El que dice que no sufre de ninguna fobia miente, o al menos eso creo yo. Cuando se conoce a una persona lo suficiente, se entra en confianza y se pasa una gran cantidad de tiempo conversando con ella, tarde o temprano todos ellos confiesan un miedo irracional o fobia. Por lo menos uno.
Yo, por cierto, tengo la mía. No es la ailurofobia (amo a los gatos, de hecho tengo tres) ni la aracnofobia (cuidaba con esmero la araña pollito de un amigo) ni tampoco la claustrofobia (me siento perfectamente cómodo encerrado en un armario, y los ataúdes no me impresionan en lo absoluto).
Mi fobia son las cucarachas. Es una de las fobias más comunes, del grupo de las entomofobias (miedo a los insectos) y, a falta de un nombre técnico para llamarla, yo mismo la bautizaré en esta sencilla ceremonia: blatofobia.
Una fobia es algo normal, fisiológico, siempre que no interfiera con la vida normal de la persona. ¡Pobre de aquél que tenga fobia a los políticos o a las empresas privatizadas! Por eso lo mío no es tan grave. Sólo odio y temo a esos pequeños insectos (bueno, no tan pequeños...). El temor, ya lo sé, proviene de la infancia, y no discrimina entre las diferentes especies. Si es una cucaracha, yo le temo.
Por suerte, la solución es simple: siguiendo al pie de la letra sus indicaciones, cualquier psicólogo congnitivo-conductista es capaz de hacerme superar el problema en 10 sesiones escasas.
Algún día, lo prometo, me dedicaré a ello.
Pero, dejando aparte mi fobia, nos quedan las cucarachas.
Parientes cercanas de las mantis (la famosa y feroz Mantis Religiosa, Ameles abjecta, nunca mejor colocado el nombre taxonómico), las cucarachas se clasifican en el Orden Dictyoptera ("alas reticulares" en griego), de la clase Insecta ("animales segmentados", en griego).
El oscuro objeto del miedo de más o menos 190 millones de personas no es en modo alguno un recién llegado a nuestro planeta: ya abundaban en las selvas tropicales de Pangea hace más de 250 millones de años, esto es, en el período Carbonífero. Esta circunstancia la convierte en el más antiguo de los insectos vivientes. Sabemos hoy que en el Carbonífero había más cucarachas que la suma de todos los otros insectos alados. Desde los oscuros, húmedos y cálidos pantanos y pluvisilvas de Pangea hasta la cocina de su casa o la mía, las malhadadas cucarachas han recorrido un camino comparativamente corto, en términos evolutivos: si yo le muestro a usted un fósil de cucaracha de 250 millones de años, las diferencias estructurales que muestra con respecto a las de hoy día son invisibles para cualquiera que no sea un especialista. Es evidente que, al igual que otros "fósiles vivientes" como el celacanto, los cocodrilos o los tiburones, el diseño original fue tan pero tan exitoso que la Madre Naturaleza no encontró razones para modificarlo en tantos millones de años.
Como aparecieron cuando los continentes estaban todos unidos, las cucarachas no necesitaron de barcos ni de balsas para colonizar todo el planeta. Les bastaron sus ágiles y espinosas patas para caminar de un polo al otro, tranquilamente. No en vano varias especies actuales llevan el nombre genérico Periplaneta, que significa "el que vagabundea por todas partes". En sentido no tan clásico, yo diría que el nombre puede también traducirse como "alrededor del mundo". Ambas afirmaciones son ciertas con respecto a las cucarachas.
Existen en la actualidad unas 3.500 especies de cucarachas, la mayoría de las cuales viven en ambientes cálidos, húmedos y tropicales. A poco que razonemos, comprenderemos que ése es, precisamente, el entorno que buscan cuando se aposentan en nuestras cocinas o dentro de los gabinetes de los motores de nuestras heladeras. Sin embargo, las cucarachas "amigas del hombre" son pocas frente a sus hermanas salvajes: solamente unas 100 especies frecuentan al extraño primate, y apenas 25 tienen status de "plaga". Suerte que tenemos, ¿no le parece?
