Secularidad Consagrada
I. La Llamada de Dios
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y le entregó la tierra para que cuidase de ella . Desde entonces el hombre es dueño y administrador de ésta, desarrollándose a través de los tiempos como hacedor de la historia. La venida del Hijo trajo a la existencia humana nueva luz, que culmina con el nacimiento de la Iglesia.
La Iglesia, sociedad de los hombres renacidos en Cristo para la Vida Eterna, es el Sacramento de la renovación que Dios llevará a cabo definitivamente en la consumación de los siglos.
El bautismo origina en todo cristiano una nueva relación con el mundo. Unido a todos los hombres de buena voluntad, el bautizado se compromete en la tarea de edificarlo y de contribuir al bien de la humanidad, actuando según la legítima autonomía de las realidades terrenas. De hecho, esta relación no quita nada al orden natural y sólo lleva consigo una ruptura con el mundo en cuanto realidad opuesta a la vida de la gracia y a la espera del Reino de Dios. Viviendo esta nueva relación con el mundo, los bautizados cooperan con Cristo a su propia redención.
El seguimiento de Cristo supone en todo cristiano una preferencia absoluta por él , hasta el martirio si fuera necesario, pero Cristo llama a algunos fieles a seguirlo de forma especial, para dedicarse por completo a él. A lo largo de la historia del hombre, Dios ha llamado a algunos a este seguimiento radical.
Llamó a un anciano, Abram:
Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré.
Y Abram marchó como se lo había dicho Dios.
Algunas veces el hombre no se percata de la llamada de Dios, como le sucedió al niño Samuel; Yahveh le llamó varias veces antes de que Samuel respondiera:
¡Habla!, que tu siervo escucha.
También llamó Dios a un tartamudo, Moisés y Moisés respondió:
Heme aquí.
Las respuestas a estas llamadas son variadas: Heme aquí, envíame , Mira que soy un muchacho , etc.
A través de los siglos ha habido infinitas llamadas e infinitas respuestas; recordemos el significado profundo del Sí de María... Aquí está la esclava del Señor, con lo que se palpa que Dios hace posible lo imposible. Con este Sí empieza la historia de la entrega radical a Cristo en la Iglesia. Gente despreciable, inculta, pobre, como los pescadores fueron llamados a ser pescadores de hombres Dios ha llamado también a un recaudador de impuestos y a un joven rico y a uno de sus perseguidores, Pablo. Dios llama a quien quiere y como quiere y sin que el hombre entienda el por qué de la llamada. La respuesta queda en éste, que opta libremente. Como respuesta de esta búsqueda de la perfección el laico puede consagrar su vida a Dios. La primera consagración cristiana es la bautismal, en ella somos incorporados al Cuerpo de Cristo y convocados a la santificación y a la misión. También los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien reciben una misión en favor de la Iglesia y del mundo.
Esta llamada a la perfección se realiza dentro de la Iglesia bajo el esquema formal de institutos de vida consagrada: muchos Institutos hay en la Iglesia, y muchos caminos donde buscar a Dios. Todos estos caminos santos y buenos, como santos los Institutos que Dios ha querido suscitar. Sin embargo, a cada uno le llama al camino que para él quiere la voluntad de Dios, porque sólo por él le encontrará y por cualquier otro andará desorientado y perdido.
II. El Laico en la Iglesia
Todos estamos llamados a la perfección, a vivir el Evangelio en plenitud. Hay muchas formas de vivir el Evangelio; el Misterio de la Iglesia se manifiesta en su misma fundación, es el Señor Jesús quien estableció las bases de su Iglesia predicando la Buena Nueva, es decir, la llegada del Reino de Dios prometido siglos antes en las Escrituras. Así la Iglesia es santa por institución divina, y siendo santa y humana, está ordenada con sorprendente variedad. Pues del mismo modo en que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros.
Jesús, maestro de toda perfección, predicó a todos sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida de la que El fue iniciador y consumador: Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto . Así, el laico, puede consagrar su vida a Dios como respuesta de esta búsqueda de la perfección.
Laico es el hombre para quien la realidad terrestre es válida en sí misma; esto implica que el laico valora "las cosas del mundo" por lo que realmente son y las utiliza para comunicarse, desarrollarse y de hecho para mantener viva su propia existencia. El laico está llamado a encarnar su vida cristiana en la existencia de su vida cotidiana que lo sitúa en el centro de las esperanzas, de las tensiones de la vida de los hombres y de las estructuras de la sociedad. Así el Concilio Vaticano II dice:
"laicos son todos los fieles cristianos que por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo,(...) ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano(...).
