente dado por el sencillo moblaje le produjo un estado extático; se arrodilló y se persignó.
Salieron del templo y se sentaron en un gran patio abierto hacia el campo, bajo un parral cuyos racimos pendían casi tocando sus cabezas; entre las uvas, un enjambre revoloteaba y picoteaba las que comenzaban a madurar.
- Yo llegué al lugar cuando mi antecesor falleció, muchos años después de los tristes sucesos de la guerra. El padre no documentó nada, y si lo hizo, lo escondió. Dicen que los nazis lo torturaron para obtener alguna información, pero nada salió de su boca. Algunos feligreses me contaron sucesos como el de un camión con proyectiles que los alemanes dejaron junto a la vereda en una de las redadas y que unos niños explotaron arrojando a su interior algunas teas encendidas; también hay relatos de los sabotajes en los caminos enterrando minas, produciéndoles pérdidas y bajas cuando los vehículos pasaban sobre ellas. – Con el café que sirvió venía una cucharita de plata del mismo modelo que los cubiertos del hotelero
El periodista agradeció al cura por sus atenciones y salió pensando – he hecho un viaje inútil, pues no reuní un solo dato concreto - la hora del almuerzo estaba próxima y Michel prefirió regresar para comunicarse con sus padres, alimentar al perro y recibir él mismo una buena comida.
En el salón comedor se sentaban dos parejas de turistas que habían parado en la villa para comer y luego seguir viajando. Pensó que él y Snoopy eran los únicos seres con pensión completa en el hotel.
La comida que sirvieron representaba dignamente al lugar; las costillitas de chivito recién sacadas del fuego y otras delicias que comió utilizando las manos, le hicieron chuparse los dedos. Después del almuerzo subió a la habitación a descansar y programar el plan de acción.
- Snoopy, me parece que no va a salir mucho de esto; nadie sabe nada y si tenemos en cuenta la cantidad de habitantes del pueblo, casi no quedan testigos para interrogar - Snoopy lo miró con sus ojos tristes de perro basset y le contestó con un bostezo.
*
Después de descansar, ambos salieron caminando hacia uno de los negocios; Michel ató el perro al lado de la puerta y entró.
- Pobrecito. ¿Por qué lo ató? – Preguntó la joven vendedora, y salió a desatarlo e introducirlo en el local; comenzó a acariciarlo y a jugar con él, mientras preguntaba en qué podía ayudar.
Después que Michel compró lo que necesitaba, para ser
formal se presentó y preguntó a ella su nombre; siguió conversando con la muchacha, que continuaba jugando con Snoopy. El perro sabueso le devolvió los cariños con un fuerte coletazo que la hizo saltar del dolor.
- ¿Hace mucho tiempo que vives en este lugar?
- Nací y crecí aquí; solamente permanecí en Marsella durante los años del secundario. Todos los jóvenes de esta zona estudian en las ciudades por falta de esos colegios en los pequeños pueblos.
- ¿Conoces la historia de la región? ¿Qué me puedes contar sobre la resistencia en esta parte de Francia?
- Todo lo que se sabe es por lo que se cuenta, pues no se ha escrito nada sobre el tema, pero circulan historias que a veces parecen imaginadas. Mi abuelo contaba que a veces encontraban al costado de los caminos personas colgadas que los nazis ahorcaban porque sospechaban que ayudaban a la gente que escapaba; también recordaba el triste caso de un matrimonio que aún vive en el pueblo, muy ancianos.
- Quisiera escucharlo de ellos mismos. Trabajo para un periódico interesado en un reportaje ¿Crees que accedan a conversar conmigo?
- Si te interesa, puedo acompañarte a visitarlos; conozco a la señora; es muy amable y nos recibirá con gusto.
*
Michel fue a buscar el coche; mientras, la joven pidió a su madre que atendiera la tienda. Snoopy, que disfrutaba de la compañía y los mimos de su nueva amiga; subió y se acomodó en su regazo, dando vocecitas de satisfacción. Sobre el camino de tierra el viejo Citröen daba saltos cada vez que subía a un bache, alegrando al perro y fastidiando a Michel.
Llegaron a la humilde construcción con techo de paja a dos aguas, habitada por la pareja de ancianos. La señora salió contenta a recibirlos, los hizo pasar, y después de ofrecerles asiento, continuó alimentando a su marido con una cuchara de plata que parecía pertenecer a la misma caja de cubiertos, la del hotelero o la del cura. Mientras comía, el hombre no hablaba y todo el tiempo miraba hacia el cielorraso. Los jóvenes dieron un vistazo al cuarto; faltaba parte del vidrio de una de las ventanas, reemplazado por un trozo de cartón y cubierto por una cortina de colores. El mobiliario estaba constituido por una larga mesa y algunas sillas de madera y al lado de una de las paredes había un bargueño con algunos adornos. Cuando terminó de atender a su esposo, la señora comenzó a contar su historia.
- Éramos muy jóvenes, recién casados. Trabajábamos en los viñedos que habíamos plantado en el terreno que se encuentra a continuación de nuestra casa. Cuando comenzó la ocupación, Guy, mi esposo, se incorporó al grupo de resistencia que se formó con otros jóvenes de la aldea. Ocultaban personas que huían y las trasladaban a lugares seguros. También colaboraban con los que luchaban en la clandestinidad. Los alemanes hacían lo imposible por atraparlos, principalmente al cabecilla, sin ningún resultado positivo; buscaron en todas las casas hasta que llegaron a la nuestra. Esos inhumanos pretendieron recibir información torturándolo; soportó hasta que perdió el habla y el uso de las manos. Los torturadores lo dejaron tirado en el frío piso y así lo encontré, sangrante y desvariando. Al parecer no dijo una palabra que comprometiera a sus compañeros.
- ¿Recuerda usted como estaba organizada la resistencia? – Preguntó Michel.
- Recuerdo algunos detalles de la organización. Durante mucho tiempo se prohibió hablar de eso, pero hoy puedo contarlo. Había un solo contacto, común para todos y la contraseña para comunicarse con él era “Flor de Lis”. La relación no era personal, sino por medio de notas y otros mensajes que se recogían en lugares ya convenidos. Hubo una sola persona a quien llamaban así, pero su identidad quedó en un completo misterio. Se realizaban misiones rápidas; de las que yo conocí algunas eran para transportar personas, otras para efectuar sabotajes, llevar armas y alimentos.
La aparición de cubiertos similares en cada casa estimuló la curiosidad de Michel que preguntó - ¿Esa cucharita tiene alguna relación con la gente de la resistencia?
- Mi marido recibió como regalo un juego de cubiertos de alguien perteneciente a ellos, aunque enviado en forma anónima. Durante muchos años no los usé por ser lujosos para mi humilde casa, pero no teniendo a quien obsequiarlos decidí utilizarlos. He visto algunos parecidos en otras casas, pero creo que los han comprado. Son muy comunes en la región.
Antes que los jóvenes se fueran, le dijo a Michel el nombre de un antiguo amigo de su marido y le explicó como llegar a la casa.
- Hemos avanzado gracias a ti - dijo el joven al subir al coche - quizás el próximo anfitrión nos dé la identidad de “Flor de Lis”. Quiero agradecerte tu atención invitándote a cenar en el restaurante del hotel.
- Te agradezco, pero prefiero invitarte a comer a mi casa. Verás qué buena cocinera es mi mamá.
*
Charles no participó en acciones contra los ocupantes, pero ayudó en la organización y a veces colaboró para enviar mensajes a los demás compañeros. Lo hizo sobre una vieja bicicleta, aparentando ser un simple vecino que llevaba productos, o que simplemente hacía compras en los negocios. La vida sana le ayudó a recuperar su salud y vivir muchos años para disfrutar con la hermosa y adorable nieta. Tuvieron una relación especial con muchas conversaciones íntimas; también fue para ella un buen consejero que le enseñó a conocer a las personas.
- Abuelo – preguntó Marie que tenía entonces catorce años - ¿Por qué todos los pueblos de la región tienen historia, sucesos de los que se sienten orgullosos y el nuestro no, como si nada haya ocurrido, bueno o malo?
- Mira, querida: aquí ocurrieron cosas maravillosas que pueden enorgullecernos, sólo que por motivos muy especiales no se dieron a conocer. Terminada la guerra, la gente se sentaba al atardecer en la vereda, para conversar; en muchas ocasiones relataban actos de heroísmo de muchos de los vecinos. ¡Ojalá se publiquen para hacer justicia a sus protagonistas! Sólo falta descubrirlos.
- Abuelito, me gustaría ser yo una de las personas que hagan conocer esos actos, y por ellos a nuestro pueblo y su pasado.
- Primero debes estudiar, tener conocimientos suficientes y luego reunir todos los datos necesarios de primera fuente y autenticidad que no requieran discusión.
Charles se preocupaba por la educación y el futuro de la niña - Marie, mi amor – solía decirle – cuando conozcas a algún joven observa lo que hace, cuales son sus fundamentos y objetivos; qué sentimientos tiene para cada uno y cómo los expresa, y sobre todo si es digno de recibir tu confianza. Marie creció con la mente abierta para entender a cada persona; siempre fue espontánea y segura de sí misma para no ser conquista de encantos falaces.
*
Michel aceptó la invitación y ese día cenó con Marie y sus padres. Conoció personas agradables que sabían recibir invitados y en especial, comprobó las dotes culinarias de la madre. Le pidieron que hablara sobre sus actividades en el diario y un poco de sus ambiciones personales. Antes de irse pidió autorización para que la muchacha lo acompañara en la visita al próximo entrevistado.
- Snoopy – dijo cuando estaban en el coche - el círculo se está cerrando y si sigue así, pronto tendrás que despedirte de tu nueva amiga – El perro sólo movió la cola.
