Tienes que hacer una historia costumbrista. Así que debes fijarte en tres cosas principales: los escenarios o ambientes, las tradiciones y algún personaje que pudiera representar o contar la historia. El ambiente permitirá reconocer al lector cómo es tu ciudad, las calles, sus construcciones, las fachadas de los edificios públicos, de las iglesias, las convivencias en plazas y mervados. Las tradiciones darán al lector la visión de cómo se vive en la ciudad, puedes elegir alguna festividad o un día en que se efectúa algo especial Finalmente, un personaje representativo puede ser un maestro, un artista, incluso quien tiene un puesto en el mercado, conoce la ciudad y es capaz de narrar una parte de su desarrollo.
En cuanto a técnicas, puedes contarlo en primera persona, porque servirá para que el personaje diga lo orgulloso que puede sentirse de ser de esa ciudad.
Espero te sirvan mis comentarios.
2007-02-25 11:41:51
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answer #2
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answered by Eduardo P 2
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Recibiste buenas respuestas. Personalmente escribà dos libros sobre mi ciudad, y te voy a dar dos ejemplos, si entran en la hoja:
Fragmento del libro:Verde era también mi valle
Mi calle
Cada persona tiene la facultad de oÃr sonidos y ver imágenes que percibió en el pasado; esta vez, esto ocurre en un presente ubicado en la mente y en el corazón. El pasado es presente y el presente es pasado al mismo tiempo y, se encuentran en la misma dimensión y época, si los trae el pensamiento; las imágenes y vivencias tienen relevancia y fuerza espiritual, e influyen en los sentimientos y percepciones de las personas relacionadas con ese pasado, fÃsica y espiritualmente. Asà ocurre cuando recuerdo a mi valle en todas sus épocas.
Ahà estaba la primera calle del pueblo, con veredas altas, rociadas por acequias de aguas tranquilas, rumoreantes cada vez que rozaban alguna piedra o llegaban a un desnivel. En los bordes de esas acequias crecÃan diversas hierbas; sus semillas habÃan encontrado refugio en las orillas, y germinaron. Una de las veredas descansaba contra los edificios; separados en exacto orden, crecÃan arbolitos, cuyas raÃces eran regadas por esas aguas y, en la otra vereda, cada tanto se erguÃa un imponente sauce llorón, que inclinaba sus ramas, hasta llegar a la corriente que refrescaba sus hojas. La ausencia de edificios era reemplazada por un extenso cerco de tamariscos que separaba la parte poblada, de los terrenos del ferrocarril. La vista panorámica era totalmente diferente en ambas aceras.
Al final de la calle, se veÃa el horizonte verde, producido por la perspectiva y la arboleda. En esa relativa lejanÃa, el contraste de colores entre los árboles, la calle enripiada, algunos vehÃculos, el celeste cielo, las nubes y el dorado sol, semejaban un raro arco iris, aparecido al cesar la tenue llovizna.
En ese lugar, las acequias se despedÃan de la calle y, continuaban unidas, regando la verde extensión.
Buena diversión era sentarme en el umbral de mi casa y observar a los caminantes, que generalmente eran los mismos: el anciano cura que viajaba a la ciudad vecina a dar misa, el viejito del carro cargado con perros y gatos, los obreros del ferrocarril, el kiosquero manco, las señoras que salÃan a hacer sus compras, y los policÃas que habÃan detenido borrachos en uno de los boliches de las cercanÃas, y los conducÃan hacia la comisarÃa,
Al terminar la tarde, el cuadro se repetÃa; algunos de esos personajes caminaban de regreso, esta vez en la otra dirección.
Los domingos, la banda de la biblioteca popular llegaba a la esquina de mi casa, tocaba alguna canción, y caminaba hasta la otra esquina, para deleitar a un público renovado. Muy pronto se perdió esa costumbre, y la olvidé hasta hoy.
La misma calle, en la dura realidad, se ve pequeña, como si el tiempo la hubiera comprimido, pero los ojos que guardo en el corazón, me la devuelven tal como era para mi mirada infantil, con toda su majestuosidad.
Dentro del libro Cuentos pueblerinos:
Antonio
¿Personaje representativo? ¿Alguien para conversar, para aprender? ¿Para confiar secretos? Antonio.
Yo era muy pequeño cuando lo conocÃ; tenÃa un negocio con su hermano. Años más tarde se separaron.
