Un amigo me hizo las siguientes preguntas: “Dado que la adoración es un acto especÃfico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿porqué entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz? ¿No se configura como un acto de idolatrÃa? Entonces, ¿porqué usar esta terminologÃa, que aparece como blasfema, contra el clarÃsimo primer mandamiento de la Biblia? ¿Porqué usar esta terminologÃa que podrÃa desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un objeto de madera? ¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta? Cada vez que participo en la celebración del Viernes Santo siempre afloran de nuevo estas preguntas. Mentalmente las resuelvo siempre diciéndome que se trata de un acto de veneración”. Para responder estos interrogantes he escrito este pequeño artÃculo.
1. ¿Qué entendemos por ‘adoración’?
Quiero, ante todo, aclarar la terminologÃa. La palabra adoración es genérica. Deriva del latÃn ad-orare, cuyo primer sentido es elevar una súplica. Después significa tener veneración por alguien, y de aquÃ, adorar. Ahora bien, como sucede con toda cosa genérica, requiere la especificación. Cuando la veneración se dirige a Aquel que tiene la excelencia absoluta, es decir, a Dios esta adoración se llama adoración de latrÃa.
Por otro lado, Dios comunica su excelencia a algunas creaturas, aunque no según igualdad con Ãl, sino según cierta participación. Por eso veneramos a Dios con una veneración particular que llamamos latrÃa, y a ciertas excelentes creaturas con otra veneración que llamamos dulÃa. Pero es necesario estar muy atentos, porque el honor y la reverencia son debidos solamente a la creatura racional. Por lo tanto, la dulÃa corresponde solamente a la creatura racional.
En consecuencia, en sentido estricto, tenemos una adoración de latrÃa que es sólo para Dios y una adoración de dulÃa, para las creaturas. Vemos entonces que el sentido vulgar de la palabra adoración (que coincide con el último sentido de la palabra latina) se identifica con aquello que hemos llamado, con Santo Tomás de Aquino, ‘adoración de latrÃa’.
2. ¿Debemos adorar la cruz de Jesús con adoración de latrÃa?
Santo Tomás se hace esta misma pregunta[1]. Nos referimos a la misma cruz de Jesús, aquella en la cual fue clavado. Esta es la respuesta: la adoración de latrÃa solamente debe ser dirigida a Dios. La dulÃa (proviene de la palabra griega doûlos que significa siervo) debe ser dirigida solamente a las creaturas racionales. Pero a las creaturas materiales (‘insensibles’, dice Santo Tomás) podemos presentarle honor y obsequio en razón de la naturaleza racional. Esto podemos hacerlo de dos modos: el primer modo es en cuanto la creatura insensible representa a la naturaleza racional; el segundo es en cuanto la creatura insensible está unida a la naturaleza racional.
“De ambos modos debe ser venerada por nosotros la cruz de Jesús –dice Santo Tomás. Del primer modo, en cuanto representa para nosotros la figura de Cristo extendido sobre la cruz. Del segundo modo, a causa del contacto que tuvo la cruz con los miembros de Cristo y porque fue bañada con su sangre. Por lo tanto –continúa diciendo Santo Tomás- de ambos modos la cruz es adorada con la misma adoración que recibe Cristo, es decir, adoración de latrÃa”.
Debemos estar atentos a aquello que dice Santo Tomás. No damos a la cruz (objeto de madera) el culto de latrÃa en cuanto objeto de madera sino en cuanto representa a Cristo y en cuanto estuvo en contacto con su cuerpo y con su sangre, es decir, en razón de Cristo. Esto quiere decir que la adoración de latrÃa va dirigida a Cristo y no a un pedazo de madera. Dice el P. Fuentes respecto a esto: “Evidentemente el concepto clave es aquà la distinción, dentro de la adoración de latrÃa (...), entre latrÃa absoluta y latrÃa relativa: latrÃa absoluta es la que se da a una cosa en sà misma (por ejemplo, a Dios, a Jesucristo, etc.); latrÃa relativa es la que se da a una cosa no por sà misma sino en orden a lo que es representado por ella (las imágenes). Por tanto, si bien la cruz no es adorada con culto de latrÃa absoluta, sà lo es con el de latrÃa relativa”[2].
Ahora bien, ¿qué sucede con las cruces que nosotros tenemos ahora? Estas cruces son imitaciones de la ‘vera cruz’ de Jesús, cruces hechas de piedra, de madera o metal. La respuesta a esta pregunta pienso que aclarará un poco más nuestro tema.
