Un foro representa un segmento de la sociedad donde un grupo de personas mantienen conversaciones más o menos en torno a un tema en común y específico o bien cualquier tema de actualidad. En todo foro aparecen las figuras del administrador (superusuario), moderadores y usuarios. Normalmente en los foros aparecen una serie de normas para pedir la moderación a la hora de relacionarse con otras personas y evitar situaciones tensas y desagradables.
El carácter singular del ministerio presbiteral y la importancia del mismo para la vida de la Iglesia exigen, en quienes han sido llamados a él por el Señor, una formación específica que los capacite para vivir con todas sus exigencias este misterio de gracia y para ejercer con responsabilidad este ministerio de salvación.
La Iglesia, movida por la responsabilidad que le incumbe y por el "el derecho propio y exclusivo de formar a aquellos que se destinan a los ministerios sagrados" (Código de Derecho Canónico 232), reconoce la necesidad y urge el establecimiento de medios e instituciones para la formación propia de los llamados al sacerdocio. Aleccionada además por su propia experiencia histórica, la Iglesia ha comprobado, a lo largo de ella, la necesidad del Seminario Mayor como el "lugar óptimo de formación sacerdotal y el ambiente normal, incluso material, de una vida comunitaria y jerárquica" (Pastores Dabo Vobis 60) con Formadores consagrados a esta tarea. En el Seminario Mayor los jóvenes que desean acceder al sacerdocio encuentran el medio adecuado para el cuidado y seguimiento de la propia vocación, para el equilibrado desarrollo de su personalidad humana, para la conveniente formación espiritual y doctrinal y para la necesaria instrucción pastoral. La experiencia de la vida comunitaria y el conocimiento y vinculación entre los que están llamados a formar el futuro Presbiterio, colaboran a su vez a descubrir en profundidad el misterio de la Iglesia y las exigencias de la fraternidad sacramental.
Las fuentes en las que se manifiesta de forma más clara el sentir actual de la Iglesia respecto a la naturaleza, los objetivos y los medios de la formación sacerdotal son: la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, el Magisterio de la Iglesia, los rituales de la Ordenación y la normativa disciplinar. La voz del Espíritu se manifiesta además, y conforme a estas fuentes, en el discernimiento evangélico de los signos de los tiempos, el común sentir de las comunidades cristianas y el testimonio de quienes, en las más diversas circunstancias, han vivido de forma ejemplar la vocación al sacerdocio ministerial.
A la hora de abordar la configuración de los Seminarios Mayores, y la estructuración de la formación específica a ellos confiada, han de tenerse en cuenta algunos factores importantes:
Las circunstancias y las exigencias características del tiempo y lugar en que vivimos
Las diferentes características de los que son llamados al sacerdocio ministerial enmarcadas en un nuevo contexto social en continua y rápida evolución.
Las experiencias de renovación que se vienen realizando en los últimos años en lo que concierne a la formación sacerdotal.
Las profundas mutaciones operadas en nuestro mundo y en el seno de la sociedad española, colocan a la Iglesia y a sus instituciones ante una nueva situación. El contexto socio-político, con fenómenos como el pluralismo cultural y el secularismo, entre otros, presentan nuevas exigencias que reclaman lucidez para configurar las instituciones y los medios de formación de los futuros presbíteros.
Asimismo, la renovación operada en la Iglesia durante los años que han seguido al Concilio, las necesidades y urgencias de los fieles y de las comunidades cristianas en la Iglesia y en la sociedad, en los umbrales del tercer milenio del cristianismo, exigen una revisión y puesta al día de la formación sacerdotal en consonancia con el momento presente y las fundadas previsiones de futuro. De este modo se podrá capacitar a los futuros presbíteros para ejercer su misión en la Iglesia y en la sociedad de su tiempo, en continuidad con aquellos que, en tiempo anteriores, han animado la vida de la Iglesia.
Los jóvenes que actualmente sienten la llamada al sacerdocio participan de las contradicciones y posibilidades que presenta nuestro contexto social y religioso, en el que habrán de ser signo e instrumento de salvación, en Cristo. Esto tiene repercusiones inmediatas e incisivas tanto sobre su vocación como sobre su proceso educativo.
Superados algunos fenómenos problemáticos, actualmente en los jóvenes se manifiesta una buena disposición para la búsqueda de valores éticos y espirituales que puede propiciar su plena realización en el seguimiento apostólico de Jesucristo. No obstante, también se deja sentir en no pocos de ellos el atractivo de la "sociedad del consumismo" con sus consecuencias del individualismo, hedonismo y materialismo y rechazo de cuanto suponga sacrifico o esfuerzo. También incide en ellos una visión reducida de la sexualidad humana y una experiencia desviada de la libertad, que se resiste a dejarse orientar por la verdad objetiva y acaba por instalarse en indiferencia religiosa o en concepciones parciales de la fe cristiana. En estas situaciones la perspectiva de una vocación sacerdotal queda muy lejana.
Las circunstancias sociales y religiosas y las características que ofrecen los aspirantes al sacerdocio exigen un conocimiento y reflexión sobre ellas, con la ayuda de la investigación científica y, a la vez, una interpretación desde el discernimiento realizado a la luz del Evangelio y de la doctrina de la Iglesia, para descubrir, también en ellas, los signos de Dios en los tiempos; además reclaman un acompañamiento para descubrir los caminos adecuados y aplicar los medios eficaces que proporcionen sacerdotes bien formados y aptos para la tarea de la nueva evangelización.
Los frutos de la renovación en la formación sacerdotal promovida por el Concilio Vaticano II, las experiencias positivas de los últimos años, discernidas y recogidas por los anteriores planes de Formación sacerdotal y su aplicación práctica, han decantado una serie de principios básicos que iluminan la realidad y tarea de nuestros Seminarios y articulan sus respectivos proyectos educativos. Entre ellos conviene subrayar:
La concepción del Seminario como itinerario de vida, que comporta un proceso formativo, antes que un mero lugar material.
El carácter prioritariamente formativo de la comunidad del Seminario.
La incorporación personal de los aspirantes al sacerdocio al proceso formativo del Seminario y su participación activa y responsable en el funcionamiento del mismo.
La importancia de una cuidadosa formación humana en orden a conseguir "personalidades equilibradas, sólidas y libres, capaces de llevar el peso de las responsabilidades pastorales" (Pastores Dabo Vobis 43).
La necesidad de una formación religiosa y espiritual hondamente personalizada y vivencialmente experimentada como una relación de comunión y amistad profundas con Jesucristo.
La adquisición de una seria formación intelectual que capacite a los futuros sacerdotes para el anuncio del Evangelio en el mundo actual, haciéndolo creíble frente a las legítimas exigencias de la razón humana.
El régimen de vida comunitaria de los miembros del Seminario y su dedicación plena a la formación sacerdotal.
La inserción progresiva de los seminaristas en la vida de la diócesis, y el seguimiento atento y la sensibilidad ante los problemas de la sociedad.
La profunda relación que guardan entre sí la formación "inicial" del Seminario y la formación "permanente" de los sacerdotes en el horizonte de un solo proyecto orgánico de vida cristiana y sacerdotal.
El Seminario Mayor es "sobre todo, una comunidad educativa en camino: la comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce" (Pastores Dabo Vobis 60). Su identidad más profunda radica, por tanto, en "ser a su manera una continuación en la Iglesia de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús" (Pastores Dabo Vobis 60).
Desde este marco de referencia, el Seminario Mayor se constituye como una comunidad humana, eclesial, diocesana, educativa en proceso, a la que el Obispo según las normas de la Iglesia, confía la tarea de formar a los futuros sacerdotes seculares diocesanos.
Como comunidad humana, los Formadores y seminaristas comparten un proyecto de vida en común y participan, cada uno según su función y responsabilidad, en el mismo proceso formativo. La convivencia y la amistad entre los distintos miembros del Seminario tienen como horizonte la educación de personas llamadas a formar una comunidad familiar que vive con gozo la presencia, la palabra y el amor de Cristo resucitado.
Como comunidad eclesial:
El Seminario es, básicamente, comunidad de discípulos del Señor que, a partir de la profesión de una misma Liturgia y en la experiencia fraternal de un mismo amor, vive el Misterio de Cristo y es, en medio del mundo, signo e instrumento de salvación.
La vida de sus miembros está llamada a ser, según el estilo del discipulado de Jesús, una comunidad de creyentes que, vinculados al Señor, y participando de su vida, quieren vivir con radicalidad el espíritu del Evangelio. Una comunidad en la que debe resplandecer el Espíritu de Cristo y el amor a la Iglesia. Así han de actuar también quienes allí trabajan al servicio del Seminario.
El Seminario debe vivir abierto, solidaria y servicialmente, a la Iglesia y al mundo de hoy, estando muy atento a sus necesidades.
Como comunidad eclesial diocesana, el Seminario vive en comunión con su Obispo y su Presbiterio, conoce de cerca sus preocupaciones pastorales y está inserto en la vida de la Diócesis participando de sus esperanzas e inquietudes y prestando, dentro de sus posibilidades, aquellos servicios que el Seminario puede ofrecer a la comunidad diocesana.
Los Formadores de los futuros sacerdotes han de programar con realismo, con claros criterios pastorales y educativos y en estrecha colaboración con los organismo diocesanos, las formas por las que se ha de hacer realidad la integración y el servicio de los aspirantes al sacerdocio en las acciones pastorales de la Diócesis.
Por su parte, toda la comunidad diocesana, a quien "incumbe el deber de fomentar las vocaciones para que se provea suficientemente a las necesidades del ministerio sagrado en la Iglesia entera" (Código de Derecho Canónico 233, 1), debe situarse ante el Seminario Mayor con espíritu de positiva y eficaz colaboración. Para ello, los Formadores deberán crear los cauces necesarios para dar a conocer la vida del Seminario, sus planes educativos, preocupaciones, logros y necesidades, a todas las familias cristianas, a los educadores y, de manera especial a los sacerdotes.
