Como es bien sabido, la ciencia del bien y del mal es el desideratum de los especímenes más listos del género humano. El anhelo se remonta a nuestros primeros padres y consiste en la ciencia (o más bien, habilidad) que consigue meter a la vez en la misma olla el bien y su contrario el mal. Se trocea bien troceado tanto el mal como el bien, hasta que se consigue una masa informe donde ya no cabe distinguir ni bien ni mal alguno. Se deja reposar hasta que la otra masa, la humana, ande distraída. Ese es el momento de administrar la exquisita sustancia al ciudadano, ya en condiciones de subir la Escala de los siete escalones, a saber:
Primer escalón. Se reivindica el derecho a limitar a cualquier precio la natalidad. Con lo cual ya somos señores de la vida, que la dan cuando quieren y como quieren y a quien quieren. En este escalón se descubren los anticonceptivos, físicos o químicos, y comienza la metamorfosis que ha de culminar en la conversión del espécimen humano en Dios y Señor del universo.
Segundo escalón. Si soy dueño de la vida, lo soy también de la muerte. Quien tiene poder de dar la vida cuando quiere, está a un paso, a un escalón, de poder quitarla cuando quiera. En este segundo escalón -a nivel más alto que el primero- ya soy el señor del aborto. Ya puedo matar sin remordimiento de conciencia. Aunque de momento me limitaré a matar a las personas muy pequeñitas, que no tienen siquiera voz para reivindicar nada. Los pasos se van añadiendo al ampliar hasta su liquidación cualquier impedimento legal para el aborto. Van incrementando la gravedad, pero podemos agruparlos como si fuesen uno solo y dejarlos con mucha paz en este segundo escalón.
Tercer escalón. Si soy dueño de la vida y de la muerte, es evidente que debo serlo no en un sentido relativo, sino absoluto. O somos o no somos: el dueño de la vida no lo es para unos casos sí y otros no. Mi poder ha de manifestarse en la capacidad de sentenciar a muerte siempre que me parezca a mí razonable, por ejemplo, cuando alguien tiene una enfermedad terminal que le hace sufrir mucho. Es preciso subir esta escalón análogamente a los anteriores, sin preguntar a los que saben, es decir, a las personas que se dedican a la medicina paliativa, porque nos convencerían de que los enfermos terminales no quieren morir, sino vivir con dignidad, que viene a significar con menos dolor y más cariño. Pero para esto se necesitan médicos competentes y todavía más, alguien que les ofrezca un poco de ese tesoro cada vez más escaso, que se llama ternura. Como esto no se compra con dinero, es mejor no perder el tiempo y legalizar la eutanasia, comenzando por los casos más llamativos. Luego ya iremos abriendo la mano, como en Holanda. Ya somos Dios.
Cuarto escalón. (el orden entre los escalones puede invertirse en ocasiones) Producir seres humanos en un laboratorio, aunque sea a costa de congelar y eliminar docenas de seres humanos. Este negocio nos dará pingües beneficios y siempre podremos alegar que esas muertes constituyen un gran privilegio: el de morir en el altar de la Ciencia. Si Augusto Compte resucitara, se felicitaría grandemente al ver sus sueños hechos realidad. Ya tenemos la nueva religión, la Ciencia: un altar, el Laboratorio; un sacerdote, el Médico o Científico; un nuevo dios: Yo. No debemos pedir que una madre dé su vida por su hijo, pero no hay inconveniente en arrebatar la vida de millares de seres humanos en el altar del Euro (le conviene al euro ir siempre de la mano de la Ciencia). Abolimos la pena de muerte para los malhechores, pero ello no nos impide dar muerte a las personas más pequeñitas, cuando su sacrificio venga exigido por nuestra nueva religión.
Quinto escalón. La clonación de seres humanos. Si alguien pensó que el mundo feliz descrito por Aldus Huxley era una historia fantástica, ahora verá lo que es el nuevo Dios. Así podremos conceder el privilegio de los trabajos forzados a los esforzados trabajadores clonados, mientras nosotros nos dedicamos a investigar nuevos especímenes para clonaciones todavía más productivas.
Sexto escalón. Como la media de vida se alarga en demasía y el mundo es pequeño para tantos dioses, el Estado, por medio del Ministerio de la vida, decidirá la edad a la que los ciudadanos han de morir. Si alguno se niega a obedecer se le aplicará la modalidad de eutanasia voluntaria por mayoría de votos. El Ministerio de la vida se reserva el derecho de otorgar prórrogas a los ciudadanos que sean declarados de interés social.
Séptimo escalón. Repristinación del proyecto Babel, adaptado a las exigencias de la sociedad moderna. Fuentes bien informadas aseguran que el antiguo Dios Yavé, injustamente disgustado por la reincidencia, ha convertido a los dioses humanos en expertos. Ahora todos son expertos, con lo que la confusión creada supera todas las previsiones, incluidas las de Yavhé.
2006-11-28 03:48:04
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answer #3
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answered by krlitos 6
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