Los obispos de sedes vecinas, situados claramente en un plano superior al resto del clero en el siglo II, empezaron pronto a reunirse. Ocasión propicia para estas reuniones era la consagración de un nuevo obispo, cuando una de estas sedes quedaba vacante. La elección del obispo la hacían con el clero y el pueblo de la ciudad, y procedían luego a consagrar al elegido. Esta reunión sinodal implicaba un cambio de impresiones entre los prelados y era de hecho, un pequeño concilio. Poco a poco se afirmó la autoridad de las "iglesias madres" sobre aquellas a que habían dado lugar, y la de las sedes "provinciales" sobre las ubicadas en la provincia administrativa secular. La administración civil del mundo romano sirvió de base para la eclesiástica. El obispo de la importante sede de Alejandría, por ejemplo, con la libertad de acción adquirida en año 313, ejerció autoridad sobre la provincia de Egipto, del mismo modo que en orden civil la ejercía el prefecto.
La autoridad suprema del obispo de Roma, que defendía ya San Cipriano, había empezado por ser efectiva en Italia desde que, según la creencia, San Pedro fundó esta comunidad cristiana. El traslado de la sede imperial a Constantinopla y poco después del edicto de la concesión de la libertad de cultos, hizo que el obispo de Roma afianzara cada día más su autoridad primera. Los obispos de las sedes orientales más importantes, en cambio, tuvieron del emperador mayor apoyo, pero también sujeción, o por lo menos, intervención más estricta. La Iglesia Oriental siempre estuvo más sujeta al poder del emperador que la occidental. En Oriente, había empezado ya la evangelización de las comarcas agrícolas, desde las zonas de influencia urbana. El cristianismo había dejado de ser una religión limitada a los núcleos urbanos del Mediterráneo para extenderse por las zonas campesinas, mucho más "tradicionales" y menos preparadas para recibirlo.
Para la evangelización del campo, en Oriente se creó un elemento jerárquico nuevo, intermedio entre el obispo y el clero: jorepiscopado. Los jorepiscopoi eran misioneros consagrados por el obispo urbano con el fin de evangelizar la campiña y aunque, según parece, no tenían auténtico carácter episcopal, se les concedía facultades episcopales para poder realizar su misión con mayor efectividad. Muy pronto surgieron conflictos jurisdiccionales entre los obispos de aldea y los de la ciudad, y aquellos creados como superintendentes al servicio de éstos, intentaron independizarse de la tutela urbana, acabando por ser suprimidos hacia el siglo IX.
Las relaciones de la Iglesia con la autoridad secular, fueron en aumento desde el 313. La influencia del cristianismo, se dejaba sentir en todas las capas sociales y pesaba en el imperio como fuerza coherente. Es más, se intensificó de tal modo en pocos años que cuando el emperador Juliano (363) quiso, en su año y medio de reinado, dar nuevo vigor al paganismo y perseguir a los cristianos, se encontró prácticamente solo en su intento y fracasó. La religión estatal vio mermados sus cimientos con la política de tolerancia hasta tal punto que en el año 380, se la suplantó por el cristianismo. Los sacrificios paganos fueron prohibidos y en el año 391 todos los templos paganos quedaban cerrados al culto. Las fuerzas latentes del paganismo hicieron un esfuerzo supremo para sobrevivir, pero sucumbieron definitivamente en el 392 por obra del emperador Teodosio, primer emperador cristiano. Incluso el culto privado a los dioses lares fue prohibido y castigado. San Ambrosio, consejero del emperador, tuvo el tacto suficiente para que los paganos fueran respetados en sus personas y en sus cargos, pero muchos templos en cambio, fueron derruidos y las estatuas de dioses y diosas, destruidas con pasión. Se pudo decir que los dioses pagaron por los hombres. El imperio romano desde entonces, se convirtió en un imperio cristiano y siguió siéndolo hasta mediados del siglo XV en que su heredero, el imperio bizantino o romano oriental, sucumbió ante las fuerzas de los turcos otomanos.
El emperador, desde los últimos años del siglo IV, había dejado de ser considerado un ser divino, pero recibía el título de isapóstolos, "igual a los apóstoles", y se convertía en protector de la nueva religión estatal. Los obispos pasaron a ocupar cargos estatales y cuando las invasiones, se erigieron en defensores de sus ciudades. Los días festivos de la Iglesia fueron fiestas oficiales.
