La caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos el martes 29 de mayo de 1453 fue un suceso histórico que, en la periodización clásica y según algunos historiadores, marcó el fin de la Edad Media en Europa y el fin del último vestigio del Imperio Bizantino y de la cultura clásica.
Constantinopla era, hasta el momento de su "caída", una de las ciudades más importantes del mundo. Localizada en el Serrallo, una proyección de tierra sobre el estrecho del Bósforo en dirección a Anatolia, funcionaba como un puente para las rutas comerciales que unían Europa con Asia por tierra. También era el puerto principal en las rutas que iban y venían entre el Mar Negro y el Mediterráneo. Para explicar cómo una ciudad de esta importancia cayó en manos otomanas, es preciso retrotraernos a los siglos previos al año 1453 y detallar los sucesos que debilitaron el Imperio Bizantino.
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El saqueo de Constantinopla y el Imperio Latino
Puede decirse que el declive de Constantinopla, la capital del Imperio Romano de Oriente, comenzó en 1190 durante los preparativos de la Tercera Cruzada en los reinos de Occidente. Los bizantinos, creyendo que no había posibilidades de vencer a Saladino (sultán de Egipto y Siria y principal enemigo de los cruzados instalados en Tierra Santa), decidieron mantenerse neutrales. Con esta reticencia bizantina como excusa, y con la codicia por los tesoros de Constantinopla como motor, los cruzados tomaron por asalto la ciudad en 1204, ya en la Cuarta Cruzada, dando origen al efímero Imperio Latino que duró hasta 1261.
Los bizantinos, despojados de su capital imperial, establecieron nuevos Estados: el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda y el Despotado de Epiro serían los más influyentes. En tanto, el reino establecido por los cruzados fue perdiendo territorios. Finalmente, en 1261, el Imperio de Nicea, bajo Miguel VIII Paleólogo, reconquistó la ciudad.
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Fortalecimiento de las defensas
El ataque de los cruzados reveló un punto débil en las defensas de la ciudad. Las poderosas murallas al oeste de la ciudad repelieron invasores persas, germanos, hunos, ávaros, búlgaros y rusos (22 sitios en total) durante siglos, pero las murallas a lo largo del litoral, sobre todo a lo largo del Cuerno de Oro (un canal que separa Constantinopla de la villa de Pera, al norte) se revelaron frágiles. Después de recuperar la ciudad, los bizantinos reforzaron las murallas del litoral y las defensas en los puntos donde necesitaban estar abiertas para la entrada de los navíos a los puertos. Para asegurarse de que no necesitarían preocuparse por las defensas en el Cuerno de Oro, se construyó una pesada y descomunal cadena de hierro que cruzaba el canal, de forma que ningún navío podría pasar sin la autorización de la guardia bizantina.
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Nacimiento del Imperio Otomano
Incluso antes de la Cuarta Cruzada, el Imperio Bizantino venía, desde varios siglos atrás, perdiendo territorios debido al empuje de pueblos y estados musulmanes, en Oriente Medio y en África. En los inicios del siglo XI, una tribu turca procedente de Asia Central y que regía en una amplia zona de lo que hoy es Oriente Medio, los selyúcidas, comenzaron a atacar y conquistar territorios bizantinos en Anatolia. Al final del siglo XIII, los selyúcidas ya habían tomado casi todas las ciudades bizantinas de Anatolia, con excepción de un puñado de ciudades en el noroeste de la península.
En esta época, otro clan seminómada turco había migrado del norte de Persia hacia el oeste y, tomando partido por los selyúcidas en una batalla en Anatolia frente al Imperio Mongol, junto a ellos había vencido a los mongoles. El sultán selyúcida, en agradecimiento, les concedió un pequeño territorio montañoso en el noroeste del imperio, en las proximidades del territorio bizantino. El estado selyúcida comenzaba poco después a dividirse en pequeños emiratos que no reconocían el poder selyúcida ni el mongol. Uno de estos sultanatos, el del clan turco que habría ayudado a los selyúcidas, bajo el mando de un líder llamado Osman I Gazi (que daría el nombre de la dinastía otomana u osmanlí) sería el núcleo originario del futuro Imperio Otomano.
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Invasión otomana en Europa
Los otomanos ya habían impuesto su fuerza al desvalido Imperio Bizantino, tomando sus últimas ciudades asiáticas de Bursa, Nicea y Nicomedia. En 1341, cuando murió el emperador Andrónico III, el imperio cayó en manos de su esposa Ana, quien nombró al clérigo Juan VI Cantacuzeno como tutor de su hijo Juan V Paleólogo y corregente de Ana. En 1343, Cantacuzeno se declaró regente único y pidió ayuda militar a los otomanos para imponer su control sobre los últimos remanentes del Imperio Bizantino. Ana, entonces, determinó que Juan y Cantacuzeno serían co-emperadores, el segundo de mayor autoridad sobre el primero durante 10 años, cuando entonces gobernarían como iguales.