Era obeso, alto, vestido con overol y camiseta de frisa que siempre necesitaba lavado. Su “vestimenta” incluÃa una bicicleta vieja, despintada, pero con fuerzas para resistir su peso. Recuerdo que el asiento tenÃa un resorte que bajaba y subÃa durante el pedaleo. Atrás tenÃa un pequeño portaequipajes, en donde transportaba su caja de herramientas.
TenÃa un modo de hablar reposado y parecÃa que dictaba clases. Pronunciaba las “erres” con sonido gutural sin ninguna causa manifiesta.
SabÃa de todo y bien y si no, lo aprendÃa. Hablaba de religión como un sacerdote y siempre con empatÃa, no importaba de qué religión se trataba. Hoy era Rosacruz y la semana que viene budista. Pero siempre fue vegetariano, de esos que saben por qué lo son y cuales son los beneficios de serlo. PodÃa conferenciar horas sobre el tema como un erudito. LeÃa mucho y estaba siempre actualizado en todos los temas que le interesaban.
Con todos sus atributos, Antonio también trabajaba, pero lo hacÃa de manera muy original. Se invitaba a la casa del cliente por todo el dÃa, incluido desayuno, almuerzo y cena si no alcanzaba a terminar el trabajo.
Esos dÃas eran para mà especiales y me hubiera hecho la rata para estar y conversar con él. SabÃa escuchar y no interrumpÃa a su interlocutor hasta que oÃa la última oración. Entonces daba consejos como lo hubiera hecho un psicólogo, sin arancel ni sofá.
Mi mamá, con intención olvidaba su vegetarianismo y preparaba manjares con carne de vaca o aves, que sólo comÃamos los domingos o festivos.
Antonio comÃa todo, y según sus afirmaciones no se debÃa despreciar la mesa. La sobremesa era lo principal, y no me perdÃa una sola palabra.
En su casa, en el amplio patio cuidaba algunos árboles frutales y cultivaba unas pocas verduras. En una amplia jaula criaba algunos conejos. Antonio – pregunté - ¿Para qué crÃa conejos? ¿Para qué será? Para comérmelos. – Me contestó. Antonio era vegetariano por convicción.
Era electricista y técnico en radio de esos que “saben” pero nunca dio importancia a sus conocimientos. Sólo realizaba pequeñas instalaciones o reparaciones, todas a domicilio como dije, con el dÃa de visita incluido.
Cuando fui adolescente lo visitaba y veÃa con atención cómo tenÃa adornada su casa. En el primer salón tenÃa todos los elementos de trabajo: cables portalámparas, artefactos fluorescentes, enchufes, etc. “ordenados” sin orden, es decir que parecÃan “barajados” en los ángulos del cuarto formando un triángulo de un metro y medio por lado y más de un metro de altura. En cierta oportunidad quise sacar algo y Antonio me gritó: - No me desordenes.
Su máquina de lavar ropa merece una atención especial, pues creo que era fruto de sus invenciones. Se encontraba en el corredor que daba al patio techado aunque sin una pared lateral, cosa que permitÃa gozar del lindo paisaje. AllÃ, en uno de los rincones estaba ella, compuesta por una gran tina, agua y dos enormes embudos. En el momento del lavado se tomaban los embudos por el lado angosto y con firmeza aunque sin violencia, se golpeaba sobre la ropa. El lavado estaba garantizado, según sus afirmaciones. No recibà ninguna demostración de su funcionamiento, pero confié en las aptitudes de Antonio como lavandero.
Sus amigos Ãntimos no quedaban rezagados a su lado. Por lo general eran técnicos en algo con fanatismo ideológico. Uno de ellos se dedicaba a Alta Fidelidad y su casa era un laboratorio con parlantes de todos los tamaños colgados en las paredes. Allà se reunÃan y discutÃan hasta inventar algo nuevo, y en realidad lo hacÃan.
Antonio no alcanzó a envejecer, es decir vivió intensamente y se fue repentinamente según estaba planeado; aprendió, enseñó, vivió, disfrutó. Toda su vida fue una sola vivencia.
Pero no quiero que esta noche estén insomnes pensando quién es mi personaje. ¿Recuerdan ustedes al “Gordo Ruiz”?
2007-02-28 02:53:09
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answer #3
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answered by forest 5
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