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5 respuestas

No me tomé la molestia de leer las respuestas previas a la mía pero seguro alguien te recomendará algo como lo que hizo Carlos Fuentes en "la ciudad más transparente"; yo por mi parte podría sugerir que uses los usos y costumbre más que la tradiciones a veces no se necesita un paisaje para saber cómo es el lugar si no los ciegos no diferenciarían un lugar de otro pero lo hacen. La sensaciones son algo importante. Suerte.

2007-02-26 04:46:09 · answer #1 · answered by Judicatrix 3 · 0 0

Tienes que hacer una historia costumbrista. Así que debes fijarte en tres cosas principales: los escenarios o ambientes, las tradiciones y algún personaje que pudiera representar o contar la historia. El ambiente permitirá reconocer al lector cómo es tu ciudad, las calles, sus construcciones, las fachadas de los edificios públicos, de las iglesias, las convivencias en plazas y mervados. Las tradiciones darán al lector la visión de cómo se vive en la ciudad, puedes elegir alguna festividad o un día en que se efectúa algo especial Finalmente, un personaje representativo puede ser un maestro, un artista, incluso quien tiene un puesto en el mercado, conoce la ciudad y es capaz de narrar una parte de su desarrollo.
En cuanto a técnicas, puedes contarlo en primera persona, porque servirá para que el personaje diga lo orgulloso que puede sentirse de ser de esa ciudad.
Espero te sirvan mis comentarios.

2007-02-25 11:41:51 · answer #2 · answered by Eduardo P 2 · 1 0

Recibiste buenas respuestas. Personalmente escribí dos libros sobre mi ciudad, y te voy a dar dos ejemplos, si entran en la hoja:
Fragmento del libro:Verde era también mi valle

Mi calle
Cada persona tiene la facultad de oír sonidos y ver imágenes que percibió en el pasado; esta vez, esto ocurre en un presente ubicado en la mente y en el corazón. El pasado es presente y el presente es pasado al mismo tiempo y, se encuentran en la misma dimensión y época, si los trae el pensamiento; las imágenes y vivencias tienen relevancia y fuerza espiritual, e influyen en los sentimientos y percepciones de las personas relacionadas con ese pasado, física y espiritualmente. Así ocurre cuando recuerdo a mi valle en todas sus épocas.

Ahí estaba la primera calle del pueblo, con veredas altas, rociadas por acequias de aguas tranquilas, rumoreantes cada vez que rozaban alguna piedra o llegaban a un desnivel. En los bordes de esas acequias crecían diversas hierbas; sus semillas habían encontrado refugio en las orillas, y germinaron. Una de las veredas descansaba contra los edificios; separados en exacto orden, crecían arbolitos, cuyas raíces eran regadas por esas aguas y, en la otra vereda, cada tanto se erguía un imponente sauce llorón, que inclinaba sus ramas, hasta llegar a la corriente que refrescaba sus hojas. La ausencia de edificios era reemplazada por un extenso cerco de tamariscos que separaba la parte poblada, de los terrenos del ferrocarril. La vista panorámica era totalmente diferente en ambas aceras.

Al final de la calle, se veía el horizonte verde, producido por la perspectiva y la arboleda. En esa relativa lejanía, el contraste de colores entre los árboles, la calle enripiada, algunos vehículos, el celeste cielo, las nubes y el dorado sol, semejaban un raro arco iris, aparecido al cesar la tenue llovizna.

En ese lugar, las acequias se despedían de la calle y, continuaban unidas, regando la verde extensión.

Buena diversión era sentarme en el umbral de mi casa y observar a los caminantes, que generalmente eran los mismos: el anciano cura que viajaba a la ciudad vecina a dar misa, el viejito del carro cargado con perros y gatos, los obreros del ferrocarril, el kiosquero manco, las señoras que salían a hacer sus compras, y los policías que habían detenido borrachos en uno de los boliches de las cercanías, y los conducían hacia la comisaría,

Al terminar la tarde, el cuadro se repetía; algunos de esos personajes caminaban de regreso, esta vez en la otra dirección.

Los domingos, la banda de la biblioteca popular llegaba a la esquina de mi casa, tocaba alguna canción, y caminaba hasta la otra esquina, para deleitar a un público renovado. Muy pronto se perdió esa costumbre, y la olvidé hasta hoy.

La misma calle, en la dura realidad, se ve pequeña, como si el tiempo la hubiera comprimido, pero los ojos que guardo en el corazón, me la devuelven tal como era para mi mirada infantil, con toda su majestuosidad.

