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2 respuestas

La Reducciones del Paraguay fueron la obra de misioneros de la Compañía de Jesús llamados Jesuitas. Fueron fundados por San Ignacio de Loyola como Orden misionera en 1540. Su razón de predicar el evangelio era para "la mayor gloria de Dios y bien de las almas". En 1549, solo nueve años después de fundar la Orden, San Ignacio envió a Manuel de Nóbrega y seis compañeros a Brasil. Trabajando desde Sao Paulo, se adentraban en las junglas para evangelizar a los nativos.

En 1604 Roma constituyó la región del Paraguay como una "provincia" aparte para los jesuitas. Este territorio incluía los territorios actuales de Argentina, Chile, Bolivia, partes de Brasil y Paraguay. Una territorio aproximadamente del tamaño de Europa occidental.

Ya antes el trabajo evangelizador había comenzado gracias a los Franciscanos que llegaron al Paraguay con los fundadores de la Asunción, el 15 de agosto, de 1537. Ellos comenzaron a organizar a los indios en asentamientos. El franciscano Luis Bolaños redactó la primera gramática, el primer diccionario y un libro de oraciones en guaraní.

Los primeros Jesuitas vinieron del Brasil. Eran tres, un portugués, un irlandés y un catalán.

La indios de la región son los guaraníes, un pueblo primitivo de nómadas. Pero a pesar de ello, fueron muy receptivos al cristianismo.

Lamentablemente la obra misionera fue grandemente dificultada por los colonizadores europeos. Los Paulistas (llamados así por ser procedentes de Sao Paulo) capturaban miles de indios para venderlos como esclavos. Ellos destruyeron totalmente las primeras dos Reducciones del Paraguay. Por otra parte, los encomenderos, colonizadores encargados de las jornadas de trabajo, trataban a los indios como esclavos.

En 1537, el Papa Paulo III había condenado inequívocamente la esclavitud de los pueblos indígenas de América, y los reyes de España habían promulgado leyes humanitarias en su defensa. Pero la distancia era un gran obstáculo a su observancia. Esta situación desacreditaba la obra de los misioneros ante los indios. Es un problema que persiste hasta hoy día. Somos testigos de como se generaliza diciendo que todos los europeos vinieron para enriquecerse a costa de los indios. Se olvida, o no se quiere ver, la extraordinaria obra de amor que hicieron los misioneros a pesar de enormes adversidades. La cizaña también entonces crecía con el trigo. Existían diversas motivaciones para venir a América que se extienden por toda la gama desde el amor Cristiano hasta el amor al dinero.

Los Jesuitas comprendieron que para proteger a los indios había que hacer comunidades separadas de las zonas colonizadas por los europeos. Allí podrían vivir con libertad y dignidad, aunque tuviesen que pagar tasas a la Corona. Así llegaron a establecer y administrar 30 pueblos de la zona del río Paraná hasta su expulsión en 1768 por orden de Carlos III rey de España. Hoy día solo persisten ocho, de los demás quedan solo ruinas y recuerdos. Suele llamárseles "las ciudades perdidas del Paraguay". Estas ruinas están en 3 países, Paraguay, Argentina y Brasil.

Existieron casi constantemente en estado de asedio, por un lado los Paulistas o bandeirantes portugueses y los colonizadores españoles que acechaban cazando esclavos, por otro, las costumbres nómadas de los indios que nunca habían vivido en ciudades.

Para defender a los indios, los jesuitas correctamente insistían que la obra misionera caía dentro de la competencia del Papa y no de los reyes de España. Los Jesuitas trataron de mantener a sus indios aislados de los colonizadores españoles por dos importantes motivos: proteger a los indios de ser esclavizados y aislarlos de la inmoralidad que era común entre tantos europeos.

Es sorprendente y sólo puede explicarse como obra de Dios que por 150 años, un grupo de sólo 50 a 60 sacerdotes gobernaron a más de 140,000 indios impartiéndoles el Evangelio, y lo mejor de la cultura europea. Lo hicieron sin obtener ventajas materiales. Hombres de una profunda vida espiritual sólidamente fundamentada en Cristo. Hombres llenos de amor a Cristo y a su pueblo, dispuestos y bien entrenados para sufrir lo necesario para "mayor gloria de Dios y el bien de las almas". Su espiritualidad se apoyaba en los "Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola" (que son una forma de meditar disciplinadamente el Evangelio para vivirlo profundamente) y en el "discernimiento de espíritus" (reglas para distinguir la inspiración del buen y del mal espíritu). Tenían además una formidable formación como sacerdotes católicos.