Cuando el reino de Serbia atacó Salónica, en 1349, el clérigo y regente bizantino Cantacuzeno pidió por segunda vez auxilio a los otomanos. En 1351, Cantacuzeno hizo una tercera alianza con los turcos para ayudarlo en la guerra civil provocada entre sus partidarios y los seguidores del príncipe Juan. En este último acuerdo, Cantacuzeno prometió a los otomanos la posesión de una fortaleza del lado europeo del estrecho de los Dardanelos: la primera ocupación de una civilización asiática en Europa desde el asedio persa a Grecia, más de 2.000 años atrás. Entretanto, el príncipe otomano Suleimán decidió reforzar su posición tomando la ciudad de Gallípoli, estableciendo el control sobre toda la península y una base estratégica para la expansión del Imperio Otomano en Europa. Cuando Cantacuzeno exigió la devolución de la ciudad, los otomanos se volvieron en contra de Constantinopla.
Durante el gobierno de Juan Paleólogo, Bizancio se convirtió un estado vasallo de los otomanos, ofreciendo soldados para las campañas de los turcos en Europa y pagando un tributo anual para mantener a los turcos lejos de Constantinopla. Las exigencias turcas se agravaron cuando Juan murió, en 1391, y su hijo Manuel II Paleólogo subió al trono, en desacato al sultán otomano Bayaceto (Beyazid I).
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Los cercos de 1391, 1396 y 1422
Entre las nuevas exigencias del sultán estaba el establecimiento de un distrito en Constantinopla de mercaderes turcos. Como Manuel rehusó, Beyazid cercó la ciudad por tierra. Después de 7 meses de sitio, Manuel Paleólogo cedió y los turcos se retiraron para las campañas en el norte, contra Serbia y Hungría.
Beyazid convocó a Manuel y a otros reyes cristianos del este europeo para una audiencia, donde demostraría las consecuencias para cualquiera que resistiera al sultán. Paleólogo presintió que sería asesinado y rehusó la invitación. Después de un segundo rechazo, en 1396, Bayaceto envió nuevamente su ejército a Constantinopla, saqueando y destruyendo los campos aledaños a la ciudad, impidiendo que cualquiera entrase o saliese vivo de allí. Constantinopla aún podía contar con suministros venidos del mar, ya que los turcos no se apoyaron en un cerco marítimo a la ciudad. Así, Constantinopla resistió por 6 años, hasta que, en 1402, el temible ejército de Tamerlán invadió el Imperio Otomano por el este y Beyazid se vio obligado a movilizar sus tropas para este nuevo frente, salvándose Constantinopla en el último momento.
En las dos décadas siguientes, Constantinopla se vio libre del yugo otomano y pudo incluso recuperar algunos territorios en Grecia. Pero en 1422 Manuel Paleólogo resolvió apoyar a un príncipe otomano al trono, imaginando una tregua duradera en el futuro. El sultán Murad II envió en respuesta un contingente de 10.000 soldados para cercar Constantinopla una vez más. En aquel año, el 24 de agosto, el sultán ordenó un duro ataque a las murallas y, después de varias horas de batalla, ordenó su retirada y, una vez más, Constantinopla consiguió sobrevivir.
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La caída de Constantinopla
Asedio de Constantinopla, pintura de 1499
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Asedio de Constantinopla, pintura de 1499
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Búsqueda de apoyo en el Occidente
El cisma entre las Iglesias católicas Romana y Ortodoxa había mantenido a Constantinopla distante de las naciones occidentales e, incluso durante los asedios de los turcos musulmanes, no había conseguido más que indiferencia de Roma y sus aliados. En un último intento de aproximación, teniendo en vista la constante amenaza turca, el emperador Juan VIII promovió un concilio en Ferrara, en Italia, donde se resolvieron rápidamente las diferencias entre las dos confesiones. Entretanto, la aproximación provocó tumultos entre la población bizantina, dividida entre los que rechazaban a la iglesia romana y los que apoyaban la maniobra política de Juan VIII.
