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2006-11-05 07:41:44 · 9 respuestas · pregunta de carlosgarcia956 7 en Política y gobierno Otros - Política y gobierno

9 respuestas

Buenos Aires fue técnicamente una ciudad abierta.
el proletariado de los cordones industriales de Buenos Aires se apropió pacíficamente y ordenadamente de la ciudad.
manifestaron su apoyo al Coronel Perón de modo indudable.
ese apoyo no tendría hasta la fecha marcha atrás.
nace el movimiento histórico nacional más trascendente de nuestra historia.

2006-11-05 09:41:59 · answer #1 · answered by Anonymous · 11 0

no t voy a contestar como enciclopedia...

las masas populares se reunieron frente al hospital militar pidiendo ver a Peron, luego frente a la presion policiaca se armo una revuelta popular, sino me equivoco.

2006-11-05 15:57:49 · answer #2 · answered by Caminante del cielo 6 · 1 0

Miles de obreros se amotinaron cerca de la cárcel para liberar a Juan Domingo Perón. Evita Duarte usa toda su influencia para conseguirlo. Hay muertos y heridos. Perón sale libre.

2006-11-05 17:59:58 · answer #3 · answered by Chapala S 6 · 0 0

que te voy a responder despues de la respuesta de aurora,,,me parece que estas en alguna interna de los muchachos ,,,,,por que hiciste preguntas sobre el militar GENERAL PERON.

2006-11-05 16:39:21 · answer #4 · answered by pili96 4 · 1 1

El aluvión zoológico.

2006-11-05 16:01:51 · answer #5 · answered by Adrián A 2 · 1 1

La Segunda Guerra Mundial ha terminado en mayo de 1945 y el eje Berlín-Roma-Tokio fue derrotado en todos los frentes. Pero según Spruille Braden, embajador de Estados Unidos en Argentina, existe un coronel que tiene simpatías “japo-nazi-fascistas”. Se llama Juan Domingo Perón y ocupa los cargos de vicepresidente, ministro de Trabajo y director de la incipiente aviación civil. Coinciden con la embajada estadounidense los liberales, los comunistas, los socialistas, los conservadores, los radicales, los ultra católicos, ciertos nacionalistas reaccionarios, los terratenientes, los empresarios, los industriales. Coinciden tanto, que todos entonan a coro La Marsellesa, la patriótica marcha de Francia.

No coinciden con la embajada los trabajadores del campo y la ciudad, que cantan el Himno Nacional y son muchos más que todos esos sectores juntos.

El alto mando de las Fuerzas Armadas, deseoso de agradar a Washington, decide arrestar al coronel Perón y destituirlo de sus cargos. En la noche del jueves 11 de octubre de 1945, oficiales del ejército y la marina asisten al Círculo Militar y discuten si derrocan al presidente Edelmiro Farell y toman el poder o si entregan el gobierno a la fláccida Corte Suprema de Justicia. Alfredo L. Palacios, primer diputado socialista de América latina, está presente e intercambia comentarios conspirativos con generales y almirantes.

Un mayor del ejército de voz ronca y afecto al vino tinto propone el asesinato de Perón en una emboscada. Se llama Desiderio Fernández Suárez y 11 años más tarde será jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires. En 1956 se dedicará a fusilar a civiles peronistas en un basural sin juicio previo ni derecho a defensa, sin siquiera órdenes escritas. Fernández Suárez y sus amos constituyen un precedente, una experiencia piloto, del baño de sangre que inundará al país dos décadas más tarde. El periodista Rodolfo Walsh, ex militante de la Alianza Libertadora Nacionalista, los denunciará en su libro Operación Masacre, una pequeña joya del periodismo de investigación que se adelantó a lo que los estadounidenses denominan non fiction novel y que se atribuye erróneamente a Truman Capote, autor de A sangre fría.



Caviar, pavo y champagne



El viernes 12 de octubre de 1945, aprovechando el feriado por el Día de la Raza, un grupo de gente bien se congrega frente al suntuoso Círculo Militar. Es como si fuera un elegante día de campo y no faltan las cestas de comida para almorzar sobre el césped. El diario La Prensa del día siguiente describe a los asistentes: “Era un público selecto formado por señoras y niñas de nuestra sociedad y caballeros de figuración social, política y universitaria”. Al son de la canción mexicana La cucaracha, los asistentes cantan:



Perón y Farell

Perón y Farell

ya no pueden caminar

porque no tienen

porque les falta

el apoyo popular.



Muy inadecuado plagio, en esas circunstancias, de una tonada popular que es uno de los símbolos de la Revolución Mexicana. “El público selecto” se retiró a la medianoche, después de entonar en varias oportunidades el Himno Nacional y, como de costumbre, La Marsellesa. Durante mucho tiempo los peronistas bromearon acerca de que la zona quedó cubierta de “restos de caviar, pavo y botellas de champagne”.



Esa noche, Perón es detenido y enviado a la isla Martín García. Oficialmente se informa que la finalidad es “preservar su seguridad ante la posibilidad de un atentado”. En la tarde del sábado 13, el diario sensacionalista Crítica anuncia la detención bajo un rencoroso titular en el que ni siquiera lo nombra: “Ya no constituye un peligro para el país”. Unos días antes, el 9 de octubre, un panfleto universitario había cantado victoria: “Rechazado por todas las fuerzas sociales y políticas y por la prensa que él amordazó, el coronel fascista ha debido resignar sus cargos (...). Bajo la presión del pueblo, el fascismo busca una válvula de escape y se desprende de uno de sus hombres”.



Pero ni el sector antiperonista de las Fuerzas Armadas, ni la coalición política-rural-empresarial, ni la prensa opositora, se podían imaginar que todo les saldría al revés y que tendrían que aguantar al molesto Perón durante un histórico largo rato. Cuando se conoció la renuncia del coronel, el héroe era él y no ellos.



Poco después trasciende que el ex vicepresidente ha sido enviado prisionero a la isla Martín García. El lunes 15 de octubre se generan las primeras reacciones. Afiliados del Sindicato Autónomo de Obreros de la Carne, conducido por Cipriano Reyes, salen a las calles de Berisso y Ensenada pidiendo la libertad del coronel.



Al norte del país, la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) declara una “huelga general revolucionaria en todos los ingenios” y toma contacto con los gremios de Buenos Aires. El jefe de la región militar de la zona, teniente coronel Fernando Mera, se compromete a avanzar sobre la Capital Federal junto con los obreros. No figuran demasiados oficiales como Mera en la historia argentina del siglo veinte.



En algunos barrios de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires aparecen volantes que reclaman por el ex vicepresidente y ministro de trabajo. Uno de ellos dice: “La contrarrevolución mantiene preso al liberador de los obreros argentinos, mientras dispone la libertad de los agitadores vendidos al oro extranjero. Libertad para Perón. Paralizad los Talleres y los Campos”. Los panfletos llevan la firma de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).



Militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista y simpatizantes espontáneos recorren las calles del centro de Buenos Aires al grito de “¡Patria sí, colonia no!”. La policía intenta disolverlos con gases lacrimógenos pero los manifestantes vuelven a reagruparse. A la noche hay 87 detenidos.



En la madrugada del 17, los obreros que desde el día anterior esperan una resolución de la Confederación General del Trabajo (CGT), se lanzan a las calles mientras sus dirigentes se meten en la cama. Los asalariados imponen de hecho una huelga general sin esperar la fecha fijada por la adormilada conducción de la CGT. La espontánea decisión se extiende como una reacción en cadena a otros puntos de la ciudad, de las provincias, del país.



Los trabajadores pasan por encima de sus titubeantes líderes gremiales, desbordan a sus sindicatos e ignoran olímpicamente las recomendaciones de comunistas, socialistas y anarquistas. Para colmo de males, algunos cuadros políticos y militantes de base de estas tres tendencias abandonan para siempre sus organizaciones y se unen a los seguidores del coronel “nazi-nipo-fascista”. Atados a esquemas europeos, algunos dirigentes de “izquierda” y teóricos “rigurosamente científicos” no entienden –y parece que nunca entenderán– que ciertos movimientos populares no son químicamente puros ni surgen de mezclar probetas en un laboratorio. Los obreros tampoco hicieron caso, desde luego, a los discursos de casi todos los partidos políticos, los esfuerzos del embajador estadounidense Spruille Braden, los editoriales de la prensa “democrática”, las conspiraciones “institucionales” de los cuarteles, las cultas tertulias del Jockey Club y las encopetadas reuniones de la Unión Industrial Argentina, la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio.



Los asalariados carecen de un programa político o de un plan de acción. Sólo mencionan un nombre a gritos: Perón. Concentran su fuerza en un objetivo único: la libertad del coronel.