El Seminario Mayor se mantendrá especialmente vinculado con el Presbiterio diocesano, del que en su día formarán parte quienes hoy reciben la formación sacerdotal. A este efecto, el Rector y los Formadores, de acuerdo con el Obispo, deben procurar mantener informados a los sacerdotes, utilizando además los medios oportunos que hagan posible su presencia real y constructiva en la comunidad del Seminario.
A los sacerdotes compete, de modo especial y como tarea colectiva, promover las vocaciones, guiar con testimonio de palabra y obra y preparar con interés a todos aquellos que dan signos de vocación al sacerdocio y desean ingresar en el Seminario.
Como comunidad educativa, el Seminario Mayor determina su fisonomía por su fin específico de acompañar todo el proceso vocacional, mediante el discernimiento de la vocación, la ayuda para corresponder a ella y la preparación para recibir el Sacramento del Orden. Por ello, toda la vida del Seminario está dedicada a la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral de los futuros presbíteros en régimen de vida comunitaria.
Los objetivos, contenidos y medios de esta formación deben articularse en un proyecto claramente definido. Su estructura básica, así como la planificación y actividades, han de servir fielmente, sin ambigüedades ni imprecisiones, a la finalidad específica que justifica la existencia del Seminario como comunidad eclesial educativa: la formación de los futuros sacerdotes.
Para lograr este fin , el Seminario Mayor ha de observar las normas del Plan de Formación Sacerdotal y, bajo la guía del Obispo diocesano, establecerá su propio Proyecto educativo y Reglamento, que garanticen la unidad de dirección, manifestada en la figura del Rector y sus colaboradores, ordenen coherentemente la vida comunitaria y las actividades educativas, expliciten y concreten los distintos medios y objetivos de la formación sacerdotal
A la hora de elaborar los proyectos educativos concretos, los Formadores del Seminario Mayor deben cuidar que se ponga de manifiesto el carácter peculiar del sacerdote secular diocesano, su espiritualidad y su índole propia, capacitando a los alumnos para el ejercicio del ministerio en la Iglesia particular a cuyo servicio se han de incardinar.
Como expresión de amor y respeto a la obra original del Espíritu de Dios, que es cada candidato al sacerdocio, el Proyecto educativo debe conciliar armónicamente las propuestas de las metas formativas y las exigencias de caminar decididamente hacia ellas, con la atención a cada persona concreta, sus situaciones y ritmos diferentes de crecimiento.
La formación de los alumnos ha de realizarse de tal modo que se sientan también muy interesados por la Iglesia universal, conozcan sus necesidades y se hallen dispuestos a dedicarse a aquellas Iglesias particulares que se encuentran en grave necesidad.
Contemplado globalmente, tanto desde la vertiente comunitaria como en su dimensión educativa, el Seminario Mayor debe ser escuela de fidelidad total a Cristo, a su Iglesia y a la propia vocación y misión. Esta triple fidelidad, posibilitada por la gracia que tiene su modelo en Jesús "a quien el Padre consagró y envió al mundo" (Jn 10, 35) como "Buen Pastor que da la vida por las ovejas" (Jn 10, 11), debe configurar todas las dimensiones de la formación del Seminario.
Para facilitar este proyecto educativo y a fin de que la vida comunitaria del Seminario pueda alcanzar su desarrollo como comunidad eclesial, los alumnos, con sus más directos Formadores, habitarán en residencia conjunta especialmente acondicionada para este objetivo.
"Teniendo en cuenta el número de seminaristas, para promover una mejor formación de cada uno, pueden establecerse provechosamente grupos distintos en el mismo edificio o en casas cercanas, con tal que no se impida la comunicación frecuente. Ha de asegurarse, con todo, la suficiente unidad de régimen, de dirección espiritual y de formación científica. En todo caso habrá de darse a los seminaristas la oportunidad de experimentar los beneficios de una comunidad más plena. Tenga cada uno de los grupos se propio sacerdote responsable, bien preparado para su función, que mantenga una estrecha y constante unión con el Rector del Seminario, con los seminaristas del propio grupo y con los responsables de los demás grupos, para promover por medio de un trabajo conjunto todo lo que conduzca a una mejor formación de los seminaristas" (Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis 23).
La formación para el ministerio presbiteral tiene varias dimensiones: humana, espiritual, intelectual, pastoral y comunitaria, que están íntimamente unidas entre sí. En el proceso formativo del Seminario no deben considerarse, de ningún modo, como elementos independientes o capítulos sucesivos. Todas ellas han de estar simultáneamente presentes a lo largo de dicho proceso y, sobre la base de la formación espiritual, guardan entre sí una perfecta armonía y unidad pedagógica.
La formación humana del futuro sacerdote viene exigida tanto por la necesidad de asimilación de las virtudes propias del hombre, que debe realizar todo cristiano en cuanto tal, como por la madurez humana, que exige el propio ministerio al que está llamado.
El Señor Jesús, haciéndose hombre, y siendo igual a nosotros en todo menos en el pecado, se constituye en modelo y fuente de la plenitud humana. El don de la vida cristiana no destruye ni anula la naturaleza humana, sino que la eleva y perfecciona conduciéndola a su plenitud. La consecución y práctica de las virtudes propias del hombre, que corresponde a todo cristiano, compromete especialmente al presbítero y, por tanto, al seminarista. "El presbítero, en efecto, llamado a ser imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor, debe procurar reflejar en sí mismo la perfección humana que brilla en el Hijo de Dios hecho hombre" (Pastores Dabo Vobis 43).
El don del presbiterado y su ejercicio no es algo que se sobrepone de manera extrínseca a la condición humana y cristiana del seminarista. Más bien, el presbiterado reclama en él una determinada personalidad humana, cuyas características vienen exigidas, tanto por la necesidad de que su respuesta a la vocación sea realmente personal y libre, como por el servicio específico y el lugar peculiar en la Iglesia que la ordenación confiere a quien la recibe. Así, es responsabilidad del Seminario favorecer y garantizar en los candidatos al ministerio presbiteral, una personalidad equilibrada y madura, correctamente articulada con la vocación al ministerio presbiteral. La identificación de la persona del seminarista con el ser y ministerio del presbítero diocesano secular es un quehacer esencial del Seminario.
Todos los cristianos son llamados a participar de la santidad de Dios. El presbiterado no es la única forma de responder a esa llamada. Puede haber personas que crean tener vocación y, sin embargo, para ellas el presbiterado no sea la forma más adecuada de vida cristiana debido a que la estructura de su personalidad no se adecua a las exigencias requeridas por el ministerio presbiteral. Por ello es imprescindible un discernimiento sobre las aptitudes humanas del vocacionado, tanto antes de su incorporación al Seminario como a lo largo de todo el proceso formativo.
- Objetivos de la formación humana
En todo proceso de maduración humana del seminarista han de aplicarse las normas de la educación cristiana en la que se integren en todo momento y circunstancia las aportaciones de la psicología y pedagogía discernidas debidamente con criterios cristianos. Se procurará contar con expertos en estas materias para que oriente en la labor educativa del Seminario.
La madurez humana es una realidad compleja y no siempre resulta sencillo precisar su contenido. No obstante se suele considerar maduro el hombre que presenta, entre otras, las siguientes características: equilibrio y armonía en la integración de tendencias y valores, suficiente estabilidad psicológica y afectiva, capacidad para tomar decisiones prudentes, rectitud y objetividad en el modo de juzgar los acontecimientos y las personas, dominio del propio carácter, fortaleza de espíritu, constancia, normal interiorización de las virtudes más apreciadas en la convivencia humana y aptitudes de sociabilidad que permitan relacionarse con los hombres.
Los principales valores y virtudes humanas que han de cultivar los futuros presbíteros son, entre otros, los siguientes: la sinceridad y el amor a la verdad; la fidelidad a la palabra dada; el equilibrio emocional y afectivo; la capacidad de diálogo y comunicación, de personar y saber rehacer las relaciones, de colaboración, silencio y soledad, de animación; la aceptación de personas y modos de pensar distintos; la humildad, como aceptación de los propios límites y moderación de las aspiraciones; el sentido de la amistad, de la justicia, la responsabilidad y el uso recto de la libertad; el espíritu de servicio y de disponibilidad; el desprendimiento y la comunicación de bienes; la laboriosidad, creatividad e iniciativa en la acción; la austeridad; la firmeza y la constancia; la moderación en vestir y presentarse, en el hablar y actuar. Todo aquello, en fin, que favorezca que los futuros presbíteros lleguen a ser verdaderos signos y artífices de comunión.
Uno de los objetivos más importantes de la formación humana consiste en que el seminarista vaya adquiriendo, mediante el encuentro transparente consigo mismo, con los Formadores y con la comunidad, un conocimiento ajustado de su propia persona. Mucho contribuye a ello llegar a conocer la estructura y los aspectos más influyentes de la propia personalidad, así como los criterios en los que se asientan las motivaciones y los comportamientos; e, igualmente, discernir el papel que desempeñan, en la estructura de la personalidad, la historia personal, la vida familiar y las vicisitudes sociopolíticas, económicas y culturales de la región o nacionalidad a la que pertenece. Cuando se alcanza este conocimiento es posible desarrollar las propias virtudes y corregir las limitaciones.