*
Michel se despertó nuevamente temprano, se aseó, cepilló a Snoopy y lo sacó a pasear, soltándolo para que corriera en la solitaria calle y encontrara su árbol. Luego volvieron al hotel y se comunicó con sus padres.
Se sentó a la mesa y el animalito se tiró debajo de ella. El desayuno fue un agasajo para el estómago; los quesos y
embutidos eran excepcionales acompañados por bollitos calientes.
Permaneció sentado recordando lo ocurrido el día anterior, especialmente los diálogos con Marie, la cena en su casa y la conversación con sus padres. Después puso en marcha el coche y se dirigió a recoger a la joven.
Lo esperaba en la vereda. Se había puesto un vestidito estampado con pequeñas flores que resaltaban su figura simpática; la brisa agitaba la prenda, así como sus cabellos. Michel sacó de su bolsillo la pequeña cámara fotográfica y le tomó una foto. – Este será un lindo souvenir de mi estadía en Provenza.
- Deja que yo también te fotografíe para tener mi souvenir y mirar tu foto cuando te recuerde - trajo una cámara y lo fotografió junto con el perro.
- Michel – dijo Marie – He estado pensando, la información sobre el grupo era limitada también para los componentes, evitando que se dispersara a receptores no deseados, aunque en forma paradoxal, era conocida por los delatores. Basándome en eso, recordé que hubo una persona que fue considerada como tal por su actitud poco amistosa y su negación a colaborar en las actividades que se desarrollaban en esos días. Con el correr de los años tal vez haya ablandado su posición y acceda a hablar con nosotros.
- Estoy contigo; quizás podamos obtener de él la información que no lograron los vecinos del pueblo en aquella época. Indícame donde vive, para que vayamos a visitarlo.
Entraron al coche. Snoopy no quiso subir al asiento trasero y se obstinó en sentarse sobre las piernas de Marie; su actitud les produjo risas. El día comenzaba con carcajadas y alegría.
El hombre que los recibió no se destacó por su amabilidad y trató de entrar a la casa para interrumpir la conversación. Marie comenzó a hablar con suavidad - Espere; no es nuestra intención crearle una situación no grata. Solamente debemos agregar a nuestra información algunos elementos necesarios, y sin ellos volveremos al principio. El reportaje puede aclarar gran parte de la historia y que se reconozcan los esfuerzos de un grupo de gente.
Las palabras de Marie produjeron un cambio en la actitud del anciano, que abrió la puerta y los invitó a entrar. La sala era amplia y muy bien amoblada. Su señora tendió la mesa y sirvió un desayuno. Llamó la atención de los jóvenes el juego de cubiertos de plata, al parecer de la misma fábrica, aunque era un modelo diferente.
- ¡Qué lindos! – Dijo Marie, observando sus formas.
- Los recibimos de regalo cuando éramos jóvenes – dijo la señora - se puede apreciar que el diseñador tenía buen gusto.
- Los envió un compañero nuestro sin descubrir su nombre – agregó su marido - pertenecíamos a la Resistencia; yo tenía un puesto de mucha importancia en la organización, y participé en decisiones significativas; ser descubierto significaba desbaratar en un momento todo lo hecho; para no comprometer a nadie, incluso a mí mismo, simulé tener una posición contraria. Mis actitudes fueron conocidas como la de alguien que reniega de sus amigos y fue necesario que todos creyeran que era así.
Continuó hablando – No olvidemos que teníamos un enemigo cruel, sin ningún prejuicio ni piedad; no peleaban frente un adversario militar organizado, sino contra un pueblo indefenso. Eran seres sin sentimientos; actuaban con frialdad, sin compasión ni odio. Mi comportamiento ayudó para cumplir mis misiones sin despertar sospechas.
Al ver Michel los cubiertos de plata que además eran de otro modelo, comenzó a pensar que estaba muy cerca de la solución del enigma, o tal vez… – Dígame señor, muchos detalles me llevan a una sola respuesta; usted recibió un juego de cubiertos diferente de los otros y su especial cuidado para no llamar la atención como simpatizante del movimiento, revelan su interés por ocultar la realidad. Entonces ¿Era usted el jefe de la organización?
- Usted se equivoca; yo era un miembro más que tampoco conoció los detalles sobre nuestros dirigentes. Sólo puedo decirles en voz muy baja: busquen a Flor de Lis; ahí estará la respuesta – que tengan suerte – dijo sonriendo.
- Estoy conforme. Los datos coinciden con los de la señora que visitamos ayer. La conversación desarrollada con el hombre nos llevará a un nuevo paso y ya nos estimula para continuar con la próxima visita – dijo Michel.
Esta vez tuvieron que viajar a un lugar alejado del pueblo. En un costado del camino había largas filas de viñedos mantenidos en espalderas, formas parecidas a los parrales, pero sin el característico techo. Frente a las viñas, en el otro costado, el campo se extendía en una plancha violeta.
- Marie, soy feliz por tener tu compañía en estas entrevistas; tu presencia y tu ayuda aumentan mi seguridad – le tomó la mano suavemente. Marie sonrió sin contestar.
Llegaron a un lugar alto; habían desmontado casi una hectárea de terreno dentro de la inmensidad de los campos. Sobre ese espacio había un jardín con plantas perennes, que rodeaba a una vieja casona construida con bloques de piedra; las paredes estaban cubiertas por trepadoras que llegaban hasta el techo. Los grandes árboles que circundaban el edificio fueron plantados por el antiguo morador, para resguardo, en el lugar donde solamente había sembrados y plantaciones de poca altura.
Los jóvenes fueron recibidos con cordialidad por el hijo del antiguo dueño de casa, miembro del grupo. Los muebles del salón eran del tradicional estilo provenzal; fueron invitados a sentarse sobre los amplios sillones de fuerte madera cubiertos por enormes almohadones de tela floreada. Antes de que comenzaran a hablar, su esposa ya había tendido la mesa colocando una linda vajilla y cubiertos de plata, y servido exquisitas masas y vino oporto.
Luego de conversar sobre temas ocasionales, el hombre comenzó a contar – Mi padre se encargaba de conseguir armas y alimentos para la gente que operaba en lugares secretos; las armas las recolectaba de las casas de los vecinos. De esa manera se aseguraban el armamento necesario y al mismo tiempo evitaban problemas en caso de un registro sorpresivo en las viviendas. Salía temprano en su carro, las escondía en algún lugar para que fueran recogidas, y luego se dirigía al campo donde permanecía trabajando en los cultivos. Regresaba al atardecer; esos momentos eran de tranquilidad para la familia al saber que todo funcionó bien, sin problemas.
- En la aldea hubo algunos delatores que nunca fueron descubiertos; a veces la gente era sorprendida durante algún procedimiento, por lo que decidieron dar a las actividades un carácter más secreto. A pesar de ello, un día llegaron soldados, seguramente por datos obtenidos; efectuaron una búsqueda dentro de la casa, y luego un duro interrogatorio acompañado de golpes que mi padre soportó en silencio. Al no lograr ninguna información, lo llevaron al fondo de la casa y lo asesinaron. Mi madre y yo quedamos adentro sin poder hacer nada para ayudarlo.
- Cuánto me duele escucharlo… su dolor es el dolor de todos. ¿Por qué lo guardó tanto tiempo? – Preguntó Michel con pena.
- Es cierto que la desgracia fue compartida por todo el pueblo en su momento, pero a este eterno dolor lo consideramos algo privado, personal, de la familia; es parte de nuestra vida.
Ante la trágica historia, los jóvenes no supieron qué más decir; con gran pesar se despidieron de los dueños de casa.
Salieron, subieron al coche y comenzaron a llorar abrazados; el perro, como si entendiera lo que sucedía, tocaba a ambos emitiendo angustiosos gemidos.
Marie bajó en su casa y Michel se dirigió al hotel. Allí, con el corazón destrozado se tiró sobre la cama y lloró hasta quedarse dormido.
*
Lo despertaron unos golpes en la puerta; abrió y frente a él estaba la muchacha con los ojos aún enrojecidos por el llanto. Entró y se abrazaron llorando.
- No pude dejarte solo en estos momentos y también yo necesité de tu compañía – Marie se sentía identificada con Michel.
- No mereces que te haya hecho partícipe de esta tristeza. ¿Nuestro amor tiene que comenzar así, con dolor? – Dijo espontáneamente.
- De esta manera comenzamos a querernos sin frivolidades, ni relaciones superfluas, sino desde una base profunda – contestó Marie.
- Michel comenzó a besarle el rostro salado humedecido por las lágrimas y Marie lo acariciaba devolviéndole los besos. Continuaron abrazados, besándose y acariciándose con exaltación, como temiendo que el tiempo acabara y con él el acto de amor. Instantes después estaban sobre la cama amándose tiernamente.
Cerca del anochecer, la joven bajo del lecho, cubrió amorosamente con una frazada el cuerpo desnudo de Michel, que dormía, y sin hacer ruido salió para su casa.
- ¿Cómo estás hija, cómo está Michel? – Preguntó su madre con preocupación.
- Mejor, mamá. Ahora está descansando y espero que poco a poco salga de este momento traumático. Quizás sea apresurado, pero puedo contarte que en ese momento de desesperación descubrimos nuestro amor.
Durante el sueño Michel se destapó quedando desnudo al lado de la ventana por la que entraba el frío del alba. Bajó de la cama y en varios saltos estuvo bajo la ducha de agua bien caliente. Con dulzura recordaba los momentos de dolor y de felicidad compartidos con la mujer que ya había comenzado a querer.
*
Ives, hijo de Ana y René era un muchacho con muchas aspiraciones, trabajador, amante de la lectura, de la buena música y con condiciones para comunicarse con la gente. Pensaba seguir una carrera universitaria, pero se casó siendo muy joven, postergando sus planes. Se enamoró de Denisse y renunció a todo para vivir juntos. Nunca se arrepintió y con la formación de un buen hogar tuvo alegrías y satisfacciones.