El día anterior un médico militar amigo del oficial detenido le diagnostica una (falsa) pleuresía y logra convencer al alto mando del ejército de regresarlo a Buenos Aires para tratarle la “afección”. A las 6:30 de la mañana del mismo 17, después de cuatro horas de navegación, llega a la Capital Federal la lancha que conduce al prisionero y su custodia. Lo llevan al Hospital Militar Central y lo “internan” en el quinto piso. Es un día de calor, pegajoso y húmedo.



“¡Perón sí, otro no!”



En las primeras horas de la mañana, los trabajadores de las fábricas de Avellaneda, Lanús y Quilmes y de los frigoríficos de Berisso y Ensenada comienzan a formar grupos para marchar a pie hacia Buenos Aires. Llevan banderas argentinas y retratos de Perón. Pocas horas después, desde La Plata salen camiones repletos de gente con el mismo rumbo. Unos y otros convergen a las nueve de la mañana en la entrada a la Capital Federal pero se encuentran con que el puente Pueyrredón y otras vías de acceso sobre el Riachuelo, han sido levantados por orden de la policía y la Prefectura Marítima para impedirles el paso. Los agentes obligan a descender a los pasajeros de distintos medios de transporte que logran pasar, los palpan de armas y les informan que deben continuar a pie. “Cumplimos órdenes”, aseguran. Las órdenes, sin embargo, no se cumplen en otros lugares.



Los trenes no funcionan. Los empleados ferroviarios están en huelga. Paralelamente, columnas de hombres y mujeres provenientes de barrios populares atraviesan Buenos Aires rumbo a la Plaza de Mayo. Vienen de La Boca, Nueva Pompeya, Parque Patricios, La Paternal, Devoto, Villa Urquiza, Lugano, Liniers, Flores. Confluyen con gente humilde que llega de la Zona Oeste del Gran Buenos Aires, Merlo, Moreno y Morón. Por diferentes accesos, arriban trabajadores de Zárate y Campana. Otros vienen de más lejos.



Hay soldados acuartelados en Campo de Mayo y otras guarniciones. Lo mismo ocurre en todas las comisarías. Militares y policías están divididos en sus simpatías: aguardan, tensos, la orden para reprimir. Algunos destacamentos de vigilantes que se han desplegado en vías estratégicas hostigan a pequeños grupos que caminan por el medio de la calle. Otros, en cambio, los protegen.



El día avanza. Como ríos, pequeños grupos se unen y se transforman en compactos torrentes que marchan por Rivadavia, Avenida de Mayo, Balcarce, Diagonal Norte. Frente a la Casa de Gobierno, mientras tanto, la plaza se va llenando lentamente. Algunos manifestantes comienzan a gritar: “¡Aquí están, éstos son, los muchachos de Perón!”. Otros, agotados por la larga caminata y el calor, se quitan los zapatos y sumergen los doloridos pies en las fuentes de agua.



Raúl Scalabrini Ortiz, testigo de la época y miembro de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), describe aquella jornada que le cambió el rostro a Argentina:



El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendiente de meridionales europeos, iba junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.



Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado”.



Otro testigo de la época, Juan José Hernández Arregui, relata con idéntico entusiasmo:



A caballo unos, en bicicleta o camiones otros, a pie los más, aquella muchedumbre abigarrada marchaba como un sonámbulo invulnerable.



La argentina de los campos vacíos, siempre iguales a sí mismos, estaba paralizada. Todo el país había concentrado la energía del trabajo cotidiano en una gigantesca huelga general. Los obreros de los frigoríficos, del petróleo, del caucho, los portuarios, de la construcción, habían cruzado sus brazos sobre el pecho. Los trenes, inmóviles como largos animales dormidos, exhibían en la protesta desoladora y terrible de su mudez, esa voluntad nacional de un pueblo más tensa que los poderes entumecedores de una historia construida con millones de seres aplastados y levantada sobre un siglo de infamia. «¡Libertad para Perón! ¡Perón sí, otro no! ¡Muerte a los traidores!», se leía en los vagones ferroviarios. Desde Córdoba, Tucumán, San Juan, Mendoza, Jujuy, los parias anuales de las cosechas, los criollos a precios módicos, descendían en marejadas sombrías a la ciudad puerto como símbolos eternos de un pueblo eterno”.



A ellos suma su visión el ensayista Arturo Jauretche, presidente de FORJA:



Fue un Fuenteovejuna: nadie y todos lo hicieron. Se llenó la plaza, en una especie de fiesta, de columnas que recorrían la ciudad sin romper una vidriera y cuyo pecado más grande fue lavarse «las patas» en las fuentes porque habían caminado quince, veinte o treinta kilómetros”.



Mientras tanto, la policía recibe la orden de bajar el puente Pueyrredón y permitir el paso. Los trabajadores de La Plata, Berisso y Ensenada trasponen el límite entre la provincia y la Capital Federal. Los agentes dejan de hostilizar a los manifestantes. Se sabe que ciertos oficiales del ejército y la policía que simpatizan con Perón están dispuestos a tomar algunos regimientos y el Departamento Central de Policía. Cesa el acuartelamiento de los militares en sus guarniciones.



Una mujer amante


Durante las tensas horas que transcurren entre la detención de Perón y el anuncio de que se encuentra en el Hospital Militar, una mujer ha desplegado una frenética actividad. Se llama María Eva Duarte y es amante, en todos los sentidos de la palabra, del coronel.



Desde su celda en la isla Martín García él le había enviado una carta lamentando la traición de esas Fuerzas Armadas a las que había dedicado más de la mitad de su vida. El militar, que la apoda “mi chinita”, le proponía que ambos se olvidaran para siempre de la política y retiraran a vivir a las montañas. La historia, sin embargo, les había reservado otro destino.



Eva es, en ese momento, una fiera herida. Hace una llamada telefónica tras otra, se reúne con políticos, periodistas, camaradas de armas de Perón, gremialistas. Se sube a un automóvil y se hace llevar de un lado a otro de la ciudad. Es una mujer enérgica que habla con hombres y sabe tratarlos. Discute, persuade, hierve de furia, derrama lágrimas, promete, insulta a los gritos. En menos de lo que canta un gallo ha convocado a su alrededor a un grupo numeroso, selecto y leal de hombres de ideas y acción. Luego de hablar con ella, cada uno parte a su cuartel, sindicato, barrio, periódico, radio o centro de actividades políticas.



La Argentina “invisible” muestra su rostro


Los altos mandos del ejército deben haber razonado que no exageraba el diario La Época cuando, pocos días atrás, había titulado en su primera plana: “Desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego, desde el Atlántico hasta los Andes, se pide, se clama y se exige la libertad del coronel Perón”.



Posteriormente, el escritor Leopoldo Marechal, autor de Adán Buenosayres y Megafón o la guerra, relató el impacto que le causó el 17 de octubre de 1945:



“El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. De pronto, me llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y enseguida su letra: «Yo te daré / te daré patria hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con pe: / Peróoon». Y aquel «Peróoon» resonaba periódicamente como un cañonazo.



“Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista.



“Decidí entonces, con mis hechos y palabras, declarar públicamente mi adhesión al movimiento y respaldarla con mi prestigio intelectual, que ya era mucho en el país. Esto me valió el repudio de los intelectuales que no lo hicieron y que declararon al fin mi proscripción intelectual”.



A las 11:10 de la noche, después de varias idas y venidas entre la Casa de Gobierno y el Hospital Militar, de deliberaciones y discusiones, Perón se hizo presente en un balcón de la Casa Rosada. Aclamado, habló a sus seguidores cuando faltaban diez minutos para la medianoche. El historiador británico Daniel James menciona en Resistencia e integración una situación sin antecedentes en el Buenos Aires de ese convulsionado año: “El hecho de que la manifestación culminara en la Plaza de Mayo fue por sí solo significativo. Hasta 1945 esa plaza, situada frente a la Casa de Gobierno, había sido en gran medida un territorio reservado a la «gente decente», y los trabajadores que se aventuraban allí sin saco ni corbata fueron más de una vez alejados e incluso detenidos”.



El primer mártir


Al finalizar ese día, el naciente peronismo tuvo un mártir, el primero de una larga, casi interminable lista.



A la una de la mañana, cuando terminó la concentración en la Plaza de Mayo, un grupo de jóvenes manifestantes marchó en dirección al edificio del diario Crítica, en Avenida de Mayo 1333. El periódico dirigido por Natalio Botana había asegurado esa tarde que Perón era un “mito fascista”. Además, había publicado en primera plana una fotografía de cinco personas que cruzaban la avenida 9 de Julio: “Estas son las huestes del coronel Perón”, decía el grueso título. La foto, tomada en la mañana temprano desde la terraza de un edificio de varios pisos, intentaba transmitir la imagen de una avenida vacía en la que apenas se veía un minúsculo grupo de personas.