A los laicos corresponde, por propia vocación, buscar el reino de Dios, tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir en todas y cada una de las actividades profesionales, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo entre los demás, primordialmente mediante el testimonio de vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor.
La vocación de los fieles laicos a la santidad implica que la vida según el Espíritu se expresa particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas. Inserción y participación son los conceptos y elementos fundamentales que distinguen el car´cter secular.
Además, la propia legislación de la Iglesia, da a los laicos una misión fundamental en el Pueblo de Dios. Estos cánones son muy significativos.
Los laicos constituyen la parte más numerosa del Pueblo de Dios. Su específica vocación y misión consiste en manifestar el evangelio en su vida y, por tanto, introducirlo como levadura en las realidades del mundo en el que viven y trabajan. Los laicos tienen el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares. En este anuncio y en este testimonio los fieles laicos tienen un puesto original e irremplazable: por medio de ellos, la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor.
III. La Consagración
Por el Bautismo nos incorporamos a la vida de Cristo en la Iglesia, así la verdadera y radical consagración -irrepetible- está en este sacramento. Las diferentes formas de consagración no añaden nada a la del bautismo pero la planifican.
Cada vocació,n cristiana expresa una veta particular, que nace del Bautismo, así el seglar desarrolla algunas virtualidades, el religioso otras, el sacerdote otras, el seglar consagrado otras. No hay ninguna vocación particular que viva todas las facetas que emanan del Bautismo, pero todas son necesarias para comprender la vida cristiana en su totalidad. La consagración es la respuesta a la necesidad que tiene el hombre de realizarse, que le inclina a vivir y transparentar, en el grado más exigente posible, la presencia de lo trascendente en este mundo; es vivir y testimoniar la llegada del Reino en su vertiente escatológica.
En la Iglesia, el contenido de la entrega radical a Dios se explicita en la práctica de los "Consejos Evangélicos" (pobreza, castidad y obediencia), vividos de formas concretas, muy variadas, espontáneas o institucionalizadas. No se trata de rechazar al mundo, sino más bien de cooperar con Cristo, para su salvación. De esta forma la práctica de los Consejos Evangélicos puede ir desde la separacién efectiva propia de algunas formas de vida religiosa, hasta la presencia real, típica de los miembros de los IISS.
La consagración es una acción divina. Dios llama a una persona y la separa para dedicársela a sí mismo de modo particular. Al mismo tiempo, da la gracia de responder, de tal manera que la consagración se expresa, por parte del hombre, en una entrega de sí, profunda y libre; la interrelación resultante es puro don: es una alianza de mutuo amor y fidelidad, de comunión y misión, para gloria de Dios, gozo de la persona consagrada y salvación del mundo.
El consagrado lo entrega todo cuando da todo lo que tiene y todo lo que es (Sto. Tomás de Aquino). Se trata de entregarlo todo a Dios con gesto irrevocable: ¿cuánto hay que dar? Todo, ¿Guardar?, Nada.
IV. La Consagración Secular.
Para entender la Consagración Secular es imprescindible entender primero lo que implican ambos términos: secular y consagración. A medida que se ha ido desarrollando la historia de la humanidad ha sido cada vez más palpable la identificación de la fuga mundi con la entrega incondicional de toda la persona a Dios. Este hecho histórico hace muy difícil la comprensión de lo que es el laico consagrado.
La consagración especial de laicos que viven y actúan en medio del mundo, sin apartarse de él, surge ya en el cristianismo primitivo; desde entonces, se conocen vírgenes totalmente dedicadas al Reino de Dios. Las persecuciones y la problemática de los primeros cristianos, además de la consolidación, más adelante, de la vida religiosa, hicieron que este fenómeno no tuviera protagonismo en estas primeras épocas históricas. Sin embargo, como consecuencia de la Reforma protestante y de la crisis eclesial que surgió de ésta, Angela Mérici fundó, hacia 1530, una compañía de vírgenes seculares que se dedicaba -permaneciendo en el seno de sus familias y en su propio ambiente- a los pobres y sobre todo a la juventud abandonada. Los datos históricos apuntan a que la idea no tuvo demasiada acogida hasta que, tras la Revolución francesa y con ésta la prohibición de las órdenes religiosas decretadas por los Estados Generales (1790), el padre De la Clorivière fundó dos sociedades, una sacerdotal y otra femenina, las dos con votos y reglas aunque sin vida común, sin hábito y sin observancia claustral.
