No es fácil definir la pintura ingenua, más allá de decir que es la que producen ciertos adultos que carecen de educación artística, pero que preservan, en buena medida, la mirada plástica de los niños, con todo lo que ella tiene de asombro primigenio, vuelo fantasioso, desinhibida expresión y encantadora torpeza.
El arte naïf es casi siempre figurativo, aunque puede abarcar desde la intención representativa naturalista, hasta el afán fabulesco y el delirio onírico. En el plano formal, se caracteriza por incorrecciones técnicas no deliberadas (y ni siquiera conscientes), especialmente en el tratamiento de la perspectiva y de las proporciones.
El arte ingenuo así descrito se distingue claramente de las distorsiones expresionistas que algunos calificados pintores emplean intencionalmente, así como de las ineptitudes (que nos parecen deplorables y no encantadoras) de los artistas meramente mediocres.
Sin embargo, resulta más difícil deslindar la pintura naïf de otras manifestaciones que comparten algunas de sus características; por ejemplo, ciertas formas de arte popular o las obras de los falsos primitivos, que adoptan calculadamente dicha actitud. Esto se advierte en la muestra de la Corporación Cultural de Las Condes, que pone lado a lado artistas ingenuos con otros que no lo son tanto. Con todo, es una exposición que no se debe dejar pasar, porque brinda la rara oportunidad de admirar importantes obras de los más notables cultores chilenos de este tipo de arte.
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Arte Naif
( de http://www.arslatino.com/)
Por arte naif o ingenuo se define la producción de las personas que carecen de formación artística.
Es decir, los que crean pinturas sin ningún tipo de referencia académica y absolutamente lejanos a las escuelas oficiales.
Por lo mismo, se mantienen al margen de estilos y de las normas estéticas y los convencionalismos.
Ellos, llamados también pintores de domingos, ingenuos modernos, instintivos o autodidactas echan a volar su imaginación frente a la tela sin tomar en cuenta conceptos tan básicos para el arte convencional como lo son las nociones de perspectivas, proporciones, unidad cromática, equilibrio o claroscuros. Este estilo fue valorado por primera vez después de la Segunda Guerra Mundial, quizá porque la gente estaba agobiada ante los horrores bélicos y se encontraba perpleja ante el alambicado arte abstracto. Los ingenuos, en cambio, ofrecían una pintura fresca, colorida e incontaminada. No se trata de pintores sin sensibilidad o desinteresados por lo que les rodea sino de creadores que interpretan el mundo de otra manera: sin tanto dolor, ni tenebrismo, ni problemas existenciales. No quieren molestar a nadie, ni pretenden con su arte inquietar. Muy por el contrario, en su mayoría interpretan la realidad en una forma optimista, alegre e idealizada. Como si miraran a través de los ojos de niños.
El arte ingenuo es siempre figurativo y entre sus temas preferidos están los paisajes, las fábulas, los cuentos, mitos y hasta los sueños. Algunos de sus representantes son el francés Henry Rousseau, la norteamericana Grandma Moses y el haitiano Héctor Hypolitte. Entre los latinoamericanos más destacados se encuentran los chilenos Juanita Lecaros, Luis Herrera Guevara y Fortunato San Martín; el hondureño Tulio Velásquez; el brasileño Chico da Silva y el colombiano Noé León.
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Lo naive por Pilar Sala (www.artenaif.com)
La pintura ingenua nos presenta un mundo sereno, pacífico, mágico, contrapuesto a una realidad que generalmente no lo es.
Por ese motivo este estilo de pintura no se puede fingir, no se aprende, nace de cada uno de los seres que la ejecutan. Hay tantos estilos de pintura ingenua como pintores ingenuos.
Es un arte que nos lleva a ponernos en contacto con lo mejor de nosotros y reflejarlo. Nos conecta muy estrechamente con nuestro niño interior y así se vuelca, de la forma más espontánea, con la fantasía más delirante, con el grotesco más torpe o con el hiperrealismo más caricaturizado.
Es una pintura no académica, puesto que no se estudia, se siente.