Los muchachos peronistas, exaltados, lanzaron piedras y rompieron los vidrios de las ventanas. Desde la terraza, los pistoleros de Botana dispararon sus revólveres. Parapetados detrás de automóviles estacionados y árboles, algunos militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista respondieron al fuego. El tiroteo fue infernal y duró hasta las tres de la mañana. Cuando todo terminó, quedaban 50 heridos en la calle.



Uno de ellos había recibido un balazo en la cabeza y murió poco después. Se llamaba Darwin Passaponti y tenía 17 años. Había nacido el primero de noviembre de 1927 y le faltaban dos semanas para adquirir la mayoría de edad. Estudiaba en el Colegio Normal Mariano Acosta y militaba en la Alianza Libertadora Nacionalista. Su padres eran farmacéuticos: ella, una ferviente católica nacida en Entre Ríos; él, un anarquista oriundo de Santa Fe, que escribía obras de teatro.



Aciertos y errores, simpatías y rechazos


Al día siguiente, bajo el título “Los grupos peronianos cometieron sabotaje y desmanes”, Crítica presentó su versión de los hechos:



“El anunciado movimiento popular de los peronistas ha fracasado estrepitosamente, en un ridículo de extraordinarias proporciones. Las multitudinarias e imponentes columnas que los adictos al ex vicepresidente prometían reunir para dar la sensación cabal de su poderío, se han trocado en grupos dispersos que recorren las calles con paso cansino, en medio de la indiferencia y el desprecio de la población... No obstante, ante el fracaso, los elementos más recalcitrantes de ese peronismo en veloz menguante, tratan de hallar desquite cometiendo desmanes y recurriendo al sabotaje”.



La Nación describió a “grupos revoltosos” e “individuos en completo estado de ebriedad”. Los diarios de la llamada oligarquía no fueron los únicos asombrados por la concentración del 17 de octubre; la enorme manifestación popular también causó estupor a los periódicos La Vanguardia, del Partido Socialista, y Orientación, del Partido Comunista. El stalinista de derecha Rodolfo Ghioldi, dirigente del PC, declaró a principios de 1955: “Lo que es de lamentar en Argentina es que estas masas obreras que se han incorporado a la vida gremial, hayan roto su virginidad política bajo la advocación del señor Perón”.



El 21 de octubre de 1945, cuatro días después de su liberación de la isla Martín García, el coronel Juan Domingo Perón se casó con la actriz María Eva Duarte.



En 1945 había surgido en el país del trigo y las vacas un movimiento histórico que se extendería –con marchas y contramarchas, y pese a todos los esfuerzos por erradicarlo– hasta fines del siglo veinte. Durante largos años, el peronismo tendrá sus partidarios y sus detractores: unos, harán hincapié en sus realizaciones sociales; otros pondrán énfasis en sus errores. Por décadas, los habitantes del país no podrán mantenerse al margen o ser indiferentes. La simpatía o el rechazo se transmitirán de generación en generación.



Un historiador que no es peronista, Pedro Santos Martínez, escribió en 1946-1955 - La nueva Argentina:



“Hace treinta años que la actualidad argentina está empapada de Perón. Cuando los grandes problemas argentinos que nos afectan son analizados, siempre se encuentra presente el peronismo. Ya sea para reconocerle su contribución o para lamentar el camino por donde orientó al país. Esta realidad peronista estimula o irrita. Es un ente político cuya vigencia en la historia nacional de nuestro tiempo está cargada de genialidades y mezquindades. Es grandiosa y mísera a la vez. Es lugar de referencia, de contraposición y de litigio. De ahí que nadie puede permanecer indiferente cuando se trae a colación.



“Los opositores no fueron más felices. Sus aportaciones, excesivamente detractoras, solían presentar al período como un tránsito por el infierno. Muchos de ellos vivían un país que no era el que tenían ante sus ojos. A la espera de que Perón cayera del gobierno desde el día siguiente que lo asumió, todo cuanto él hacía era –en opinión de estos augures– provisional y demagógico. Así transcurrieron los años y no supieron ver los logros alcanzados por el país. Cuando volvieron, después de haber sido derrocado Perón, un buen núcleo creía que la historia se había detenido en 1943.



“El gobierno de Perón integra ontológicamente la vida argentina contemporánea. Se nos ha dado como una herencia, apetecida o no, pero real y que, en forma esencial, se halla inserta en la vida contemporánea. Sus logros han pasado a ser los de todos los argentinos del presente. Sus fracasos también, y han de servir como experiencia. En definitiva, pertenece al acervo histórico de la Argentina y debemos tener una actitud patriótica para entenderlo de este modo”.



En 1969, a más de dos décadas de aquel día, el historiador Félix Luna publicó El 45. Su impresión de ese año también tiene un gran valor porque, a pesar de no ser simpatizante peronista, se esforzó por comprender el significado de esa especial jornada y llegó a afirmar: “No hay nada en nuestra historia que se parezca a lo del 17 de Octubre”.