Conseguir una madurez humana requiere que el seminarista eduque y adquiera una racionalidad analítica, crítica y constructiva. El Seminario debe favorecer el nacimiento de una actitud básica de apertura a la realidad, que ayude tanto a aprender y a asimilar como a modificar, si es preciso, las propias convicciones personales. Igualmente ha de capacitar al seminarista para que pueda realizar análisis rigurosos de la realidad, así como a elaborar síntesis. Es importante cultivar la creatividad, el rigor y el orden mental, la exposición oral y escrita del resultado de sus reflexiones, y el interés y conocimiento de la cultura.
En favor de los destinatarios de su misión, a fin de que el futuro presbítero llegue a ser puente y no obstáculo para el encuentro con Jesucristo, deberá aprender a conocer en profundidad al hombre concreto, intuir sus valores y dificultades y facilitar su acceso a la fe. Así habrá de educar y cultivar el aprecio por los valores éticos "que gozan de mayor estima entre los hombres y avalan al ministro de Cristo" (Optatam Totius 11). Conviene resaltar la debida importancia que se ha de ir dando al ejercicio de la libertad con responsabilidad, al fomento del sentido de la justicia, a la concepción de la legítima autoridad como servicio, al establecimiento con ella de unas relaciones consecuentes con esta concepción, a desarrollar una actitud e disponibilidad y fidelidad a los compromisos. En cualquier caso la formación del seminarista ha de garantizar una sensibilidad ética capaz de sintonizar con las nobles aspiraciones humanas.
Una personalidad madura requiere, como ámbito ineludible de crecimiento, la relación con los demás. Desarrollar el sentido social y comunitario del seminarista e integrarlo en su proceso de maduración personal es una tarea fundamental. Ello exige que el seminarista participe efectivamente en "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren" (Gaudium et Spes 1). Demanda igualmente un lúcido y crítico amor a las raíces socio-históricas de la cultura en que vive, siendo consciente de que el amor sereno a su pueblo ha de ser condición para poder amar y servir pueblos y culturas distintos del suyo. Madurar el sentido comunitario y social exige educar la capacidad de diálogo y favorecer un tipo de relaciones interpersonales gratificantes, compartir los bienes, trabajar en equipo, luchar contra el propio egoísmo y abrirse sinceramente al otro. La formación del sentido comunitario y social ayuda a descubrir el valor del ministerio presbiteral en nuestra sociedad y favorece la formación de un estilo de vida realmente participativo y corresponsable.
En todo proceso de maduración de los candidatos al sacerdocio merece una atención especial la educación de la afectividad y de la sexualidad porque, como presbíteros, están llamados a vivir el celibato presbiteral. Esta preparación debe garantizar aquella madurez afectiva que nace del convencimiento del puesto central del amor, como fuerza personal y englobante, en la existencia humana y cristiana. Desde el amor así entendido adquieren todo su valor el cuerpo humano, la sexualidad, la virtud de la castidad y el mismo celibato.
En efecto, el celibato se asienta sobre la elección de una relación personal más íntima y completa del presbítero con Cristo y la Iglesia en beneficio de toda la humanidad, y no supone una violencia a la naturaleza humana ni consiste simplemente en la mera opción que proporciona una mayor agilidad y eficacia pastoral, sino que es precisamente un cauce singular de realización del amor.
Así, por un lado, la madurez afectiva y sexual supondrá la superación de formas de autoerotismo y la capacidad probada del autocontrol. Quien no tuviera una afectividad y sexualidad bien integrada en su propia personalidad, bajo todos sus aspectos, no podría acceder a la ordenación sacerdotal que comporta la libre aceptación del celibato. Por otro lado, la madurez vendrá favorecida por el cultivo de toda relación positiva y cordial, de amistad, de diálogo y colaboración con los compañeros de la comunidad y con cualquier persona en el ámbito pastoral. En ese mismo trato, quien está llamado al amor célibe deberá saber detectar y superar aquellas formas de relación particular o exclusiva que impiden la libertad del corazón y la universalidad del amor.
- Medios para la formación humana
Son medios fundamentales para la formación humana, entre otros, los siguientes:
El proyecto personal de vida de cada seminarista de acuerdo con el proyecto formativo de la comunidad del Seminario;
la educación en la libertad y en la responsabilidad;
la meditación y el examen de conciencia;
una vida sobria, austera y disciplinada que se programa y revisa con transparencia.
el intercambio y comunicación en la vida comunitaria del Seminario;
el discernimiento periódico y progresivo en diálogo con los formadores;
la integración y participación en distintos ámbitos de la vida comunitaria eclesial y social;
la atención adecuada a la salud y al desarrollo físico: deporte, descanso, esparcimiento, etc.
La formación espiritual unifica y fundamenta todas las demás dimensiones y objetivos de la formación del seminarista. Una correcta formación espiritual evitará actitudes y prácticas dualistas, evasiones espiritualistas, la dispersión por el activismo, la reducción del funcionalismo, la superficialidad, el vacío o la pérdida de sentido y cualquier tipo de parcialización de la fe por su sometimiento a intereses o ideologías.
- Objetivos de la formación espiritual
La fe y el Bautismo incorporan a Cristo por obra del Espíritu Santo. La formación espiritual consiste en la educación de la vida en el Espíritu. Esta educación es exigida, tanto por la dimensión constitutivamente religiosa e histórica del ser humano, pues está abierto a lo trascendente, como por el propio desarrollo de la gracia comunicada en los sacramentos de la iniciación cristiana. La misma gracia bautismal, que acompaña al hombre en su camino de comunión con Dios y lo incorpora a Cristo y a su Iglesia, llega, según designio divino, a predisponer y capacitar para la respuesta a la vocación y misión presbiteral. De este modo el seminarista, en su mismo crecimiento como cristiano, irá adquiriendo las virtudes y hábitos propios de la vida presbiteral.
Entre los jóvenes que solicitan entrar en el Seminario, no todos presentan el mismo grado de madurez en la fe y en la vocación. Es responsabilidad del Seminario, y en particular de los Formadores, ayudar a decantar y esclarecer en el proceso de formación estas situaciones personales, con el fin de favorecer el crecimiento en la fe y en la vocación sacerdotal.
La formación espiritual, al tratarse del presbítero y de su ministerio, debe ser adaptada a las peculiaridades de tan importante servicio. La formación espiritual del Seminario tiene esta finalidad específica: cultivar la espiritualidad del presbítero diocesano secular. Es necesario que haya una formulación clara de esta espiritualidad en el proceso de formación espiritual de los seminaristas.
El Seminario iniciará y capacitará al seminarista para vivir la espiritualidad del presbítero diocesano secular. El cultivo de esta espiritualidad garantiza la coherencia y unidad en la formación espiritual del seminarista.
Ante las diversas espiritualidades que existen en la Iglesia el seminarista habrá de cultivar la que le es propia, pudiendo incorporar otros elementos que, efectivamente, supongan un enriquecimiento personal en su formación como futuro presbítero diocesano secular.
Es responsabilidad del Seminario discernir y dar coherencia a las aportaciones que puedan provenir desde otro tipo de espiritualidades.
"La formación espiritual ha de darse de forma que los seminaristas aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu" (Optatam Totius 8).
Es imprescindible que el seminarista viva con gratuidad y confianza la fe en Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es indicador de madurez cristiana que las decisiones importantes sean iluminadas por la voluntad de Dios y que afronten los momentos de dificultad, desánimo e incluso hostilidad con la firme esperanza de que el Padre nunca abandona del todo a sus hijos.
El futuro pastor ha de vivir especialmente del conocimiento, la fe y la experiencia del misterio de Cristo, el Hijo de Dios que se hace hombre para hacernos hijos de Dios. En Él ha de encontrar la novedad radical del cristianismo, evitando el peligro de cualquier reducción de la fe a una religión más, o a una mera ética. A Él deberá buscar constantemente y de su amistad habrá de vivir. En Él encontrará, no sólo la luz, sino la fuerza, la verdadera razón de vivir, el verdadero modelo de humanidad a seguir y el Salvador con quien vivir en comunión. El Misterio Pascual es núcleo fundamental y referencia clave para la formación de los seminaristas. Todos los medios educativos han de ayudar a que el Evangelio sea asimilado en su propia vida.
La acción del Espíritu conduce a reconocer a Jesucristo como Señor y a amar a Dios como Padre. Su presencia en los hombres es vivificadora y, en la Iglesia, es principio de santificación.
La formación del Seminario tiene que fomentar la apertura al Espíritu, la obediencia a sus llamadas y la docilidad a su acción. A la luz del Espíritu el seminarista podrá discernir e interpretar adecuadamente, en su vida y en los acontecimientos de la vida de los hombres, los signos de Dios en los tiempos.
El amor al misterio de la Iglesia, misterio de comunión y misión, ha de informar toda la vida espiritual del seminarista. "En la medida en que se ama a la Iglesia, se posee el Espíritu Santo" (Optatam Totius 9). La comunidad del Seminario ha de dar testimonio de unidad que atrae a los hombres a Cristo; de modo particular, ha de permanecer en comunión con el Papa, el propio Obispo y la comunidad diocesana.
La formación espiritual ha de procurar que los seminaristas, como futuros pastores, se preparen ya para "estar unidos con caridad humilde y filial al Romano Pontífice, sucesor de Pedro, se adhieran al propio Obispo como fieles cooperadores, y trabajen juntamente con sus hermanos" (Código de Derecho Canónico 245, 2)
La Virgen María ha de ocupar en la espiritualidad del futuro presbítero la importancia que demanda nuestra fe. La Iglesia siempre la ha encontrado en todas las ocasiones en que trataba de descubrir a Cristo. La devoción a la Virgen puede y debe ser una garantía frente a todo lo que tendiera hoy a cortar las raíces históricas del misterio de Cristo. El culto a María procede de una fe auténtica, y cultiva el "amor y la veneración hacia aquella a la que Cristo, muriendo en la Cruz, entregó como madre al discípulo" (Optatam Totius 8).