Denisse, tenía los mismos gustos e inclinaciones que Ives y aunque sus caracteres eran diferentes, se complementaban para compartir una vida de amor. De ese amor nació su único hijo que los honraba con sus logros. Los felices padres lo estimulaban y ayudaban para que triunfara en la vida.
*
Después de atender a Snoopy, Michel buscó a Pierre. La cocina y el comedor estaban en completa actividad y se observaba movimiento de viajeros. Al no tener oportunidad de conversar con el hotelero, se sentó a desayunar y luego caminó hacia la casa de Marie, seguido por su fiel perro que daba saltos de alegría al descubrir en qué dirección caminaban.
La madre de Marie lo hizo pasar a la casa; la joven, que estaba desayunando, lo llamó a sentarse a su lado. - ¿Cómo
te sientes esta mañana? – Dijo a la vez que lo besaba.
- Tengo muchas sensaciones, sobre todo de amor. Soy muy feliz por querernos; ya eres parte de mi vida, estás en todos mis pensamientos y ese sentimiento me ayuda a reponerme de nuestra triste vivencia en esa casa.
- ¿Cómo continuaremos nuestra investigación? ¿Tienes un plan especial?
- Veo que estamos con un gran problema – respondió Michel – te propongo que nos pongamos a analizar todos los datos que tenemos y decidamos cómo seguir actuando.
Michel – dijo Marie – el dueño del hotel te pintó un cuadro completo, pero desde su ángulo de observación. Ignora nombres o lugares específicos, y con la muerte de su padre la posible fuente de información se agotó. El cura no es testigo ideal porque llegó al pueblo muchos años después de los sucesos y escuchó sólo cuentos, no documentados para que sirvan de pista. Lo que pudo ocurrir en la iglesia quedó como incógnita. Quizás el anciano inválido tiene la respuesta, pero salvo que ocurra un milagro, se llevará el secreto a la tumba.
- La trágica historia que escuchamos ayer puede tener una respuesta oculta –agregó Michel - el hombre fue un mártir, pero por otra parte era una persona como todas, con sus flaquezas, entre ellas el miedo a la muerte. Supongo que no sabía nada de interés para decir. Al matarlo, los alemanes demostraron inseguridad y falta de paciencia por no obtener respuestas satisfactorias.
Marie continuó - tampoco las cucharitas nos dicen
mucho, pero teniendo en cuenta que son de mucho valor para ser adquiridas por todos, hay algo misterioso; estoy segura que las recibieron de una persona que hacía los mismos regalos a gente de la resistencia. Resumiendo, yo me inclino por la hipótesis de que hay algo escondido o enterrado en la iglesia.
Michel la miraba con admiración – claro preciosa, tienes razón; tenemos que hablar con el cura para que nos permita buscar en la iglesia y sus alrededores. ¿Que te parece?
- Le diré a mamá que salimos.
Media hora después tenían la autorización para buscar, revolver y excavar. – Michel, te propongo comenzar mañana; para hoy pensé en algo personal: salir de picnic contigo –dijo Marie.
Volvieron a casa; con la madre prepararon una canasta con comida y bebidas, y también llevaron en el coche una gran sombrilla y una alfombra de esterillas. Ese día fue ganado enteramente para ellos, sin pensamientos que distrajeran la felicidad de ambos.
No lejos del pueblo, a orillas del arroyo, encontraron un buen lugar en el límite con las plantaciones de lavanda, donde había una pequeña franja cubierta de pastos y flores silvestres. Marie clavó la sombrilla y debajo de ella extendió la alfombra. Se arrodilló para acomodar las cosas, cuando Snoopy, que quería jugar, cayó como un huracán sobre ella. Michel saltó sobre el perro para defenderla, originando una batalla entre tres fuerzas. Al final quedaron los tres tirados sobre el pasto, abrazados y exhaustos.
Fueron a la orilla del arroyo a mojarse los pies en las frías aguas; mientras cantaban comieron las provisiones que traían en el canasto y bebieron las gaseosas. Snoopy masticó pastos frescos y flores.
- Una vez, siendo chico, le dije a mi mamá que me gustaría subir a la bicicleta y recorrer el Sena hasta su desembocadura; me imaginaba que había mucho para ver.
- ¿Tú sabes cual es la longitud del río? - Me preguntó - nace en Costa de Oro y desemboca en El Havre. Son muchos kilómetros para pedalear.
- Lo sé, mamá – le contesté - pero lo haría en muchas etapas y en compañía. Además comenzaría desde París. Sería una linda aventura y también podría conocer parte del país.
- Nunca viví esa aventura, pero realicé muchos paseos por las orillas, descubriendo cosas que no hubiera apreciado a través de la lectura o escuchando la experiencia de otros.
- Yo también he hecho muchos paseos en bicicleta con mis padres por la región, a pescar y a cortar flores – contó Marie.
Los jóvenes volvieron abrazados, felices.
*
Temprano en la mañana estuvieron en la iglesia con la intención de comenzar a trabajar. Subieron al campanario, dieron vuelta todo lo que invitaba a ser revisado y movieron los muebles dentro de la iglesia. El joven sacerdote buscó en el interior del edificio. No encontraron nada que llamara la
atención
Volvieron a la casa de Marie. Mientras Michel tomaba un café, ella entró a buscar ropas adecuadas para el trabajo. Al cabo de unos minutos salió vestida con un overol gris, trayendo un mameluco para él.
- Michel, querido, traje dos pares de guantes para que no tengamos ampollas en las manos; deberemos trabajar duro con la pala y la azada. Además, tendremos que atar a Snoopy para que nos deje mover con tranquilidad sin arrastrarnos a sus juegos, aunque se ofenda. Michel la abrazó sonriendo.
Cavar con la pala no fue fácil; los jóvenes trabajaron fuerte haciendo pozos en el jardín y alrededor de la casa. De tanto en tanto el cura les traía galletas y un tazón con te.
Sintieron que el día transcurrió muy lentamente; tenían el cuerpo dolorido y las manos insensibles. Decidieron poner fin a ese esfuerzo inútil. Caminaron hacia el galponcito donde se guardaban las herramientas, dejaron las palas, subieron al coche y partieron.
Fueron hacia el hotel. En la habitación hicieron balance de todo lo ocurrido: nada interesante había en los resultados. Decidieron bañarse, descansar y luego cenar.
El cansancio y el dolor en los brazos y espaldas les quitaron el apetito; comieron algunos bocados livianos y
Se dedicaron a conversar.
- Marie, mi amor, vida difícil tienes conmigo – Marie no lo dejó continuar.
- Michel, Michel – casi gritó – nos olvidamos de algo muy importante. Revisamos los lugares agradables: el jardín, junto a la casa, bajo los árboles, pero no donde hay mal olor. Tenemos que volver y cavar en los establos – Michel se levantó y la besó.
- Estás invitada para trabajar mañana en la bosta – dijo con alegría.
*
El trabajo en el viejo establo no fue tan terrible; el piso era blando y fácil de remover; además se habían atado unos pañuelos que cubrían boca y nariz; también evitaban respiraciones profundas. – ¿Pensaste que terminaríamos trabajando en la ****** de los caballos? – Pregunto Marie. Se miraron, explotando de la risa. Cavaron casi un metro de profundidad dentro del corral, dejando una pequeña montaña de guano en el costado.
Al grito de ALELUYA que resonó en el patio de la iglesia, el joven cura vino corriendo; los encontró abrazados - ¿Qué sucede hijos? ¿Qué encontraron?
- Mire padre, – señaló Michel hacia abajo – parece la entrada a una cueva.
Una tapa de metal oxidado daba entrada a un sótano pequeño y nauseabundo. Marie se tomó de Michel para no caer. El cura entró y con ayuda del muchacho sacó un cajón muy pesado. Con una palanca rompieron el cerrojo unido en sus dos partes por el óxido, y vieron lo que había: armas pequeñas de muchas clases, casi todas rudimentarias, ya pasadas de moda se presentaban ante ellos, como un regalo.
Entre ellas había un papel amarillento que se deshacía al tocarlo; con dificultad pudieron leer lo escrito: PARA FLOR DE LIS. Los tres casi se desmayaron por la emoción. Marie tocó el pecho de Michel que palpitaba fuertemente; sacó la cámara y tomó varias fotos. El cura, en un arranque de compasión los liberó de devolver al corral su aspecto anterior. Agradecieron y se despidieron.
Volvieron contentos. - Ya todo está aclarado – dijo Michel - las cucharitas, las armas y Flor de Lis encajan en el rompecabezas. El viejo cura era el jefe de la organización y la iglesia era el lugar en que escondían las armas.
Se bañaron en el hotel y cambiaron las ropas; después de descansar fueron a la casa de Marie; allí permanecieron el resto del día. Hasta tarde vieron fotografías de la familia, escucharon música y recordaron los cuentos del abuelo.
Marie comenzó a contar - Muchas veces he tenido el mismo sueño, que parece extraído de una alucinación más que de la realidad. Veo muchos refugiados judíos que corren aterrorizados; en su desordenada huída pronuncian una palabra: deportación. Ellos saben que si son deportados ya no volverán. Trato de salir para ayudarlos, mas mis pies están adheridos al suelo y sólo puedo estirar los brazos con impotencia. Despierto temblando; entiendo que episodios como ese ocurrieron muchas veces durante la ocupación, frente a la imposibilidad de la gente para evitarlos.
- No quiero que esas pesadillas vuelvan – continuó hablando con gran tensión - en esa época no se sabía exactamente el incierto destino de los deportados; al finalizar la guerra se descubrió que la mayoría de ellos fue exterminada en los campos de concentración – Michel la
apretó contra sí calmándola.