2006-11-05 15:44:59 · answer #6 · answered by olivia 4 · 1 1

Primera semana de octubre del '45
Durante los primeros días de octubre se agrava la tensión política. El día 5 se decreta la clausura de la Universidad y fuerzas policiales desalojan violentamente a los estudiantes de los centros de estudio, produciéndose más de dos mil detenciones. En las refriegas entre estudiantes y grupos de la Alianza Libertadora Nacionalista, muere un joven reformista: Aarón Salmún Feijoó. Por su parte, la Secretaría de Trabajo continúa con sus medidas avanzadas: la sanción del laudo gastronómico -prohibiéndose la propina por razones de dignidad- implica no sólo un aumento salarial sino la intervención de los delegados gremiales en la información contable de los restaurantes.
La embajada norteamericana -el 2 de octubre- comunica al Departamento de Estado que es "necesario llegar hasta las últimas consecuencias", si bien conviene evitar "medidas coercitivas si éstas pueden ser reemplazadas, con éxito por la paciencia", quedando aquellas "como última instancia para cuando quede demostrado que la tendencia actual del pueblo argentino a resolver el problema por su cuenta haya fracasado en alcanzar sus objetivos" 1. Mientras, en Campo de Mayo, algunos altos oficiales, tomando como excusa las relaciones sentimentales de Perón con la actriz Eva Duarte, descargan su animadversión contra él, originadas, en muchos casos, en la declaración de Guerra a Alemania. Precisamente, en esos días, circula la versión de que la designación de Oscar Nicolini- el 5 de octubre, como Director de Correos y Telecomunicaciones- obedece a la presión de Eva Duarte. Esta cuestión opera como detonante en algunos sectores militares, hondamente trabajados ya por la gran prensa, así como por la campaña desarrollada por Braden. Incluso oficiales de alta graduación, de Campo de Mayo, filiados al nacionalismo –hasta ese momento, coincidentes con el coronel Perón- manifiestan su desagrado.
17 de octubre de 1945
A las 6 horas, Juan Perón ingresa al Hospital Militar. A las 7, en Brasil y Paseo Colón, la policía dispersa alrededor de mil personas que se dirigían hacia la Casa de Gobierno. A las 8 y 30 es disuelta una manifestación en Independencia y Paseo Colón. A las 9hs , por Alsina, hacia el oeste, va una columna estimada en 4000 trabajadores. A las 9 y 30hs es dispersada una concentración reunida frente al Puente Pueyrredón de alrededor de 10.000 personas57. A mitad de mañana, grupos de trabajadores reclaman frente al Hospital Militar, exigiendo ver a Perón. Las radios informan que se está generalizando la huelga, no obstante que la CGT declaró el paro para el día 18. Al mediodía, la policía vuelve a dispersar a grupos de manifestantes que se habían concentrado en Plaza de Mayo. FORJA da una declaración donde sostiene que " en el debate planteado en el seno de la opinión, está perfectamente deslindado el campo entre la oligarquía y el pueblo...y , en consecuencia, expresa su decidido apoyo a las masas trabajadoras que organizan la defensa de sus conquistas sociales"58. Por entonces, el coronel Gemetro le sugiere a Avalos: General, si a esa gente no la para la policía, lo podemos hacer nosotros con unos pocos hombres... -Quédese tranquilo. No va a pasar nada-contesta Avalos. Todo lo que la gente quiere es ver a Perón, saber que está bien. Después, se irán como vinieron"59.
Después del mediodía, la policía modifica su actitud frente a los manifestantes. "La crisis del poder liberó los sentimientos de los agentes de la tropa -afirma Perelman- muchos de ellos provincianos y con bajos sueldos... Los vigilantes se declararon peronistas"60. Esto es verdad, pero también es cierto que un amigo de Perón, el coronel Filomeno Velazco, controla ya la planta baja del Departamento de Policía y da órdenes a los agentes.
A las 15 y 30, un grupo de sindicalistas mantiene una reunión con Perón en el Hospital Militar. En las primeras horas de la tarde, varias columnas confluyen, en Avellaneda, ante el puente. "Era una muchedumbre de 50.000 personas -sostiene Cipriano Reyes-... Minutos después, las pasarelas del puente comenzaron a bajar y la muchedumbre se lanzó para pasar al otro lado"61.
"Nosotros no participamos del 17 de octubre -recuerda un dirigente gremial del Partido Comunista-. Los metalúrgicos que nosotros controlábamos trabajaron el 17 de octubre. No lo entendimos, no seguimos a la masa y nos costó muy caro"62. Un periodista afirma que a las 13 hs. "el ministerio de marina rechaza un ofrecimiento de dirigentes comunistas para que obreros armados, de esa tendencia, enfrenten a los trabajadores peronistas"63. "Yo estaba avergonzado e indignado Eso es, indignado y avergonzado", recuerda Jorge Luis Borges64.
Han pasado ya las 16 horas cuando, ante el crecimiento de la concentración popular, el presidente Farrell envía a algunas personas de su confianza para conversar con Perón y encontrar una salida a la crisis. Así, el brigadier Bartolomé de la Colina y el Gral. Pistarini conversan con Armando Antille, radical irigoyenista que viene colaborando en las tareas de acercamiento. En un piso alto del Hospital Militar, el coronel, en pijama, recibe información de lo que ocurre y espera el desarrollo de los acontecimientos. "Estábamos allí- recuerda Franklin Lucero- sus amigos de las buenas y malas horas..."65. "Las llamadas desde la Casa de Gobierno se sucedían. Farrell quería calmar a la muchedumbre. En determinado momento, Perón me preguntó: - ¿Hay mucha gente? Realmente, ¿hay mucha gente, che?... Nunca me había tuteado. Pero su creciente entusiasmo, se comenzaba a apreciar en su cambio físico y espiritual"66. Mientras, en la plaza de Mayo, el Gral. Avalos intenta infructuosamente dirigirse a los trabajadores. La respuesta de la plaza es contundente: "Queremos a Perón"67.
"Se hacía evidente que el gobierno quería parlamentar- testimonia el capitán Russo. Recuerdo que entonces Perón me dijo textualmente: - Ha llegado el momento de aprovechar la debilidad del enemigo"68. Poco después, se conviene que el Gral. Avalos se traslade al Hospital Militar, para conversar con Perón. "Avalos me expresó - recuerda Perón- sus deseos de que yo hablara al pueblo para calmarlo e instarlo a que se retirara de la plaza de Mayo"69. De esta conversación surge la conveniencia de una reunión Farrell- Perón. Mientras tanto, en la Casa Rosada, Vernengo Lima presiona a Farrell para disolver la concentración apelando a la fuerza militar: "Usted está cometiendo un grave error. Esto hay que disolverlo a balazos y va a ser difícil, hay mucha gente"70. El presidente se niega a recurrir a la represión: "El ministro de Marina insiste, explicando que las ametralladores están en el techo: Si tiramos al aire, se van a ir....Pero el Presidente se mantiene inconmovible: -No, señor. No se hace ningún disparo. La gente puede morir por el pánico. Yo no autorizo nada71.
Los diarios de la tarde informan acerca de la situación, desde su perspectiva reaccionaria: "Numerosos grupos, en abierta rebeldía- según "La Razón"- paralizaron en la zona sur los tranportes y obligaron a cerrar fábricas, uniéndose luego en manifestación"72. Acompaña la noticia con una declaración del Partido Comunista de la Provincia de Buenos Aires donde se denuncian "los desmanes de elementos peronistas de Cipriano Reyes y demás aventureros a sueldo de la Secretaría de Trabajo que en bandas armadas han ido provocando a la población y obligando a los obreros a hacer abandono de sus trabajos. Tales hechos han sido denunciados al ministro del Interior Gral. Avalos por este comité"73. "Crítica", por su parte, aparece con grandes titulares: "Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población... En varias zonas de Buenos aires, los grupos peronianos cometieron sabotaje y desmanes"74. Los periódicos informan, además, que el Dr. Juan Alvarez ha visitado la Casa de Gobierno con el listado de los hombres de doble apellido que conformarían el nuevo gabinete.
Desde el Hospital Militar, Perón se aviene a conversar con Farrell pero, pone condiciones: "Primero, que Vernengo Lima se mande a mudar, segundo, que la Jefatura de Policía la ocupe Velazco, tercero, que lo busquen a Pantín y lo pongan al frente de las fuerzas de mar y que Lucero se haga cargo del Ministerio de Guerra. Además, hay que traer inmediatamente a Urdapilleta, que está en Salta, para que se haga cargo del ministerio del interior. Esas son mis condiciones"75.
Rato después, Farrell y Perón conversan en la residencia presidencial. "Me dijo Farrell:- Bueno, Perón, ¿qué pasa?. Yo le contesté: Mi General, lo que hay que hacer es llamar a elecciones de una vez. ¿Que están esperando? Convocar a elecciones y que las fuerzas políticas se lancen a la lucha... -Esto está listo, me contestó y no va a haber problemas. -Bueno, le dije:- Entonces, me voy a mi casa. -

No, déjese de joder, me dijo y me agarró de la mano: Esa gente está exacerbada , nos van a quemar la Casa de Gobierno!76.
Aproximadamente a las 23 horas, Farrell y Perón ingresan a la Casa Rosada. -Venga, hable, me dijo Farrell, recuerda Perón. Minutos después, el coronel ingresa al balcón y se abre ante su mirada un espectáculo majestuoso mientras una ovación atronadora saluda su presencia. En la noche de Buenos Aires, una inmensa muchedumbre, que algunos estiman en trescientos mil , otros en quinientos mil y el diario "La Epoca" en un millón de personas, vibra coreando su nombre: ¡Perón! Perón. Los diarios encendido a manera de antorchas resplandecen sobre la negrura nocturna celebrando la victoria popular . Alguien alcanza una bandera hasta el balcón: es una bandera argentina que lleva atada una camisa. El coronel la toma y la hace flamear de un lado a otro, ante la algarabía popular. ¡Ar-gen-ti-na! ¡Ar-gen-ti-na!. Farrell y Perón se abrazan, produciendo un nuevo estallido de júbilo popular. El presidente intenta vanamente dirigirse a los manifestantes, pero el impresionante griterío no se lo permite. Finalmente, pronuncia unas pocas palabras para comunicar que el gobierno no será entregado a la Corte Suprema, que ha renunciado todo el gabinete, que el coronel Mercante será designado Secretario de Trabajo y Previsión y que "otra vez está junto a ustedes el hombre que por su dedicación y empeño ha sabido ganar el corazón de todos: el Coronel Perón"77.
El coronel, profundamente conmovido, se acerca al micrófono. "¡Imagínese -recordará años después- ni sabía lo que iba a decir... Tuve que pedir que cantaran el himno para poder armar un poco las ideas"78. Concluido el himno nacional, el coronel se dirige a la multitud: "Trabajadores. Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: ¡la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino!. Una larga ovación interrumpe el discurso. El coronel comunica al pueblo que ha sido firmada su solicitud de retiro y que esa renuncia a su carrera militar la ha dispuesto "para ponerme al servicio integral del auténtico pueblo argentino.... Muchas veces me dijeron que ese pueblo por el que yo sacrificaba mis horas de día y de noche, habría de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien no lo traiciona. Por eso, quiero, en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclado en esta masa sudorosa, estrechar profundamente a todos contra mi corazón, como lo podría hacer con mi madre...". Su discurso resulta interrumpido , varias veces, por la pregunta que inquieta al pueblo: ¿dónde estuvo? Pero él prefiere no contestar y finalmente le pide al pueblo: "No me pregunten ni me recuerden cuestiones que yo ya he olvidado. No quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo." Luego afirma: "...Ha llegado el momento del consejo. Trabajadores: únanse, sean hoy más hermanos que nunca ...Y les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres de bien y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la patria". Desde el gentío, surge la ocurrencia: ¡Mañana es San Perón! ¡Mañana es San Perón!. Finalmente, el coronel afirma: "...Al abandonar esta magnífica asamblea, háganlo con mucho cuidado... Tengan presente, que necesito un descanso que me tomaré en Chubut para reponer fuerzas y volver a luchar, codo a codo con ustedes, hasta quedar exhausto, si es preciso... Y ahora, para compensar los días de sufrimiento que he vivido, quiero pedirles que se queden en esta plaza, quince minutos más , para llevar en mi retina el espectáculo grandioso que ofrece el pueblo desde aquí"79.

