el hule, que fue el primer material elástico o elastómero conocido por la humanidad. Pocos podrían imaginar los inmensos periplos que se efectuaron o las guerras que se emprendieron para apropiarse de esta materia elástica.
El hule se obtiene de la savia de diferentes especies vegetales de la América tropical. La mayor parte de la producción actual proviene de un árbol de la familia de las euforbiaceas, el Hevea Brasiliensis. En México existe una especie similar, de la familia de las moraceas, el ulcuahuitl o árbol del hule (Castilloa Elástica Cervica). Al efectuarse una serie de incisiones en el tronco del árbol, escurre un látex blancuzco, constituido por un gran número de glóbulos microscópicos dispersos en agua. Esta suspensión acuosa de partículas de hule es estabilizada por un gran número de cadenas proteínicas que actúan como un jabón natural (surfactante o tensoactivo). Las partículas de hule presentan diámetros que oscilan entre 0.006 y 6 micras. Un látex típico contiene alrededor de 30 o 40% de hule sólido, el cual es separado de la fase acuosa mediante precipitación en medio ácido o añadiendo sal.
Los olmecas fueron los primeros en realizar todas estas asociaciones, que transmitieron a sus sucesores mesoamericanos, como mayas, zapotecas, totonacas, nahuas, etc. Estos pueblos reconocían en el hule una fuerte sacralidad. El elastómero era quemado, a manera de incienso, delante de las imágenes de los dioses. Las figuras de arcilla que representaban a tales divinidades eran algunas veces recubiertas de hule quemado (una forma mágica de "energetizarlas" podríamos decir actualmente). Otra de las utilizaciones del hule consistía en el moldeo de figurillas que representaban deidades (Sahagún, 1979: II, 25, 50). Hay evidencias de que el látex de hule se empleó también como adhesivo para pegar objetos de cuero y madera. Lamentablemente, las condiciones climáticas de México han impedido la conservación de este tipo de utensilios. Sin embargo, el uso más común del hule era la preparación de bolas para el juego ritual de pelota (INAH, 1986), en el cual, los dos equipos contendientes representaban el día y la noche disputándose la fuerza del astro supremo. El juego de pelota fue tan importante que un gran número de ciudades mesoamericanas poseían edificios y terrenos consagrados a tal actividad ritual. Se ha constatado que la difusión del juego de pelota rebasó las fronteras de Mesoamérica. Por ejemplo, los Anasazi de Nuevo México, Arizona y Chihuahua, intercambiaban turquesas por pelotas de hule. Los constructores de túmulos que edificaron la impresionante ciudad de Cahokia, en la región del Mississippi, también jugaban a la pelota. Hacia el sur, el empleo ritual de las pelotas de hule llegó incluso a los indígenas de la amazonia peruana. Los feroces caribes de Cuba y los taínos de Haití igualmente utilizaban pelotas de hule, muchas de ellas robadas o compradas a los mayas. Cristóbal Colón, en la bitácora de su cuarto viaje, consignó la admiración que experimentó al contemplar un partido de pelota entre los taínos. Fue este ilustre navegante el primero en informar a Europa sobre la existencia del maravilloso hule
A principios del siglo XIX, el procedimiento de impermeabilización de textiles mediante recubrimiento con hule tuvo gran éxito. Se inventaron otros objetos fabricados con elastómero, lo que llevó al descubrimiento de las primeras masticadoras mecánicas de hule, con el fin de facilitar su empleo. Sin embargo, la utilización del elastómero se encontraba muy restringida debido a la adhesión y suavidad excesivas que presentaban los objetos de hule, así como por la pronta degradación provocada al ser expuestos a la luz del sol. El problema fue resuelto en forma bastante curiosa por un estadounidense estrafalario, Charles Goodyear (1800-1860), fanático religioso que creía ciegamente que Dios lo había predestinado para "curar" el hule. Goodyear efectuó cientos de pruebas, dilapidó su fortuna y llegó al extremo de empeñar los libros de texto de sus hijos para disponer de fondos que le permitieran continuar sus investigaciones. En 1839, Goodyear dejó caer accidentalmente una mezcla de hule y azufre sobre la estufa de su casa, y observó que el material se había endurecido un poco. Posteriormente, introdujo la misma mezcla al horno durante varias horas, con lo cual pudo constatar que, efectivamente, el hule se había hecho más rígido y que sus propiedades elásticas habían mejorado. Sin saberlo, Goodyear inventó el proceso de vulcanización, que consiste en entrecruzar parcialmente las largas cadenas moleculares que constituyen el hule, creando un puente químico entre ellas. En este caso, fue el azufre el que permitió la creación de tales enlaces. Su hermano Edward preparó una mezcla con mayor cantidad de azufre y la sometió al mismo tratamiento. Finalmente obtuvo un material completamente rígido; es decir, inventó el primer plástico termofijo. Este material recibió el nombre de ebonita (actualmente se utiliza para elaborar las armaduras de los acumuladores).