La formación del futuro presbítero, como sacerdote secular, requiere unas condiciones de vida que permitan un amplio conocimiento y amor a la sociedad concreta en que tendrá que servir y una atención peculiar a los problemas actuales del mundo y de la Iglesia. Integrando esta conexión con la sociedad y el mundo en su propia vida espiritual, aprenderá a estar en el mundo sin ser del mundo.
Una atención particular merece la formación para el celibato. "Es necesario que esta formación enseñe a conocer el celibato, estimarlo, amarlo y vivirlo según su naturaleza y por sus verdaderos fines, es decir, sólo por motivos evangélicos, espirituales y pastorales" (Pastores Dabo Vobis 50). Lejos de considerarse una norma meramente jurídica o condición extrínseca, "el celibato presbiteral constituye un valor profundamente ligado a la Ordenación, desde la cual el presbítero se irá configurando con Cristo, buen Pastor y Esposo de la Iglesia, en plena y gozosa disponibilidad para el ministerio pastoral" (Pastores Dabo Vobis 50). Por el celibato, en efecto, "los presbíteros se consagran de nueva y excelente manera a Cristo, se unen más fácilmente a Él y por Él, al servicio de Dios y de los hombres" (Presbyterorum Ordinis 16). Se convierte en señal y estímulo de caridad, esto es, "signo de amor sin reservas" (Sacerdotalis Coelibatus 24), que capacita al célibe consagrado para hacerse "todo a todos en su ministerio sacerdotal" (Optatam Totius 10). Así mismo, por medio de él se da testimonio de la Resurrección y de los bienes celestiales ya que "anticipa, de alguna manera, la consumación del Reino, afirmando sus valores supremos" (Sacerdotalis Coelibatus 34).
Ha de ser vivido como un don de Dios que debe pedirse humilde e insistentemente y que se acrecienta con la gracia del Espíritu. Así mismo, requiere ejercitarse en la virtud de la castidad, que debe ocupar el primer lugar en la preparación para la vida auténticamente célibe.
Al Seminario compete informar, sin ambigüedad y de forma positiva, sobre la donación y las renuncias que comporta el celibato consagrado, de tal manera que los seminaristas puedan hacer una elección libre, seriamente meditada y generosa.
Conviene señalar algunas virtudes propias de la espiritualidad del sacerdote diocesano secular, conforme al espíritu de las bienaventuranzas, que el Seminario tratará de cultivar en su tarea formativa:
La obediencia apostólica, mediante la cual imitando a Cristo Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre se sirve a la Iglesia jerárquica, se vincula fraternalmente al presbiterio y se entrega de corazón a las exigencias pastorales.
La pobreza evangélica, que hace más nítida y vital la configuración sacramental con Cristo Cabeza y Pastor, enviado especialmente a los pobres.
La castidad, que posibilita al pastor la experiencia y la manifestación de un amor sincero, humano, fraterno, personal y sacrificado a ejemplo de Cristo.
La fidelidad para asumir de modo irrevocable el misterio y sus compromisos.
La disponibilidad y actitud profunda para el perdón y misericordia a ejemplo de Jesucristo.
La capacidad de sufrimiento para soportar con esperanza las dificultades de la vida y del mismo trabajo pastoral, identificándose así con Cristo crucificado.
La alegría para vivir e irradiar el gozo pascual de ser testigos de Cristo resucitado.
- Elementos y medios fundamentales para la formación espiritual
La comunidad del Seminario, con estilo de vida evangélica es, en su conjunto, el ámbito en el que los seminaristas aprenden, ejercitan y progresan en su vida de fe y van madurando en la vocación al ministerio presbiteral. Cada etapa de la vida del Seminario cuenta con sus propios objetivos específicos de maduración en la fe.
La vida litúrgica es el lugar privilegiado en el que crece y se desarrolla la formación espiritual, ya que constituye "una inserción vital en el misterio pascual de Jesucristo muerto y resucitado, presente y operante en los sacramentos de la Iglesia" (Pastores Dabo Vobis 48). Cuando la celebración litúrgica está cuidada con esmero, proporciona un medio de preparación práctica para el ministerio del culto y de la santificación; pero, ante todo, ofrece la experiencia de comunión con Dios, que es fundamento de toda la vida espiritual. Una correcta formación litúrgica busca que esta comunión con Dios, recibida como don de la celebración, interpele la libertad personal para que sea vivida en las decisiones, actitudes y acciones de la vida diaria.
La Eucaristía, centro y fuente de vida cristiana, personal y de la Iglesia, se constituye, por su celebración y participación diaria, en el sustento básico de la vida espiritual del Seminario. Ha de cuidarse también en el Seminario el culto eucarístico fuera de la celebración. Quienes están llamados a representar a Cristo en la celebración de la Eucaristía deberán asimilar las actitudes íntimas que fomenta este sacramento: la gratitud, la donación de sí mismo, la caridad y el deseo de contemplación y adoración a Cristo.
La Palabra de Dios ha de ser leída, estudiada y asiduamente meditada por el seminarista para facilitar el itinerario de su conversión, alimentar su vocación, asimilar los criterios de fe como criterios de vida y para no ser "predicadores vacíos de la Palabra, que no la escuchan por dentro; a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras" (Dei Verbum 25). Si "la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación frecuente del misterio de la Eucaristía" (Dei Verbum 26), la Palabra de Dios "constituye el sustento y vigor de la Iglesia" (Dei Verbum 21), fuente permanente de vida espiritual.
El Seminario promoverá y facilitará los medios para el necesario proceso de conversión personal, especialmente mediante la celebración frecuente del sacramento de la Penitencia. Junto al sano sentido del pecado y a la experiencia gozosa del perdón, se procurará la vida ascética y sacrificada, que facilita la donación radical de sí mismo, propia del sacerdote.
Las Órdenes Sagradas son el momento culminante de todo el proceso formativo en general y del espiritual en particular. Requieren, por tanto, como preparación inmediata, un tiempo fuerte de oración, reflexión y meditación sobre sus respectivos significados así como sobre los propios compromisos que se adquieren.
El Rito de Admisión y la recepción de los ministerios del Lectorado y Acolitado exigen una preparación adecuada que ayude a comprender mejor sus significados y la espiritualidad requerida para el ejercicio de cada uno de los ministerios.
El seminarista irá configurando su espiritualidad al ritmo del año litúrgico para "conmemorar así los misterios de la Redención" y, puesto en contacto con ellos, "poder llenarse de la gracia de la Salvación" (Presbyterorum Ordinis 5). Se ha de tener muy presente que "el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico" (Sacrosanctum Concilium 83 y 84), de forma que, siempre que sea posible, se celebre en el Seminario con el carácter festivo y solemne que le corresponde.
El Adviento y el ciclo de Navidad, la Cuaresma y el Triduo Pascual han de ser particularmente cuidados en la vida del Seminario. Las solemnidades del Señor, el culto a María y el recuerdo de los mártires y de los demás santos, se les dará la importancia que merecen.
El seminarista irá iniciándose en la celebración de la Liturgia de las Horas a fin de ir experimentando el gozo de alabar a Dios y de orar por todos los hombres en el nombre de la Iglesia. La Liturgia de las Horas, en cuanto oración de la Iglesia, es, a la vez, fuente y alimento de la oración personal. Es muy conveniente que la celebración diaria de Laudes y Vísperas se realice comunitariamente. El Seminario pondrá los medios para que la iniciación en la celebración y al conocimiento de la Liturgia de las Horas sea gradual.
La oración personal es un "valor y exigencia primarios de la formación espiritual" (Pastores Dabo Vobis 47). Es una forma eminente de acogida y respuesta a la Palabra de Dios. Será preciso que el seminarista tenga una iniciación adecuada y dedique a ella diariamente un tiempo para adquirir el hábito de oración. Ha de valorarse el silencio exterior e interior como momentos, no sólo para el estudio y el descanso, sino también como tiempos especialmente abiertos a la escucha y al diálogo con Dios. De la misma manera, y en ambiente de oración, los seminaristas podrán iniciarse personal y comunitariamente en la "Lectio Divina" que luego nutrirá su oración apostólica y apostolado sacerdotal.
Además, quienes están llamados a ser maestros de oración han de "experimentar el sentido auténtico de oración cristiana, el de ser un encuentro vivo y personal con el Padre por medio del Hijo unigénito bajo la acción del Espíritu" (Pastores Dabo Vobis 47).
La oración comunitaria es también una experiencia importante para ser asimilada en el Seminario, pues en ella se comunica, acrecienta y enriquece la fe y la vocación. En la oración comunitaria puede compartirse la respuesta a la Palabra de Dios.
El acompañamiento y la orientación espiritual individualizada es otro de los servicios imprescindibles que ha de prestar el Seminario al futuro presbítero. Por parte del seminarista es necesaria la transparencia de espíritu ante el Director Espiritual como un signo de la claridad en sus relaciones con el Señor y también de la actitud de sinceridad y amor a la Iglesia. El Director Espiritual ayudará al seminarista a formar su conciencia, a discernir su vocación y a ir asentando su llamada al ministerio presbiteral y modelando su respuesta.
Es necesario que se revisen las relaciones familiares y de amistad, ayudando a adoptar una actitud realista y constructiva. Se revisará también el crecimiento gradual en la opción por el celibato.
Además hay otros aspectos que han de ser tenidos en cuenta en el discernimiento espiritual, entre otros, los siguientes: la calidad y el grado de concreción de los ideales, el grado de coherencia entre ellos y la vida real propia, la implicación de la fe en la manera de vivirlos; el carácter, tanto en su vertiente intelectual, como afectiva; el trabajo, las actividades pastorales y las diversiones. En todo discernimiento merecen un tratamiento particular los núcleos fundamentales que ayudan a configurar las actitudes cristianas y favorecen la maduración de la vocación presbiteral. Esta tarea de discernimiento se realiza a lo largo de todo el proceso formativo.