Rato después, la imponente concentración se dispersa lentamente. Los trabajadores fabriles han irrumpido tumultuosamente en la historia argentina y han liberado al coronel, quebrando el poder de la oligarquía.
Al mismo tiempo que la presencia popular en la plaza definía la puja por el poder, el ala nacional del Ejército había cumplido un rol importantísimo. El coronel Filomeno Velazco había logrado controlar la Policía Federal, lo que explica la libertad de movimientos otorgada a los agentes. También el coronel Carlos Mujica se apoderó del regimiento 3 de infantería. Hacia la noche, Pistarini y Lucero tomaron el ministerio de Guerra, mientas Estrada y Mercante se ubicaban en la Secretaría de Trabajo.
En el interior del país, importantes concentraciones de trabajadores- especialmente en Rosario,. Tucumán, Córdoba y Mendoza- se dispersan en orden con la alegría del triunfo. Así ocurre también en Buenos Aires, pero el odio riega de sangre las primeras horas del día 18: una manifestación peronista es tiroteada desde adentro del diario "Crítica", provocando la muerte de Darwin Passaponti y Francisco Ramos.
Un nuevo ciclo histórico se inicia en la Argentina

Opiniones sobre el 17 de octubre
"El país era otro país y no quisieron entenderlo... El 17 de octubre, más que representar la victoria de una clase, es la presencia del nuevo país con su vanguardia más combatiente y que más pronto tomó contacto con la realidad propia". Arturo Jauretche80.
"Cuando en la época de nuestra famosa Unión Democrática, tantos intelectuales de izquierda marchábamos al lado de conservadores como Santamarina y señoras de la sociedad, deberíamos haber sospechado que algo estaba funcionando mal". Ernesto Sábato81.
"El 17 de octubre fue preparado por la Policía Federal y la Oficina de Trabajo y Previsión, convertida en una gran máquina de propaganda tipo fascista..." Unión Cívica Radical82.
"...Había dos países en octubre de 1945: el país elegante y simpático con sus intelectuales y su sociedad distinguida sustentada en su clientela "romana" y el país de ‘la corte de los milagros’ que mostró entonces toda su rabia y toda su fuerza. ¡Nueve días que sacudieron al país! ¡Nueve días en que la verdad se desnudó! ¡Nueve días que cierran una época e inauguran otra!... Desde luego, el odio no es el único ingrediente del peronismo pero es el fundamental, el cemento que aglutinó a las masas en torno a Perón". Emilio Hardoy, dirigente conservador83.
"En los bajíos y entresijos de la sociedad hay acumuladas miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física, infelicidad y sufrimiento. Cuando un cataclismo social o un estímulo de la policía moviliza las fuerzas latentes del resentimiento, cortan todas las contenciones morales, dan libertad a las potencias incontroladas, la parte del que pueblo que vive ese resentimiento y acaso para su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta a diarios , persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y responsables de su elevación y dignificación". Partido Socialista84.
"El 17 de octubre es uno de los tantos golpes de cuartel". Grupo Obrero Marxista85.
"Era el subsuelo de la Patria sublevado... Eramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente, como la brisa fresca del río.. Lo que yo había soñado e intuído durante muchos años estaba allí presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo". Raúl Scalabrini Ortiz86.
"Se iniciaba un largo y doloroso período, pues quienes lo habían planeado habían logrado desencadenar un movimiento de masas que acompañaría a la dictadura. Con el caer de la tarde, la tristeza me dominó". Américo Ghioldi87.
"¿Cómo?, se preguntaban los figurones de la oligarquía, azorados y ensombrecidos, ¿pero es que los obreros no eran esos gremialistas juiciosos a quienes Juan B. Justo había adoctrinado sobre las ventajas de comprar porotos baratos en las cooperativas?. Jorge A. Ramos88.
"No sólo por los bombos, platillos, triángulos y otros improvisados instrumentos de percusión (esa gente) me recuerda las murgas de carnaval, sino también por su indumentaria: parecen disfrazados de menesterosos. Me pregunto de qué suburbio alejado provienen esos hombres y mujeres casi harapientos, muchos de ellos con vinchas que, como a los indios de los malones, les ciñen la frente y casi todos desgreñados. ¿O será que el día gris y pesado o una urgente convocatoria, les ha impedido a estos trabajadores tomarse el tiempo de salir a la calle bien entrazados o bien peinados, como es su costumbre ¿ O habrán surgido de ámbitos cuya existencia yo desconozco" . María Rosa Oliver, escritora del grupo "Sur" y camarada de ruta del partido comunista89.
"Estábamos en el medio de la multitud, sumamente emocionados. Y advertí que en el rostro de Nicolás Olivari corría un lagrimón" . Alberto Vanasco90. "Con su permiso, señor Capitán. Voy a desalojar a toda esa gente.- Sí, le dije , pero con una condición: no dispare ningún tiro adentro del edificio... Se retiraron entonces... El dio la orden y los soldados pusieron rodilla en tierra, dieron vuelta sus fusiles-con la culata adelante- y comenzaron a sacudirles las cabezas a los revoltosos. Sonaban sus cabezas que parecían mates". Isaac. F. Rojas91.
"El malón peronista - con protección oficial y asesoramiento policial- que azotó al país, ha provocado rápidamente- por su gravedad- la exteriorización del repudio popular de todos los sectores de la República en millares de protestas... Se plantea así para nuestros militantes, una serie de tareas que para mayor claridad, hemos agrupado en dos rangos: higienización democrática y clarificación política. Es decir, por un lado, barrer con el peronismo y todo aquello que de alguna manera sea su expresión: por el otro, llevar adelante una campaña de esclarecimiento de los problemas nacionales, la forma de resolverlos y explicar ante las amplias masas de nuestro pueblo, más aún que lo hecho hasta hoy, lo que la demagogia peronista representa. En el primer orden, nuestros camaradas deben organizar y organizarse para la lucha contra el peronismo hasta su aniquilamiento. Corresponde aquí también señalar la gran tarea de limpiar las paredes y las calles de nuestras ciudades de las inmundas ‘pintadas’ peronistas. Que no quede barrio o pueblo sin organizar las brigadas de reorganización democrática. Nuestras mujeres ...deben visitar las casas de familia, comercios, etc, reclamando la acción coordinada y unánime contra el peronismo y sus hordas. Perón es el enemigo número uno del pueblo argentino" Declaración del Partido Comunista, 21/10/4592.
"El malevaje peronista, repitiendo escenas dignas de la época de Rosas y remedando lo ocurrido en los orígenes del fascismo en Italia y Alemania, demostró lo que era, arrojándose contra la población indefensa, contra el hogar, contra las casas de comercio, contra el pudor y la honestidad, contra la decencia, contra la cultura e imponiendo el paro oficial, pistola en mano y con la colaboración de la policía que ese día y al día siguiente, entregó las calles de la ciudad al peronismo bárbaro y desatado". Partido Comunista93.
"Los acontecimientos de los días 17 y 18 de este mes han dejado perplejos y confundidos a los stalinistas, socialistas y en general a toda la pequeña burguesía que se hallaba bajo el influjo ideológico de la oligarquía y del imperialismo... La misma masa popular que antes gritaba ¡Viva Yrigoyen!, grita ahora ¡Viva Perón!. Así como en el pasado se intentó explicar el éxito del yrigoyenismo aludiendo a la demagogia que atraía a la chusma, a las turbas pagadas, a la canalla de los bajos fondos, etc., así tratan, ahora, la gran prensa burguesa y sus aliados menores, los periódicos socialistas y stalinistas, de explicar los acontecimientos del 17 y 18 en iguales o parecidos términos. Con una variante: comparan la huelga a favor de Perón con las movilizaciones populares de Hitler y Mussolini. Identificar el nacionalismo de un país semicolonial con el de un país imperialista es una verdadera ‘proeza’ teórica que no merece siquiera ser tratada seriamente... La verdad es que Perón, al igual que antes Yrigoyen, da una expresion débil, inestable y en el fondo traicionera, pero expresión al fin, a los intereses nacionales del pueblo argentino. Al gritar ¡Viva Perón!, el proletariado expresa su repudio a los partidos pseudo-obreros cuyos principales esfuerzos en los últimos años estuvieron orientados en el sentido de empujar al país a la carnicería imperialista. Perón se les aparece, entre otras cosas, como el representante de una fuerza que resistió larga y obstinadamente esos intentos y como el patriota que procura defender al pueblo argentino de sus explotadores imperialistas. Ve que los más abiertos y declarados enemigos del coronel lo constituyen la cáfila de explotadores que querían enriquecerse vendiéndole al imperialismo angloyanqui, junto con la carne de sus novillos, la sangre del pueblo argentino... Aquellos que desconocen el sentido y la importancia de las tareas nacionales en nuestra revolución están incapacitados para comprender estos acontecimientos: en general, están incapacitados para comprender nada. Los que se engañaron tomando la movilización de estudiantes, burgueses y damas perfumadas (del 19 de setiembre) por los preludios de la ‘revolución’, juzgan a la huelga general de l7 y 18 de octubre como una especie de aberración que echa al suelo todas sus teorías. La aberración estaría, en todo caso, en que individuos que se denominan a sí mismos marxistas, se pongan del lado del imperialismo en sus escaramuzas con algunos sectores de nuestra burguesía semicolonial... Por primera vez, en muchos años, la clase obrera ha salido a la calle y ha influido de manera importante en el curso político del país...Las grandes masas explotadas se están poniendo de nuevo en movimiento". Grupo "Frente Obrero"94.
"...Es impresión generalizada que a menos que la oposición reaccione rápidamente, el apoyo popular a Perón crecerá como una bola de nieve permitiéndole competir electoralmente, como candidato del pueblo, con mejores posibilidades de las que se le asignaban hasta ahora... La rehabilitación de Perón se hará sentir en los países vecinos. ..Esto ha fortalecido la posibilidad de formación de un bloque de dictaduras en América del Sur, amigo de Rusia y hostil hacia los Estados Unidos" Embajada de los Estados Unidos95.
El mismo 17 de octubre, La Nación publica un telegrama donde "la opinión democrática argentina coincide con la posición de Mr. Braden respecto al problema de la libertad en América y desea expresar que consideraría como una actitud amistosa para nuestro pueblo y nuestra democracia su confirmación como secretario de Estado adjunto para los asuntos latinoamericanos. Comunicación cursada al Dto. de Estado de los Estados Unidos. Firman: Victoria Ocampo, Adela Grondona, Ana R. Schliepper de Martínez Guerrero, Juan Antonio Solari, Sara Alvarez de Ezcurra, Alejandro Ceballos, Raúl Monsegur, Bernardo Houssay y Mariana Sáenz Valiente de Grondona96.

