Funcion axiológica.
El hecho de que los temas axiológicos hayan tomado fuerza a partir de fines del siglo XIX no significa que la función valorativa de la filosofía exclusivamente deba ser referida a partir de esa época. En todo momento la filosofía ha desempeñado dicha función para poder ser propiamente filosofía.
Si la filosofía aspira verdaderamente a ser útil tiene que argumentar sus formulaciones sobre la más sólida base lógica que siempre revelará el contenido en última instancia concreto de las formulaciones teóricas más abstractas. Sólo si la abstracción se constituye en camino de tránsito necesario de lo concreto a lo concreto sobre nuevas bases teóricas, se justifica la empresa del filosofar.
En esta ardua labor la filosofía puede demostrar su función práctica, no sólo a través de las mediaciones necesarias del conocimiento científico sino de otras formas de la práctica social. En la medida que lógica despliegue su capacidad como disciplina normativa y práctica, como la concebía Husserl,{25} la filosofía podrá apoyarse en tan vital instrumento a fin de demostrar también su utilidad.
La utilidad de la filosofía ha sido apreciada por sus practicantes en la misma medida en que ha colaborado como instrumento efectivo de valoración.
Para Platón las ideas constituían a la vez valores y en tal sentido cumplían un significativo papel en las relaciones sociales por la función paradigmática que desempeñaban al constituir modelos respecto a los cuales debían ser enjuiciadas las acciones humanas, especialmente las morales.
Por su parte Aristóteles le concedió al valor un sentido más ontológico y vinculado a la fundamentación del ser de las cosas.
Los estoicos pusieron mayor atención a la cuestión de los valores en el terreno de la moral y fue en este ámbito de la ética en el que más los desarrollaron.
Aun cuando durante el Medioevo la preocupación por los problemas de los valores no ocupó un lugar principal por cuanto se presuponía el valor supremo fuese Dios y a partir de tal consideración toda valoración debía supeditarse a tal referente, también en tales circunstancias la filosofía no dejó de desempeñar su función valorativa y servir de instrumento a los objetivos teológicos.
En la filosofía moderna tal función se fue haciendo cada vez más nítida y consciente en la misma medida en que alcanzaba en que era objeto de atención especial como se apreció en Hobbes{26}.
En Kant se evidenció una identificación entre el bien y el valor y una objetivación de su contenido, cuando expresaba: «Agradable llámase a lo que deleita; bello a lo que solo place; bueno, a lo que es apreciado, aprobado, es decir, cuyo valor objetivo es asentado»{27}, que posteriormente fue muy cuestionada por aquellos que se inspiraron en las bases de su filosofía e impulsarían el incremento de la preocupación axiológica en la filosofía contemporánea.
A fines del siglo XIX el tema axiológico se convirtió en una de las preocupaciones principales de la filosofía. Ese incremento significativo en la toma de conciencia por esta problemática no era más que una revelación del significativo papel de dicho problema que no se había desplegado en toda su riqueza en la filosofía anterior aunque se encontrase subyacente de algún modo en todas sus manifestaciones.
Así Windelband planteaba que la filosofía no tiene como objeto los objetos particulares que componen el contenido del conocimiento empírico del hombre. En su lugar ella se ocupa de las normas a las cuales el pensamiento debe adecuarse para ser válidos y poseer el valor correspondiente.
A su juicio la filosofía «Sólo puede seguir viviendo como teoría de los valores universalmente válidos. (...) Tiene su propio territorio y su peculiar tarea en aquellos valores eternos en sí válidos, que constituyen la piedra de toque de todas las funciones culturales y la espina dorsal de toda vida particular valiosa. Pero la filosofía sólo tiene que describirlos y explicarlos para dar cuenta de su validez: los manipula no cómo hechos sino como normas.»{28} En tanto que para Rickert conocer es juzgar, aceptar o rechazar, aprobar o rechazar, en fin reconocer un valor.
Más allá de la polémica entre objetivistas y subjetivistas en cuanto a la existencia de los valores lo cierto es que toda filosofía cumple una función axiológica y ella misma nos ejercita en el hábito permanente y necesario de la apreciación que siempre posee un carácter histórico condicionado por múltiples factores. Para Nicolai Hartmann, quien dedicó especial atención al asunto «No hay más manera de darse los valores que la conciencia del valor, bajo la forma del sentir el valor. Pero históricamente es mudable estesentir»{29}. A lo que se puede agregar que es histórico dicha apreciación del contenido de la valoración, porque histórico es también ante todo el sujeto de la valoración. «No hay valores porque hay valoración, sino al revés hay valoración porque hay valores»{30}, sostiene acertadamente José Ramón Fabelo en su crítica a las tesis axiológicas de Risieri Frondizi.
