El lugar más alto del mundo es mucho más que una montaña. Es el pedestal sobre el que se eleva una clase especial de hombres, y mujeres, que con la superación de las dificultades de la ascensión sienten no sólo elevarse sobre el nivel del mar, sino también sobre la naturaleza humana, y sus limitaciones.
Con 8848 metros de altitud, el Monte Everest no es uno ochomil cualquiera, sino casi un nuevemil. De las catorce montañas que superan esa mítica medida, ésta es la que más leyendas atesora, la que más miradas de deseo atrae entre los montañeros y la que más admiración produce entre quienes sienten su superación personal como el fin último, muchas veces literalmente, de su existencia.
El lugar más alto es también el más agreste y desamparado. La vida animal permanente no puede existir a tal altura, en la que la escasez de oxígeno se ve ayudada por la desprotección hacia los elementos, el viento, las tormentas, el frío extremo.
Permanecer en un ambiente en que la concentración de aire es tan escasa que los helicópteros no pueden siquiera mantenerse en vuelo, es para el organismo uno de los mayores desgastes imaginables.
La concentración de oxígeno en la sangre se reduce haciéndola más espesa, lo que supone dificultades motrices y mayor facilidad de sufrir congelaciones. La respiración más preparada es incapaz de captar suficiente oxígeno para recuperar el esfuerzo, que se multiplica y se hace inhumano.
La concentración disminuye incrementando la probabilidad de sufrir un accidente en unas condiciones en que el rescate es casi imposible y, cuando menos, tardará varios días en llegar; días que pueden ser demasiados en un ambiente en que las temperaturas alcanzan fácilmente los cincuenta grados bajo cero.
Si el impresionante desarrollo actual del equipamiento especializado, de la preparación física, del dominio técnico no son suficientes para impedir de cuando en cuando la tragedia de experimentados montañeros, qué reto debió suponer en 1953 la conquista de Edmund Hillary y su sherpa Tensing.
Con razón fue entonces mitificada su victoria, continuación y consecuencia de los logros y sacrificios de sus colegas antes de la guerra. Con razón fue considerada la mayor hazaña humana de la historia y el fervor exploratorio y geográfico que aún entonces perduraba de los descubrimientos decimonónicos aclamó a los montañeros como los definitivos conquistadores de la Tierra.
Edmund Hillary nació en Auckland, Nueva Zelanda, el 20 de julio de 1919. Allí comenzó su carrera de alpinista, que luego ampliaría visitando los Alpes en varias ocasiones. John Hunt organizó para 1953 una expedición financiada por el Alpine Club of Great Britain y la Royal Geographic Society.
La experiencia de Hillary, que había escalado en el Himalaya casi una docena de cumbres de más de 6000 metros, y participado en dos expediciones de reconocimiento al Everest en 1951 y 1952, consiguió llamar su atención y lo decidió incluirlo en el equipo.
Si en la actualidad la masificación del Everest, y otras montañas, es uno de los principales puntos de debate de los coloquios montañeros, en abril de 1952 la expedición comandada por John Hunt llegó a su campamento base en la más absoluta soledad.
Dieciséis expediciones habían intentado con anterioridad alcanzar la mítica cumbre, pero aunque no lograron el resultado apetecido, permitieron la acumulación de conocimientos y soluciones técnicas que serían imprescindibles para la conquista final. Dos expediciones suizas lograron en 1952 alcanzar la Cresta Sudeste y el flanco del Lhotse, respectivamente, dirigidas por Wyss-Dunant y F. Chevalley.
El propio Hunt quiso compartir con ellos una parte de su mérito: "Nosotros, los de la expedición de 1953 al Everest, nos enorgullecemos de compartir la gloria con los que nos precedieron".
Además de Edmund Hillary y John Hunt, la expedición estuvo formada por George Lowe, Wilfried Noyce, Charles Evans, George Band, Alfred Gregory, Tom Bourdillon, Charles Wylie, Michael Westmacott, Michael Ward, Griffit Pugh, Tom Stobart y James Morris.