El descubrimiento de Goodyear tuvo una fuerte repercusión en el mundo industrial. Gracias a él, John B. Dunlop (1840-1921), veterinario escocés que deseaba mejorar el triciclo de su hijo, pudo inventar los primeros neumáticos. De igual manera, Waterman logró desarrollar la primera pluma fuente. Sin embargo, Charles Goodyear jamás pudo gozar de las regalías de su descubrimiento, llegando a pasar incluso un largo tiempo en prisión a causa de las deudas. Murió en la más completa miseria en 1860.
La aparición de nuevos productos obtenidos del hule natural originó un fuerte incremento en su consumo durante el siglo XIX. Muy pronto, los países latinoamericanos fueron incapaces de cubrir toda la demanda mundial. Por otra parte, trataron de proteger su producción al impedir la salida de semillas del árbol del hule. El gobierno británico encomendó a Sir Henry Wickham la misión de sacar ilegalmente de Brasil algunas semillas de Hevea. El ilustre contrabandista sustrajo, ocultas dentro de un cargamento de hojas de plátano, 60 mil semillas de Hevea del Alto Amazonas y las llevó a los jardines botánicos de Kew; varias de ellas lograron germinar, y muy pronto aparecieron en el Lejano Oriente numerosas plantaciones de hule. Como consecuencia, el Sudeste asiático llegó a producir en poco tiempo 90% del hule natural de todo el mundo; de esta forma, se desplazó a los países latinoamericanos (Mark, op. cit.: 160).
No debemos dejar de mencionar que la producción a gran escala del hule natural tuvo también efectos nefastos. El fuerte olor del látex del hule se reveló mortal para los seres humanos que fueron obligados a sangrar los troncos de Hevea. En Indochina, numerosas aldeas desaparecieron al ser sus habitantes forzados por el gobierno colonial francés a trabajar en las plantaciones del hule. Las condiciones de insalubridad y de maltrato impedían que las personas sobrevivieran ahí no más de dos años. En las amazonias ecuatoriana y peruana casi el 80% de las etnias Hoarani, Machiguenga, Mashco y Ashkinanka desaparecieron, víctimas de los buscadores de hule, quienes esclavizaban a los hombres y eliminaban a mujeres, niños y ancianos.
Como ejemplo de la generación de tecnologías que permitan dar nuevos y mejores usos al hule natural mencionaremos el trabajo realizado recientemente por un grupo de químicos de la Universidad de Estrasburgo, bajo la dirección del Dr. Michael Schneider (Vázquez, 1996). Estos investigadores han desarrollado una serie de procedimientos de modificación del hule natural. Mediante técnicas de polimerización en emulsión, en las que se utiliza como medio de reacción agua en lugar de solventes agresivos con el medio ambiente, han logrado crear microesferas compuestas de polisopreno (el hule natural) y diversos termoplásticos. Algunas de estas partículas presentan una morfología núcleo-coraza; es decir, el nódulo de hule es recubierto por una capa de un polímero rígido. Se han logrado, incluso, sintetizar partículas de tipo "salami", en las que se introducen inclusiones del segundo polímero dentro de los nódulos de hule. Al añadirse pequeñas cantidades de estas partículas a plásticos frágiles, como el poliestireno o el polimetacrilato de metilo, se incrementa en forma muy sensible su resistencia a la ruptura. En términos de la industria del plástico, las partículas compuestas de hule actúan como magníficos "modificadores de impacto". También se ha encontrado que estas partículas pueden ser utilizadas como barnices.
Otro trabajo digno de ser mencionado es el del grupo dirigido por el Dr. S. K. De, de Jaragpur, India. Estos investigadores lograron preparar una serie de polímeros reforzados mediante la mezcla de hule natural y fibras de yute. El uso de diferentes procedimientos de mezclado y la introducción de la fibra natural a determinadas concentraciones permite un buen control de las propiedades reológicas y mecánicas de los materiales obtenidos (Murty, 1985). Compuestos similares a los anteriores podrían desarrollarse en México si se substituye el yute por fibras de henequén, lechuguilla o ixtle.
Los trabajos anteriores son un ejemplo de la posibilidad de desarrollar nuevos compuestos con mejores propiedades a partir de materiales naturales sin que se tenga que agredir al medio ambiente.
2007-03-04 11:31:51
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