Dentro del libro Cuentos pueblerinos:

Antonio
¿Personaje representativo? ¿Alguien para conversar, para aprender? ¿Para confiar secretos? Antonio.
Yo era muy pequeño cuando lo conocí; tenía un negocio con su hermano. Años más tarde se separaron.
Era obeso, alto, vestido con overol y camiseta de frisa que siempre necesitaba lavado. Su “vestimenta” incluía una bicicleta vieja, despintada, pero con fuerzas para resistir su peso. Recuerdo que el asiento tenía un resorte que bajaba y subía durante el pedaleo. Atrás tenía un pequeño portaequipajes, en donde transportaba su caja de herramientas.
Tenía un modo de hablar reposado y parecía que dictaba clases. Pronunciaba las “erres” con sonido gutural sin ninguna causa manifiesta.
Sabía de todo y bien y si no, lo aprendía. Hablaba de religión como un sacerdote y siempre con empatía, no importaba de qué religión se trataba. Hoy era Rosacruz y la semana que viene budista. Pero siempre fue vegetariano, de esos que saben por qué lo son y cuales son los beneficios de serlo. Podía conferenciar horas sobre el tema como un erudito. Leía mucho y estaba siempre actualizado en todos los temas que le interesaban.
Con todos sus atributos, Antonio también trabajaba, pero lo hacía de manera muy original. Se invitaba a la casa del cliente por todo el día, incluido desayuno, almuerzo y cena si no alcanzaba a terminar el trabajo.
Esos días eran para mí especiales y me hubiera hecho la rata para estar y conversar con él. Sabía escuchar y no interrumpía a su interlocutor hasta que oía la última oración. Entonces daba consejos como lo hubiera hecho un psicólogo, sin arancel ni sofá.
Mi mamá, con intención olvidaba su vegetarianismo y preparaba manjares con carne de vaca o aves, que sólo comíamos los domingos o festivos.
Antonio comía todo, y según sus afirmaciones no se debía despreciar la mesa. La sobremesa era lo principal, y no me perdía una sola palabra.
En su casa, en el amplio patio cuidaba algunos árboles frutales y cultivaba unas pocas verduras. En una amplia jaula criaba algunos conejos. Antonio – pregunté - ¿Para qué cría conejos? ¿Para qué será? Para comérmelos. – Me contestó. Antonio era vegetariano por convicción.
Era electricista y técnico en radio de esos que “saben” pero nunca dio importancia a sus conocimientos. Sólo realizaba pequeñas instalaciones o reparaciones, todas a domicilio como dije, con el día de visita incluido.
Cuando fui adolescente lo visitaba y veía con atención cómo tenía adornada su casa. En el primer salón tenía todos los elementos de trabajo: cables portalámparas, artefactos fluorescentes, enchufes, etc. “ordenados” sin orden, es decir que parecían “barajados” en los ángulos del cuarto formando un triángulo de un metro y medio por lado y más de un metro de altura. En cierta oportunidad quise sacar algo y Antonio me gritó: - No me desordenes.
Su máquina de lavar ropa merece una atención especial, pues creo que era fruto de sus invenciones. Se encontraba en el corredor que daba al patio techado aunque sin una pared lateral, cosa que permitía gozar del lindo paisaje. Allí, en uno de los rincones estaba ella, compuesta por una gran tina, agua y dos enormes embudos. En el momento del lavado se tomaban los embudos por el lado angosto y con firmeza aunque sin violencia, se golpeaba sobre la ropa. El lavado estaba garantizado, según sus afirmaciones. No recibí ninguna demostración de su funcionamiento, pero confié en las aptitudes de Antonio como lavandero.
Sus amigos íntimos no quedaban rezagados a su lado. Por lo general eran técnicos en algo con fanatismo ideológico. Uno de ellos se dedicaba a Alta Fidelidad y su casa era un laboratorio con parlantes de todos los tamaños colgados en las paredes. Allí se reunían y discutían hasta inventar algo nuevo, y en realidad lo hacían.
Antonio no alcanzó a envejecer, es decir vivió intensamente y se fue repentinamente según estaba planeado; aprendió, enseñó, vivió, disfrutó. Toda su vida fue una sola vivencia.
Pero no quiero que esta noche estén insomnes pensando quién es mi personaje. ¿Recuerdan ustedes al “Gordo Ruiz”?

2007-02-28 02:53:09 · answer #3 · answered by forest 5 · 0 0

el cuento es un relato corto de dos paginas como mucho tiene que tener principio,nudo y desenlace, el nudo tiene que ser atrapante, el desenlace puede tener un final cerrado o abierto, abierto significa que lo dejas a la imaginacion del lector. cual es tu ciudad?

2007-02-27 20:15:56 · answer #4 · answered by virginia p 7 · 0 0

Me gustó mucho la primera respuesta. Aunque se enfoca solo en una sola cara de la moneda. Si quieres reportar no solo el aspecto bueno, sino las cosas que suceden a tu alrededor que no te gustan puedes usar un segundo personaje como nemesis o rival que tenga caracteristicas y costumbres opuestas al personaje principal y aun asi sean similares en ciertas cosas. Eso te servirá para contar dos formas de vida diferentes (puedes agregar más) que suceden en una misma ciudad.

2007-02-25 12:20:52 · answer #5 · answered by Red Queen 3 · 0 0

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