En la formación espiritual ha de descubrirse también que la práctica pastoral es una fuente de espiritualidad. Por eso se ha de cuidar, programar y evaluar cuidadosamente la actividad pastoral en relación con la vida espiritual del futuro pastor. De ese modo la actividad pastoral habrá de ser tema de permanente comunicación u oración en la vida del Seminario.
En cuanto secular, la espiritualidad del futuro presbítero diocesano exige que se le capacite en el conocimiento de las ciencias humanas tales como "la sociología, la psicología, la pedagogía, la ciencia de la economía y de la política, la ciencia de la comunicación social" (Pastores Dabo Vobis 52). Respetando la autonomía de las ciencias, vivirá evangélicamente los problemas de los hombres del presente y hará de ellos permanente motivo de oración y comunicación.
Las distintas formas de fraternidad sacerdotal, cuando están animadas por una verdadera caridad, ayudan a vivir el celibato, la pobreza y la obediencia apostólicas propias del presbítero, pues el celibato se guarda mejor "cuando entre los hermanos reina verdadera caridad fraterna en la vida común" (Perfectae Cartitatis 12).
Se ha de favorecer que el seminarista se mueva en los diversos campos del apostolado y cooperación social,. para que exprese y manifieste en ellos un amor sincero, humano, fraterno, personal y sacrificado hacia todos y cada uno de los hombres y mujeres con los que trabaja. En todo caso es importante que el seminarista se habitúe a pedir humildemente la gracia de la fidelidad, petición que ha de ir acompañada por una vida de autodisciplina y mortificación integrada en el conjunto de la vida espiritual como un componente indispensable.
Otros medios que hacen operativa la formación espiritual del seminarista son los siguientes: la elaboración del proyecto personal de vida para que la dimensión espiritual integre armónicamente las demás dimensiones de la formación; los retiros y los ejercicios espirituales; la "Lectio Divina"; el rezo del Rosario; la lectura de autores espirituales y de teología espiritual, de las vidas y ejemplos de sacerdotes santos, de bibliografía selecta sobre la espiritualidad de los sacerdotes; la revisión de vida y el cultivo de una vida ascética "que consista en un meditado y asiduo ejercicio de aquellas virtudes que hacen de un hombre un sacerdote" (Sacerdotalis Coelibatus 70).
También ayudará al futuro pastor haber conocido ya desde seminarista algún Monasterio o casa de oración, a donde pueda acudir, ya de sacerdote diocesano, en algunas ocasiones para renovarse en su vida espiritual y en la práctica de la oración.
Los estudios eclesiásticos, sin perder su carácter rigurosamente científico, tienden, por la finalidad propia del Seminario, a que la fe de los futuros presbíteros se desarrolle en dos vertientes: la vivencia íntima, contemplación y progresiva incorporación al misterio de Cristo, y la proyección apostólica, testimonio, acción intraeclesial, misión evangelizadora entre los alejados y no creyentes, y la presencia sacramental en medio del mundo. Así, la formación intelectual se ve plenamente integrada, como una de sus dimensiones fundamentales, en el proceso educativo global y unitario del seminarista.
- Objetivos de la formación intelectual
La índole pastoral que han de tener los estudios del futuro sacerdote exige que éstos, y particularmente la Teología, se orienten a preparar pastores para nuestro tiempo. Su formación intelectual atenderá por tanto a la vivencia personal del Misterio de la Salvación y, simultáneamente, a la capacitación doctrinal absolutamente necesaria para afrontar hoy la misión sacerdotal; la función se ministro de la Palabra en la Iglesia y al servicio de la evangelización del mundo y el ejercicio del discernimiento pastoral. No se debe reducir la exigencia, y dedicación al estudio, aun en el caso de candidatos con escasa formación básica.
La formación teológica debe corresponder a la naturaleza misma de la Teología, es decir, ha de provenir de la fe y conducir a la fe. En consecuencia debe favorecer una adhesión más plena a Jesucristo en la Iglesia. La formación teológica y espiritual se refuerzan así mutuamente. El estudio de la Teología pide que se desarrollen todos los temas esenciales del contenido de la Revelación para que el seminarista pueda llegar a obtener una visión completa y sistemática de la misma.
La atención a las dimensiones de totalidad y síntesis del estudio de la Palabra revelada, tal y como es presentada en el Magisterio de la Iglesia, debe prevalecer sobre la dedicación a temas monográficos o ensayos teológicos.
La formación teológica de los candidatos al sacerdocio ministerial exige, ante todo, la fidelidad a la Palabra de Dios, "escrita en el Libro Sagrado, celebrada y transmitida en la Tradición viva de la Iglesia e interpretada auténticamente por su Magisterio" (Pastores Dabo Vobis 54), Al mismo tiempo exige fidelidad al hombre histórico y concreto, a quien se ofrece el Evangelio como Palabra de Salvación. Para ello, lo seminaristas deberán familiarizarse con el lenguaje, la cultura, los problemas y planteamientos de la sociedad en la que viven.
El estudio de la Filosofía y de las Ciencias Humanas y la formación de un pensamiento crítico son condiciones indispensables en la formación intelectual de los futuros sacerdotes. Ellos les capacita, tanto para el estudio de la Teología, como para dar razón de la fe de la Iglesia en el contexto contemporáneo y responder dialogalmente a las cuestiones que se presentan a la fe cristiana desde la crítica contemporánea o desde la increencia.
Debe considerarse necesaria la dimensión de la evangelización de las culturas y de la inculturación del mensaje de la fe. De acuerdo con los principios católicos de inculturación, inspirados en la encarnación del Verbo y en la antropología cristiana, la formación intelectual enseñará cómo el Evangelio penetra vitalmente las culturas y eleva sus valores.
La formación intelectual de los futuros presbíteros debe desarrollarse, con discernimiento crítico, en un contexto que, a su vez, habrá de influir en ella, como el de:
el ecumenismo;
las religiones no cristianas;
las sectas y formas pseudo-religiosas;
la secularización de la cultura, del agnosticismo, increencia e indiferencia;
las ciencias positivas;
las grandes cuestiones que afectan a la humanidad, como la paz, la justicia, el subdesarrollo, la libertad;
el pluralismo, acentuado cada vez más no sólo en la sociedad sino también en la comunidad eclesial.
Deberá promoverse un tipo de educación en perspectiva de formación permanente. Esto exige proporcionar a los seminaristas métodos e instrumentos de trabajo y de actualización constante. Así aprenderán a capacitarse creadoramente por sí mismos y de cara al futuro.
- Estructuración de los estudios
El comienzo de los estudios eclesiásticos presupone una preparación cultural, previa y básica, que posibilite su realización eficaz. Para iniciar la formación teológica será necesario haber concluido los estudios que se requieren para el ingreso en la Universidad española-
Los candidatos sin la titulación adecuada deberán verificar, mediante el sistema de prueba que se establezca, la aptitud para poder seguir satisfactoriamente los estudios eclesiásticos. En los casos necesarios se establecerá una etapa (curso o cursos) introductoria al sexenio de estudios eclesiásticos, donde se proveerán los medios suficientes para garantizar en el Seminario Mayor el nivel cultural adecuado al tipo de estudios que se van a realizar.
La naturaleza específica de la formación de los candidatos al sacerdocio exige una adecuada estructuración de los estudios. La duración de estos estudios es de seis años, distribuidos en dos fases en relación con el proceso de preparación al ministerio presbiteral.
La primera fase tiene una duración de dos años. En ella ha de ofrecerse una sólida base intelectual que ayude a los seminaristas a la personalización de su fe y al crecimiento de su vocación en la Iglesia.
En esta primera fase de los estudios ha de proponerse "el misterio de la salvación de forma que los alumnos adviertan el sentido, el plan y la finalidad de los estudios eclesiásticos y, al mismo tiempo, se sientan ayudados a fundamentar y empapar toda su vida personal en la fe y a consolidar su decisión de abrazar la vocación con la entrega personal y la alegría de espíritu" (Optatam Totius 14).
Este bienio tendrá un carácter predominantemente filosófico y proporcionará a los alumnos una formación filosófica, que debe fundamentarse en el patrimonio de la filosofía perenne y tener en cuenta a la vez la investigación filosófica realizada con el progreso del tiempo. Ha de permitir a los alumnos:
Completar su formación humana y desarrollar la inteligencia;
realizar mejor sus estudios teológicos;
recorrer, con el debido rigor metodológico, todos los estudios de la formación para el sacerdocio;
ser instruidos en el estatuto epistemológico del quehacer teológico y en el conocimiento de las fuentes documentales;
profundizar en el conocimiento de la situación cultural y social contemporánea en que es escuchada la Palabra de Dios y sus correspondientes raíces filosóficas e históricas, propiciando el diálogo fe-cultura;
integrar progresivamente en su vida cristiana la orientación hacia el ministerio presbiteral;
discernir cuál es el sentido de la vocación cristiana dentro del mundo concreto en que nos es dado vivir.
