Los gángsters económicos (Economic Hit Men, EHM) son profesionales generosamente pagados que estafan billones de dólares a países de todo el mundo.
Canalizan el dinero del Banco Mundial y de otras organizaciones internacionales de "ayuda" hacia las arcas de las grandes corporaciones y los bolsillos del puñado de familias ricas que controla los recursos naturales del planeta.
Así, utilizan dictámenes financieros fraudulentos, elecciones amañadas, sobornos, extorsiones, trampas sexuales y el asesinato. Este juego antiguo como los imperios, adquiere nuevas y terroríficas dimensiones en nuestra era globalizada. Yo lo sé bien, porque yo he sido un gángster económico.
En 1982 comencé un libro dedicado a dos presidentes que fueron respetados clientes míos: Jaime Roldós, de Ecuador y Omar Torrijos, de Panamá. Ambos fallecidos recientemente: sus aviones se habían estrellado, pero no fueron accidentes sino asesinatos debido a la oposición de ambos a la cofradía de dirigentes empresariales, gubernamentales y financieros que persigue un imperio mundial. Pero como los gángsters económicos no conseguimos doblegarlos, intervinieron los otros gángsters, los chacales patrocinados por la CIA, siempre pegados a nuestras espaldas.
"Este relato forma parte de mi vida, la que está situada en el contexto de los acontecimientos mundiales históricos, que nos han llevado adonde estamos con graves consecuencias futuras, por lo que he procurado máxima exactitud y veracidad. Para comentar o reconstruir hechos, he utilizado documentos publicados, registros y notas personales, recuerdos míos y de otros participantes, cinco borradores empezados en otros tiempos y narraciones históricas de otros autores, que revelan informaciones antes clasificadas o no disponibles por otros motivos."
Nosotros nos autorreferíamos como gángsters económicos, aunque usábamos más a menudo las iniciales EHM. Cuando el 01/01/71 empecé a trabajar con mi instructora -Claudine- ella me dijo: "La misión que me asignaron es convertirte en un EHM. Y que nadie se entere de tu actividad … ni siquiera tu mujer", para luego añadir seriamente: "Cuando uno entra en esto, es para toda la vida".
Claudine era bella, inteligente, sumamente eficaz y su cometido es un ejemplo fascinante de la manipulación subyacente de este negocio. Detectó mis puntos débiles y supo explotarlos en su beneficio. Su trabajo y la habilidad para realizarlo ejemplificaban la mentalidad sutil de quienes manejan los hilos de este sistema.
No tuvo pelos en la lengua al describirme lo que iban a exigir de mí: "Tu trabajo -dijo Claudine- consistirá en estimular a líderes de todos los países para formen parte de la extensa red que promociona los intereses comerciales mundiales de EEUU. En último término esos líderes acaban atrapados en la telaraña del endeudamiento, lo que nos garantiza su lealtad. Podemos recurrir a ellos siempre que los necesitemos para satisfacer nuestras necesidades políticas, económicas o militares.
A cambio, ellos consolidan su posición política porque traen a sus países complejos industriales, centrales generadoras de energía y aeropuertos. Y los propietarios de las empresas estadounidenses de ingeniería y construcción se hacen inmensamente ricos". Hoy vemos los estragos resultantes de este sistema. Ejecutivos de empresas estadounidenses que contratan por monedas la mano de obra que explotan bajo condiciones inhumanas. Empresas petroleras que arrojan despreocupadamente sus toxinas a los ríos de la selva tropical, envenenando adrede a humanos, animales y plantas, y perpetrando genocidios contra culturas ancestrales.
Laboratorios farmacéuticos que niegan a millones de africanos infectados por el VIH los medicamentos que podrían salvarlos. En EE.UU. mismo, 12 millones de familias no saben si van a comer mañana. El negocio de la energía ha dado lugar a una Enron. El de las auditorias, a una Andersen.
La quinta parte de la población mundial residente en los países más ricos tenía en 1960 treinta veces más ingresos que otra quinta parte, los pobladores de los países más pobres. Pero en 1995 la proporción era 74:1,3. EE.UU. gasta más de 87.000 millones de dólares en la guerra de Irak, cuando la ONU estima que con menos de la mitad bastaría para proporcionar agua potable, dieta adecuada, servicios de salud y educación elemental a todos los habitantes del planeta.
¡Y nos preguntamos por qué nos atacan los terroristas!
Algunos prefieren achacar nuestros problemas a una conspiración organizada y me gustaría que fuese tan sencillo. A los conspiradores se les puede capturar y llevar ante tribunales. Pero a este sistema lo impulsa algo mucho más peligroso; lo impulsa un concepto admitido como verdad sagrada: que todo crecimiento económico es siempre beneficioso para la humanidad y que, a mayor crecimiento, más se generalizarán los beneficios.
Creencia que tiene también un corolario: que los sujetos más hábiles en atizar el fuego del crecimiento económico merecen alabanzas y recompensas, mientras que los nacidos al margen quedan disponibles para ser explotados.
Concepto erróneo, naturalmente. Sabemos que en muchos países el crecimiento económico sólo beneficia a un reducido estrato de la población, y que de hecho suele redundar en desesperación para la mayoría. Viene a intensificar este efecto el corolario mencionado, de que los líderes industriales que impulsan este sistema merecen disfrutar de una consideración especial.
Creencia que está en el fondo de muchos de nuestros problemas y tal vez es el motivo de que abunden las teorías conspirativas. Cuando se recompensa la codicia humana, esta se convierte en un poderoso inductor de corrupción. Si el consumo voraz de los recursos del planeta se considera como algo intocable, si enseñamos a nuestros hijos a emular estas vidas desequilibradas y si definimos a grandes sectores de la población como súbditos de una elite minoritaria, estamos invocando calamidades, que no tardan en caer sobre nuestras cabezas.
En su afán de progresar hacia el imperio mundial, empresas, banca y gobiernos (colectivamente, la corporatocracia) utilizan su poderío financiero y político para asegurarse que escuelas, empresas y medios de comunicación apoyen tanto el concepto como su corolario no menos falaz.
Nos han llevado a un punto en que nuestra cultura global ha pasado a ser una maquinaria monstruosa que exige un consumo exponencial de combustible y mantenimiento, hasta el extremo que acabará por devorar todos los recursos disponibles y finalmente no tendrá más remedio que devorarse a sí misma.
La corporatocracia no es una conspiración, aunque sus miembros suscriben valores y objetivos comunes. Una de las funciones de la corporatocracia es perpetuar, extender y fortalecer el sistema continuamente. Las vidas de los "triunfadores" y sus privilegios -mansiones, yates, jets privados- se nos ofrecen como ejemplos sugestivos para que nosotros sigamos consumiendo, consumiendo y consumiendo.
Se aprovechan todas las oportunidades para convencernos de que DEBEMOS adquirir artículos y que saquear el planeta es bueno para la economía y por tanto conviene a nuestros intereses superiores. Para servir a este sistema, se pagan unos salarios exorbitantes a sujetos como yo. Si nosotros titubeamos, entra en acción el chacal. Y si el chacal fracasa, el trabajo pasa a manos de los militares.
Este libro es mi confesión, en la época en que fui EHM, formaba parte de un grupo relativamente reducido. Este tipo de profesión es hoy más abundante. Sus integrantes ostentan títulos más eufemísticos y pululan por los pasillos de Monsanto, General Electric, Nike, General Motors, Wal-Mart y casi todas las demás grandes corporaciones del mundo. En verdad, Confesiones de un gángster económico es su historia tanto como la mía.
John Perkins
2006-11-27 08:59:48
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answer #1
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answered by Anonymous
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