2006-11-05 22:09:45 · answer #7 · answered by alexm 3 · 0 1

El 17 de octubre de 1945
El hondo bajo fondo se subleva
Roberto Bardini – bambupress@iespana.es

La Segunda Guerra Mundial ha terminado en mayo de 1945 y el eje Berlín-Roma-Tokio fue derrotado en todos los frentes. Pero según Spruille Braden, embajador de Estados Unidos en Argentina, existe un coronel que tiene simpatías “japo-nazi-fascistas”. Se llama Juan Domingo Perón y ocupa los cargos de vicepresidente, ministro de Trabajo y director de la incipiente aviación civil. Coinciden con la embajada estadounidense los liberales, los comunistas, los socialistas, los conservadores, los radicales, los ultra católicos, ciertos nacionalistas reaccionarios, los terratenientes, los empresarios, los industriales. Coinciden tanto, que todos entonan a coro La Marsellesa, la patriótica marcha de Francia.



No coinciden con la embajada los trabajadores del campo y la ciudad, que cantan el Himno Nacional y son muchos más que todos esos sectores juntos.



El alto mando de las Fuerzas Armadas, deseoso de agradar a Washington, decide arrestar al coronel Perón y destituirlo de sus cargos. En la noche del jueves 11 de octubre de 1945, oficiales del ejército y la marina asisten al Círculo Militar y discuten si derrocan al presidente Edelmiro Farell y toman el poder o si entregan el gobierno a la fláccida Corte Suprema de Justicia. Alfredo L. Palacios, primer diputado socialista de América latina, está presente e intercambia comentarios conspirativos con generales y almirantes.



Un mayor del ejército de voz ronca y afecto al vino tinto propone el asesinato de Perón en una emboscada. Se llama Desiderio Fernández Suárez y 11 años más tarde será jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires. En 1956 se dedicará a fusilar a civiles peronistas en un basural sin juicio previo ni derecho a defensa, sin siquiera órdenes escritas. Fernández Suárez y sus amos constituyen un precedente, una experiencia piloto, del baño de sangre que inundará al país dos décadas más tarde. El periodista Rodolfo Walsh, ex militante de la Alianza Libertadora Nacionalista, los denunciará en su libro Operación Masacre, una pequeña joya del periodismo de investigación que se adelantó a lo que los estadounidenses denominan non fiction novel y que se atribuye erróneamente a Truman Capote, autor de A sangre fría.



Caviar, pavo y champagne



El viernes 12 de octubre de 1945, aprovechando el feriado por el Día de la Raza, un grupo de gente bien se congrega frente al suntuoso Círculo Militar. Es como si fuera un elegante día de campo y no faltan las cestas de comida para almorzar sobre el césped. El diario La Prensa del día siguiente describe a los asistentes: “Era un público selecto formado por señoras y niñas de nuestra sociedad y caballeros de figuración social, política y universitaria”. Al son de la canción mexicana La cucaracha, los asistentes cantan:



Perón y Farell

Perón y Farell

ya no pueden caminar

porque no tienen

porque les falta

el apoyo popular.



Muy inadecuado plagio, en esas circunstancias, de una tonada popular que es uno de los símbolos de la Revolución Mexicana. “El público selecto” se retiró a la medianoche, después de entonar en varias oportunidades el Himno Nacional y, como de costumbre, La Marsellesa. Durante mucho tiempo los peronistas bromearon acerca de que la zona quedó cubierta de “restos de caviar, pavo y botellas de champagne”.



Esa noche, Perón es detenido y enviado a la isla Martín García. Oficialmente se informa que la finalidad es “preservar su seguridad ante la posibilidad de un atentado”. En la tarde del sábado 13, el diario sensacionalista Crítica anuncia la detención bajo un rencoroso titular en el que ni siquiera lo nombra: “Ya no constituye un peligro para el país”. Unos días antes, el 9 de octubre, un panfleto universitario había cantado victoria: “Rechazado por todas las fuerzas sociales y políticas y por la prensa que él amordazó, el coronel fascista ha debido resignar sus cargos (...). Bajo la presión del pueblo, el fascismo busca una válvula de escape y se desprende de uno de sus hombres”.



Pero ni el sector antiperonista de las Fuerzas Armadas, ni la coalición política-rural-empresarial, ni la prensa opositora, se podían imaginar que todo les saldría al revés y que tendrían que aguantar al molesto Perón durante un histórico largo rato. Cuando se conoció la renuncia del coronel, el héroe era él y no ellos.



Poco después trasciende que el ex vicepresidente ha sido enviado prisionero a la isla Martín García. El lunes 15 de octubre se generan las primeras reacciones. Afiliados del Sindicato Autónomo de Obreros de la Carne, conducido por Cipriano Reyes, salen a las calles de Berisso y Ensenada pidiendo la libertad del coronel.



Al norte del país, la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) declara una “huelga general revolucionaria en todos los ingenios” y toma contacto con los gremios de Buenos Aires. El jefe de la región militar de la zona, teniente coronel Fernando Mera, se compromete a avanzar sobre la Capital Federal junto con los obreros. No figuran demasiados oficiales como Mera en la historia argentina del siglo veinte.



En algunos barrios de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires aparecen volantes que reclaman por el ex vicepresidente y ministro de trabajo. Uno de ellos dice: “La contrarrevolución mantiene preso al liberador de los obreros argentinos, mientras dispone la libertad de los agitadores vendidos al oro extranjero. Libertad para Perón. Paralizad los Talleres y los Campos”. Los panfletos llevan la firma de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM).



Militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista y simpatizantes espontáneos recorren las calles del centro de Buenos Aires al grito de “¡Patria sí, colonia no!”. La policía intenta disolverlos con gases lacrimógenos pero los manifestantes vuelven a reagruparse. A la noche hay 87 detenidos.



En la madrugada del 17, los obreros que desde el día anterior esperan una resolución de la Confederación General del Trabajo (CGT), se lanzan a las calles mientras sus dirigentes se meten en la cama. Los asalariados imponen de hecho una huelga general sin esperar la fecha fijada por la adormilada conducción de la CGT. La espontánea decisión se extiende como una reacción en cadena a otros puntos de la ciudad, de las provincias, del país.



Los trabajadores pasan por encima de sus titubeantes líderes gremiales, desbordan a sus sindicatos e ignoran olímpicamente las recomendaciones de comunistas, socialistas y anarquistas. Para colmo de males, algunos cuadros políticos y militantes de base de estas tres tendencias abandonan para siempre sus organizaciones y se unen a los seguidores del coronel “nazi-nipo-fascista”. Atados a esquemas europeos, algunos dirigentes de “izquierda” y teóricos “rigurosamente científicos” no entienden –y parece que nunca entenderán– que ciertos movimientos populares no son químicamente puros ni surgen de mezclar probetas en un laboratorio. Los obreros tampoco hicieron caso, desde luego, a los discursos de casi todos los partidos políticos, los esfuerzos del embajador estadounidense Spruille Braden, los editoriales de la prensa “democrática”, las conspiraciones “institucionales” de los cuarteles, las cultas tertulias del Jockey Club y las encopetadas reuniones de la Unión Industrial Argentina, la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio.