En cualquier caso, los contenidos de las materias deberán tener en cuenta:
el ejercicio de la metodología científica;
la iniciación en el método y quehacer teológico;
el conocimiento humano en sus formas diversas;
la evolución del pensamiento, singularmente filosófico, a lo largo de la historia;
la visión de la realidad y de los problemas y contenidos de las ciencias;
la cuestión del hombre y su comportamiento (Antropología), de la realidad, del ser (Metafísica), de Dios (Teodicea);
el análisis del hecho religioso y de su historia;
la lectura, comprensión e interpretación de la Sagrada Escritura y la visión de las grandes etapas de la Historia de la Salvación, cuyo centro y plenitud es Jesucristo, presencializado por su Espíritu en la Iglesia;
una introducción al hecho cristiano en su originalidad dentro de la historia religiosa de la humanidad y de su tiempo;
el descubrimiento de las formas o realizaciones de la existencia eclesial y de la vida individual del cristiano;
la capacitación para fundamentar razonablemente la fe y percibir los cimientos de la misma en la revelación cristiana; así como la identidad del hombre creyente y eclesial, y
la capacitación suficiente en las lenguas "bíblico-teológicas" para aproximarse a las fuentes.
El estudio de la Filosofía en el ciclo Institucional debe profundizar en el pensamiento filosófico y en la comprensión del hombre compatible con la Revelación, implicados en los planteamientos de la Teología. Se han de establecer, dentro de los estudios eclesiásticos, las adecuadas relaciones entre Teología y Filosofía; un estudio que respete la naturaleza y método propio de la Filosofía, que garantice la independencia respecto de la Teología y la aceptación de las instancias críticas de la Filosofía, así como el necesario diálogo y síntesis adecuada entre ambas.
Junto a la Filosofía, la Teología ha de contar con el auxilio de las ciencias naturales, históricas y antropológicas, respetando siempre la justa autonomía y favoreciendo el diálogo y la intelección correspondiente entre Ciencias y Teología.
La segunda fase tiene una duración de cuatro años. Está orientada directamente a la adquisición de la competencia necesaria para el ministerio presbiteral. Los estudios de esta fase, continuando con las finalidades de la anterior, habrán de desarrollar en los seminaristas:
la capacidad de transmitir la fe y presentar adecuadamente el misterio de Cristo a los hombres de nuestro tiempo;
la fidelidad a la fe de la Iglesia en toda su objetividad y riqueza;
la formación en el discernimiento teológico que inicie en la diversidad de las expresiones históricas y culturales de la fe.
La enseñanza teológica en el ciclo institucional debe tender a la unidad y ofrecer los elementos básicos y fundamentales. "Además de una sólida formación en filosofía, cuyo estudio es necesariamente propedéutico a la teología, las disciplinas teológicas deben ser enseñadas de modo que ofrezcan una exposición orgánica de toda la doctrina católica junto con la introducción al método de la investigación científica" (Sapientia Christiana 72).
La teología impartida a los candidatos al ministerio presbiteral debe buscar la síntesis, la unidad, la visión de conjunto; ha de evitar la dispersión y la multiplicidad de datos sin vertebración. Debe propiciarse que el alumno relacione, en su nivel, unos temas con otros. Los distintos tratados han de estar conexionados entre sí, de modo que los alumnos puedan formarse una síntesis personal de los elementos más importantes del cristianismo. En la búsqueda de la unidad va implicada la jerarquía de valores, de realidades, de imperativos y de cuestiones.
Debe ser una teología íntegra y completa, sin menoscabo de su relación con la realidad actual; la teología no puede estar determinada por los temas de moda, por la sensibilidad imperante, por las necesidades sentidas aquí y ahora como más acuciantes, por la predilección del profesor o de los alumnos.
Asimismo, debe mostrar la continuidad del cristianismo en la historia, la catolicidad de la Iglesia en el tiempo y su proyección misionera. La formación teológica en la preparación al ministerio debe pretender ser objetiva, superando la subjetividad de un maestro, o de un movimiento. La objetividad de la teología ha de buscarse en la amplitud de la Iglesia en la historia. La necesaria atención a la peculiaridad de las regiones, dentro de las cuales existen los Seminarios, no puede llevar consigo una fragmentación de la catolicidad que, por otra parte, no es posible sino dentro de la pluralidad eclesial.
Debe ser una teología asertiva. La preparación teológica propia del ciclo institucional debe presentar un núcleo sólido y positivo, con el que pueda contar confiadamente el pastor. Sin unas certezas teológicas básicas no se puede lograr la suficiente capacidad para orientarse personalmente. No se ha de abundar en hipótesis teológicas.
Esto no debe significar en modo alguno que se entre en un sistema cerrado. Al contrario, la teología, por su misma exigencia y razón de ser, debe ser abierta, dialogal. Una teología que no esté abierta y en diálogo con el mundo, la cultura y con otras escuelas teológicas, será incapaz de mantenerse en su propia identidad y desempeñar su función en la Iglesia. La apertura de la Teología se hará necesariamente desde un conjunto suficientemente trabado y ordenado que facilite discernir y orientarse crítica y lúcidamente en nuestro tiempo.
La enseñanza de la Teología dogmática, fundada siempre en la Palabra de Dios escrita, juntamente con la Sagrada Tradición y bajo guía del Magisterio, han de proporcionar a los alumnos un conocimiento profundo de los misterios de la salvación, teniendo como maestro principal a santo Tomás. Para ello han de estar preparados en el conocimiento del latín y del griego, que posibilitan una aproximación directa a los textos de las fuentes de la Revelación.
La formación teológica de esta etapa, arraigada en las fuentes de nuestra fe, fuertemente fundada en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, ha de:
ofrecer una visión total de los misterios de nuestra fe y de la práctica cristiana, centrada en Jesucristo;
permitir una mejor comprensión de la fe, ser positivamente eclesial y favorecer la identidad cristiana y eclesial;
ser capaz de provocar el encuentro de la revelación de Jesucristo con el hombre de hoy;
manifestar y promover las exigencias de una práctica cristiana;
conducir a la celebración litúrgica de los misterios de la salvación presentes y operantes en las acciones litúrgicas, singularmente de la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial y centro de la vida del presbítero;
llevar a una inserción dinámica en la acción y vida de la Iglesia en cuanto presbíteros y a una renovación y animación de la comunidad cristiana;
proporcionar un lenguaje de la fe capaz de expresar esta fe significativamente;
orientar teológica y vitalmente como pauta inspiradora en la práctica de la acción pastoral ecuménica y misionera de la Iglesia.
Este cuatrienio, predominantemente teológico, centra los contenidos de sus estudios en:
la Sagrada Escritura: Exégesis, Hermenéutica y Teología bíblica, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento;
la Liturgia, a la que se dará todo el relieve requerido, como la fuente primera y necesaria del espíritu verdaderamente cristiano según el sentido del Concilio Vaticano II;
la Patrología y la Patrística, cuyo objetivo consiste en delinear el cuadro de la teología y de la vida cristiana en la época de los Padres dentro de su realidad histórica, en relación con la Sagrada Tradición de la Iglesia;
la Historia de los Dogmas, que en realidad debe ser una dimensión de la Teología sistemática, expone la evolución que experimenta el conjunto de la predicación y del Magisterio eclesial en el conocimiento de las verdades reveladas; muestra la actualización, profundización e interpretación de la Revelación divina a lo largo de los siglos de Tradición viva de la Iglesia; incluye: historia del "dogma" en su totalidad, historia de cada uno de los dogmas, evolución del Magisterio de la Iglesia e historia de la Teología;
la Teología sistemática -dogmática y moral- conforme a las exigencias de su propio método, ha de ofrecer una explicación dogmática e íntegra de la doctrina católica, en relación y dentro de la historia de los dogmas, abierta siempre a las exigencias de formación espiritual y pastoral de los candidatos al ministerio presbiteral;
la Teología Pastoral se debe impartir con especial interés, ya como dimensión de todas las materias teológicas, ya como ciencia que interpreta y estimula las genuinas instancias del ministerio pastoral y orienta su cumplimiento en las circunstancias actuales según las exigencias de la fe, a la luz de la revelación. La distribución de los estudios deberá reservar un puesto a esta materia. Habrá que programar bien la realización de la etapa pastoral después de este sexenio de estudios institucionales, sin excluir en modo alguno la enseñanza específica de la Teología Pastoral como área propia dentro de este sexenio;
otras materias teológicas: la Misionología, que formará la conciencia misionera de los futuros sacerdotes, y puedan así comunicar la luz plena de la verdad a los que no la tienen; la Teología de la vida espiritual, que ayudará a descubrir las etapas de la vida espiritual y las principales escuelas de espiritualidad; el Derecho Canónico, orientado a ayudar a los futuros presbíteros en el ejercicio de sus funciones al servicio de las comunidades; la Historia de la Iglesia, que asegurará a los seminaristas los conocimientos necesarios para la comprensión de la fe y de la vida de la Iglesia, les proporcionará criterios de discernimiento y alimentará el sentido de la Iglesia; la Historia y Teología de las confesiones cristianas;
no faltará en este cuatrienio, sobre todo para situar y enraizar la acción pastoral, un análisis de la sociedad contemporánea, principalmente de sus aspectos religiosos, culturales, estructurales -políticos y económicos-, una presentación de la Doctrina Social de la Iglesia y una introducción a los métodos de observación y análisis de las realidades humanas y sociales, así como una suficiente práctica de presentar el mensaje ante los medios de comunicación social.
en el último curso de esta segunda etapa o en la etapa pastoral, en todos los centros de formación teológica de los aspirantes al sacerdocio, se impartirá una materia de recapitulación de los estudios que proporcione una visión orgánica del misterio de Cristo y conduzca a los seminaristas a elaborar su propia síntesis personal. A esta materia se le dedicará especial atención en horas lectivas, en la dedicación de trabajo personal por parte del alumno y en orientación individualizada a cada alumno por parte del profesor.