La capacidad de supervivencia de las cucarachas es sencillamente asombrosa (los blatofóbicos leeremos "espantosa"). Para muestra basta un botón:
El sistema nervioso de la cucaracha está completamente repartido o "descentralizado" por todo el cuerpo, y este diseño es común en muchos insectos, a tal punto que los entomólogos dicen que los insectos "piensan con la periferia del cuerpo". Casi todos sus comportamientos instintivos están basados en el sistema nervioso periférico y, de este modo, muchas de sus conductas devienen más rápidas y eficientes que si tuvieran que ir hasta el ganglio cefálico principal (lo que llamaríamos "cerebro") y volver. La cucaracha, entonces, tiene tres ganglios cefálicos (cerebro, ganglio central y subesofágico), varios ganglios torácicos (T1, T2...) y varios otros abdominales (A1, A2...). Los abdominales controlan funciones como la reproducción, y los torácicos otros como el vuelo o la fuga. Si usted ha entrado alguna vez en su cocina y encendido la luz, habrá observado la pasmosa, inconcebible velocidad de los reflejos de la cucaracha, que la hace buscar refugio en la oscuridad bajo un mueble en minúsculas fracciones de segundo. ¿Cómo lo logra? Gracias a su descentralización nerviosa. Cerca de la cola la cucaracha posee unos sensores de luz, que, al detectar la claridad, envían una señal al ganglio abdominal distal (A6). En este hay tres neuronas gigantes, cuyos axones van, sin escalas, a los tres ganglios torácicos T1, T2 y T3 que controlan los tres pares de patas. En cuestiones de décimas de segundo, las patas llevarán al insecto a un lugar donde A6 no encuentre luz. Estará, entonces, en una grieta del piso o algo similar, y por lo tanto, fuera de su alcance y a salvo.
Las cucarachas han dominado la Tierra durante cientos de millones de años, y, como otros insectos, son capaces de hazañas increíbles, como por ejemplo la proeza de sobrevivir a tasas de radiación que son letales para otros organismos más evolucionados.
¿Por qué ocurre ello? Por la simple razón de que las células animales son absolutamente susceptibles a las radiaciones cuando la misma las sorprende en proceso de división. Ésta es la razón de que el cáncer se trate con radiación, porque los tejidos cancerosos tienen a sus células en permanente, frenética división, lo que los hace más susceptibles a la radioterapia que las células normales.
La vida de las cucarachas se basa en la muda de su piel (estrictamente, su exoesqueleto). Existe una regla llamada la Ley de Dyar que establece que los insectos —y también los artrópodos en general— doblan su peso en cada ciclo de muda. Esto significa que cada célula de su cuerpo se ha dividido sólo una vez en el tiempo que media entre una muda y otra. La cucaracha suele mudar de exoesqueleto una vez a la semana, pero una célula cualquiera de esa cucaracha estará en división sólo 48 horas dentro de esa semana, y en reposo reproductivo el resto de los días. Extendiendo esta cifra a una estadística grupal, ello vendrá a significar que solamente una cuarta parte de las cucarachas irradiadas tendrán células en reproducción, y los tres cuartos restantes no, en un momento dado. Tal afirmación se puede demostrar experimentalmente sometiendo grupos de cucarachas a intensas radiaciones gamma. Sólo la cuarta parte de la población irradiada morirá, mientras que las restantes seguirán su vida como si tal cosa. Es por ello que suele decirse que, en caso de una guerra nucelar o evento catastrófico similar, las cucarachas (junto con los demás insectos y artrópodos) heredarán la Tierra, para desdicha de nosotros los blatofóbicos. Los organismos superiores (Homo sapiens, por ejemplo) moriremos de inmediato, porque varios de nuestros tejidos más críticos, como la médula ósea, responsable de la producción de nuestra sangre y de nuestra respuesta inmunitaria, están en proceso de división todo el tiempo. No tenemos un "tiempo muerto" que nos permita ser inmunes a la radiación durante ciertos períodos.
Las costumbres alimenticias de las cucarachas también están orientadas a garantizar su supervivencia a cualquier costo: estamos hablando del más omnívoro de todos los omnívoros del mundo, capaz de alimentarse prácticamente de todo material o elemento a su alcance.
Las cucarachas comen sustancias en fermentación, ropa, cabello, cuero, papel tapiz, heces y, por supuesto, alimentos de consumo humano. Se han visto casos de niños mordidos por cucarachas, especialmente en el lóbulo de la oreja.
Si se les da a elegir, empero, preferirán siempre los carbohidratos antes que las proteínas o las grasas, porque aquellos son más energéticos. Algunas conductas inexplicables se resuelven a través de esta característica. ¿Quién no ha encontrado una cucaracha tras el empapelado, entre una pila de sobres o encima de la barra de jabón blanco en la cocina? Todos estos materiales (la goma del empapelado o el sobre, por ejemplo), contienen grandes cantidades de hidratos de carbono, lo que los convierte en irresistibles golosinas para los asquerosos blátidos.
La Humanidad ha luchado contra las cucarachas desde el inicio mismo de nuestra existencia, pero actitudes raras siempre ha habido y las habrá.
Aunque para un fóbico como quien les habla esto sea incomprensible (por no decir directamente insano), hay dos especies de cucarachas que se comercializan y mantienen como mascotas en terrarios y peceras: la cucaracha silbadora de Madagascar y la cucaracha gigante brasileña.
Sobre gustos no hay nada escrito...
2006-12-28 08:34:09
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answer #1
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answered by KEVIN 4
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