Los asalariados carecen de un programa político o de un plan de acción. Sólo mencionan un nombre a gritos: Perón. Concentran su fuerza en un objetivo único: la libertad del coronel.



El día anterior un médico militar amigo del oficial detenido le diagnostica una (falsa) pleuresía y logra convencer al alto mando del ejército de regresarlo a Buenos Aires para tratarle la “afección”. A las 6:30 de la mañana del mismo 17, después de cuatro horas de navegación, llega a la Capital Federal la lancha que conduce al prisionero y su custodia. Lo llevan al Hospital Militar Central y lo “internan” en el quinto piso. Es un día de calor, pegajoso y húmedo.



“¡Perón sí, otro no!”



En las primeras horas de la mañana, los trabajadores de las fábricas de Avellaneda, Lanús y Quilmes y de los frigoríficos de Berisso y Ensenada comienzan a formar grupos para marchar a pie hacia Buenos Aires. Llevan banderas argentinas y retratos de Perón. Pocas horas después, desde La Plata salen camiones repletos de gente con el mismo rumbo. Unos y otros convergen a las nueve de la mañana en la entrada a la Capital Federal pero se encuentran con que el puente Pueyrredón y otras vías de acceso sobre el Riachuelo, han sido levantados por orden de la policía y la Prefectura Marítima para impedirles el paso. Los agentes obligan a descender a los pasajeros de distintos medios de transporte que logran pasar, los palpan de armas y les informan que deben continuar a pie. “Cumplimos órdenes”, aseguran. Las órdenes, sin embargo, no se cumplen en otros lugares.



Los trenes no funcionan. Los empleados ferroviarios están en huelga. Paralelamente, columnas de hombres y mujeres provenientes de barrios populares atraviesan Buenos Aires rumbo a la Plaza de Mayo. Vienen de La Boca, Nueva Pompeya, Parque Patricios, La Paternal, Devoto, Villa Urquiza, Lugano, Liniers, Flores. Confluyen con gente humilde que llega de la Zona Oeste del Gran Buenos Aires, Merlo, Moreno y Morón. Por diferentes accesos, arriban trabajadores de Zárate y Campana. Otros vienen de más lejos.



Hay soldados acuartelados en Campo de Mayo y otras guarniciones. Lo mismo ocurre en todas las comisarías. Militares y policías están divididos en sus simpatías: aguardan, tensos, la orden para reprimir. Algunos destacamentos de vigilantes que se han desplegado en vías estratégicas hostigan a pequeños grupos que caminan por el medio de la calle. Otros, en cambio, los protegen.



El día avanza. Como ríos, pequeños grupos se unen y se transforman en compactos torrentes que marchan por Rivadavia, Avenida de Mayo, Balcarce, Diagonal Norte. Frente a la Casa de Gobierno, mientras tanto, la plaza se va llenando lentamente. Algunos manifestantes comienzan a gritar: “¡Aquí están, éstos son, los muchachos de Perón!”. Otros, agotados por la larga caminata y el calor, se quitan los zapatos y sumergen los doloridos pies en las fuentes de agua.



Raúl Scalabrini Ortiz, testigo de la época y miembro de la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), describe aquella jornada que le cambió el rostro a Argentina:



El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en una sola fe. Era la muchedumbre más heteróclita que la imaginación puede concebir. Los rastros de sus orígenes se traslucían en sus fisonomías. Descendiente de meridionales europeos, iba junto al rubio de trazos nórdicos y al trigueño de pelo duro en que la sangre de un indio lejano sobrevivía aún.



Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado”.



Otro testigo de la época, Juan José Hernández Arregui, relata con idéntico entusiasmo:



A caballo unos, en bicicleta o camiones otros, a pie los más, aquella muchedumbre abigarrada marchaba como un sonámbulo invulnerable.



La argentina de los campos vacíos, siempre iguales a sí mismos, estaba paralizada. Todo el país había concentrado la energía del trabajo cotidiano en una gigantesca huelga general. Los obreros de los frigoríficos, del petróleo, del caucho, los portuarios, de la construcción, habían cruzado sus brazos sobre el pecho. Los trenes, inmóviles como largos animales dormidos, exhibían en la protesta desoladora y terrible de su mudez, esa voluntad nacional de un pueblo más tensa que los poderes entumecedores de una historia construida con millones de seres aplastados y levantada sobre un siglo de infamia. «¡Libertad para Perón! ¡Perón sí, otro no! ¡Muerte a los traidores!», se leía en los vagones ferroviarios. Desde Córdoba, Tucumán, San Juan, Mendoza, Jujuy, los parias anuales de las cosechas, los criollos a precios módicos, descendían en marejadas sombrías a la ciudad puerto como símbolos eternos de un pueblo eterno”.



A ellos suma su visión el ensayista Arturo Jauretche, presidente de FORJA:



Fue un Fuenteovejuna: nadie y todos lo hicieron. Se llenó la plaza, en una especie de fiesta, de columnas que recorrían la ciudad sin romper una vidriera y cuyo pecado más grande fue lavarse «las patas» en las fuentes porque habían caminado quince, veinte o treinta kilómetros”.



Mientras tanto, la policía recibe la orden de bajar el puente Pueyrredón y permitir el paso. Los trabajadores de La Plata, Berisso y Ensenada trasponen el límite entre la provincia y la Capital Federal. Los agentes dejan de hostilizar a los manifestantes. Se sabe que ciertos oficiales del ejército y la policía que simpatizan con Perón están dispuestos a tomar algunos regimientos y el Departamento Central de Policía. Cesa el acuartelamiento de los militares en sus guarniciones.



Una mujer amante


Durante las tensas horas que transcurren entre la detención de Perón y el anuncio de que se encuentra en el Hospital Militar, una mujer ha desplegado una frenética actividad. Se llama María Eva Duarte y es amante, en todos los sentidos de la palabra, del coronel.



Desde su celda en la isla Martín García él le había enviado una carta lamentando la traición de esas Fuerzas Armadas a las que había dedicado más de la mitad de su vida. El militar, que la apoda “mi chinita”, le proponía que ambos se olvidaran para siempre de la política y retiraran a vivir a las montañas. La historia, sin embargo, les había reservado otro destino.



Eva es, en ese momento, una fiera herida. Hace una llamada telefónica tras otra, se reúne con políticos, periodistas, camaradas de armas de Perón, gremialistas. Se sube a un automóvil y se hace llevar de un lado a otro de la ciudad. Es una mujer enérgica que habla con hombres y sabe tratarlos. Discute, persuade, hierve de furia, derrama lágrimas, promete, insulta a los gritos. En menos de lo que canta un gallo ha convocado a su alrededor a un grupo numeroso, selecto y leal de hombres de ideas y acción. Luego de hablar con ella, cada uno parte a su cuartel, sindicato, barrio, periódico, radio o centro de actividades políticas.



La Argentina “invisible” muestra su rostro


Los altos mandos del ejército deben haber razonado que no exageraba el diario La Época cuando, pocos días atrás, había titulado en su primera plana: “Desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego, desde el Atlántico hasta los Andes, se pide, se clama y se exige la libertad del coronel Perón”.



Posteriormente, el escritor Leopoldo Marechal, autor de Adán Buenosayres y Megafón o la guerra, relató el impacto que le causó el 17 de octubre de 1945:



“El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. De pronto, me llegó desde el oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular, y enseguida su letra: «Yo te daré / te daré patria hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con pe: / Peróoon». Y aquel «Peróoon» resonaba periódicamente como un cañonazo.



“Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí y amé los miles de rostros que la integraban: no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina invisible que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista.



“Decidí entonces, con mis hechos y palabras, declarar públicamente mi adhesión al movimiento y respaldarla con mi prestigio intelectual, que ya era mucho en el país. Esto me valió el repudio de los intelectuales que no lo hicieron y que declararon al fin mi proscripción intelectual”.



A las 11:10 de la noche, después de varias idas y venidas entre la Casa de Gobierno y el Hospital Militar, de deliberaciones y discusiones, Perón se hizo presente en un balcón de la Casa Rosada. Aclamado, habló a sus seguidores cuando faltaban diez minutos para la medianoche. El historiador británico Daniel James menciona en Resistencia e integración una situación sin antecedentes en el Buenos Aires de ese convulsionado año: “El hecho de que la manifestación culminara en la Plaza de Mayo fue por sí solo significativo. Hasta 1945 esa plaza, situada frente a la Casa de Gobierno, había sido en gran medida un territorio reservado a la «gente decente», y los trabajadores que se aventuraban allí sin saco ni corbata fueron más de una vez alejados e incluso detenidos”.