- Medios para la formación intelectual
La formación intelectual reclama una seria dedicación que debe centrar la atención y el tiempo del alumno durante sus años de formación. La dedicación al estudio constituye el trabajo específico que los seminaristas deben realizar durante los años de su preparación al ministerio, como respuesta generosa y consciente a la comunidad diocesana, que les facilita los medios necesarios para ello y con la responsabilidad de quieres pretenden dedicar su vida al servicio del Evangelio. Es insustituible un ambiente de estudio sereno y reposado, que no esté presionado por el funcionalismo ni apremiado por lo más inmediato. Por eso se ha de evitar la tentación de conceder dedicación absorbente a otras ocupaciones de apariencia más pastoral abandonando una de las vertientes más fundamentales de compromiso vocacional: la seria entrega a su capacitación teológica. Tan negativo es para el futuro pastor el reduccionismo de su vida al solo estudio como la evasión en múltiples ocupaciones que le distraen de su trabajo primordial.
Simultanear los estudios teológicos con otros de carácter civil es un riesgo para la formación teológica de los que se preparan al sacerdocio. Cuando algún alumno tenga cualidades y su capacitación en estudios civiles sea necesaria para el servicio de la comunidad diocesana, podrá realizar esos estudios, de acuerdo con el Obispo, una vez concluido el ciclo institucional.
Un elemento de especial importancia en la formación intelectual de los alumnos es la acción magistral de los Profesores. Estos, considerándose verdaderos formadores, mantendrán con los alumnos una estrecha relación que los oriente en los saberes necesarios y en la investigación teológica.
Las clases, momento en que el profesor ejerce una función de docencia necesaria, deben ser, además, un encuentro comunitario en el que, bajo la autorizada orientación del profesor, con clima de participación activa, Profesores y alumnos se enriquecen en un diálogo que impulsa el avance de todos en la profundización de la verdad.
Igualmente el diálogo personal entre Profesores y alumnos, fuera de la mismo clase, supone un enriquecimiento en la profundización académica, a la vez que facilita a los Profesores un conocimiento directo del proceso y de las dificultades de cada alumno y del conjunto del grupo.
Un Seminario Mayor que quiera organizar por sí solo la formación filosófico-teológica de sus alumnos, habrá de disponer de algunos elementos imprescindibles. Entre otros, nivel científico, instrumentos y estímulos para el trabajo intelectual, número adecuado de alumnos y Profesores y ambiente de exigencia y rigor en el estudio. Si ello no se diere, se resentiría directamente la formación filosófico-teológica de los alumnos e indirectamente la formación en toda su integridad.
La formación recibida por parte de los alumnos deberá asegurar una formación intelectual que sea sólida y lo más completa posible; pero los Centros Teológicos no pueden darlo todo durante los años de formación. No se pretenderá, por tanto, proporcionar a los alumnos todas las soluciones o todos los contenidos, sino los fundamentales. Preparar a los futuros presbíteros, con instrumentos de análisis, reflexión, de estudio y de creación de modo que puedan estar dispuestos para una actualización constante y siempre nueva de la formación teológica, es una tarea a la que debe sentirse urgido cada Centro.
Habrá que despertar en los alumnos el gusto por la Teología y el deseo de búsqueda y de estudio constantes y descubrir la necesidad de una formación permanente integral. Y se deberá favorecer también, en este tiempo, vocaciones para el estudio y la investigación con una especialización posterior. Los Seminarios y los Centros de estudios eclesiásticos a través de múltiples medios (estímulo y atención a los Profesores, seguimiento de los alumnos, instalaciones adecuadas de bibliotecas, colaboración de los Formadores) han de descubrir y promocionar estas vocaciones e impulsar a que prosigan estudios de Licenciatura especializada en los respectivos Centros Universitarios.
Una realización rigurosa de los estudios teológicos exige tomar contacto vivo y personal con las fuentes del saber teológico y filosófico y ampliar el horizonte de conocimientos mediante lecturas adecuadas y seminarios de investigación.
Dótense, en consecuencia, los Seminarios y Centros de Estudios eclesiásticos de Bibliotecas especializadas y bien equipadas, al servicio de las exigencias de la formación intelectual de los seminaristas y proporciónense a éstos los instrumentos necesarios para mejorar la base instrumental requerida para los estudios teológicos, aprendizaje de lenguas clásicas y modernas, promoción y organización de otras actividades culturales académicas o de extensión académica (conferencias, mesas redondas, etc.)
Durante estos seis años de estudio la asistencia activa y regular a las clases es obligatoria, ya que cuando se trata de la transmisión, no de un simple saber, sino de una tradición de fe, como en el caso de la tradición cristiana, es insustituible el contacto con un maestro, el cual, al mismo tiempo, es testigo de esa fe que ha iluminado y transformado su vida.
Evítese, en la medida de lo posible, la impartición rotatoria de los cursos de estos estudios eclesiásticos. Cuando, pese a todo, hubiera de procederse necesariamente a esta realización cíclica, téngase en cuenta el siguiente criterio: los dos primeros años, dado su carácter propio, no deberían ser rotatorios, así como el sexto año por su carácter de síntesis; sólo podrían ser rotatorios, pues, los cursos tercero, cuarto y quinto.
Como ya se ha señalado, la razón de ser del Seminario, en cualquiera de sus
realizaciones, estriba en formar pastores. El Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes ha subrayado que "es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo en los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio" para, de esta manera, poder responder a los perennes interrogantes de la humanidad" .
Algunas características que presenta nuestra sociedad son, entre otras, las
siguientes:
la constante valoración de la racionalidad científico-técnica y, en consecuencia, el predominio de la mentalidad "cientista" ;
la existencia de movimientos de protesta y rebelión como respuesta a dicha mentalidad "cientista" y a un mundo en situación de creciente injusticia;
junto a la defensa del pluralismo ideológico, cultural y religioso, el relativismo y el subjetivismo individualista
el proceso secularizador que tiende a desplazar la fe a la esfera de la vida privada, cuestionando que la fe pueda y deba incidir en la vida pública;
un creciente desapego de los criterios morales que emanan de la fe cristiana;
la urgente necesidad por recuperar el sentido y la esperanza en la vida.
El proceso de renovación puesto en funcionamiento por el Concilio Vaticano II se está traduciendo en nuestra Iglesia en:
un fuerte impulso de los proyectos comunitarios y de la presencia evangelizadora;
un resurgir y valorar la misión de los laicos en !a vida de la Iglesia;
una creciente importancia en educar la eclesialidad de la fe;
una insistente preocupación por la presencia pública de los cristianos y, por tanto,
una Iglesia más preocupada por los problemas de los hombres;
una mayor relevancia del compromiso con justicia y la paz en el mundo.
- Objetivos de la formación pastoral
Se ha de capacitar a los seminaristas para estar atentos a los cambios que va experimentando la sociedad y la Iglesia. La constante renovación de la Iglesia y la contribución eclesial a la edificación del mundo exigen este contraste con la formación de los futuros pastores. En él aprenderán a discernir e interpretar las diversas condiciones y necesidades de la vida humana, iluminándolas desde el Evangelio y conduciéndolas a Dios. El mismo quehacer educativo del Seminario comporta la necesidad de ser constantemente confrontado con el entorno histórico-sociológico contemporáneo.
Todo el proceso de formación pastoral ha de conducir de los futuros presbíteros "en la tradición pastoral viva de la Iglesia particular"; al mismo tiempo les "abrirá el horizonte de su corazón y su mente a la dimensión misionera de la vida eclesial". La inserción cordial en la diócesis requiere el conocimiento de la realidad diocesana, el acuerdo con las líneas pastorales y la experiencia de colaboración con los presbíteros. La apertura misionera comporta el interés por la Iglesia universal e incluso la disponibilidad para ayudar a las Iglesias particulares necesitadas.
La formación pastoral de los seminaristas comprende dos niveles complementarios: el teórico y el práctico. El teórico, además de la orientación pastoral que ha de poseer toda la teología y la materia llamada "Teología Pastoral", incluye el estudio de la teoría de la práctica, es decir, las materias directamente relacionadas con el ejercicio pastoral. El práctico supone la realización y revisión de experiencias y acciones pastorales concretas.
Por la riqueza eclesial que contiene, de entre los lugares y servicios adecuados para la experiencia pastoral, merece especial atención la parroquia. En general las experiencias pastorales concretas deben tener las siguientes características: ser asumidas progresivamente , contribuir a un verdadero aprendizaje pastoral y ser proporcionadas a las posibilidades del seminarista y a su situación personal.
En consecuencia, el seminarista no abordará la experiencia pastoral desde planteamientos meramente laicales, ni asumirá responsabilidades o actividades que supongan la condición de pastor. Pero, de acuerdo con sus posibilidades, deberá ir experimentando en sí mismo la función y el papel específico del presbítero.
Aunque sigue siendo un laico mientras no haya sido ordenado, opcionalmente ha
dado a su vida una orientación que comporta exigencias no identificables, sin más,
con las que son características del laico.
La formación pastoral, teórica y práctica, debe ser correctamente articulada con las otras dimensiones de la formación del seminarista en el proyecto personal de vida, guardando todas ellas entre sí unidad y armonía. El seminarista alcanzará esta articulación apoyándose en la fuente interior que es "la comunión cada vez más profunda con la caridad pastoral de Jesús". La formación pastoral, en efecto, más que el aprendizaje de métodos y sistemas, busca la reproducción de aquel modo de estar entre los hombres que caracterizó a Cristo, Buen Pastor.
Se ha de garantizar que el seminarista sea capaz de reflexionar con rigor y aprenda a realizar análisis serios y concretos sobre la realidad social. Igualmente debe tener una formación teórica sólida para evitar improvisaciones.