De lo anterior se infiere que el hombre es un ser preparado por el desarrollo social para ejercer la valoración y en tal desarrollo la filosofía cada vez más ha desempeñado una creciente función de preparar al hombre para cumplimentar con mayor efectividad las tareas de enjuiciar y apreciar su entorno y su propio yo.
Pero resultaría absurdo pensar que el hombre ejercita el filosofar simplemente por el placer de sentirse simplemente conocedor de la posibilidad de la elección tras la valoración.
Función hegemónica
La filosofía es ante todo instrumento que posibilita al hombre ejercer una función hegemónica, de dominio y control sobre el mundo natural y social. En nada contradice esta función a la emancipatoria y desalienadora que también debe cumplir la filosofía en distinto plano, aunque no siempre lo logre y sólo quede como una encomiable intención.
En el desarrollo del pensamiento filosófico ha prevalecido el marcado deseo de propiciar al hombre mecanismos que incrementen su poderío en todos los órdenes. En cierta forma la filosofía nace también como una necesidad de acrecentar el poderío del hombre, que es puesto a prueba desde sus primeras manifestaciones como ser diferenciado del mundo natural.
Dondequiera que hubiesen germinado ideas de corte filosófico indicaban que el hombre había llegado a un grado de maduración técnica e intelectual que le posibilitara abstracciones más acabadas sobre los constantes problemas objeto de su reflexión.
En obras como el Tao te King de Lao Tse en la que se compendiaba la sabiduría no simplemente de un pensador aislado sino la acumulada por varias generaciones anteriores que también se cuestionaban similares temas, ya es evidente que una de las misiones esenciales de la filosofía es ofrecer al hombre posibilidades superiores de dominación de su entorno y de sí mismo.
Tal búsqueda de poderío no estuvo exenta de tergiversaciones, pues en ocasiones algunos llegaron a pensar que el dominio del hombre sobre sí mismo, implicaba la renuncia al conjunto de placeres o de hábitos de vida diferenciadores del hombre respecto al mundo animal.
Ese es el caso de posturas anacoretas que fueron comunes en algunas manifestaciones del pensamiento filosófico de la antigua India, -que después se convirtieron en religiones como el budismo, - o en Grecia con los cínicos, que ilusamente consideraban que al llevar una vida similar a la de los perros podrían encontrar un grado mayor de libertad.
En realidad tales concepciones y prácticas, al alejar al hombre de su progresiva condición de ser que constantemente debe humanizarse cada vez más, por el contrario lo convertían en un ser mucho más alienado y por tanto menos libre. Esto ya se aprecia en la crítica de Hegel a esta escuela del pensamiento griego{31}. Pero se desarrolla mucho más en las consideraciones de Marx sobre la enajenación que produce la falsa imagen en el hombre de sentirse en determinadas circunstancias más humano y libre cuando en verdad ejecuta funciones animales como comer, beber, descansar, procrear, &c., y paradójicamente sentirse más cerca del reino animal cuando realiza el «bestial» trabajo. A juicio de Marx: «El obrero solamente se siente fuera de su trabajo, y en su trabajo se siente fuera de sí mismo. Se siente libre cuando no está trabajando, y cuando está trabajando no se siente libre.»{32}
Afortunadamente ese no fue el criterio que a la larga se impuso en la consideración de la utilidad de la filosofía. Pues en tal caso la pregunta sobre ¿para qué filosofar? hubiese tenido como respuesta final la paulatina desaparición no sólo de la filosofía sino del hombre mismo.
Una de las mejores expresiones del criterio de que la filosofía constituye un especial instrumento de hegemonía fue la concepción platónica sobre el poder que debían tener los filósofos en su ideal de república o el conocimiento que debían tener de la filosofía los gobernantes para el mejor gobierno posible.
«Mientras los filósofos -proseguí- no se enseñoreen de las ciudades o los que ahora se llaman reyes y soberanos no practiquen la filosofía con suficiente autenticidad, de tal modo que vengan a ser una misma cosa el poder político y la filosofía, y mientras no sean recusadas por la fuerza las muchas naturalezas que hoy marchan separadamente hacia uno de estos fines, no habrá reposo, querido Glaucón, para los males de la ciudad, ni siquiera, al parecer, para los del linaje humano.»{33}
Esta función hegemónica de la filosofía llevó a Nietzsche a plantear que: «Hay que tener mucho cuidado con los filósofos: ocultan siempre una vanidad, una satisfacción interior, por ejemplo Kant, Schopenhauer, los indos. O bien una voluntad de dominio, como Platón.{34}
Pero tal función hegemónica no debe reducirse de ningún modo al poder político o a otra dimensión ideológica, aunque por supuesto la presupone, sino al nexo de la filosofía con el resto de las formas del saber y en especial al de las ciencias como el que le atribuye Aristóteles a través de la lógica.
