Ella estaba recostada en su cama con los ojos cerrados,
y con sus gráciles manos recorría lentamente todo su cuerpo,
apretando y arrugando la seda de su camisón violeta,
que poco a poco iba descubriendo esos pechos,
tan apetecibles como sus carnosos labios color rubí.
La luna, desde la ventana,
bañaba caprichosamente su blanca piel
y en la oscuridad de la noche,
transformaba las contorsiones de ese agitado cuerpo
en un mágico y maravilloso juego de luces y sombras.
Mi corazón no hacía más que latir como un caballo desbocado,
y sin entender lo que me pasaba,
la necesidad de mirar se volvió imperiosa.
Comencé a desearla,
cuando la vi jugar con su sexo ardiente y mojado...
Abrió sus piernas y sus jugos brillaron como finos ríos de plata
ante el resplandor de la luna;
ríos que iban a morir a un mar que yo imaginaba dulce y tormentoso
agitado por las olas de sus dedos que se hundían en él
inquietos y desesperados,
como buscando un tesoro perdido.
Y el tesoro fue encontrado.
Lo supe cuando la escuché gemir y jadear y retorcerse
con la desesperación de un condenado a muerte,
mientras sus entrañas se aferraban con espasmos
a ese improvisado barco que ella hizo naufragar en sus profundidades,
socavando los confines de su ser.
Y después de la tormenta, llega la calma.
Las olas se aquietan y devuelven los despojos a la playa.
Se dejó volar unos segundos, exhalando un largo y suave suspiro de placer y,
con la satisfacción dibujada en sus ojos,
termina diciendo: “Orgasmo femenino”.
2006-11-19
02:55:11
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pregunta de
sacha
1
en
Familia, Amor y relaciones
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