A raíz del grave proceso de descristianización de los países europeos, en la segunda mitad del s. XIX, este ideal cobra fuerza. Así, en 1938, estas asociaciones eran unas veinte, distribuídas por ocho países. Los responsables de estas asociaciones participaron en el año 1938 en una reunión organizada por el P. Agostino Gemelli, OFM, con el consentimiento de Pío XI. Como consecuencia de esta reunión, que se celebró en San Galom (Suiza), estas asociaciones firmaron una petición al Santo Padre para que se les concediese el reconocimiento jurídico. Esta petición resultaba difícil, ya que el Código de Derecho Canónico (CIC) no preveía una plena consagración para laicos, sino que más bien situaba a los que profesaban los Consejos Evangélicos en una posición intermedia entre los clérigos y los laicos. Parecía lógico, por tanto, que los términos laico y consagrado se excluyeran mutuamente. En 1939, el P. Gemelli, junto con algunos colaboradores, redactó una memoria histórico-jurídico-canónica sobre las asociaciones de laicos consagrados a Dios en el mundo. La Santa Sede consideró que los tiempos no estaban maduros para este tipo de consagración y sugirió que esta memoria se retirara. Sin embargo, 8 años más tarde (1947) era promulgada la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, con la que Pío XII daba vida, finalmente, a los Institutos Seculares (IISS), reconocidos por la Iglesia como sociedades clericales o laicales, cuyos miembros permanecen en el mundo, profesan los consejos evangélicos para adquirir la perfección cristiana y para ejercitar plenamente el apostolado, renovando cristianamente a las familias, las profesiones y la vida civil.
El laico consagrado se siente llamado a hacer realidad las exigencias radicales del Evangelio. Con su vida presenta al mundo, que cree poder absolutizar prescindiendo de Dios, un análisis de la historia diferente y un camino que lleva al hombre hacia su plenitud. La secularidad consagrada define dos aspectos de una misma realidad, ninguno de los dos aspectos puede ser sobrevalorado a costa del otro, ambos son co-esenciales. El seglar consagrado es plenamente seglar y plenamente consagrado: ni su inmersión en el mundo puede deteriorar la consagración ni la consagración le puede arrancar del compromiso y responsabilidad de la tarea cotidiana. Esta afirmación define el carisma propio de la secularidad consagrada: la co-esencialidad.
La secularidad es una actitud interior de aceptación del mundo como criatura de Dios, ámbito donde viven los hombres y donde se realizan la misericordia y el Reino de Dios. Expresa no sólo una condición sociológica, un hecho externo, sino también una actitud: estar en el mundo, saberse responsables para servirlo, para configurarlo según el designio divino en un orden más justo y más humano con el fin de santificarlo desde dentro. La primera actitud que ha de adoptarse frente al mundo es la de respeto a su legítima autonomía, a sus valores y a sus leyes.
Supone una actitud, una tarea de conciencia de estar en el mundo como el lugar propio de responsabilidad cristiana y de compromiso de los valores seculares, una realidad teológica, un modo de ser Iglesia.
Según el CIC, la índole secular se entiende como situación en el mundo, pero también en su aspecto teológico y dinámico, en el sentido indicado en la Evangelii Nuntiandii, es decir, el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez presentes y activas en las cosas del mundo. Los laicos son llamados a ser "sal de la tierra" y "luz del mundo".
Su misión es introducir el evangelio como levadura en la realidad del mundo en el que viven y trabajan. Cambiar el mundo desde dentro, llenarlo del espíritu de las bienaventuranzas, ordenar las realidades temporales y las estructuras con criterios evangélicos; trabajar por la verdad, por la justicia, el amor y la paz; promover un orden social cristiano. Ser testigos creíbles y significativos de Cristo, de modo discreto y tantas veces silencioso.
Es necesario tener una mentalidad secular para ser capaz de comprender la sensibilidad y el lenguaje de los hombres de hoy y ordenar, según el plan de Dios, la experiencia y la cultura de ellos, contrastándolos a la luz de la fe.