El cultivo más eficiente de la filosofía ha sido concebido en la mayoría de las ocasiones como la posibilidad del incremento del poderío humano sobre la naturaleza. Así para Bacon el hombre era concebido como ministro e intérprete de la naturaleza en cuanto obrara sobre ella conociéndola a través del uso de la experiencia y la razón, que le salve de las posibles especulaciones metafísicas derivadas de artificios silogísticos inadecuados.
Todo el ideal de la Ilustración se fundamentó en el poder que podía desplegar el hombre si hacía un uso adecuado del saber equipado de las más acertadas concepciones filosóficas y científicas. Tarea esta que no siempre fue apreciada por sus consecuencias positivas, como en el caso de Rousseau, para quien las ciencias y las artes han sido engendradas por nuestros vicios y que la «filosofía fecunda siempre en máximas extravangantes» como la equívoca consideración que el lujo hace la grandeza y el esplendor de los estados.{35} Sin embargo, la tendencia prevaleciente durante la ilustración no fue precisamente esta, sino la contraría que le atribuía una función muy progresiva a las ciencias, las artes y en especial a la filosofía.
El materialismo filosófico en Feuerbach aspiraba a sentar al hombre en el trono del dominio no sólo de la naturaleza, sino de las presuposiciones sobrenaturales.
Marx aspiró a llevar ese dominio a una forma más concreta al tratar de que la filosofía encontrara cuerpo en la clase social más revolucionaria de los nuevos tiempos: la clase obrera. «Así como la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales -sostenía en 1843- el proletariado encuentra en la filosofía sus armas espirituales.»{36} Esa sería una de las vías por las cuales lafilosofía podrían lograr su hegemonía.
En tanto que los positivistas por otros senderos trataban por todos los medios de que el poder burgués aun avanzara mucho más convencidos de la utopía abstracta que por la entronización del individuo y con el poder de la ciencia y la técnica los conflictos sociales serían superados por un futuro estado de bienestar generalizado. A tal fin debía servir la filosofía del liberalismo que Stuart Mill preconizó partiendo del presupuesto de que «la única parte de la conducta de todo hombre de que es responsable ante la sociedad, es aquella que se relaciona con los demás. En lo que sólo concierne a él mismo, su independencia debe ser absoluta. Todo individuo es soberano sobre sí mismo, así como sobre su cuerpo y su mente»{37}. Ideal que aun el capitalismo oferta entre extraordinario mercado de fantasías.
Ambas utopías, la socialista y la liberal, se pondrían a prueba y aun se mantienen en la mesa de laboratorio en el siglo **. El fracaso de algunos de sus experimentos, como en el caso de los más genuinos y consagrados hombres de ciencia, no hace que abandonen sus proyectos a quienes están convencidos que debe aparecer una fórmula salvadora para la enferma sociedad contemporánea.
Aquel siglo XIX, tan generador de utopías y antiutopías la filosofía pondría a prueba su condición de generadora de hegemonías, no siempre concebida para las mejores intenciones ni con la confianza suficiente en la capacidad perfeccionadora de las acciones humanas con en el caso de Nietzsche, quien sostenía: «Y, en fin de cuentas, vuestro orgullo sin límites os hace acariciar también la esperanza demente de poder tiranizar la naturaleza, porque sois capaces de tiranizar vosotros mismos, pues el estoicismo es una tiranía infringida a sí mismo, como si el estoicismo no fuese el mismo un pedazo de la naturaleza... Pero todo eso es un cuento más viejo que la eternidad: lo que sucedió en otro tiempo con los estoicos se produce hoy mismo desde el momento en que un filósofo empieza a creer en sí mismo. Crea siempre el mundo a su imagen; no puede hacer otra cosa pues la filosofía es ese instinto tiránico, esa voluntad de dominación, la más intelectual de todas: la voluntad de crear el mundo, la voluntad de la causa primera.»{38}
La instrumentalización de algunas de estas ideas por ideologías totalizadoras han ofrecido por resultado amargas experiencias de ensayos políticos en el siglo que se despide. Pero lo peor es que no siempre se extraen las adecuadas experiencias y parece, en ocasiones, como si la humanidad estuviese condenada a volver sobre los mismos pasos.
En la actualidad han tomado auge nuevas antiutopías como la del fin de la historia preconizado como el triunfo definitivo y eterno de la democracia liberal{39} en la que la función hegemónica de la filosofía nuevamente se expresa porque se pretende establecer una nueva y definitiva hegemonía que «ponga fin» a todas las hegemonías.
La filosofía no ha tenido como única misión la satisfacción de tareas de exclusivo carácter teórico. Desde que este tipo de saber se constituye, porta en sí una función práctica, y especialmente educativa, aun cuando todas las apariencias indiquen lo contrario.
2007-02-21 04:21:37
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answer #1
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answered by Scully 5
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