El primer mártir


Al finalizar ese día, el naciente peronismo tuvo un mártir, el primero de una larga, casi interminable lista.



A la una de la mañana, cuando terminó la concentración en la Plaza de Mayo, un grupo de jóvenes manifestantes marchó en dirección al edificio del diario Crítica, en Avenida de Mayo 1333. El periódico dirigido por Natalio Botana había asegurado esa tarde que Perón era un “mito fascista”. Además, había publicado en primera plana una fotografía de cinco personas que cruzaban la avenida 9 de Julio: “Estas son las huestes del coronel Perón”, decía el grueso título. La foto, tomada en la mañana temprano desde la terraza de un edificio de varios pisos, intentaba transmitir la imagen de una avenida vacía en la que apenas se veía un minúsculo grupo de personas.



Los muchachos peronistas, exaltados, lanzaron piedras y rompieron los vidrios de las ventanas. Desde la terraza, los pistoleros de Botana dispararon sus revólveres. Parapetados detrás de automóviles estacionados y árboles, algunos militantes de la Alianza Libertadora Nacionalista respondieron al fuego. El tiroteo fue infernal y duró hasta las tres de la mañana. Cuando todo terminó, quedaban 50 heridos en la calle.



Uno de ellos había recibido un balazo en la cabeza y murió poco después. Se llamaba Darwin Passaponti y tenía 17 años. Había nacido el primero de noviembre de 1927 y le faltaban dos semanas para adquirir la mayoría de edad. Estudiaba en el Colegio Normal Mariano Acosta y militaba en la Alianza Libertadora Nacionalista. Su padres eran farmacéuticos: ella, una ferviente católica nacida en Entre Ríos; él, un anarquista oriundo de Santa Fe, que escribía obras de teatro.



Aciertos y errores, simpatías y rechazos


Al día siguiente, bajo el título “Los grupos peronianos cometieron sabotaje y desmanes”, Crítica presentó su versión de los hechos:



“El anunciado movimiento popular de los peronistas ha fracasado estrepitosamente, en un ridículo de extraordinarias proporciones. Las multitudinarias e imponentes columnas que los adictos al ex vicepresidente prometían reunir para dar la sensación cabal de su poderío, se han trocado en grupos dispersos que recorren las calles con paso cansino, en medio de la indiferencia y el desprecio de la población... No obstante, ante el fracaso, los elementos más recalcitrantes de ese peronismo en veloz menguante, tratan de hallar desquite cometiendo desmanes y recurriendo al sabotaje”.



La Nación describió a “grupos revoltosos” e “individuos en completo estado de ebriedad”. Los diarios de la llamada oligarquía no fueron los únicos asombrados por la concentración del 17 de octubre; la enorme manifestación popular también causó estupor a los periódicos La Vanguardia, del Partido Socialista, y Orientación, del Partido Comunista. El stalinista de derecha Rodolfo Ghioldi, dirigente del PC, declaró a principios de 1955: “Lo que es de lamentar en Argentina es que estas masas obreras que se han incorporado a la vida gremial, hayan roto su virginidad política bajo la advocación del señor Perón”.



El 21 de octubre de 1945, cuatro días después de su liberación de la isla Martín García, el coronel Juan Domingo Perón se casó con la actriz María Eva Duarte.



En 1945 había surgido en el país del trigo y las vacas un movimiento histórico que se extendería –con marchas y contramarchas, y pese a todos los esfuerzos por erradicarlo– hasta fines del siglo veinte. Durante largos años, el peronismo tendrá sus partidarios y sus detractores: unos, harán hincapié en sus realizaciones sociales; otros pondrán énfasis en sus errores. Por décadas, los habitantes del país no podrán mantenerse al margen o ser indiferentes. La simpatía o el rechazo se transmitirán de generación en generación.



Un historiador que no es peronista, Pedro Santos Martínez, escribió en 1946-1955 - La nueva Argentina:



“Hace treinta años que la actualidad argentina está empapada de Perón. Cuando los grandes problemas argentinos que nos afectan son analizados, siempre se encuentra presente el peronismo. Ya sea para reconocerle su contribución o para lamentar el camino por donde orientó al país. Esta realidad peronista estimula o irrita. Es un ente político cuya vigencia en la historia nacional de nuestro tiempo está cargada de genialidades y mezquindades. Es grandiosa y mísera a la vez. Es lugar de referencia, de contraposición y de litigio. De ahí que nadie puede permanecer indiferente cuando se trae a colación.



“Los opositores no fueron más felices. Sus aportaciones, excesivamente detractoras, solían presentar al período como un tránsito por el infierno. Muchos de ellos vivían un país que no era el que tenían ante sus ojos. A la espera de que Perón cayera del gobierno desde el día siguiente que lo asumió, todo cuanto él hacía era –en opinión de estos augures– provisional y demagógico. Así transcurrieron los años y no supieron ver los logros alcanzados por el país. Cuando volvieron, después de haber sido derrocado Perón, un buen núcleo creía que la historia se había detenido en 1943.



“El gobierno de Perón integra ontológicamente la vida argentina contemporánea. Se nos ha dado como una herencia, apetecida o no, pero real y que, en forma esencial, se halla inserta en la vida contemporánea. Sus logros han pasado a ser los de todos los argentinos del presente. Sus fracasos también, y han de servir como experiencia. En definitiva, pertenece al acervo histórico de la Argentina y debemos tener una actitud patriótica para entenderlo de este modo”.



En 1969, a más de dos décadas de aquel día, el historiador Félix Luna publicó El 45. Su impresión de ese año también tiene un gran valor porque, a pesar de no ser simpatizante peronista, se esforzó por comprender el significado de esa especial jornada y llegó a afirmar: “No hay nada en nuestra historia que se parezca a lo del 17 de Octubre”.

http://lucheyvuelve.com.ar/octubre17/bajofondo.htm

2006-11-05 20:55:37 · answer #8 · answered by Anonymous · 0 1

Si estuviera en 1945 seguiria la linea del partido comunista.
Tambien su linea contra la lucha armada en los 70.

1945. la Urrss junto con los yankis acaban con le fascismo aleman, Italiano y japones.
El esfuerzo de guerra mas imponente fue de la Urss, con mas de 30 millones de comunistas sacrificados.

En ese momento a ecuacion era simple: Rusos y Yankis o fascistas.

La argentina estaba del lado de los fascistas. Era pro nazi. Se negaba a declararle la guerra a Alemania. Y se preparaba para ayudar a los nazis a escapar de los juicios por genocidio.
Tambien mandaba a sus generales, entre ellos a Peron a estudiar a Alemania, Italia y la España de Franco. Donde 4 millones de comunistas y anarquistas se sacrificaron contra el fascismo español.

Eso explica porque la union democratica tenia una foto de Rooosveld al lado de la de Stalin.
Todavia siquiera habia comenzado al guerra fria.
La postura democratica, libre, antifascita y contra el capitalismo fascista aleman era la de Urss y EEUU que combatian unidos para liberar al mundo.

Peron, en 1945 no habia sido elejido por el pueblo. Venia de un golpe militar. La Union Democratica queria elecciones libres no generales fascistas que usurpaban el poder mediante el golpe de estado.

Desaprobar a Peron no significa aprobar el golpe gorila de 1955. Ni aprobar la violencia politica. El PC respeto el triunfo de Peron. Y camaradas fueron encarcelados por haberle hecho a Peron la primera huelga.

En los 70 el PC no apoya la lucha armada de Montoneros ni del ERP. Fue una postura adelantada a la epoca. Enseguida se entendio que la lucha armada no era popular. Era una guerra civil peronista. El pueblo pedia represion legal antes de 1976. Y apoyo el golpe.Y la dirigencia politica se manifesto: ..." no hay salida"...
La proclama del PC fue un error reconocido en el XVI congreso del Partido Comunista. Fue inocente creer en el " dictador democratico" y no intuir el plan sistematico de aniquilamiento y apropiacion de menores. Se retifico. Y se abandonaron los dogmatismos. Muchos afiliados murieron victimas de la represion ilegal y la red de clandestinidad del PC ayudo a muchos militantes montoneros y del ERP pobres, que no se podian pagar un viaje al exterior, para que se ubicaran en el Gran Bs AS y salvaran sus vidas.

Respeto a Peron y su movimiento de masas. Es impactante. Dudo sino me hubiera hecho peronista si veia eso.Pero era un milico fascista ntre una manada de fascistas. Lo odiaron porque supo ganarse al pueblo. Y goberno con dos patas: 1) los milicos+la iglesia. 2) Las clases inferiores. Cuando perdio el favor de los milicos fascistas y la iglesia se vino abajo.

2006-11-05 17:24:26 · answer #9 · answered by Anonymous · 1 2

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