Se instalaron a 6.462 metros de altitud y dedicaron una semana a aclimatarse y practicar el manejo de los aparatos de oxígeno. Desde el 1 de mayo, y durante 22 días, se aplicaron en el inmenso esfuerzo que supone equipar la llamada Cascada del Khumbu, un enorme glaciar formado entre el Everest, el Lhotse y el Nuptse.
Al menos cincuenta escaleras y mil metros de cuerda son necesarios para superar las innumerables y peligrosas grietas que continuamente, y de forma inesperada, se forman en el glaciar a causa de su continuo desplazamiento, un metro al día, modificando día a día su aspecto.
Por esta arriesgada ruta es necesario transportar grandes cantidades de material, no sólo imprescindible para superar sus propias dificultades, sino también para poder instalar los sucesivos campamentos que son precisos para el ataque final. Y con frecuencia descender al Campo Base porque a esta altura el organismo es incapaz de recuperarse de los esfuerzos.
Superado el Glaciar del Khumbu, los expedicionarios llegaron al llamado Valle del Silencio, donde las pendientes de hielo alcanzan inclinaciones entre 30 y 60 grados y por fin alcanzaron los 7986 metros del Collado Sur, donde instalaron su Campamento VIII.
Bourdillon y Evans alcanzaron cuatro días después la Cima Sur, de 8769 metros, en un esfuerzo para preparar la ruta a la cordada de ataque. Pero aún instalaron un último Campamento IX en la cresta cimera, 8504 metros, con material porteado por Hunt y un sherpa.
En este campamento pasaron la noche Hillary y Tensing Norgay mientras los otros tres componentes del equipo final, Gregory, Lowe y Ang Nyma, descendieron al Collado Sur. Resistiendo una temperatura de 27 grados bajo cero, durmieron de la única forma posible a esta altura: respirando oxígeno con mascarillas.
Por fin, a las seis y media de la mañana se pusieron en camino para, cinco horas después, ser los primeros seres humanos en alcanzar la hasta entonces invicta cumbre del Monte Everest. Hillary tendió la mano a Tensing, que le respondió con un abrazo. Apenas quince minutos después emprendieron el regreso.
La repercusión de la victoria fue mundial. Hillary fue nombrado caballero y aclamado como un héroe allí adonde fue. Su atención no se limitó a la montaña, y así en enero de 1958 alcanzó el polo sur como parte de una expedición motorizada neozelandesa. En uno de sus libros relata también la expedición que en 1977 le llevó a explorar el Río Ganges hasta su fuente en el Himalaya.
Desde los años sesenta, Hillary se dedicó a ayudar a los nepalíes en su desarrollo, aprovechándose, como él mismo dice, de su fama para conseguir ayudas. La muerte en accidente de su mujer y su hijo supuso un duro golpe en su vida, pero una vez superado pudo volver a casarse y continuar su vida. Su hijo Peter es también un destacado alpinista que coronó en 1990 la mítica cumbre que su padre lograra 37 años antes.
En la actualidad, Sir Edmund Hillary se dedica a dirigir The Himalayan Adventure, una asociación que fundó en 1989 para intentar paliar los destrozos producidos por la masificación del Everest y otras partes del Himalaya.
Sin embargo, no todo el mundo ha sido siempre tan entusiasta con el logro de los británicos en 1953. Las nuevas teorías del alpinismo surgidas durante los años sesenta discutieron que realmente la montaña hubiera sido conquistada. En su opinión había sido el oxígeno embotellado el verdadero artífice de la victoria, y quedaba aún pendiente la ascensión en el estilo más natural: sin oxígeno.
Un joven alpinista tirolés estaba decidido a demostrar que la conquista era posible sin ayuda externa, en lo que llamó "by fair means" (por medios propios) y desoyó la opinión de los médicos que le dijeron que no sería posible sobrevivir a la escalada. Su nombre era, y sigue siendo, Reinhold Messner.
2007-01-25 07:04:23
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answer #5
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answered by mi_dq 4
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