I. El bisabuelo Petroncio.
Sucedió cuando ya había pasado el movimiento de la revolución de 1910, cuando había que juntarse con la bola para ser hombre. El país todavía estaba sumergido en muchos conflictos, pero en general, había un clima de dulce ingenuidad entre los mexicanos.
La ciudad era todavía un grupúsculo de rancherías, con los grandes palacios y los barrios citadinos ocupando tan sólo una extensión de pocos kilómetros cuadrados; irónicamente, la ciudad hervía de maleantes, vagos y tunantes.
En ese ambiente de violencia tan tranquila, el bisabuelo Petroncio tuvo que hacer algunos mandados hasta el viejo barrio de Coyoacán; terminó de arreglar sus asuntos hasta cerca de las seis de la tarde; las calles y avenidas estaban suavemente iluminadas por la moribunda luz del Sol del atardecer. A esa hora todavía podía tomar el tranvía que lo llevara al centro de la ciudad, y ahí conseguir un carruaje o pedirle el favor a alguien para que lo llevara hasta su casa. De todas maneras, el bisabuelo Petroncio, previeniendo la posibilidad que el tranvía llegara hasta el centro de la ciudad aproximadamente a las 8 o a las 9 de la noche, y que el manto de la noche sirviera de escondite a los pícaros y malandrines más desalmados conocidos por las personas decentes que se dedicaban a atender sus negocios, optó por buscar hospedaje en algún rancho o hacienda del rumbo, por lo menos hasta el amanecer siguiente, cuando pudiera pedir transportación a algún comerciante que fuera por el rumbo donde estaba su casa.
Así que empezó a deambular por las callejuelas del barrio, buscando un lugar donde hospedarse; pensaba en algún granero o almacén, para no tener que gastar. Tuvo la suerte de encontrar a un hombre que estaba parado frente al zaguán de su casona y que lo invitó a hospedarse. El iba vestido de catrín y su casa era grande y estaba ricamente amueblada, aunque se veía vacía; al parecer el caballero que lo había convidado a compartir su techo era el único habitante del lugar. Quizá el dedicarle mucho tiempo a sus asuntos no le había dejado el tiempo suficiente para tener un hogar y familia; solamente para tener esa mansión, que era grande y rica y que se sentía extraña.
No importaba mucho de todas maneras, puesto que había conseguido hospedaje en una casa decente. El señor que le había convidado su hospitalidad le condujo a los aposentos que habitaría por esa noche. Estaba ricamente aderezada y no tenía ventanas, pero si cortinas; la cama descansaba sobre una mullida alfombra, de complejo y hermoso diseño. La habitación tenía inclusive un fino mueble de madera cuyo propósito -se adivinaba a leguas- era servir como cómoda para colocar ahí los diversos objetos que alguien pudiera necesitar durante la noche. Había un candelero dorado, parecía de cobre, aunque un exámen más cercano reveló que era de oro. Los cajones del mueble estaban vacíos, pero en uno de ellos estaba rayonado (al parecer con un clavo) con un extraño símbolo en forma de estrella. Tenía cinco puntas y estaba encerrado en un círculo; tenía algunos símbolos dentro de ella: era claro que el señor de la casa se debía ocupar de asuntos astrológicos o alguna otra ciencia similar, posiblemente por eso era tan callado y solitario.
Ese asunto no era de su incumbencia, de cualquier forma; además eran ya casi las 8, así que apagó las velas del candelabro y se durmió inmediatamente.
Esa noche tuvo un sueño: se soñó a sí mismo dormitando en su cama. Estaba recostado sobre el lado izquierdo, y a sus espaldas pudo percibir una prescencia extraña. Tener un sueño es una experiencia bastante rara, uno se puede dar cuenta de cosas que -en forma lógica- no podría saber. Así fue como se pudo dar cuenta que el ente que existía a sus espaldas era el Diablo, no cualquier demonio, fantasma o aparecido, sino Lucifer en persona; por supuesto que el miedo lo llenaba de la misma forma que la humedad se trepa por las hebras de la tela. No lo podía ver, pero se pudo dar cuenta que reía en silencio.