El día siguiente lo dedicaron sólo para ellos; para pasear, conversar, hacer planes para el futuro y para momentos íntimos. Esa noche, antes que Michel llevara a Marie a su casa, fueron a ver a Pierre para contarle sobre las exitosas entrevistas.
- Celebro vuestra alegría, - dijo el hotelero retorciéndose los mostachos - pero por todo lo que me cuentan y según mis apreciaciones, la pista de las cucharitas no está completa; creo que tendré a Michel como pensionista algunos días más. No lo pensé antes, pero ahora estoy seguro que la clave la debe tener la familia del dueño de la antigua fábrica de cubiertos que no era grande y solamente abastecía a una región muy limitada. En los últimos días de la guerra la fábrica cerró y poco después el dueño desapareció y nunca se supo de él. Al final de la calle verán una vieja mansión, casi abandonada, con las ventanas cerradas. Allí vive su nieto. Es buena persona y tal vez esté dispuesto a contarles lo que sepa. Espero que tengan suerte.
*
A media mañana, la parejita salió en el Citröen; se podía apreciar que ya constituían una unidad humana para ese trabajo. Al final del pueblo había predios con pequeñas plantaciones y sembrados, y junto al arroyo estaba la imponente y descuidada mansión. Un agradable joven los recibió en la amplia sala alfombrada. Todo era viejo, como si a nadie le interesara su cuidado.
- Pido disculpas por recibirlos en estas ruinas – trajo tres pocillos con café y cucharitas con las asas en forma de flor de Lis. Michel pensó que ya tenía la solución del interrogante. – En los últimos días de la ocupación, los alemanes huyeron dejando inconcluso su trabajo de asesinatos y maltratos. Mi abuelo, asustado, cargó un camión con toda la mercadería que había en el depósito, dejando sólo los cubiertos que ustedes ven, que seguramente estaban en uso en la casa. Otra caja ya la había tomado su socio. De esta colección alcanzaron a fabricar sólo dos juegos, tal vez, para muestras. El camión viajó a un lugar desconocido; mi abuelo subió a su coche y salió del pueblo, tras de él. Tres semanas después fue detenido por las fuerzas de la Francia liberada y procesado por colaboracionista en un tribunal público. Nunca pudo recuperarse. Murió de pena y vergüenza. La mercadería nunca apareció y la familia quedó en la pobreza, con una casa que nadie quiso comprar. Su socio quedó sin nada; nunca recuperó sus inversiones. Está muy viejo; vive cerca de aquí, acompañado por sus hijos, nietos y bisnietos.
Michel se sentía desanimado – ¿Por qué me enviaron a mí para descubrir tanta tristeza? No tengo deseos ni fuerzas para conversar con otro colaboracionista arrepentido.
Vamos, querido – lo alentó Marie – quizás esta vez tengas suerte.
En la puerta de la casa estaba un anciano desconfiado. Michel y Marie se presentaron; el señor escuchó con atención y los llevó hacia el jardín. No hubo café ni vinos, ni cucharitas.
- Me llamo Lucien. Esperé muchos años para contar mi versión. No lamento haber perdido mi patrimonio, pues al finalizar la guerra logré la unión de mi familia. En esa época mis hijos estaban en otros lugares sin que supiéramos de ellos; verlos vivos nos devolvió la tranquilidad. Durante la ocupación regalé a mis amigos cubiertos de nuestra fábrica, en reconocimiento por sus servicios humanitarios. Guardé para mí y mi socio el último modelo que fabricamos – entró a la casa por unos instantes y trajo una caja de cubiertos con el mango en forma de flor de lis – aquí puede usted verlos.- El juego de cubiertos era hermoso.
Continuó hablando – Yo no sabía nada de sus actividades; solamente lo que veía en la fábrica. No se acostumbraba a preguntar y tampoco se daba información. Casi todos mis compañeros fueron muertos por el régimen y sólo a mí no me molestaban sin que yo supiera el motivo; cuando mi socio fue detenido lo comprendí.
- Dada la situación delicada y porque en el pueblo no trascendieron los hechos, no quise que ellos fueran una mancha para la organización. Elegí callar. Pasó el tiempo y nadie pidió información; todo se olvidó. Hoy puedo contar mi secreto.
Salieron de la casa conformes por haber resuelto el misterio de la resistencia en el lugar, aunque comenzaron a apenarse al entender la realidad; el final de las investigaciones anunciaba la separación y el regreso de Michel a París.
- Denisse, mi mamá e Ives, mi papá, estarán contentos cuando les muestre tu foto y vean que eres tan hermosa, y
por supuesto querrán conocerte - dijo Michel.
Permanecieron en el hotel disfrutando las pocas horas que restaban para estar juntos. A la mañana siguiente comenzaría otro proceso: el retorno a París, la espera, la nostalgia y el regreso para buscarla.
Después de muchos años y sin que ellos lo supieran, la fuerza del destino propició el vínculo del nieto de René con la nieta de Susana. El amor comenzado una vez, cerraba el círculo en otra época.
*
Michel preparó su bolso, saludó y agradeció a Pierre, y con Snoopy llegó a la casa de los padres de Marie. – Vuelve pronto, hijo. Todos te estaremos esperando – dijo la madre al tiempo que lo abrazaba.
Michel caminó apenado hasta el coche acompañado por la entristecida muchacha; le secó lágrimas que bajaban por sus mejillas. - No llores, mi amor. Volveré pronto.
- Oh Michel, cuánto te quiero. Ya estoy esperándote -Marie lo besó y acarició al perrito. Michel le puso en su mano su anillo.
*
¿Qué fuerza provocó el encuentro entre Marie y Michel? La percepción de ambos no fue tan fuerte para adivinarlo. El amor comenzado muchos años atrás se renovó con más fuerza en los nietos de los antiguos enamorados, esta vez con mayores posibilidades de un buen final.
Pero también el destino quiso que Michel recibiera la responsabilidad del importante trabajo; además el sueño de adolescente de Marie se concretó, y con su amado, juntos, identificados en el amor y objetivos comunes investigaron y descubrieran el secreto del movimiento clandestino.
*
Durante el viaje, cuando Michel, sentado en el viejo
Citröen iba saliendo de la región, y aunque no vivió esos tristes años, se sentía identificado. Comenzó a cantar unas estrofas de la Canción de los Partisanos.
Amigo, ¿Percibes el vuelo de los negros cuervos sobre nuestros llanos?
Amigo, ¿Percibes los gritos sordos del país que se encadena?
Eh, partisanos, obreros y campesinos, esta es la alarma.
Esta noche el enemigo conocerá el precio de la sangre y las lágrimas.
¡Salgan de las trincheras, desciendan de las colinas, camaradas!
Saquen del pajar los fusiles, las bombas, las granadas.
¡Eh, matadores, a la bala y al cuchillo, a matar!
¡Eh!, saboteador, atención a tu carga: dinamita...
Pensando en voz alta, conversaba con el coche que le contestaba con ruido de hierros. Después volvió a sus oídos la voz del viejo Lucien que decía
- “Flor de Lys” y yo éramos la misma persona.
* * *
Baile de disfraces
El verano de mil novecientos cuarenta y tres fue muy caluroso en Santiago del Estero; el aire enrarecido sofocaba a las personas, que debían confinarse en lugares frescos y oscuros. Haled, sentado desde temprano en la galería cerrada, desde su casa ubicada en un extremo del pueblo; miraba hacia el amplio patio, el parral y la árida extensión donde aún criaba algunas cabras; pocos metros después del patio comenzaban los campos de pastoreo. Había tomado ya varios pocillos de fuerte café cocinado y se disponía a fumar
– Layla, tráeme el “narguile” – su esposa se apresuró a traerle el instrumento. Haled separó el cañito flexible de las partes de vidrio del aparato para fumar, lo limpió con agua fría, sopló fuertemente y armó todo el dispositivo. Con cuidado puso agua en el pequeño recipiente y tabaco en la parte superior. Con gran ceremonial encendió el tabaco perfumado y dio varias pitadas. Siguió revisando las cuentas anotadas en una libreta.
Desde que se retiró del trabajo activo, la cantidad de chivos pastando era insignificante, pero le ayudaban a conservar la seguridad que otorga sentirse responsable de algo concreto, aunque no significativo. Pasaba todos los momentos en la enorme casa, apoyando la anchísima humanidad en el amplio sillón, mientras su joven mujer lo acompañaba y atendía sus achaques – Layla, acomodame el almohadón, Layla, traeme el mate y el termo – ella, en su ir y venir, desempeñaba con dedicación sus deberes de esposa, principal cláusula a cumplir en el contrato de matrimonio convenido entre el maduro Haled y los padres de Layla, diecinueve años atrás.
Como si fuera ayer, Layla recordaba todos detalles de esa
reunión, aunque eran difusos y las voces sonaban lejanas y resonantes, como si salieran de una campana. - Vení, Layla, conocé a tu futuro marido – dijo su padre cuando la muchacha tenía dieciséis años. Alrededor de la mesa estaban sentados su papá, su mamá, el sexagenario Haled y ella, temblando – Es el dueño de una de las mayores estancias de la provincia, y en su visita trajo muchos regalos para todos nosotros. El señor Faiad aportará una buena suma que yo pondré a tu disposición.
Las niñas casaderas se sometían a las decisiones de sus padres sin opinar; el conformismo era tradicional en las muchachas de familias libanesas que se habían asentado en la Argentina, aún siendo de religión católica o cristiana maronita. Por lo general, luego del impacto emocional y físico recibido, las recién casadas se adaptaban a su nueva vida. Su padre utilizaba una anacrónica ley de facto respetada a través de generaciones, y Layla aceptaba con resignación todas sus órdenes.