Las tareas que ejerce el laico consagrado en el mundo no son un lugar a donde se acude, sino que le son propias. No vive su secularidad como una circunstancia sociológica, sino que procura vivir con plena responsabilidad su presencia en el mundo, intentando transformarlo, perfeccionarlo, orientarlo hacia Dios. Vive en el siglo, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con la que su existencia está como entretejida, a imitación de María, modelo de secularidad consagrada, que evangelizó con su presencia y su palabra llevando una vida de contemplación y compartiendo las necesidades de su pueblo.
Lo específico de este nuevo modelo de ser Iglesia es vivir el radicalismo de las Bienaventuranzas desde el interior del mundo; siendo luz, sal y levadura de Dios.
Es importante dar a la consagración y a la secularidad el dinamismo requerido de modo que se fundan junto con la fidelidad perenne al Espíritu que es el principio de todo carisma y de toda vocación.
El seglar consagrado vive en plenitud los Consejos Evangélicos. Siendo seguidor de la ESPERANZA, la castidad del seglar dice al mundo que puede amar con el desinterés y la perennidad del corazón de Dios y que es posible dedicarse a todos sin atarse a nadie, preocupado sobre todo por los más abandonados; su pobreza dice al mundo que se puede vivir entre los bienes temporales y que se pueden utilizar los medios de civilización y de progreso, sin que estos nos esclavicen; su obediencia dice al mundo que se puede ser feliz sin encerrarse en una cómoda elección personal, permaneciendo enteramente disponibles a la voluntad de Dios.
El seglar consagrado vive los Consejos Evangélicos insertado en el mundo, lo que le exige tener una vida de oración profunda que le lleve a conseguir equilibrio, serenidad y autenticidad.
La liturgia Eucarística, la meditación cotidiana de la Palabra, las horas de silencio y reflexión, le llevan a intimar con Dios y a buscar con humildad su voluntad y la inspiración del Espíritu. La acción intensa, y muchas veces desgarrante del laico consagrado, debe templarse en la oración, en estos momentos de desierto, adquiere nuevo vigor y criba la propia vida a la luz de Dios.
La actitud de secularidad consagrada se pone de manifiesto de forma relevante en el ejercicio de la profesión. Esta le hace conocer y valorar el mundo del trabajo. Como seglar se es consciente de la necesidad de ganar el propio sustento, pero el móvil que lleva a una tarea profesional concreta debe ser el servicio a los demás, la búsqueda de la justicia, y nunca el afán de lucro ni la ambición de poder. Así se busca la realización personal no para el beneficio propio, sino para el beneficio de la sociedad, del prójimo, con el objetivo final de conseguir el bien común. Es el campo profesional uno de los principales lugares de la actividad evangelizadora para el seglar consagrado.
V. Los Institutos Seculares
Los IISS presentan una novedad eclesial en la vivencia de la Consagración. Los rasgos que caracterizan a un Instituto Secular están definidos por el Código de Derecho Canónico. En el título III, cc.710-730, se define al Instituto Secular: son plenamente Institutos de Vida Consagrada pero no deben, en ningún momento, considerarse como Institutos Religiosos; no debe identificarse, por tanto, Vida Consagrada con Vida Religiosa. Mientras que los religiosos dejan el mundo para unirse a Cristo, los miembros de los Institutos Seculares efectúan esa unión a través de las realidades del mundo, comprometidos plenamente con ellas, para transformarlas y ordenarlas según los valores del Reino, desde dentro del mundo.
Esta distinción queda aún más clara en el Discurso de apertura que el Cardenal Antoniutti dirige a los asistentes al Encuentro Internacional de Institutos Seculares (20 de septiembre de 1970, nº 42): Es evidente que los Institutos Seculares no son Institutos religiosos, deben estar regulados de tal forma que se excluya cualquier confusión con la legislación de los religiosos y debe ser precisada una terminología que no dé lugar a erróneas interpretaciones.
En 1983, el cardenal Pironio dirigiéndose a la Asamblea Plenaria de IISS, insiste en esta idea: Los IISS no son una forma moderna de vida religiosa, sino una vocación y una forma de vida originales. Son un hecho eclesial. Su existencia, como don privilegiado del Espíritu Santo a la Iglesia, es anterior a cualquier investigación teológica y a cualquier disposición jurídica.
Pablo VI es un entusiasta animador que acoge, apoya y orienta a los IISS considerándolos una presencia viva al servicio del mundo y de la Iglesia. Como afirma en uno de sus discursos: Si nos preguntamos cuál ha sido el alma de todo instituto secular, lo que ha inspirado su nacimiento y desarrollo, debemos responder: ha sido el ansia profunda de una síntesis, ha sido el anhelo de la afirmación simultánea de dos características: (a) la plena consagración de la vida según los consejos evangélicos, y (b) la plena responsabilidad de una presencia y de una acción transformadora en el interior del mundo, para moldearlo, perfeccionarlo y santificarlo.