Una adecuada formación pastoral ha de educar pastores que actúen apostólicamente, esto es, motivados por el ansia de salvación de los hombres en Cristo; que respeten la dignidad de las personas y la acción de Dios en ellas; que trabajen con realismo y conciencia eclesial; que cooperen con el desarrollo de las comunidades y la evangelización de los ambientes, asuman y promuevan cuanto haya de válido en la religiosidad popular.
El Seminario ha de procurar que la formación pastoral práctica de los seminaristas se realice en comunidades y ámbitos que tengan muy presente las orientaciones de la Iglesia, pues el sentido eclesial del ejercicio del ministerio exige que la formación pastoral facilite la vivencia, en la actividad misma, de la Iglesia como misterio, comunión y misión. Así, formará en la comprensión de que el verdadero crecimiento de la Iglesia es obra del Espíritu que interpela y acompaña la responsabilidad personal; estimulará la pastoral comunitaria, que comporta la comunión cordial con la jerarquía, la promoción del apostolado laical y de las responsabilidades de los laicos, la estima y colaboración con los religiosos, el conocimiento y el aprecio de la vida de los contemplativos; las actitudes de la confianza, apertura y de constante servicio; procurará la disponibilidad para todas las formas de anunciar hoy el Evangelio para asumir legítimas aspiraciones del hombre, para el diálogo con los no creyentes o indiferentes y para el servicio evangelizador incluso fuera del propio país.
En la formación del futuro pastor ha de cuidarse con el máximo esmero su capacitación para el ministerio de la Palabra. Ha de procurarse que su formación como ministro de la Palabra esté debidamente orientada y conjugada con las prácticas pastorales, de modo que pueda evangelizar con la palabra y con la conducta y se apreste al diálogo, tanto en el período de formación como después, con los hombres de su tiempo.
Se ha de preparar al seminarista "para el ministerio del culto y de la santificación, a fin de que orando y celebrando las sagradas funciones litúrgicas, ejerza la obra de la Salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos" (Optatam Totius 14)
Es fundamental que el seminarista, en cuanto futuro ministro de la comunidad
eclesial, se ejercite en desempeñar tal función desde un espíritu de servicio, corresponsabilidad, y atención a los pobres y débiles, emigrantes y enfermos, preocupado por formar auténticas comunidades cristianas adultas y sin someterse a ninguna ideología o parcialidad humana.
Ha de capacitarse a los seminaristas en la formación social mediante el trato con los hombres, la reflexión acerca de los acontecimientos diarios, un conocimiento objetivo y científico cada vez más profundo de los problemas y controversias sociales, valorándolos a la luz de los preceptos evangélicos y de la Doctrina Social, de la Iglesia.
Ha de buscarse una capacitación suficiente del futuro pastor para el acompañamiento pastoral y la dirección espiritual. Este ministerio requiere en quien lo ejerce el hábito de la docilidad al Espíritu y supone, además de la cultura teológica y humanística, una gran capacidad de acogida, escucha, respeto, disponibilidad y diálogo.
Quien está destinado a ser responsable de una comunidad ha de saber tratar correcta y responsablemente los asuntos jurídicos y económicos, calibrando su importancia pastoral y la trascendencia que a veces tienen también en el ámbito civil.
También habrá de ser formado en la capacidad evangelizadora que pueden aportar las Bellas Artes, las expresiones y obras artísticas y culturales, y en el sentido evangelizador y el cuidado y promoción del Patrimonio artístico, cultural y documental de la Iglesia.
Se han de fomentar, entre otras, las actitudes de:
búsqueda, cercanía y encuentro con las personas y con sus necesidades y problemas;
diálogo profundo que posibilite la transmisión del evangelio;
colaboración y comunión, educándose para trabajar en equipo y evitando toda causa de dispersión, de manera que "haya unidad en lo necesario, libertad en lo dudoso y caridad en todo" (Gaudium et Spes 92).
humildad para el servicio a los más necesitados y marginados de la sociedad.
- Medios para la formación pastoral
El estudio profundizado de la Teología que permita una síntesis capaz de comunicar las verdades de la fe desde la cultura contemporánea y en fidelidad a la totalidad del mensaje cristiano. La meditación asidua de la Palabra revelada, hasta encarnarla en la propia vida, y poderla proclamar.
El estudio de la Sagrada Liturgia no sólo bajo el aspecto jurídico, sino principalmente
bajo los aspectos teológicos e históricos, así como en el pastoral y espiritual.
Una sólida capacitación para la Homilética y la Catequesis, no sólo con los niños, sino también con los adultos y una adecuada preparación en el arte de comunicar, motivar y exponer.
Además de la enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia recibida en el ámbito académico, una reflexión sobre la aplicación de la misma doctrina realizada en reuniones de formación de la comunidad del Seminario.
El acceso a los medios de comunicación social como fuente de conocimiento y de reflexión sobre el acontecer social y eclesial. Igualmente se facilitará el adiestramiento en el uso correcto de los instrumentos y técnicas de expresión y comunicación, hasta el punto de que puedan ser buenos comunicadores, y guías de otros, y se sensibilicen para una continua preparación en este campo.
El trabajo apostólico con los laicos y el conocimiento tanto de la teología del laicado como de la identidad y situación de las asociaciones y movimientos apostólicos. Resulta hoy de una importancia singular la formación de los seminaristas acerca de los problemas relativos al matrimonio y a la familia.
Conocimiento teórico y práctico de las líneas pastorales diocesanas. Una presencia pastoral concreta y personalizada, periódicamente programada y revisada.
Toda la formación y la actividad pastoral ha de ser programada y evaluada, con la ayuda del moderador pastoral, por el equipo de formadores del Seminario en diálogo con los seminaristas y en estrecha colaboración con los responsables de los campos de acción pastoral. Esta programación y evaluación facilitará el reconocimiento de la profundidad espiritual y teológica de toda acción pastoral.
Las prácticas pastorales son imprescindibles en una buena formación que exige una progresiva incorporación en la vida pastoral, cuidando de que ésta no impida una dedicación primordial a los estudios..
La formación comunitaria ha ido adquiriendo, cada vez más, una gran importancia en los procesos formativos de los futuros presbíteros. La descripción del Seminario como comunidad humana, diocesana, eclesial y educativa, en camino, no hace sino recoger esta creciente preocupación y da pie, a su vez, para que pase de ser considerado como un medio de formación a convertirse en una dimensión formativa que ha de ser cultivada cuidadosamente, porque favorece toda la formación y evita deficiencias que pudieran aparecer.
Algunas de esas deficiencias posibles son, entre otras, las siguientes: la masificación, que acaba por despersonalizar al seminarista; la atomización, que conduce a un progresivo empobrecimiento de toda la persona; el aislamiento del grupo, que lleva al seminarista a desvincularse de la vida real; y, en el extremo, una escasa conciencia comunitaria y eclesial de la vocación y de la misión presbiteral.
Por eso, diferentes y complementarias razones de índole antropológica, cristológica,
eclesiológica y pedagógica expresan que lo comunitario sea una dimensión que requiere atención particular.
El hombre es "por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás" (Gaudium et Spes 12). El hombre es un ser con los demás. No es posible una auténtica madurez personal sin un adecuado desarrollo de su dimensión social.
Por Cristo, el Señor, todos los cristianos participamos de un único Bautismo. Gracias a Él se nos regala el don de la fe y por Él reconocemos un solo Dios a quien llamamos Padre por el Espíritu. Todos los cristianos formamos un solo Cuerpo en el que dependemos unos de otros y en el que estamos llamados a ayudarnos mutuamente según los dones que se nos hayan concedido.
Cristo instituyó la Iglesia, Pueblo de Dios, para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, ya que "fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente" (Lumen Gentium 9). El ofrecimiento de salvación hecha por Dios en Cristo es, por definición, comunitaria y en comunidad se celebra. El ámbito normal de formación de un futuro presbítero es comunitario, puesto que en él se confiesa la fe y la vocación común, se comparte un proyecto de vida común y se va ahondando en la verdad que da sentido a la propia existencia.
El Seminario es una comunidad cristiana ejemplar donde se realiza la experiencia de la vida de la Iglesia; el obispo se hace presente en él a través del ministerio del Rector y del servicio de corresponsabilidad y comunión con los demás educadores y así, todos los miembros de esa comunidad, reunidos por el Espíritu en una misma confesión de fe y una sola fraternidad, colaboran en la tarea común de discernir la vocación y preparar para el presbiterado.
En cuanto comunidad eclesial, el Seminario se alimenta de la Palabra de Dios, celebra la Liturgia, tiene en su centro y fundamento la Eucaristía y comparte el gozo de la fraternidad. "Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la
celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente,
comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad" (Prebyterorum Ordinis 6). La Eucaristía es, por tanto, el fundamento que da sustento y ha de mantener la vida comunitaria del Seminario.
El Seminario reproduce la experiencia formativa y comunitaria que tuvieron los Doce con Jesús: el desprendimiento del ambiente de origen, de los trabajos habituales y de afectos, el trato íntimo con Él, el aprendizaje de la humildad y la paciencia, el servicio mutuo, el crecimiento en la paz y en la unidad. Su ideal y "su identidad profunda es ser una continuación en la Iglesia de la íntima comunidad apostólica en torno a Jesús" (Pastores Dabo Vobis 60). Cuanto más frecuente y estrecha sea la relación de los seminaristas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, más íntima y más fácilmente podrán aumentar la mutua hermandad.
La formación para la vida comunitaria es un elemento básico de mutua relación entre las distintas dimensiones de la formación . El seminarista educa su sentido comunitario en esa comunidad peculiar que es el Seminario, no sólo porque toda educación cristiana se desarrolla en un ámbito eclesial sino también por la referencia a la Iglesia, propia y esencial, del ministerio pastoral al que está llamado.
2006-11-27 12:25:09
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answer #2
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answered by AM 5
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