En otros tiempos se acostumbraba a casar a los hijos según la decisión de sus padres, de acuerdo con sus conveniencias. Esto ocurría en cualquier país, a veces sin que se considerara el nivel cultural o observancia a la religión. Con esto pretendían conservar una posición social, económica, o la pureza de un linaje o raza. En la actualidad, los inmigrantes árabes continuaban esa costumbre, más por razones étnicas que religiosas. También respetaban las tradiciones y hábitos, en especial en la cocina.
Resultado de ese casamiento fue una familia normal, sujeta a las costumbres y prejuicios de ese sistema patriarcal; el marido era esposo y amo, y la mujer estaba sometida a sus necesidades, órdenes y caprichos.
Haled era una persona tranquila y no tenía mayores exigencias en su matrimonio; se dedicaba sólo a los negocios y a su comodidad personal. Layla cumplió sus obligaciones de esposa atendiendo solícitamente a su marido, dispuesta a darle una familia numerosa como se acostumbraba en esa colectividad.
Del matrimonio nació una niña, y aparentemente, después de ese éxito marital, Haled interrumpió sus obligaciones conyugales, no trayendo más hijos al mundo. Layla continuó en dependencia, siendo la sombra de su marido, a quien respetaba y servía con lealtad desde el primer día.
En ese ambiente tranquilo, Karina creció como hija única, feliz y mimada por sus padres. Compartió con sus amiguitas los juegos infantiles y los primeros grados en la escuela del pueblo, y cuando creció y fue responsable de sus obligaciones, la internaron en un colegio de hermanas. Allí aprendió buenos modales, labores, economía doméstica y a disponer de su vida, en la dificultad creada por un ambiente severo y hostil, donde las monjas del convento controlaban todos los movimientos de las internas.
Vivía en un ambiente de amistad con las demás niñas y de cierta solidaridad, no absoluta, pues cada una pensaba y obraba por y para sí misma. De esa manera comprendió que todo esfuerzo era para su propio beneficio, conclusión tomada del sistema de disciplina a que estaban sometidas.
Los padres de las adolescentes visitaban a sus hijas una vez por mes, bajo normas que no permitían acercamiento físico o espiritual entre ellos. Con todo, esas medidas no pudieron influir sobre el cariño que tenía Karina para sus padres.
La niña pudo comprobar que en la mayoría de las familias como la suya, había una buena diferencia de edad entre los cónyuges; con su clara inteligencia y sensibilidad pudo imaginar su futuro, desde el momento en que le eligieran marido. Esos pensamientos la sumergían en profunda tristeza; no lograba entender como podría vivir al lado de una persona sin amarla. Para calmar su pena trataba de llenar los momentos libres en diversiones con sus compañeras.
*
El muftí de Jerusalén tenía contactos con la Alemania nazi, e influenciaba políticamente sobre los dirigentes musulmanes sirios, iraquíes y libaneses. En la Argentina, el movimiento iniciado por ciertos políticos e intelectuales para apoyar al Nazismo despertó el temor de que una red de espionaje estuviera en sus comienzos. Esa sospecha se radicaba en ciertos sectores compuestos por alemanes que expandían la ideología nazi, y árabes que simpatizaban con el mufti.
Haled, pertenecía a una familia con raíces católicas, pero por su relación con musulmanes de la región, estaba incluido en la lista de sospechosos, aunque
nunca hubo algún antecedente que lo indicara.
*
Durante los pocos instantes de ocio, las alumnas del internado cerraban las puertas de las habitaciones para cantar y bailar; Karina tenía condiciones naturales para el baile, y practicando con sus compañeras se convirtió en una excelente bailarina. A veces eran sorprendidas por las monjas; si era la hermanita Estela, no había problemas, pues bailaba un poco con ellas y luego les recomendaba que lo hicieran con discreción, mas si era la terrible María, que pensaba que el baile era un ritual satánico, las pobre niñas debían someterse al castigo de arrodillarse durante muchos minutos sobre granos de
maíz.
Karina cumplió dieciocho años en la semana que finalizaron las clases, contenta por terminar el lapso de su vida sujeto a ese régimen; volvía a su casa con un buen programa en mente.
- Mamá, quiero proponerte algo para continuar mis estudios; me gustaría viajar a alguna de las ciudades a estudiar ballet. Podría vivir en una residencia de religiosas o en la casa de alguna señora que quisiera darme pensión – la señora Layla frunció los labios – mi querida, me temo que tu padre tiene otros planes para ti. No puedo adelantarte nada pues se lo prometí.
Durante muchos meses, Haled solía encontrarse con el dueño de la mayor tienda del pueblo, y entretejía con él algo que para Layla era una trama no simpática. Quería mucho a su hija y pensaba que con el cambio de las costumbres, así como el carácter y las necesidades de la gente, los padres podían dar a sus hijas oportunidad para elegir sus destinos.
- Vení, sentate – dijo su casi octogenario padre. La escena de años atrás se repetía, esta vez con algunos protagonistas diferentes – creo que conocés al señor Tarek Jalil. Hace tiempo que me pidió tu mano y yo se la concedí; tiene nuestra autorización para visitar la casa y cuando ustedes se conozcan bien y estén en condiciones de casarse, haremos una gran fiesta. Recibiremos una buena suma, y como en el caso de tu madre, será de tu propiedad; podrás depositar el dinero en un banco a tu nombre y hacer de él lo que quieras – Karina no contestó; bajó la cabeza y se retiró a sus habitaciones.
- No se haga problemas, Tarek. Las jóvenes se emocionan cuando descubren que van a casarse. Convengamos los días de sus visitas, que por supuesto serán en presencia nuestra – entre los dos hombres se concertó el noviazgo.
Karina comenzó a llorar - mis sueños están destrozados; ya no podré cumplirlos en compañía de ese viejo. ¿Podré soportar entrar a la cama con él, que me toque? Pensar en eso me da asco – dijo creyendo que se encontraba sola
- Tranquilizate hija, es un buen hombre, muy agradable y su conversación es amena. Verás que se arreglarán entre ustedes – dijo su madre que había entrado para consolarla.
- Mamita, me lleva cuarenta y cinco años. ¿No podían haber encontrado algo mejor para mí? ¿Por qué continúan con costumbres anacrónicas que deberían haber sido abandonadas hace muchos años? Con ustedes no me falta nada y su dinero no me interesa. Además, opino que cualquier persona tiene derecho a elegir su destino.
Layla conversó con su marido para que cancelara su promesa ante Tarek, pero no pudo convencerlo, y como se convino, se desarrolló el noviazgo. Dos veces por semana éste visitaba a la familia Sarkis después de la cena; se sentaban todos a la mesa, tomaban café y comían “baklauah”, masas de mil hojas bañadas en miel, que la señora Layla preparaba. Tarek jugaba con Haled al dominó o al chaquete, mientras fumaban fuertes cigarrillos de tabaco negro. Su única relación con Karina era saludarla al llegar y al irse; eso no comprometía a la muchacha y la calmaba. Pero a pesar de esa tranquilidad, el tiempo avanzaba, causa para estar preocupada.
Su relación con algunas amigas de la escuela primaria se renovó; con el permiso de la señora Layla, salía con ellas por las tardes para dar la vuelta del perro en la plaza, una de las principales diversiones del pueblo, donde los jóvenes las llenaban de halagos. El hermano de una amiga la cortejaba – ¿Por qué no salimos a caminar nosotros dos solos? Te va a ser más interesante que salir con mi hermana.
- Mirá Andrés, no tengo interés en salir con muchachos, y además, quiero que sepas que tengo un compromiso. No quiero hablar sobre eso, y no estoy segura de que lo entenderías – Karina pensaba que el joven no sabía sobre su situación, que consideraba embarazosa y la avergonzaba.
Las chicas disfrutaban de los paseos en la plaza, y los piropos que recibían les daban motivos para fantasear. Karina imaginaba que alguno de los muchachos venía en las tardecitas en lugar de Tarek, conversaban y bailaban, pero esos pensamientos finalizaban; se tiraba sobre la cama y lloraba. La amargura fue convirtiéndola en otra persona; ya no sonreía y sus proyectos se esfumaron.
*
Ese año, febrero llegó con una temperatura infernal; el sol descargaba su calor sobre la población de casas bajas y no soplaba una suave brisa. Después del mediodía las personas se encerraban en sus casas y no se veía un alma en la calle; los niños se sentaban sobre el piso fresco de las habitaciones en penumbra, hojeando alguna revista, mientras desde afuera llegaba el monótono cantar de las cigarras posadas sobre los árboles. Esa salida al calor era para esos insectos un suicidio; al caer la tarde, sus cuerpos sin vida dejaban un manto marrón sobre las veredas – ¿Por qué no eligieron esconderse para cantar? – se preguntaba Karina con tristeza.
El efecto del calor en las personas se manifestaba en sus maneras más extremas: algunas presentaban síntomas depresivos; caminaban como autómatas mirando al suelo, otras exteriorizaban su nerviosismo en el actuar impaciente, o buscaban huir de la luz y del ruido para calmar sus dolores de cabeza.
Los aburridos, a la vez que ganaban tiempo, pretendían hacer algo provechoso; con ayuda de un balde y un tarrito, el italiano Genaro regaba la polvorienta calle enripiada, frente a su casa, labor casi titánica, pues el humedecimiento del suelo no lograba confrontarse con el ritmo del secado por parte del sol y el calor. Algunos perros callejeros corrían tras el agua tratando de atrapar algunas gotas para calmar la sed. Cuando Genaro veía que no lograba refrescar la tierra caliente, regresaba malhumorado al interior de la casa.
Una tarde, a la hora de la siesta, olieron a quemado. Layla salió al patio y vio que un pequeño galpón construido con maderas y chapas de cinc, estaba ardiendo; los tirantes estaban carbonizados y vencidos, y el techo se encontraba caído a un costado; las llamas tenían libertad para estirarse en largas lenguas crepitantes, y los pastos quemados chisporroteaban buscando nuevos lugares para propagar el fuego. Todo esto ocurría a poca distancia de la casa y había peligro de que avanzara hasta allí.