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El Arte Primitivo por Eduardo Serrano
Se califica indistintamente como primitivo tanto el arte preclásico o prelógico -es decir, el producido por los pueblos prehistóricos y comunidades aborígenes- como el arte popular, y también la pintura y escultura realizadas por artistas que no han recibido entrenamiento en estas materias. El arte de los pueblos prehistóricos demanda una mirada al pasado o a las comunidades que, viven en estado natural, y el arte popular implica la permanencia de una tradición y la existencia de una actitud comunitaria. El arte de los pintores y escultores conocidos como "primitivos" o "primitivistas" comparte con los anteriores el hecho de carecer de todo aquello que es objeto de enseñanza en la academia, pero se diferencia en que es un tipo de concepción individual que sólo comenzó a aceptarse como arte a finales del siglo xix, y en cuyo reconocimiento jugó un papel preponderante cierto hastío de la civilización, del tecnicismo y del refinamiento.
Aunque usualmente se tiende a comparar los dibujos y pinturas infantiles con el primitivismo, es claro que las creaciones de los niños guardan correspondencia con la edad y con los distintos grados de experiencia y aprendizaje, mientras que en el arte primitivista -también conocido con el término francés naif una marcada evolución sería contraria a su misma naturaleza. El vocablo naif procede del latín nativus, y significa innato, natural. Se utiliza para hacer referencia a lo ingenuo, lo inocente, lo no artificioso, cualidades que se malograrían con el dominio de los recursos plásticos y con la sofisticación en la concepción y ejecución de la pintura o la escultura.
No es extraño, por consiguiente, que el arte primitivista haya sido practicado primordialmente por pintores marginales -campesinos, guardias, mineros, mecánicos, obreros- ni que refleje una ingenua visión del mundo por medio de una representación cándida y simple. El arte naif carece de teoría y, por lo tanto, no puede aprenderse ni enseñarse. La sinceridad es su valor definitorio y su principal característica, y aunque es evidente que el arte primitivista puede poner de presente una gran originalidad, ésta no obedece a una búsqueda consciente ni constituye la principal preocupación de los artistas.
El arte primitivista se inició en Francia con la obra de Henri Rousseau (Laval, 1844 - París, 1910), conocido como "el Aduanero" por haberse desempeñado como guardia o inspector de aduanas, y cuya obra -en un principio objeto de burlas- fue incluida en el Salón de Artistas Independientes a partir de 1886. Su trabajo llegó a dividir a los intelectuales de su país entre quienes lo consideraron simplemente como un resumen de ignorancia pictórica, y quienes descubrieron en él su potencial expresivo. Entre estos últimos se encontraban grandes nombres de la pintura como Signac, Renoir, Redon, Toulouse Lautrec y Picasso, e intelectuales como Apollinaire, quien se convirtió en uno de sus más dedicados propagandistas.
La obra de Rousseau ha crecido en estimación a lo largo del siglo XX por su carácter directo y sin rodeos, por su técnica sencilla, sus colores brillantes, sus escenarios exóticos e imaginativos y su visión armónica del universo. Su trabajo hace gala de un realismo detallado en un período en el que la representación fiel de la naturaleza comenzaba a alejarse de los objetivos del arte, pero su obra no se ajusta a las normas de una visión naturalista, y una extraña espiritualidad -que precisamente ha permitido su comparación con el arte de los pueblos primitivos- emana de la ingenuidad de sus soluciones pictóricas. A pesar de la inocencia de Rousseau, su obra ha tenido extensa influencia en el trabajo de pintores tan definitivos para el desarrollo de la modernidad como Picasso, Chagall, Kandinsky y Miró.
Posteriormente han aparecido pintores primitivistas en diversos países cuyas obras han causado gran impresión por su candor e imaginación, contándose entre los más famosos los pintores franceses llamados del Sacre Coeuri- -Bombois, Bauchant y Seraphine- los naives campesinos de la escuela de Hlebine en Croacia -Iván Generalie, Matija Skurjeni, Emerik Fejes, Janko Brasic- el leñador suizo Adolf Dietrich, el ebanista belga Aloys Sauter, el panadero holandés Comelis Houtman, el zapatero italiano Omeore Metelli, el trotamundos japonés Kiyoshi Yamashita, el pescador inglés Alfred Wallis, el agricultor alemán Max Raffler, el comerciante estadounidense Morris Hirshfield y su compatriota Anna Mary Robertson Moses (conocida como Grandma Moses), y buen número de pintores haitianos entre quienes figuran los practicantes del culto vudú Hector Hyppolite y André Pierre. Los pintores Naif, sin embargo, son muy numerosos y sería interminable mencionar a todos aquellos que ameritan un reconocimiento por su personalidad o por las implicaciones y singularidad de sus obras.