3. ¿Debemos adorar las imágenes de Cristo con adoración de latrÃa?
Partimos del punto que estas cruces de las cuales hablamos no son otra cosa que imágenes de Jesús, es decir, tratan de representar pictóricamente al Dios encarnado, al Verbo hecho hombre. Exponemos la doctrina de Santo Tomás respecto a la actitud que nosotros debemos tener hacia las imágenes pictóricas de Cristo.
Podemos considerar las imágenes en general en dos sentidos. Primero, en cuanto es una cierta cosa, hecha con un material determinado. Segundo, en cuanto es imagen de una realidad, la cual se configura como ejemplar o modelo de dicha imagen. En el primer sentido, esto es, en cuanto es una cosa cualquiera, a las imágenes de Cristo (y también a las cruces hechas actualmente; por ejemplo, de madera esculpida o pintada), no se les debe dar ninguna reverencia, porque solamente debemos dar reverencia a la creatura racional. Por lo tanto, a las imágenes de Cristo (y también a las de los santos), tomadas en este primer sentido, no debe brindárseles ni adoración de latrÃa, ni dulÃa, ni siquiera veneración.
En el segundo sentido la cosa es diferente. Porque cuando yo me dirijo a una imagen en cuanto representa otra realidad y me la recuerda, no me estoy dirigiendo a la imagen misma sino a la realidad que representa. Es en este sentido que nosotros presentamos honor y obsequio a las imágenes de Cristo (y a las cruces). Por eso, en este sentido, damos a las imágenes de Cristo la misma reverencia y veneración que damos a la persona de Cristo. Y dado que a Cristo lo adoramos con adoración de latrÃa, en consecuencia a su imagen debemos adorarla también con adoración de latrÃa. Para ser más exactos digamos que también a las imágenes de Cristo las adoramos con latrÃa relativa. Esto lo dice San Juan Damasceno bellamente: “Imaginis honor ad prototypum pervenit”, esto es, “el honor dado a una imagen se dirige y llega hasta el prototipo”.
Resumiendo: adoramos las imágenes de Cristo y las cruces en cuanto son sÃmbolos de una realidad ulterior y divina. Por eso dice el Libro Ceremonial de los Obispos: “Entre las imágenes sagradas, la figura de la cruz ‘preciosa y vivificante’ ocupa el primer lugar, porque es el sÃmbolo de todo el misterio pascual. Ninguna imagen más estimada ni más antigua para el pueblo cristiano. Por la Santa Cruz se representa la pasión de Cristo y su triunfo sobre la muerte, y al mismo tiempo anuncia la segunda y gloriosa venida, según la enseñanza de los Santos Padres” (n. 1011).
4. Respuesta puntual a las preguntas
Podemos ahora responder puntualmente a las preguntas puestas al principio de este pequeño artÃculo.
1) “Dado que la adoración es un acto especÃfico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿porqué entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz?” Porque la Iglesia quiere que, a través de la cruz, que representa a Cristo y estuvo en contacto con Ãl, adoremos al que es hombre y Dios. Ella es el “sÃmbolo por antonomasia de la pasión de Jesucristo” y “representa al mismo Jesucristo en el acto de su inmolación. Por eso debe ser adorada con una acto de adoración de ‘latrÃa relativa’ en cuanto imagen de Cristo y por razón del contacto que con Ãl tuvo”[3].
2) “¿No se configura como un acto de idolatrÃa?” No, porque el culto de latrÃa no va dirigido al pedazo de madera sino a Cristo.
3) “Entonces, ¿porqué usar esta terminologÃa, que aparece como blasfema, contra el clarÃsimo primer mandamiento de la Biblia?” Esta terminologÃa, teológicamente hablando, es correctÃsima. Se puede decir con toda propiedad ‘adoración de la cruz’ porque se puede dar culto de latrÃa relativa a un objeto insensible en razón de Cristo, que es Dios.