Pocos minutos después comenzaron a llegar los curiosos, a los que algún extraño instinto despertó y envió a presenciar el evento. Con las cabezas cubiertas se pararon frente al fuego molestando a los que ayudaban, sin moverse un centímetro, a pesar que les quemaba el rostro. El gozo de satisfacer la curiosidad les hacía ignorar el intenso calor.
Haled mandó a uno de sus peones para traer una máquina de curar provista de un tanque con agua, que trabajaba como pulverizador y también arrojaba líquidos por medio de mangueras. No había posibilidad de dominar al incendio en su totalidad con ese aparato, y optaron por desocupar los lugares vecinos al galpón y humedecerlos. Desde ese lugar aislado comenzaron a trabajar contra las llamas concentradas en el galpón, y aunque no lograron evitar que los fardos de pasto almacenados en el interior se quemaran, consiguieron disminuir el fuego y apagarlo.
El calor y la sequedad traían riesgos en esa época del año, y el pueblo no estaba preparado para actuar frente a esas sorpresas.
Una de esas mañanas llegó a la Municipalidad un telegrama del gobierno provincial en el que se comunicaba que un representante del gobernador llegaría al día siguiente para conversar con las fuerzas vivas del pueblo, y que anunciaría importantes proyectos a realizarse en un futuro cercano; también expresaba que esa oportunidad la dedicaría para escuchar proposiciones de los vecinos. El intendente envió personas casa por casa, llamando a reunión a los comerciantes del pueblo.
Al día siguiente a las cinco, muchos invitados estaban sentados en un salón de la Municipalidad, preparado especialmente para la reunión. Había expectativa por conocer el interés del gobierno para favorecer al pueblo, y cada uno pretendía adivinar esos propósitos, haciendo cálculos sobre datos que no existían en absoluto.
Transcurrida una hora, el enviado no llegaba y los concurrentes comenzaron a sentirse incómodos en sus asientos; comenzaron a pararse y volverse a sentar, y a comentar sobre la falta de puntualidad de la gente de la ciudad. Media hora más tarde, una persona telefoneó desde un lugar desconocido, informando que debido a inconvenientes imprevistos, les era imposible llegar y que el encuentro se postergaba para otra fecha.
- Seguramente hubo suficientes razones para que no lograran llegar – dijo un simpatizante del gobierno.
- Con esto completaron su brillante actuación en los carnavales de este año; para el próximo propongo que vengamos disfrazados – contestó uno de los opositores.
Lentamente, cansados y aburridos, se levantaron de sus asientos; algunos caminaron a sus hogares, otros permanecieron conversando en la vereda, y unos pocos se fueron al bar a jugar un tute.
*
Por las tardes la vereda de la casa de Layla se cubría de arena y hojas; ella salía a la mañana siguiente para barrerla, haciéndolo lentamente al tiempo que resumía en su mente sucesos del día anterior que aún no había analizado, mientras contemplaba lo que ocurría en la calle. Vio un auto, y pudo comprobar que las dos personas que lo ocupaban habían pasado frente a su casa varias veces en las últimas semanas. Sus rostros eran de piel clara y el cabello rubio; pensó que eran de raza aria. Viajaban cada vez en coche diferente, y su intuición le hizo sospechar que no era por casualidad que se encontraban en el pueblo. Cuando terminó de barrer entró y
contó a su esposo todos los detalles.
- No me extraña, y debe tener relación con las preguntas que me hace la policía. Después que comenzó la guerra en Europa, vienen a preguntarme si tengo algunas relaciones nuevas, en especial con extranjeros. No se alojan en el hotel y tampoco visitan los negocios; me pidieron que abra bien los ojos y les informe sobre cualquier novedad – Layla dejó la escoba en un rincón, para utilizarla al otro día al barrer lo que el viento traería esa tarde.
*
El calor y la proximidad del Carnaval producían excitación en el cuerpo de las personas; era como una llamada al polen para traer vida. Karina percibía una transformación en su organismo; debido a la gran actividad hormonal había un cambio en sus sensaciones, pero sufría pensando que su destino estaba marcado con fuego, en letras imposibles de borrar. Sin embargo, algún acontecimiento inevitable y extraño estaba por ocurrir.
*
Para esos carnavales, el club del pueblo organizó quermeses y bailes de disfraces; quermeses en la tarde para la gente menuda y sus padres, y bailes en las noches. En un pueblo tan tranquilo donde no abundaban las diversiones, todo era una saludable invitación. Además, sin aviso previo, desde muchos años atrás, durante las tardes, la gente jugaba arrojándose agua, llegando a veces la excitación a un grado incontrolable, donde el instinto dominaba las emociones de los participantes, que convertían el juego en una verdadera batalla campal.
- Mamita ¿Podés dar unas costuras a mi vestidito para la
fiesta? - Preguntó Karina a su mamá. Layla, sin contestar, sonriendo trajo una canastita, sacó un carretel de hilo de seda y una aguja, y sentada junto a su hija comenzó a dar pequeñas puntadas sobre la fina y suave tela. Cosía casi sin mirar la costura mientras conversaba; de pronto pinchó la yema de uno de sus dedos, del que salió una gota de sangre. Karina le tomó la mano con cariño, pasándole la lengua sobre el pinchazo, luego lo apretó con sus dedos hasta que dejó de sangrar; para finalizar el tratamiento, le besó la mano. Layla reía ante la cariñosa ocurrencia.
Karina y sus amigas no desperdiciaron ninguna tarde, ya fuera divirtiéndose en los juegos con agua, o concurriendo a las quermeses. También fue con su madre a algunas reuniones bailables. Las madres acompañaban a sus hijas a los bailes y la mayoría de los padres quedaban descansando en sus casas. Tarek tampoco fue a las reuniones; además de ser viejo, no le interesaban esas actividades sociales.
Durante la primera noche Karina se divirtió como lo hacía en el colegio de las monjas, y como todas sus amigas se disfrazó; hermosa en su traje de hada, bailó con los jóvenes del pueblo o sola, y regresó cansada olvidando sus penas. Para la última reunión, llamada también “entierro del Carnaval” hubo tanta gente que a veces no había lugar para todos los bailarines.
Mientras su madre estaba sentada charlando con sus amigas, Karina permaneció a un costado de la pista de baile. Un joven forastero se acercó y conversó con ella; se llamaba Ricardo Fontana, viajante de comercio que vendía en negocios desde Buenos Aires, hasta Salta.
La profundidad de la conversación los llevó a temas
íntimos – vivo en un ambiente anacrónico, donde mi padre domina y toma decisiones por los demás, desde las más pequeñas, hasta las de gran importancia como elegir amistades o futuro marido. No nos está permitido discutirlas – esta confidencia animó al viajante para proponerle a Karina salir por unos minutos del lugar. Ella aceptó pero decidió caminar unos metros detrás de él; así, guardando esa distancia llegaron hasta el hotel en que él se hospedaba y entraron a su habitación. Parada frente a Ricardo, las sensaciones que sintió en su cuerpo los últimos días volvieron y en unos instantes ya no pudo dominarse. El joven, con gran delicadeza supo brindarle un momento de amor, sin forzarla, llevándose consigo su virginidad.
- Quiero tu dirección para escribirte - dijo el amante con gran interés.
– Te suplico que no lo hagas, pues podría provocarme problemas con mis padres; cuando estés nuevamente aquí, búscame y me encontrarás – contestó ella.
- Te propongo que viajemos juntos mañana, cuando regrese a Buenos Aires; te esperaré a las tres de la tarde en la entrada de vehículos del hotel.
- Cuando mis padres duerman les dejaré una carta donde explicaré los motivos de mi viaje - Karina volvió sola al baile, sin que su madre percibiera su corta ausencia.
Ya en su habitación, tuvo sensaciones magníficas; se sentía mujer. Dulces latidos acariciaban su pecho y el bajo vientre, donde el pequeño dolor casi había desaparecido. Comenzó a elegir algunas ropas para llevarse, y las reunió en una valija que escondió debajo de la cama hasta el momento
en que escaparía con su amado.
Durmió hasta tarde y se levantó con buen humor. Layla disfrutaba viendo a su hija feliz. Karina comió con buen apetito y después del almuerzo, todos fueron a dormir la siesta en esa tarde calurosa.
Más de una hora esperó Ricardo, pero Karina no llegó. Entristecido, salió en el coche hacia la casa de sus padres, en la Capital. En el pueblo continuó el aplastante calor, pero a la tardecita la gente tuvo una agradable sorpresa cuando cayó un chubasco que refrescó la calle y los patios.
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Transcurrió más de una semana desde la fecha en que Karina debía tener su período; nunca había tenido un atraso, y al comprender que estaba embarazada, recibió ese anuncio con amor. Concibió un plan audaz, que si se realizaba, podía hacerla feliz.
Al día siguiente dijo a su mamá que salía por una hora, y se dirigió al negocio de Tarek que se hallaba en esos momentos con sus empleados.
- Buenos días, señor Jalil, quisiera ver una tela para un vestido – Tarek extendió varias piezas sobre el mostrador. Carina comenzó a mirar las telas – quisiera ver frente a un espejo cómo me sientan. Acompáñeme hasta el salón, por favor.
Una vez dentro de la casa, Carina entró a la habitación de Tarek – señor Jalil, Tarek, venga – Tarek entró en el momento en que ella se desabrochaba la blusa. Cerró la puerta.
- Tarek, tengo una sensación maravillosa que quiero compartir con usted – se recostó aflojándose las polleras, abriendo los brazos para recibirlo. El hombre no pudo resistir a los encantos de la joven. La estrechez que Ricardo dejó en Karina convenció a Tarek de que aún era virgen y no tocaba su honor de hombre. Eso era importante para su machismo.