-Yo soy el Diablo, y vine a demostrarte que soy más poderoso que cualquier otra cosa.
El bisabuelo Petroncio no sabía porqué el Diablo estaba ahí para demostrar eso, lo único en que pensó era tratar de convencerlo de que nunca había dudado de su poderío; así que eso fue lo que dijo:
-Pero yo nunca he dudado de tu poder.
-Hace rato, en la cantina dijiste que nadie era mejor que tú. Que eras el más poderoso en la tierra y el cielo y que yo te hacía los mandados.
-Estaba borracho, y lo que dije no...
-Por eso vine, para mostrarte que yo puedo dominar lo que quiera en el lugar que me dé la gana.
El miedo inundó la mente del bisabuelo Petroncio y le impidió que su mente tuviera cualquier pensamiento racional por lo que no pudo articular palabra alguna. El Diablo empezó a carcajearse mientras decía:
- Ahora te podrás dar cuenta: estoy en poder de tu cuerpo. Yo lo domino, tu mente está separada, tu cuerpo ya no te va a responder.
Y el bisabuelo se dio cuenta: estaba acostado sobre su costado izquierdo, de espaldas al Diablo, por lo que trató de moverse para quedar acostado sobre su espalda; pero no pudo. Simplemente su cuerpo no le respondía.
Era como si su mente ya estuviera despierta, pero su cuerpo siguiera dormido.
Con el miedo atroz que empezó a invadir su alma, lo único que pudo pensar fue en ponerse a rezar; hacía ya mucho tiempo que él ni siquiera se paraba en la iglesia, pero los versos del padrenuestro simplemente eran imborrables; se habían quedado en su memoria desde que cursó la escuela del catecismo, cuando era niño.
Ni pensar que su boca le fuera a responder, por lo tanto, simplemente pensaría en el acto de rezar. Eso sería más que suficiente.
Santo sea tu nombre
Y la virgen que ...
No, así no iba. Otra vez.
Padrenuestro que tu nombre esté santificado
Por la dulce virgen que ...
No así tampoco.
Padrenuestro que estás en el cielo
Y tu nombre santificado fue ...
No. Así tampoco.
Fue en ese momento que sintió que se le erizaban los pelos de la nuca.
No lo podía recordar. ¿Y 'ora?
A su espalda oyó una risotada gutural, fuerte, pero como si ocurriera muy lejos de ahí; como si la carcajada se hubiera producido siglos atrás, y él solamente estuviera oyendo el eco. Y con la carcajada oyó al propio diablo:
-Así ya no me vas a olvidar cabrón. Y nada más esperate a que despiertes.
2006-11-07 07:17:20
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answered by Anonymous
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Estas son de Guanajuato.
LEYENDA DEL CALLEJÓN DEL BESO
Se cuenta que doña Carmen era hija única de un hombre intransigente y violento pero por fortuna, siempre triunfa el amor por trágico que éste sea.
Doña Carmen era cortejada por un joven galán, don Luis. Al ser descubierta por su padre, sobrevinieron el encierro, la amenaza de enviarla a un convento, y lo peor de todo, casarla en España con un viejo y rico noble, con lo que, además, acrecentaría el padre su mermada hacienda.
La bella y sumisa criatura y su dama de compañía, doña Brígida, lloraron e imploraron juntas, pero de nada sirvió.
Así, antes de someterse al sacrificio, resolvieron que doña Brígida llevaría una misiva a don Luis con la infausta nueva.
Mil conjeturas se hizo el joven enamorado, pero de ella, hubo una que le pareció la más acertada.
Una ventana de la casa de doña Carmen daba hacia un angosto callejón, tan estrecho que era posible, asomado a la ventana, tocar con la mano la pared de enfrente.
Si lograban entrar a la casa de enfrente, podría hablar con su amada y, entre los dos, encontrar una solución a su problema. Pregunto quién era el dueño de aquella casa y la adquirió a precio de oro.