Un problema nuevo se había presentado a la Iglesia: el de sus relaciones con el Estado católico. Las crisis internas que experimentaría la Iglesia en el proceso definidor del dogma, facilitarían la intromisión del emperador o, si se quiere, el intervencionismo del poder civil.
Tal vez la más trascendente de estas crisis, en aquellos siglos, fue el arrianismo, porque adquirió gran difusión y sus consecuencias se dejaron sentir en la Iglesia hasta el siglo VII. Cinco escuelas cristianas, las de Alejandría, Antioquía, Roma, Edesa y Jerusalén, se habían consolidado a comienzos del siglo IV, manifestando características que les daban plena personalidad. La de Alejandría, en Egipto, de tendencia alegorizante y mística, se hallaba en el extremo opuesto a la de Antioquía, en Siria, literalista en la interpretación de la Biblia y partidaria de los datos positivos y concretos.
El maestro de esta última Luciano (312), intentó establecer un texto bíblico más fidedigno, y parece ser que esto le llevó a un monoteísmo riguroso, que influyó en la doctrina de Arrio (336), sacerdote de Alejandría, quien propugnaba la creencia de un Dios único, eterno e incomunicable y negaba la divinidad del Hijo o Verbo encarnado. La postura de Arrio, buen predicador y culto, hizo muchos adeptos. De aquí que el patriarca Alejandro de Alejandría, hacia el 310, escribiera una extensa carta al patriarca Alejandro de Constantinopla, poniéndole en guardia sobre tal postura. en esta carta hallamos la mejor definición coetánea del arrianismo. Se expresa así con respecto a los arrianos: "Afirman que hubo un tiempo en que el Hijo de Dios no existía y que ha empezado a existir, siendo así que no existía antes; y que cuando nació, fue engendrado de la misma manera que lo son todos los hombres. Pues Dios, dicen, lo ha creado todo de la nada. De modo que ellos los arrianos comprenden al propio Hijo de Dios en esta creación de todos los seres inteligentes o sin razón. En consecuencia, declaran, el Hijo de Dios poseía una naturaleza sujeta a cambios, capacitada para obrar el bien y el mal (...) Y con esta hipótesis de que el hijo ha sido creado de la nada, destruyen las enseñanzas de las Escrituras que proclaman la inmortalidad del Verbo, la divinidad de la Sabiduría del Verbo, es decir, de Cristo]".
Esta doctrina reunió, en el 343, un sínodo en Alejandría y exilió a su sacerdote Arrio. Sin embargo, el obispo de Nicomedia, Eusebio, discípulo de San Luciano, le acogió . Y así se inició una viva polémica doctrinal con San Atanasio.
Entre los padres de la Iglesia de esta época, destacan las figuras de San Jerónimo (342-420) y San Juan Crisóstomo (347 - 407). El primero, gran erudito latino, conocedor del griego, hebreo y arameo, tradujo al latín y revisó el texto del Antiguo Testamento. Su traducción, hecha a petición del papa Dámaso (quien declaró explícitamente inalterable el canon católico de la Biblia en el Concilio Romano de 382), pasó a la posteridad conocida por La Vulgata y fue el texto de la Biblia adoptado por la iglesia medieval de Occidente en la liturgia y base de las citas bíblicas de los autores eclesiásticos de la latinidad.
El patriarca de Constantinopla, Juan "Crisostomo", se distinguió por la elocuencia y fortaleza de sus sermones y escritos, que le valieron el sobre nombre de Crisóstomo, Boca de Oro, con que fue conocido ya en su tiempo. La severidad y austeridad que le caracterizaban le ocasionaron muchos sinsabores y el destierro en un lugar desértico a orillas del Mar Negro, donde murió.
La exégesis de los textos bíblicos de ambos Testamentos, cuya lectura recomienda encarecidamente, le lleva a escribir: "El estudio profundo de la Sagrada Escritura es un tesoro. Bajo las palabras que contiene, encierra grandes riquezas. Debemos por tanto recorrerla y escrutarla con atención. Obtendremos así gran provecho". "La asidua lectura de las divinas Escrituras nos hace obrar pensando siempre en las divinas promesas. Nos mueve a que nos entreguemos, con renovadas ansias a la ardua labor de la virtud".
2006-10-29 16:03:48
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answer #6
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answered by Darío B 6
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