- Tarek, Tarek, ya somos como marido y mujer y debemos casarnos – dijo Karina acariciándolo, mas pensando en Ricardo. – Si, si, - contestó él – apresuremos la boda. En ese instante Karina comprendió que ese era el final de su adolescencia.
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La fiesta de bodas se realizó en forma brillante, como sus padres prometieron. En el patio crepitaba la carne de asado lista para ser servida, y sobre las mesas había muchas clases de ensaladas al gusto oriental, preparadas con berenjenas picadas, diversos vegetales, y carnes frías adobadas con especias poco conocidas, “kubbes”, bocadillos horneados, cubiertos por una masa preparada con harina de garbanzos, y rellenos con carne picada, freída previamente.
El novio trajo el aporte concertado para el matrimonio en un cheque por una fuerte cantidad de dinero. Después de la fiesta, los recién casados se dirigieron a la casa de Tarek, para ocuparla oficialmente como pareja. Karina depositó el importe del cheque en un banco de otro lugar.
Ya en la noche de bodas su marido demostró que pensaba sólo en el sexo, y Karina debió estar dispuesta para satisfacer sus requerimientos. Durante el primer mes cumplió con sus obligaciones conyugales, y en la fecha apropiada le contó que estaba embarazada. Comenzó a sentir molestias debido a su estado, y poco a poco el contacto entre la pareja se interrumpió.
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Tarek salía durante la semana para encontrarse con algunos amigos; Karina nunca supo el carácter de esas visitas, pues él no las comentaba, pero no sabía que estaba señalado y sus movimientos eran observados por efectivos de contraespionaje que trabajaban en muchos lugares del país para descubrir nazis y colaboracionistas.
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- Buenos días señor Jalil, cómo está – saludó el joven viajante de comercio. Dos veces por año llegaba con sus muestras para levantar pedidos en las tiendas. Karina, que estaba en el interior de la casa reconoció la voz y salió al negocio. En su cuerpo se reconocía un embarazo avanzado.
- Le presento a mi señora, señor Fontana. Ella lo atenderá; es la encargada de las telas – dijo Tarek. Continuó trabajando con sus dependientes en el otro extremo del salón.
- Tengo en mi vientre a tu hijo, que nacerá a los nueve meses de nuestra noche de amor, y te querrá como yo te quiero a ti. No pude dejar a mis padres en esa oportunidad, pero hoy tendría la valentía para hacerlo – susurró Karina mientras Ricardo le presentaba algunas muestras de tela. Después de la venta, éste viajó para continuar visitando clientes en otras localidades.
En la fecha calculada nació su hijita. Todos pensaron que hubo un nacimiento prematuro. Karina escribió a Ricardo una carta en la que expresaba sus deseos de reunirse con él, pidiéndole que viniera a buscarla. Ricardo no vino; se sintió descorazonada. La esperanza de que la niña creciera con su padre se desvanecía.
Unos meses después, mientras se encontraba en su casa, la llamaron dándole la noticia de que su esposo había muerto en un extraño accidente mientras viajaba en su coche. Se sintió con culpa pensando que su falta de amor influyó en la muerte del marido. La policía investigó la causa del accidente, pero no hubo conclusiones seguras; las sospechas quedaron en un interrogante, y los extraños visitantes no volvieron a ser vistos en el pueblo.
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Transcurrió una semana desde el entierro de Tarek; Karina contó a sus padres la verdad sobre el nacimiento de su bebita; también a sus amigas y personas conocidas, y escribió a Ricardo una carta donde le contaba todos esos acontecimientos, pidiéndole que le contestara. Cerró el negocio y comenzó a liquidar sus bienes; Haled aceptó en cierta medida la realidad, aunque quería convencerla para que guardara una aparente fidelidad a su esposo aún después de muerto.
- Papá, la situación de sumisión y obediencia a los padres en forma absoluta ya no está en mis convicciones. Desde hoy seré yo misma la que escoja lo que será bueno para mi futuro. Decidí inscribir a mi hija con el apellido de su padre biológico, a quien amo a pesar de no tener contacto con él, y luego irme para educarla en otro lugar, donde el concepto de la vida sea diferente – dijo Karina con firmeza.
Cumplidos los trámites legales, y vendidas las propiedades, estaba en condiciones para salir del pueblo con su hija. Llegó caminando a su casa y vio un coche estacionado; de él bajó Ricardo. Karina corrió hacia él.
- Ricardo, me doy cuenta que no has recibido ninguna carta mía; ven y te contaré todo lo que sucedió desde el día que nos vimos por última vez – le contó lo conversado con sus padres y sus amigas, la decisión de romper todo lo relacionado con Tarek y comenzar una nueva vida. – He dado a mi hija tu apellido y quisiera que juntos la ayudemos a crecer.
- No pude venir antes pues ahora trabajo en otra zona. Te escribí muchas veces, y supuse que en el correo tienen orden de no entregarte la correspondencia que está dirigida a tu nombre; también pensé que tenían demorada la que despachaste; Me siento honrado por ti, que enfrentaste a todos sin temores ni vergüenza por amor a tu hombre y a tu hija. Vengo a buscarte para que compartamos nuestras vidas y criemos juntos a nuestra niña – dijo Ricardo, abrazándola.
Hubo un pequeño cambio en los planes de Karina, aunque todo estaba dentro de la intención original; fue para bien. Presentó a Ricardo a sus padres, fortaleció sus vínculos con ellos y les perdonó el acto de egoísmo que le provocó mucho dolor; en su valija llevaba la caja con cartas de Ricardo que su madre guardó por muchos meses. Partieron con el pensamiento puesto en el futuro.
Por una vez, el sentido común y la resistencia frente a sistemas anacrónicos funcionaron juntos. La valentía de una muchacha y la fuerza de sus principios ayudaron al triunfo del libre albedrío.
La estación de los calores nuevamente hostigaba a los
pobladores del pueblo. El Carnaval llegó en febril euforia; con explosión de petardos y cohetes lanzados en las calles.
¿Cuáles serían los sucesos esta vez? Tal vez nuevos aires estaban latentes para producir el cambio, escondidos dentro del disfraz de un payaso.
• * *
Los Pardo
Samuel Pardo entró asustado a su casa. En ese momento se enteró que por consejos del inquisidor Tomás de Torquemada, los Reyes Católicos firmaron el edicto de expulsión de los judíos conversos que se resistían a recibir las aguas bautismales. Les acordaron un plazo de cuatro meses a partir del treinta y uno de marzo de mil cuatrocientos noventa y dos para dejar el país sin el derecho de llevar sus bienes.
Los antecedentes de esa resolución los conocía por las historias que escuchó, contadas por sus padres y que pasaban verbalmente durante generaciones. Se sabía que a fines del siglo VI comenzaron las conversiones forzadas al catolicismo, con disminución de derechos a los nuevos cristianos y judíos no conversos. La prohibición de profesar el culto anterior era absoluta y estaba penada desde tormento, cárcel, amputación de algún miembro, hasta llegar a la hoguera. Afortunadamente para ellos, en esa época los religiosos católicos estaban ocupados en otras actividades, razón por la que no controlaron las conversiones; eso les proporcionaba cierta tranquilidad.
En tiempos más cercanos, se recordaban las matanza de miles de judíos en Castilla, Cataluña y Valencia, y la creación del Tribunal de la Inquisición en Sevilla, que aplicó toda su autoridad y fuerza.
Las esperanzas de centenares de años, cuando fueron recibidos por la España acogedora, fueron disminuyendo, debido a la intolerancia de las élites religiosas que comenzaron una cruel persecución. En el raciocinio del clero no cabía la idea de que los cambios debían hacerse lentamente y por propia decisión, sin uso de la fuerza.
Los judíos de España se habían ocupado de la agricultura ya sea alquilando o adquiriendo tierras, trabajándolas por el sistema del colonato, explotación por medio de colonos. Por una ley real prohibieron a los judíos ser terratenientes o alquilar terrenos, como también emplear a católicos para los trabajos. En esas condiciones, por falta de trabajadores, también los Pardo se vieron obligados, como tantos otros, a dedicarse al comercio, a la artesanía y en algunos casos llegaron a ser prestamistas.
Samuel, cuyo nombre recibió en recuerdo de su bisabuelo estaba casado con Luz; del matrimonio nacieron cuatro hijos: José, en homenaje a su abuelo muerto, Juan, Tomasa y Francisco. Era tradición en las comunidades judías dar a los recién nacidos el nombre de algún pariente muerto, diferente de la costumbre cristiana de bautizar al niño, especialmente al primogénito con el nombre de su padre.
El joven José se había casado con la muchacha que el casamentero propuso a la familia, hija de Mauricio Pinto, fabricante de alfombras y cortinas; aún no tenían hijos.
Juan, casado con Clara Toledano, ya era padre de un varoncito, al que dio el nombre de José, en memoria de su abuelo.
La familia se completaba con la abuela Estrella, viuda de José Pardo desde hacía muchos años. Ayudaba a Luz en los quehaceres hogareños y a pesar del tiempo que vivían juntas, aún le enseñaba a cocinar algún plato. Según las normas de la época, la abuela gozaba de un trato matriarcal y el respeto a que era acreedora.
Después que dejaron la agricultura, los Pardo aprendieron a trabajar metales preciosos, se dedicaron a la fabricación de joyas, objetos de arte e instrumentos del ceremonial religioso, llegando a ser especialistas en el ramo. Lentamente, a fuerza de trabajo conjunto reunieron un buen capital en dinero, alhajas, oro y plata.
La vida por generaciones en la ciudad de Toledo, la educación de los niños en la ieshivá (1) y las oraciones en la sinagoga de Samuel ha Leví (2) les hacía pensar en Jerusalén, la ciudad sagrada, no sólo por la vida espiritual, sino también por la semejanza física entre las dos ciudades.