Hay que imaginar cuál fue la sorpresa de doña Carmen cuando, asomada a su balcón, se encontró a tan corta distancia con su joven enamorado.
Unos cuantos momentos habían transcurrido de aquel inenarrable coloquio amoroso, pues, cuando más abstraídos se hallaban los dos amantes, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de doña Carmen increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que su amo entrara a la alcoba de su señora.
El padre arrojó a la protectora de doña Carmen, como era natural, y con una daga en la mano, de un solo golpe la clavo en el pecho de su hija.
Don Luis enmudeció de espanto, pues la mano de doña Carmen seguía entre las suyas, pero cada vez más fría.
Ante lo inevitable, don Luis dejó un tierno beso sobre aquella mano tersa y pálida, ya sin vida.
Por esto a este lugar, sin duda unos de los más típicos de nuestra ciudad, se le llama el Callejón del Beso.
LEYENDA DE LA CALLE DEL TRUCO
La gente que allí vive, asegura que una sombra de varón, vestido a la usanza, con larga capa, sombrero de ancha ala calado hasta las cejas, de modo que sólo deja de ver dos chispas a manera ojos sobre el rostro pálido y desencajado, se desliza apresurado a lo largo de esta calle cuando el silencio y las sombras de la noche son completas.
Es la sombra de Don Ernesto, que sigiloso se detiene delante de una puerta y llama tres veces. Se oye un chirrido de ultratumba y entra el caballero. Es la Casa de Juego, a la que sólo van los más ricos. Se juega en grande: primero las bolsas repletas de oro, después las fincas, luego las haciendas. Es mal día para don Ernesto. Ha perdido tres o cuatro de sus mejores propiedades. Está nervioso como nunca. La fortuna le ha dado la espalda. Hace un recuento en la mente y advierte que lo ha perdido todo.
"No todo, amigo, aún queda algo de valor".
- "¡El diablo lo supiera! ¿Qué es?"
- "Y va en una jugada por cuanto habéis perdido, en el primer albur" - agrega la primera voz.
Don Ernesto, fuera de sí exclama:
- "¿A qué os referís? ¡Decidlo de una vez!.
- "¡Calma, calma!" - Agrega el contrincante.
- "¡Qué tenga vuestra madre! - grita de nuevo el desafortunado caballero.
Su adversario se inclina sobre la mesa para musitar unas palabras al oído de don Ernesto...
- "¡No por Dios! ¡Ella no! - grita el perdidoso en el colmo de la exaltación.
- "Resolveos, así podréis recuperar vuestras riquezas"...
Transcurren unos instantes de lucha en el interior del jugador, y al fin exclama:
- "¡Sea pues! ¡A la carta mayor!"
Su amigo, parsimoniosamente, coloca sobre la mesa dos cartas; una sota de oros y un seis de espadas...
- "¡A la sota!" - grita don Ernesto temblando de emoción.
Se deslizan los naipes fatídicos... siete de bastos, tres de oros, caballo de copas y al fin aparece la carta maldita, el seis.
- "Perdéis nuevamente".
El caballero queda mudo, sin moverse, como desplomado sobre sí mismo.
Ha jugado a su bella esposa. Es hombre de palabra y tiene que cumplir.
Esa vez su adversario fue el propio diablo, por eso don Ernesto no vio una sola jugada...
PLAZUELA DE CARCAMANES
Hace más de siglo y medio que vinieron a establecerse a esta ciudad dos hermanos extranjeros procedentes de Europa, según se decía por entonces. Su apellido Karlkaman Fue degenerado en "Los Carcamanes" para referirse a ambos.
La vida transcurría tranquila y bonancible para los hermanos, pero un mal día, al Amanecer la mañana del 2 de Junio de 1803, corrió como reguero de pólvora de que los vecinos habían encontrado los cuerpos yertos de los hermanos "Carcamanes".
Y cuentan que cuando entraron a la casa que se hallaba abierta, el cuadro que se ofrecía a su vista era horrible, trágico y espeluznante, un doble asesinato por robarlos, fue la primera hipótesis que se formó en torno a su inesperada muerte. Sin embargo la realidad fue otra. Una joven tan bella como frívola que allí vivía, fue hallada también con una tremenda herida en medio del corazón esa misma mañana del 2 de Junio.