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La pintura Naif
Francisco Cueras Torrens
Como de todos es sabido, la pintura "naif" ni es un movimiento artístico rígido ni conoce ni practica una determinada doctrina estética. Desde aquella plana mayor del género que se fue formando en las más diversas latitudes a partir de Rousseau el aduanero - Vivien, John Kane, Granma Moses, Vivancos, etc.-, hasta los cultivadores actuales, ninguno ha practicado una doctrina estética. Exponentes todos ellos de una actitud puramente vital, ni han elaborado una peculiar filosofía del arte ni han intercambiado sus descubrimientos formales. Se han limitado a asimilar intuitivamente la belleza del mundo circundante, y no han querido traducirlas en teorías, sino en obras.
El pintor "naif", ya lo sabemos también, es aquel que en cada cuadro se inventa la pintura, dando preferencia al hecho de "contar algo". Pues bien, un extraordinario arquetipo de este concepto intuitivo y narrativo es este gran artista cordobés, quien nos "cuenta" un sugestivo mundo costumbrista, a veces en perpetua fiesta, recordado con mucha ternura pero también con mucha ironía. Nos cuenta una vida poetizada por el recuerdo, convirtiendo sus cuadros, por obra y gracia de su gran sensibilidad y oficio, en un subyugante friso de graciosas figuras, deliciosos paisajes y refinados colores, que hace nacer en los contempladores una sonrisa de felicidad.
Como ha ocurrido en otros países, la pintura "naif" se ha convertido en otra de las constantes del arte español contemporáneo. Ello se debe, posiblemente, a que la pintura acusa algo así como un cansancio de sabiduría, que, por cierto, ha desembocado en esos realismos fotográficos a veces solo hijos de la paciencia. La buena pintura "naif" ha sabido alzar su casto primitivismo y su buen humor como una revancha de la alegría sencilla sobre las complicaciones que nos cercan. Haciéndonos olvidar, con su sosiego apacible y dulce nostalgia de tiempos idos, el triste ámbito de nuestra realidad cotidiana actual. Esa de ahí fuera, asaetada por todas partes de ruidos de motores, metralla de luces de neón, poluciones atmosféricas, alocada agitación y, en suma, cuanto disparatadamente nos aliena el vivir. Pero aunque este notable artista cordobés utilice las reglas de los "nair" -distorsión de la apariencia de lo real y de la perspectiva, rotura de la adecuación del color, etc.-, para mí resulta ser, sobre todo, un "pintor costumbrista", al verle anteponer a ese hipotético espíritu de ingenuidad, una necesidad de expresión digamos social y popular. Por eso es que las expresiones "naif" de Ripoll, nada tienen que ver con las de los grandes epígonos del género. Por el contrario, frente al mundo un poco canallesco de Mombois con el erotismo de los salones de burdel, al histórico de Bauchant o a la maniática repetición floral de Séraphine, el universo pluri-argumental, sencillo, popular, puro y altamente humano de este pintor cordobés, es el de la plasmación de todos los síntomas de la más variada y rica realidad andaluza, aunque, naturalmente, adornándola con el prestigio de lo imaginario.
Sobre todo, de la rica realidad de la Córdoba del pasado, lo que nos viene a demostrar que Carlos González-Ripoll es un artista extraordinariamente sincero, que pinta para satisfacer una necesidad espiritual provocada por su ciudad natal. Demostrándonos de paso que estamos ante un pintor que se apasiona en su entrega total, a la labor fascinante de trasladar al lienzo, transfigurándolas líricamente, las costumbres y paisajes urbanos de su bella ciudad natal. Las callejas y plazas típicas, los acontecimientos tradicionales y las festividades populares, lo folklórico y lo religioso, la profundidad y la gracia andaluza. La vida humana de Córdoba, en fin, en sus aspectos más esenciales.
Ripoll es un supremo arquetipo de la "pintura de anécdota", pero más allá de la gracia del costumbrismo y más allá de la sorprendente tipología telúrica que tanto le place, lo que hace también es "pintura-pintura". Una pintura, eso sí, abierta a todos, como un medio de expresión común al modo de un lenguaje de la vida corriente, hecha con pincelada minuciosa y certera sobre el esqueleto de un dibujo muy personal. Pintura con la que ha conseguido adueñarse de una dimensión de "estilo", que le ha colocado en un buen lugar de esa larga nómina de "naif" españoles.
2007-01-19 12:08:23
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answer #8
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answered by chuckys 2
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