Piii... Error.. en la creencia hindu-budista, cuando mueres tambien vas al cielo, o al infierno (Segun como te portaras), la ****** es que si vas al cielo en dicha creencia, es solo para vacaciones de una temporada pues toca volver. Si tu darmma es superior a tu karmah te ira mejor que en la anterior si tu karmah es una ****** igual retrocedes a ser un animal.
Tambien en la biblia se hayan partes que la iglesia catolica interpreta como la "confirmación", pero que podrían interprestarse como la reencarnacion...
Nicodemo: ¿Como puede un hombre nacer si ya es viejo?.
JesuCristo: No te sorprendas de que te haya dicho que os es preciso nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y le dijo: ¿Cómo puede ser esto? Contestó Jesús: ¿Tú eres maestro en Israel y lo ignoras? En verdad, en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Pues nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él
2007-03-03 16:04:13
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answer #9
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answered by DudasVarias 2
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En el sentido corriente: cesación de la vida. No entraba en la voluntad de Dios, que ha creado al hombre a su imagen, y que lo ha hecho «alma viviente». En el paraíso, el árbol de la vida le hubiera permitido vivir eternamente (Gn. 1:27; 2:7; 3:22).
La muerte ha sido el salario de la desobediencia a la orden divina (Gn. 2:17; Ro. 5:12; 6:23).
La muerte es física, por cuanto nuestro cuerpo retorna al polvo (Gn. 3:19); también es, y sobre todo, espiritual. Desde su caída, Adán y Eva fueron echados de la presencia de Dios y privados de Su comunión (Gn. 3:22-24). Desde entonces, los pecadores se hallan «muertos en... delitos y pecados» (Ef. 2:1).
El hijo pródigo, alejado del hogar paterno, está espiritualmente muerto (Lc. 15:24). Ésta es la razón de que el pecador tiene necesidad de la regeneración del alma y de la resurrección del cuerpo. Jesús insiste en la necesidad que tiene todo hombre de nacer otra vez (Jn. 3:3-8); explica Él que el paso de la muerte espiritual a la vida eterna se opera por acción del Espíritu Santo y se recibe por la fe (Jn. 5:24; 6:63). Esta resurrección de nuestro ser interior es producida por el milagro del bautismo del Espíritu (Col. 2:12-13). El que consiente en perder su vida y resucitar con Cristo es plenamente vivo con Él (Ro. 6:4, 8, 13).
(a) Tras la muerte física:
(A) Para el impío es cosa horrenda caer en manos del Dios vivo (He. 10:31) y comparecer ante el juicio (He. 9:27) sin preparación alguna (Lc. 12:16-21). El pecador puede parecer impune durante mucho tiempo (Sal. 73:3-20), pero su suerte final muestra que «el Señor se reirá de él porque ve que viene su día» (Sal. 37:13). El que no haya aceptado el perdón de Dios morirá en sus pecados (cfr. Jn. 8:24). Jesús enseña, en la historia del rico malvado que, desde el mismo instante de la muerte, el impío se halla en un lugar de tormentos, en plena posesión de su consciencia y de su memoria, separado por un infranqueable abismo del lugar de la ventura eterna, imposibilitado de toda ayuda, y tenido por totalmente responsable por las advertencias de las Escrituras y/o de la Revelación natural y del testimonio de su propia conciencia (Lc. 16:19-31; Ro. 1:18-21 ss). (Véase SEOL, HADES.)
(B) Para el creyente no existe la muerte espiritual (la separación de Dios). Ha recibido la vida eterna, habiendo pasado, por la fe, de la muerte a la vida (Jn. 5:24). Jesús afirmó: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente» (Jn. 11:25-26; cfr. Jn. 8:51; 10:28). Desde el mismo instante de su muerte, el mendigo Lázaro fue llevado por ángeles al seno de Abraham (Lc. 16:22, 25). Pablo podría decir: «Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia». Para él partir para estar con Cristo es mucho mejor (Fil. 1:21-23). Es por esta razón que «más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor» (2 Co. 5:2-9). No se puede imaginar una victoria más completa sobre la muerte, en espera de la gloriosa resurrección del cuerpo (véase RESURRECCIÓN). Así, el Espíritu puede afirmar solemnemente: «Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor» (Ap. 14:13).
(b) La muerte segunda.
En contraste con la gozosa certeza del creyente, recapitulada anteriormente, se halla una expectación de juicio, y de hervor de fuego, que ha de devorar a los adversarios. La acción de la conciencia natural infunde miedo y angustiosa incertidumbre en el inconverso. Shakespeare lo expresó magistralmente en su soliloquio de Hamlet, en el que éste considera la posibilidad del suicidio; «Morir: dormir; no más; y con el sueño, decir que damos fin a los agobios e infortunios, a los miles de contrariedades naturales a las que es heredera la carne, éste es un fin a desear con ansia. Morir: dormir; dormir: quizá soñar; ¡Ah, ahí está el punto dificultoso!; porque en este sueño de la muerte ¿qué sueños pueden venir cuando nos hayamos despojado de esta mortal vestidura? Ello debe refrenarnos: ahí está el respeto que hace sobrellevar la calamidad de una tal vida, pues ¿quién soportaría los azotes y escarnios del tiempo, los males del opresor, la altanería de los soberbios, el dolor por el amor menospreciado, la lentitud de la justicia, la insolencia de los potentados, y el desdén que provoca el paciente mérito de los humildes, cuando él mismo puede, con desnuda daga, el descanso alcanzar? ¿Quién llevaría pesados fardos, gimiendo y sudando bajo una fatigosa vida, sino por el hecho del temor de algo tras la muerte, el país inexplorado de cuyos muelles ningún viajero retorna, y que nos hace preferir aquellos males que ahora tenemos, que volar a otros de los que nada sabemos? Así, la conciencia a todos nos vuelve cobardes, y así el inicio de una resolución queda detenido por el pálido manto de la reflexión» (Acto III, Escena 1).
Así, la «horrenda expectación de juicio, y el hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios» (He. 10:27) se refiere a la muerte segunda, aquella que espera a los no arrepentidos tras el juicio final. Esta segunda muerte es en las Escrituras un sinónimo de infierno. Dos veces se declara en Apocalipsis que el lago de fuego es la muerte segunda (Ap. 20:14; 21:8). En este lago de fuego los impenitentes, vueltos a levantar a la vida en sus cuerpos, pero sin admisión a la gloria, serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos (Ap. 14:10-11; 20:10). Es por ello que se trata de «sufrir daño de la segunda muerte» (Ap. 2:11). Queda en pie el hecho de la gracia del Señor, que no desea la muerte del pecador, sino su salvación. Así, la Escritura insiste en numerosas ocasiones: «No quiero la muerte del que muere... convertíos, pues, y viviréis» (Éx. 18:23, 31-32). (Véanse CASTIGO ETERNO, SEOL.)
2007-03-03 15:56:22
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answer #10
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answered by Providencia D 3
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