Se puede dilucidar que la frívola doncella sostenía relaciones amorosa con los dos hermanos, el primero, poseído de profunda cólera espero a que llegara el segundo y, como acontece en esos casos, ni el parentesco ni la vida en común a través de los años fueron obstáculos para que ocurriera la terrible tragedia.
En ciega e iracunda pelea se trabaron los "Carcamanes", de la cual quedó tendido Nicolás y Arturo a pesar de hallarse muy mal herido, apoyándose en la pared con las manos ensangrentadas llegó hasta donde vivía la infiel y en su propio lecho la asesinó, volviéndose luego a su casa, donde se suicidó con la misma arma homicida.. cuando las autoridades intervinieron y se corrieron los trámites de rigor, el cuerpo de Nicolás fue inhumado en el que es ahora el templo de San Francisco, y Arturo en el panteón San Sebastián.
Y cuenta la leyenda que por ese rumbo de San José, a la casa de los Carcamanes tres espectros hacen el recorrido, apenas cae la noche, hasta la madrugada, lamentado su muerte y llorando su castigo.
LEYENDA DEL USURERO DEL BARATILLO
Trata de un hombre que vivió en tiempos de la Revolución de 1910.
Dos o tres veces al día, cuando el hambre lo acosaba, bajaba la escalera de su casa y se habría el pesado zaguán, hermético por el resto del día.
Rápidamente cambiaba unos centavos por atole y tamales o bien por nopales y tortillas, según la hora, y sin cruzar palabra con nadie, volvía otra vez a su encierro.
La gran puerta de madera dejaba oír el crujido de sus goznes herrumbrosos, para continuar irremediablemente cerrada.
Era el usurero del Baratillo, como dio en llamarle la gente del pueblo. Hombre enjuto, de mirada extraviada, blanco, estatura regular, bigote y piocha que dejaban ver evidentemente un rostro sin afeitarse. Vestía pantalón negro y camisa que se suponía blanca en otros tiempos.
Este hombre era tan rico, que por haber acumulado tan inmensa cantidad de monedas de oro perdió la razón. Hace años que a toda hora del día y de la noche, según cuenta el vulgo, se le oye contar y recontar el dinero y gozar con el tintineo de las monedas que chocas unas con otras, dejándolas caer sobre el colchón de su cama. Ese ruido tan peculiar era toda su obsesión...
Dicen que ese tesoro provenía del montepío que tuvo en su propia casa por muchos años y por prestar con muy altos intereses.
Fue también proverbial que la gente atribuyera al sombrío prestamista esta frase: "peso que no deje diez, para qué es."
Prestaba su dinero en oro y ponía como condición que se le devolviera en oro, fijando, como hemos dicho, réditos crecidísimos.
Una ocasión tropezó con un hombre demasiado listo, quien logró sacarle a plazo corto como dos mil pesos con el 25 por ciento, pagaderos en ocho días, pero que lejos de liquidarle, huyó llevándose el dinero. Dicen, que fue esta la causa definitiva de su locura.
Desde ese día para el usurero no hubo más obsesión que contar su dinero y chapotear con sus manos repletas de monedas, que dejaba escurrir para escuchar cómo sonaba al golpear unas con otras.
Los vecinos lo ven casi todas las noches, y las familias que han vivido en esa casa oyen sus pasos en las escaleras que suben o bajan, y por las noches oyen también en tintineo de las monedas.
Es el usurero del Baratillo que cuenta su tesoro, tesoro que, como hasta ahora nadie lo ha encontrado, se asegura que sigue escondido en varios sitios de la casa, pues en medio de su gran avaricia pensaba que de ese modo jamás podrían encontrarlo.
En esta dirección vas a encontrar muchas más de Guanajuato.
http://www.ruelsa.com/gto/guanajuato/guanajuato2a.html
Espero sea de utilidad.
2006-11-07 10:41:18
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answer #4
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answered by Marali 6
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