¿Qué es un problema social? Esta sencilla pregunta puede tener respuestas simples o muy complejas, según cómo se la aborde. Un primer nivel de respuesta alude a la existencia de condiciones objetivas que se relacionan, directamente, con los padecimientos humanos. Así, por ejemplo, la desnutrición, el analfabetismo, las malas condiciones sanitarias, la falta de trabajo, entre otros, son asuntos percibidos socialmente como problemas sin otro requisito que la sensibilización acerca de las condiciones de vida de los individuos implicados. Los problemas que afectan a una parte de la población resultan, así, “sociales” por el solo hecho de su emergencia en el seno de una sociedad dada. De hecho, una buena parte de la tradición en ciencias sociales ha considerado la existencia de los problemas sociales como algo “dado” o “naturalizado”. Por eso, es común encontrar en la literatura consideraciones acerca de la situación de pobreza, desnutrición, analfabetismo, como si ello fuera construido al mismo tiempo, y en una misma operación, como objeto epistémico y como situación “objetiva” de los actores.
Si nos situamos desde otra mirada, podemos “desnaturalizar” cualquier problema, suponiendo que no hay problemas “naturales” (más allá de la situación objetivos de los actores), sino que la emergencia pública de un problema responde a la construcción que ha sido realizada por aquellos actores que poseen la capacidad de tematizar públicamente esas cuestiones. Dicho de otro modo, desde esta perspectiva, no cualquier asunto que afecte a una parte de la población podrá adquirir el estatus de “problemas social”, sino sólo aquellos que sean el resultado de construcciones sociales, de procesos de producción de sentido, movilizados por actores legítimos, o por aquellos que han forjado (o forzado) una legitimidad pública.
Por otro lado, ¿qué es un “problema de conocimiento”? Aquí las complicaciones son aún mayores. Desde un punto de vista epistemológico, se puede tratar, por ejemplo, de lo que Thomas Kuhn llamó “resolución de enigmas”, actividad cotidiana y medianamente rutinaria inscripta en el funcionamiento de los paradigmas. Un problema de conocimiento es aquello que, bajo el imperio de un conjunto de grandes principios o dogmas organizadores, necesita ser develado, explicado, “descubierto”. Simplificando mucho el argumento, se puede decir que la mayor parte de los abordajes epistemológicos se sustentan en el principio de autonomía del campo científico, donde la definición y el establecimiento de qué es problemático depende de aquello que está determinado por los objetos del mundo físico y natural y el avance del conocimiento (perspectiva positivista). Lo mismo vale para la perspectiva de matriz sociológica donde los objetos de indagación están determinados por la dinámica del campo científico/comunidad en cuestión (por ejemplo, en la perspectiva Pierre Bourdieu).
Hasta aquí, el universo de los problemas sociales y el de los problemas de conocimiento científico parecen pertenecer a esferas separadas sin ninguna vinculación necesaria. Aunque en la actualidad existe una fuerte presión por parte de los gobiernos de los países desarrollados –imitada por los países periféricos- para dotar a los conocimientos de una utilidad social (y económica), la relación entre ambos es de larga data: cuando el rey de Inglaterra creó la Royal Society e invitó a Newton a instalarse allí en el siglo XVII, ya estaba planteado que financiar la investigación de la naciente ciencia moderna requería como contrapartida la generación de conocimientos “útiles” para dicha sociedad.
La noción de utilidad social es compleja, naturalmente. Por un lado, porque no depende sólo de un actor-productor de conocimientos, sino también de aquellos otros que habrán de transformarlo y distribuirlo socialmente; es decir, de una trama social que esté en condiciones de apropiárselo. Pero también porque la dinámica de la ciencia no responde a patrones completamente previsibles, y lo que parece inútil hoy puede resultar crucial en el futuro (como modelos matemáticos muy abstractos que se usan hoy, por ejemplo, para encriptar y dar seguridad a las claves que se usan en Internet).