Rara vez algún indio abandonó las Reducciones mientras los Jesuitas las gobernaban, y nunca mataron a ningún jesuita. Los indios de las Reducciones nunca hicieron un intento importante de rebelión. Algo muy extraordinario entre las instituciones humanas.

2007-02-03 02:22:57 · answer #1 · answered by ensbuster 2 · 0 0

La evangelización de América es una epopeya misionera que no se puede olvidar. No es justo que algunos quieran formular una leyenda negra. Si bien hubieron sombras, no se puede olvidar la extraordinaria obra de evangelización llevada a cabo por innumerables santos misioneros que en su gran mayoría lo dejaron todo para servir a los indígenas.

Luego del descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492, en acuerdo con los reyes de España y Portugal, pequeños equipos de franciscanos, de jesuitas y dominicos acompañan a las primeras expediciones y comparten las condiciones de vida de los países a que llegan. Buscan, en primer lugar, sacar a las poblaciones autóctonas de las creencias animistas, fetichistas y heliocentristas muy antiguas, vivas, complejas y variadas; llevan a cabo con sentido práctico una catequesis elemental e introducen con éxito el sentido de las bienaventuranzas, en medio de unas concepciones religiosas cargadas de trascendencia divina, que, no obstante, están mezcladas con un pesimismo y un fatalismo existencial acentuados; la sacramentalización llega en cuanto se nota en el alma de los catecúmenos un mínimo de adhesión personal para que los Sacramentos de la iniciación cristiana -el bautismo, la confirmación y la Eucaristía- puedan constituir el punto de arranque indispensable para la vida sobrenatural y el crecimiento de la fe inicial.

Roma se informa de esos acontecimientos lejanos. Consciente del nuevo y específico terreno que se abre a la evangelización, el Papa Pío V crea una comisión cardenalicia especializada en esos asuntos de los que no se tenía experiencia, lo mismo que erige seminarios para las misiones en 1588; el Papa Gregorio XV establece en 1622 un "Ministerio de las misiones", la Congregación De Propaganda Fide, "para la propagación de la fe". El continente de América del Sur recibe, ya desde 1511, una Jerarquía local que pronto se articula en 5 arzobispados y 27 obispados. En los más altos niveles de responsabilidad, tanto políticos como religiosos, existe una seria preocupación por el buen funcionamiento de las instituciones; este funcionamiento se ve manchado aquí o allá por los defectos humanos, que no siempre se deben a una falta de rectitud de intención, como es el caso de la impaciencia de algunos misioneros por ver con excesiva prisa los frutos de la evangelización.

Claro está que los misioneros eran una pequeña minoría entre los europeos que llegaron al nuevo continente. No se puede juzgar el esfuerzo misionero por lo que hicieron otros. Hay casos de colonos europeos a quienes la codicia les empuja a explotar las riquezas naturales abusando de los indígenas. De todas formas, es admirable e empeño que desde la metrópoli se pone en superar el obstáculo natural de las enormes distancias que la separan del Nuevo Mundo, y que son la causa de que cualquier intercambio de informaciones, ideas, personas o bienes, exija de seis meses a un año de viajes -ida y vuelta- por el mar y las tierras.

Conforme a una práctica ya habitual alrededor del Mediterráneo, los reyes de España piden a la Santa Sede un patronazgo regio efectivo sobre las iglesias del Nuevo Mundo, incluyen el derecho de nombramiento de los clérigos y la regulación de los asuntos eclesiásticos; en compensación de esas ventajas, facilitan material y administran el trabajo apostólico de los misioneros, y el conjunto de verdades naturales y sobrenaturales que el cristianismo transmite de generaciones en generaciones se extiende una vez más por nuevos territorios: desde Canadá, por ejemplo, se envían misiones hasta California; aparecen rápidamente Catecismos impresos en lenguas indígenas; varias personalidades se de3dican a mejorar las condiciones de evangelización y de vida de las poblaciones, entre las cuales destacan el dominico Bartolomé de las Casas (1474-1566), obispo de México, y el también dominico Antonio de Montesinos en las Antillas.