Como Jerusalén, la ciudad estaba construida dentro de un alto muro de piedras montadas unas sobre otras. Junto al muro había una fosa y puertas costodiadas por guardias que no permitían la entrada a extraños.
De esa forma estaban protegidos para dedicarse a sus ocupaciones sin correr peligros y los niños podían jugar con libertad en las calles pavimentadas.
Samuel Pardo dejó de trabajar en la fabricación de joyas, puesto que no estaba permitido llevarse ningún patrimonio. Solamente hizo varias estrellas de David con una inscripción en el reverso, para repartir entre sus hijos.
Un tiempo antes de viajar, su hijo Juan comunicó que
(1) Colegio donde se realizan estudios religiosos.
(2). Hoy convertida en “Iglesia del Tránsito”.
aceptaba las imposiciones de recibir el bautismo quedándose
en Toledo. Sin poder tomar nada para el exilio, Samuel transfirió todas sus propiedades a Juan.
*
Verano de mil cuatrocientos noventa y dos.
- Corramos. Los jinetes del rey enviados en nombre de la inquisición, persiguen por las calles de Toledo a nuestros asustados hermanos convertidos que no respetaron el juramento – gritó Samuel Pardo - sus corazones los hicieron volver al judaísmo y ahora huyen del tropel y los látigos.
La familia Pardo también corría con los aterrorizados vecinos. El abuelo Samuel recibió un golpe en la cara, cayendo sobre los adoquines; en la desenfrenada carrera, algunos caballos lo pisaron. Minutos más tarde, la callejuela era muerte y llanto. Los demás estaban sentenciados si no decidían por una nueva diáspora.
Atendieron a los heridos, rápidamente enterraron a los muertos y rezaron por sus almas. Luego reunieron las pocas cosas para llevar, que consistían en algunas ropas, cobijas y alimentos. Todo fue cargado sobre el carrito tirado por una mula. Entre llantos, la abuela Estrella, la nuera
Luz, los tres nietos y la esposa de uno de ellos subieron al carro e iniciaron el camino hacia el mar.
La abuela Estrella se despidió como recitando - Adiós mi casa querida, donde ha vivido la madre mía.
Atrás quedaron su hijo Jonatan, el nieto Juan con su esposa e hijo, la tumba fresca de Samuel y la cultura arraigada durante siglos.
*
El viaje fue lento y pesado; dormían al costado de los caminos polvorientos, alimentándose de lo poco que conseguían. Cansados llegaron a Gibraltar, tras un viaje de varias semanas. Cruzaron el estrecho en un barquito y al llegar a África, después de muchas generaciones en España, comenzaron nueva vida en tierra extraña, lengua extraña. Dos meses después estaban instalados en Fez.
Fez era una ciudad muy antigua con muchas mezquitas, palacios y comercios; fue la metrópoli religiosa, artística e intelectual de Marruecos y se destacaba por su clima agradable. Allí podía verse gran cantidad de exilados árabes que escaparon de España durante la reconquista de Andalucía y se agrupaban en un barrio. Los Pardo trabajaron en el oficio que aprendieron en Toledo: laborar oro, plata y piedras preciosas.
Luz aprendió de las amigas moras a cocinar la comida marroquí. Sólo cuidó la cashrut (3) en la cocina. Con las demás familias llegadas, construyeron una sinagoga donde se reunían para orar por el regreso a la nunca olvidada Jerusalén. Continuaron hablando en Castellano y mantuvieron las tradiciones.
Muchos años más tarde se trasladaron a Rabat, capital de Marruecos; durante siglos fueron proveedores de joyas para la casa real. En el siglo diecinueve se trasladaron a Casablanca. Eran un emporio en el ramo de la joyería.
Con la costumbre judía de dar al recién nacido el nombre de un abuelo o tío muerto y de los cristianos de bautizar a
(3) Cocina siguiendo las normas de higiene según la religión.
uno de los hijos, por lo general al primogénito, con el nombre del padre, las familias Pardo de Casablanca y Toledo hicieron perdurar el nombre del abuelo José por muchas generaciones. Lo mismo ocurrió con el nombre y el recuerdo de la abuela Estrella. Cada uno cumplió con la tradición según la religión que profesaba.
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La gran mayoría de la judería ya estaba convertida a la fuerza al cristianismo. Los que se negaron terminaron en el exilio o en la hoguera de la inquisición. Jonatán, el hermano de Samuel no quiso exilarse y decidió quedarse en España como católico. Continuó viviendo en Toledo con su esposa e hijos, concurrió a la iglesia y siguió atendiendo el negocio. En las noches, a escondidas practicaba la religión de sus abuelos. El engaño fue descubierto y Jonatán pagó a la Inquisición con su vida.
Juan no volvió a la vieja religión; respetó su condición de católico y lentamente se trocó en fervoroso cristiano.
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Los Pardo de Marruecos progresaron económicamente; eran los mayores abastecedores de joyas del reino y participaban en una intensa vida religiosa y social. Mantenían colegios y sinagogas que construyeron con el dinero que donaban junto con otra gente pudiente de esa colectividad.
Los hijos y nietos estudiaban en las mejores universidades locales, de Constantinopla y Europa, convirtiéndose en excelentes profesionales. En sus corazones aún sentían nostalgias seculares por las perdidas Jerusalén y Toledo. La cultura recibida durante siglos en tierra española podía apreciarse en las comidas, en el idioma puro traído a fines del siglo XV y en las romanzas cantadas en la casa familiar.
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José Pardo de Toledo siguió practicando el Catolicismo, crío varios hijos y siguió con la profesión familiar. Trabajando fuerte pudo dejar a sus descendientes una pequeña fortuna. Después de varias generaciones, los judíos convertidos gozaron de la anulación de las limitaciones y fueron considerados como todos los españoles. Incluso hubo un sacerdote católico dentro de esa familia.
El correr de los años los llevó al siglo veinte con sus cambios políticos y económicos. La dictadura que gobernó después de la destrucción de la República Española, trajo crisis política, económica y moral. La familia Pardo se identificó con la destituida república y sólo esperó la oportunidad para reunir el dinero necesario para viajar a otro país. Ese esfuerzo les llevó unos años más.
*
Mil novecientos cuarenta y dos.
La guerra mundial estaba en su etapa más violenta; El norte de África era escenario de duras batallas. Casablanca, en Marruecos, era centro de espionajes e intrigas y la delación por dinero era común. José Pardo temía por su familia pues estaba enterado de las deportaciones de judíos que comenzaron a realizar los nazis en toda Europa.
El gran capital obtenido durante cuatrocientos cincuenta años, fue la ayuda para salir de ese peligroso lugar y buscar futuro en otro país. Quedaron atrás muchos recuerdos, registrados en el libro familiar: los servicios en la casa real, la representación de la comunidad ante las cortes, la ayuda a las universidades, cuentos de casamientos, nacimientos, Bar Mitzvas (4) y Torah (5).
Comenzaron un éxodo organizado, recorriendo algunos países europeos, hasta zarpar hacia América. Descendieron en Montevideo, permaneciendo cierto tiempo para considerar posibilidades. Por fin decidieron probar suerte en Argentina.
Una mañana fría salieron de Montevideo en un vapor de La Carrera; al llegar al puerto de Buenos Aires la tarde estaba radiante. La ciudad los recibió en su esplendor. Después, todo marchó como lo deseaban. Vivieron en el barrio del Once, donde creció la familia y aumentaron los bienes. El rezo matinal lo hicieron en la sinagoga de la calle Paso, a pocos metros de la casa familiar.
*
Mil novecientos cuarenta y seis.
La guerra mundial quedó atrás. La guerra civil española terminó antes, dejando recuerdos de dolor. José Pardo y su familia decidieron salir de España y probar su suerte en la Argentina. Con grandes sacrificios pudieron reunir el dinero para los pasajes marítimos de toda la familia. Llegaron en una época difícil para comenzar vida nueva. Alquilaron una casa en uno de los barrios porteños y abrieron un taller de reparación de joyas y platería. Se desenvolvían con dificultad; costaba ganar el sustento y dar estudio a los hijos. Asistían a misa en la Catedral de San José de Flores. No pensaban volver mientras continuara la dictadura en España.
(4) Ceremonia en que consideran al chico de 13 años como persona mayor.
(5) Libro que forma parte de la Biblia
Los abuelos ya no estaban; los hijos y nietos fueron sus continuadores. Como todo el pueblo soportaron dictaduras y abusos del poder y vivieron en carne propia los secuestros y desapariciones, ya como ciudadanos argentinos.
El idioma que hablaban en España fue cambiando en el transcurso de los años; los dichos toledanos fueron reemplazados por el típico hablar porteño; ya no pronunciaban las graciosas zetas, pero agregaron las elegantes elles. Aún sentían la necesidad de regresar alguna vez a Toledo para honrar a sus antepasados en su eterno descanso.
*
Año dos mil dos.
José Pardo y su hermana estaban atendiendo la joyería familiar en el Once; Estrella cantaba una vieja romanza española transmitida oralmente durante generaciones. Entró un joven a pedir trabajo como oficial en el taller de joyas y platería. Dijo llamarse casualmente, José Pardo. Mientras hablaba miraba con curiosidad el pecho del dueño, que lucía una estrella de David de oro, de forma original. Se podía apreciar que la alhaja tenía muchos años, una verdadera antigüedad. El colgante estaba al revés y pudo leer las palabras grabadas. Escuchó que los hermanos se llamaban por sus nombres. De pronto comenzó a llorar y se arrojó a los brazos de José Pardo.
Estrella se acercó y vio que el joven también tenía una estrella de David que colgaba de su cuello. Inició un angustiado llanto y abrazó a los dos hombres. Cuando se calmó, comparó los dos colgantes y las inscripciones:
"Fecho por José Pardo – Toledo – 1492".
2007-03-08 19:32:24
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answer #8
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answered by forest 5
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