Respecto al problema bÃblico es verdad que el primer mandamiento dice: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Ãx.20,4-5). Pero en realidad “ese precepto no prohÃbe hacer alguna escultura o imagen, sino que prohÃbe hacerlas para ser adoradas. Por eso se agrega inmediatamente: ‘No te postrarás ante ellas ni les darás culto’ (Ãx.20,5). Y dado que el movimiento de adoración que se dirige a la imagen es el mismo que va dirigido y termina en la cosa, al prohibir la adoración de las imágenes lo que se prohÃbe es la adoración de la cosa, semejanza de la cual es la imagen. Por lo tanto debe entenderse que ese precepto prohÃbe la fabricación y la adoración de las imágenes que los gentiles hacÃan para adorar a sus dioses, es decir, a los demonios. Por eso, en el mismo paso de la Escritura, antes se dice: ‘No habrá para ti otros dioses delante de mi’ (Ãx.20,3)”[4]. Esto que acabamos de decir queda confirmado por el mismo Yahveh cuando manda a Moisés hacer la escultura de dos ángeles para que adornen el arca de la Alianza: “Harás dos querubines de oro macizo; los pondrás en los dos extremos del propiciatorio” (Ãx.25,18). Si la prohibición fuese de hacer imágenes en absoluto, el primero en quebrantar dicha prohibición hubiese sido el mismo Dios. El mismo Dios, según vemos en este texto, manda hacer dos esculturas para ser veneradas.
Además hay que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento esta prohibición de hacer y adorar imágenes adquirÃa un sentido especial porque el verdadero Dios se habÃa revelado como un ser espiritual e incorpóreo y, por lo tanto, no era posible hacer alguna imagen corporal que expresara adecuadamente a ese Dios incorpóreo. “Pero dado que en el Nuevo Testamento Dios se hizo hombre, puede ser adorado en su imagen corporal”[5]. Por lo tanto, vemos que ni en el acto de adoración de la cruz ni en la terminologÃa usada para expresarlo hay algo que se oponga a la revelación del Antiguo o del Nuevo Testamento. Al contrario, el Nuevo Testamento, al revelarnos la encarnación de Dios, nos autoriza a adorarlo en su imagen corporal.
4) “¿Porqué usar esta terminologÃa que podrÃa desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un objeto de madera?” El problema no es la terminologÃa que, como dijimos, es correcta. Tanto la terminologÃa como el tema en sà mismo podrÃa explicarse de tal manera que todos lo entiendan, aún aquellos que tienen menos ‘instrumentos culturales’. Hay muchos misterios en nuestra religión que no son fáciles de entender en el primer intento. Necesitan una explicación llena de ciencia y caridad, es decir, con la capacidad de adaptarse a las condiciones del oyente. Esa es la tarea de los pastores. Precisamente, uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, como ya lo hacÃa notar el Papa Pablo VI[6], es el dramático alejamiento y posterior ruptura entre Evangelio y cultura. Por eso hace falta afrontar una evangelización profunda, que llegue hasta los fundamentos culturales de las distintas sociedades.
5) “¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta?”. Pienso, junto con Santo Tomás, que este uso nació de los mismos apóstoles. Lo que Santo Tomás dice respecto a las imágenes de Cristo se puede aplicar, y con mayor razón, a la cruz misma de Cristo. Dice este santo: “Los Apóstoles, por el familiar instinto del EspÃritu Santo, transmitieron ciertas cosas a las iglesias para que sean conservadas que no dejaron en sus escritos, sino que las han entregado a la sucesión de los fieles para que sean ordenadas como precepto de la Iglesia. Por eso dice San Pablo: ‘Manteneos firmes y conservad las tradiciones en las cuales fuisteis instruidos, sea por medio de nuestra viva voz (es decir, oralmente), sea por medio de nuestra carta (es decir, transmitido por escrito)’ (2Tes.2,15). Y entre estas tradiciones recibidas oralmente está la de la adoración de la imagen de Cristo. De hecho se dice que San Lucas evangelista (que fue compañero de los apóstoles) pintó una imagen de Cristo, que se encuentra en Roma”[7].
Sin duda que ya las primeras comunidades cristianas adoraban la cruz, como es testigo aquel antiquÃsimo cántico que se dirige a la cruz como si fuese una persona y le atribuye poder para dar la salvación: O Crux, ave, spes unica. Hoc passionis tempore, auge piis iustitiam, reisque dona veniam. “Ave, oh Cruz, esperanza única. En este tiempo de pasión aumenta la justicia de los santos y a los culpables dales el perdón”. Los Santos Padres de los primeros siglos, como San AgustÃn y San Juan Damasceno, hablan del rito de la adoración de la cruz como algo ya consolidado en la Iglesia.
En el siglo IV Santa Elena, la madre del emperador Constantino, impulsada por esta devoción a la cruz de Cristo, se empeña en buscarla y la encuentra. Sin duda que este hallazgo de la ‘vera cruz’ habrá estimulado muchÃsimo la devoción a ella.
2006-12-05 18:29:01
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answer #2
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answered by Ricko 5
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