La actuación y desarrollo de cada uno de los virreinatos, audiencias y capitanías generales podía compararse, en su evolución civil y religiosa, a la de las naciones europeas. Se multiplican las diócesis, se organiza su administración, se celebran concilios, que determinan las prácticas y ritos del pueblo atendiendo más a los privilegios de la Corona y a la mentalidad regalista que a las decisiones pontificias.

Las congregaciones religiosas se extendieron con celeridad, pero o faltó el clero secular. La expulsión de los jesuitas, en 1767, tuvo consecuencias irreparables en la mayoría de los territorios.

Se fundaron numerosas reducciones -veintiuna había en 1686- en el Marañón español, donde se dieron algunos casos de martirio.

Después de las misiones del Paraguay, las misiones del norte de Méjico fueron las más conocidas. Son igualmente importantes las misiones de Sonora y California, que, a causa de numerosas dificultades, constituyeron una de las misiones más duras; pero donde, no obstante, obtuvieron numerosas conversiones. Al ser expulsados los jesuitas de las reducciones de California, fueron confiadas a los franciscanos del Colegio de Méjico. Estos franciscanos estaban a las órdenes de un prefecto apostólico: Fr. Junípero Serra (1713-1784), antiguo misionero de Nuevo Méjico, que concibió la idea de establecer una cadena continua de misiones con la protección de soldados españoles. Estos puestos partían de San Diego y remontaban la costa del Pacífico hasta llegar más allá de San Francisco. A finales del siglo XVIII, los franciscanos, a quienes los historiadores consideran como los verdaderos fundadores de la alta California, contaban con más de 30.000 cristianos. Los dominicos, utilizando un sistema semejante al de los jesuitas, fundaron algunas reducciones más, como Santo Rosario, en 1774; Santo Domingo, en 1775; San Vicente Ferrer, en 1780; San Miguel, en 1787, y otras. Los franciscanos pusieron especial empeño también en la evangelización de Nuevo Méjico, Tejas y Florida.

La estructura eclesiástica de la América hispana era imponente: cuatro arzobispados y cuarenta y un obispados. Franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y jesuitas llevaban el peso principal de la evangelización de los indígenas y cuidado espiritual de los españoles y criollos. Excepto las Universidades de Méjico y Lima, casi toda la educación que se impartía en estos territorios estaba en manos de los regulares, especialmente de los jesuitas.

Las misiones existentes en el Canadá no eran misiones patronales como las de la América española portuguesa, pero no cabe duda de que gozaban de una cierta protección civil. Poco a poco aumentó el influjo de la Congregación de Propaganda. Su primer obispo fue designado por Propaganda, primero como vicario apostólico, en 1658, y más tarde como obispo ordinario. En 1674 se establece la sede episcopal de Quebec, con su seminario, dependiente de las Misiones Extrajeras de París. Desde entonces, en la evangelización de América del Norte toman parte principal, juntamente con los jesuitas, los sacerdotes de las Misiones de París.

Canadá o Nueva Francia estaba habitada por tribus de hurones e iroqueses, que se concentraban principalmente alrededor de los Grandes Lagos y en las riberas del San Lorenzo. Podemos distinguir tres períodos en la colonización y evangelización de estos territorios: período del monopolio de la sociedad comercial (1534-1629), colonización propiamente dicha (1632-1674) y establecimiento de la Iglesia canadiense a partir de 1674.

Los jesuitas extendieron su radio de acción hacia los Grandes Lagos, por la cuenca del río Mississippi hasta la desembocadura y hasta la bahía de Hudson. De 1684 hasta 1768, los sacerdotes de las Misiones Extranjeras fueron los evangelizadores de la Acadia. Los sulpicianos se extendieron por los lagos Ontario y Ottawa.

2007-02-03 02:24:38 · answer #2 · answered by Aldebaran 1 · 0 0

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