Los IISS son reconocidos como Institutos de vida consagrada, pero la característica de la secularidad los diferencia de cualquier otra forma de consagración. La fusión de la consagración y del compromiso secular en una misma vocación confiere a ambos elementos una nota original. Su identidad específica dentro de la Iglesia, está constituída por estas dos características esenciales: su secularidad y su consagración, pero encarnadas simultáneamente en una unidad sustancial e irreparable. Es una forma de vivir en la Iglesia movida por el Espíritu Santo, reconocida y querida por ella.Y es, también, simultánea e inseparablemente una forma de vivir en el mundo, necesitada por el mundo.
Los documentos del Concilio Vaticano II hacen mención explícita de los IISS en pocas ocasiones. Se les dedica ex profeso el número 11 del decreto Perfectae Caritatis. Cuanto se ha afirmado sobre ellos en los textos conciliares, sintetiza o compendia las precedentes disposiciones y constituye un claro, positivo y solemne reconocimiento, no sólo de su existencia y personalidad jurídica, sino también de los fines apostólicos que les animan y orientan.
Los IISS han de ser encuadrados en la perspectiva que el Concilio Vaticano II ha presentado a la Iglesia, como una realidad viva, visible y espiritual al mismo tiempo, que vive y se desarrolla en la historia . Responden a una visión eclesial puesta en evidencia por el Concilio Vaticano II.
De acuerdo con el carisma propio de cada Instituto, en algunos Institutos Seculares, los miembros viven en las circunstancias ordinarias del mundo, ya solos, ya con su propia familia, ya en grupos de vida fraterna, de acuerdo con sus propias constituciones . Es en el ambiente familiar donde se adquiere el equilibrio afectivo tan necesario para afrontar las realidades del entorno en que se vive. La vida familiar es además signo testimonial para un modelo de sociedad que debe estar basado en la fraternidad, en la justicia, en la solidaridad ...
La vida comunitaria de la Iglesia, Reino de Dios, tiene en los Institutos de Vida Consagrada una expresión peculiar. Esta vida comunitaria en los Institutos Seculares debe ser un testimonio de amor radical evangélico y signo de esperanza vividos desde y dentro del mundo. Al incorporarse al Instituto, el miembro sigue siendo laico, comprometido con los valores seculares propios y peculiares del laicado . De ninguna manera, la consagración cambia su condición de laico, sino más bien le lleva a entregarse con la radicalidad del Evangelio a los demás hombres, según el Espíritu de las Bienaventuranzas, sumergido en el interior del mundo, viviendo e incluso sufriendo en su propio ser las situaciones temporales, pero, sin embargo, anteponiendo los valores del Reino, dando un tono de esperanza cristiana al vivir de cada día.
El miembro de un IS se mueve en los mismos terrenos en los que se debaten los más variados problemas de la vida moderna descristianizada. Por esto, debe tener una formación y capacitación exquisitamente esmeradas, adecuadas al ambiente en que se mueve, al grado de desarrollo de sus facultades y a la profesión que desempeña. Su formación ha de mirar a la acción; no puede ser puramente especulativa, sino más bien práctica . La formación debe encerrar un compromiso que promueva una maduración cristiana de la fe, lo que implica que continuamente se autocritiquen las propias convicciones, asumiendo el compromiso de confrontarlas con el mundo a la luz del Evangelio. No se trata de saber muchas cosas, sino saber bajo el influjo cristiano, saber según Jesucristo, con una sabiduría distinta a la del mundo.
La consagración en un IS lleva ineludiblemente un compromiso apostólico. Aunque el contenido de la evangelización es tan antiguo como el propio evangelio, éste debe ser interpretado y vivido en el momento actual. El miembro del IISS ha de evangelizar evangelizándose, procurando día a día alumbrar el desarrollo de su propia vida social, política, profesional y eclesial con el mensaje evangélico. Citando las palabras de Pablo VI, si permanecen fieles a su propia vocación los IISS serán algo así como el laboratorio experimental en el que la Iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo.
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2006-12-27 12:10:24
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answer #4
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answered by Rafael Crespo-Azorín Romeu 2
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