El modelo más difundido sobre la utilidad social del conocimiento científico es el llamado “modelo lineal”, enunciado en los años de posguerra. Allí se supone que existe un continuum que comienza con la investigación básica o fundamental, se continúa con la investigación aplicada, atraviesa luego un proceso de desarrollo experimental y llega a la sociedad bajo la forma de innovaciones. Este modelo ha sido casi siempre falso: es decir, sólo una porción del conocimiento que llega a la sociedad responde a este modelo; mientras que a menudo el camino es inverso (innovaciones que generan nuevas preguntas científicas), o sinuoso (idas y vueltas permanentes). Además, es difícil discernir hoy qué cosa es “básica” y cuál “aplicada”: el desarrollo de una semilla transgénica es ambas cosas al mismo tiempo, y ello ocurre con la mayor parte de los procesos de conocimiento.
Desde la posguerra en los países desarrollados, y claramente en América Latina desde los años sesenta se ha instituido la producción y el uso de conocimientos científicos como objeto de políticas públicas: el Estado desarrolló instrumentos de intervención para el fomento y la orientación de la ciencia como asunto “nacional”. Es una concepción “lineal-liberal”, donde la oferta de conocimientos debía generar, a través de un conjunto de mecanismos de mediación social nunca suficientemente explicitados, beneficios para la sociedad en su conjunto. A ello le siguió, en los años ochenta, una concepción “lineal-orientada”, anclada en el concepto de relevancia que, influida por los modelos europeos, pasó de una visión naïve de la utilidad de la ciencia a la construcción de problemas sociales susceptibles de ser abordados –e incluso resueltos- por medio del conocimiento científico. Si en el primer modelo se dejaba a los propios actores –cuando estaban en condiciones de hacerlo- que tematicen sus propios problemas, en el segundo es el propio Estado el que los define como tales.
En investigaciones que realizamos en los últimos años tomamos como ejemplo a la enfermedad de Chagas. El caso es interesante porque es la única enfermedad “latinoamericana”, que afecta desde México hasta el Cono Sur. Luego de que la enfermedad fuera construida como “problema de salud” por Salvador Mazza en los años 20 y 30 del siglo XX, y como “problema social” por Cecilio Romaña en los años del primer peronismo, desde la década de 1960 y, sobre todo a partir de los años ochenta, la enfermedad fue definida como un problema de conocimiento crucial en la Argentina. Al mismo tiempo, se la fue redefiniendo como problema social: de una mirada centrada en las condiciones de vivienda –los ranchos en donde se aloja la vinchuca- se fue pasando a la mirada sobre el parásito causante de la enfermedad (el T. cruzi). En la actualidad existen en nuestro país más de 60 grupos que investigan sobre aspectos ligados al Chagas (es una cifra muy importante), pero ello implicó una fuerte resignificación; la biología molecular y la genética del parásito “representan” a la enfermedad, mientras que los intereses de la población afectada son “purificados” en los laboratorios y resultan en secuencias de ADN y expresión de los genes. Las consecuencias de esta transformación no son neutras, ya que la “promesa” de una vacuna, formulada por la investigación científica nunca estuvo cerca de llegar a concretarse, mientras que los fondos para investigación sobre Chagas fueron creciendo.
A la luz de este ejemplo, podemos volver al comienzo de nuestras preguntas. En la medida en que la mayor parte de los conocimientos deben estar orientados por la relevancia social, es decir, por el uso potencial que dichos conocimientos puedan ofrecer para el abordaje de problemas sociales, es lícito preguntarse “¿quién establece esos problemas como significativos?” y, aún más importante, “¿quién establece que el conocimiento científico puede ser el modo de resolución más adecuado?”. Podremos así “desnaturalizar” ambos procesos, y observar cuáles son las relaciones sociales que se encuentran en su base, y cuestionar la “natural relación” que se formula corrientemente en la esfera pública.
2007-03-10 04:45:34
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answer #2
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answered by Oscar I 5
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