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Constantino XI y Mehmed II
Juan VIII había muerto en 1448 y su hijo Constantino XI asumió el trono al año siguiente. Era una figura popular, habiendo luchado en la resistencia bizantina en el Peloponeso frente al ejército otomano, mas seguía la línea de su padre en la conciliación de las iglesias oriental y occidental, lo que causaba desconfianza no sólo entre el clero bizantino sino también en el sultán Murad II, que veía esta alianza como una amenaza de intervención de las potencias occidentales en la resistencia a su expansión en Europa.
En 1451 Murad II murió, siendo sucedido por su joven hijo Mehmed II. Inicialmente, Mehmed había prometido no violar el territorio bizantino. Esto aumentó la confianza de Constantino que, en el mismo año, se sintió seguro y suficiente para exigir el pago de una renta anual para la manutención de un oscuro príncipe otomano, mantenido como rehén, en Constantinopla. Furioso, más por el ultraje que por la amenaza a su pariente en sí, Mehmed II ordenó los preparativos para un asedio completo a la capital bizantina.
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Preparativos
Ambos bandos se prepararon para la guerra. Los bizantinos, ahora, con la simpatía de las naciones occidentales, enviaron mensajeros a dichas naciones pidiendo refuerzos y consiguiendo promesas. Tres navíos genoveses contratados por el Papa estaban en camino con armas y provisiones. El Papa también había enviado al cardenal Isidro, con 300 arqueros napolitanos como su guardia personal. Los venecianos enviaron a mediados de 1453 un refuerzo de 800 soldados y 15 navíos con pertrechos, mientras que los ciudadanos venecianos residentes en Constantinopla aceptaron participar de las defensas de la ciudad. La capital bizantina también recibió refuerzos de los ciudadanos de Pera y de los genoveses renegados, entre los cuales estaba su capitán Giovanni Giustiniani Longo, quien se encargaría de las defensas de la muralla este, y 700 soldados. Se aprestaron a la defensa con barriles de fuego griego, armas de fuego, y todos los hombres y jóvenes capaces de empuñar una espada o un arco. Con todo, las fuerzas bizantinas probablemente no llegaban a los siete mil soldados y 26 navíos de guerra anclados en el Cuerno de Oro.
Los otomanos, a su vez, iniciaron el cerco construyendo rápidamente una muralla 10 kilómetros al norte de Constantinopla, Anadoluhisari. Mehmed II sabía que los asedios anteriores habían fracasado porque la ciudad recibía suministros a través del mar y entonces trató de bloquear las dos entradas del Mar de Mármara, con una fortaleza armada con tres cañones (Rumeli Hisari) en el punto más estrecho de la orilla del Bósforo y por lo menos 125 navíos ocupando los Dardanelos, el Mar de Mármara y el oeste del Bósforo.
Mehmed también reunió un ejército estimado en 100.000 soldados, 80.000 de los cuales eran combatientes turcos profesionales; los demás, reclutas capturados en campañas anteriores, mercenarios, aventureros, voluntarios de Anatolia, los bashi-bazuks y renegados cristianos, los cuales serían empleados en los asaltos directos. 12.000 de estos soldados eran jenízaros (infantería) y 15.000 cipayos (caballería), la élite del ejército otomano. Al inicio de 1452, un ingeniero de artillería húngaro llamado Urbano ofreció sus servicios al sultán. Mehmed le hizo responsable de la instalación de los cañones en su nueva fortaleza y la fabricación de un inmenso cañón de ocho metros de longitud, el cual fue llevado a las cercanías de Constantinopla empujado por 60 bueyes y auxiliado por un contingente de 200 hombres. A todos estos se les sumaban aquellos que animaban a la batalla con sus tambores y trompetas y que se contaban por miles, no cesando de tocar en ninguno de los momentos del asedio, además del apoyo de los derviches que incitaban a destruir la ciudad.
El sultán prometió a sus hombres que estarían tres días de pillaje y botín, enardeciendo así los ánimos entre ellos, además de asegurar que aquel que coronara primero la muralla sería nombrado gobernador (bey) de una de las provincias del Imperio Bizantino.
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El ataque otomano
El sitio comenzó oficialmente el 6 de abril de 1453, cuando el gran cañón disparó el primer tiro en dirección al valle del Río Lico, junto a la puerta de San Romano, que penetraba en Constantinopla por una depresión bajo la muralla, lo cual posibilitaba el posicionamiento del cañón en una parte más alta. La muralla, hasta entonces imbatida en aquel punto, no había sido construida para soportar ataques de artillería, y en menos de una semana comenzó a ceder, pese a ser la mejor arma contra los otomanos, ya que constaba de tres anillos gruesos de murallas con fosos de entre 30 y 70 metros de profundidad. Todos los días, al anochecer, los bizantinos se escabullían fuera de la ciudad para reparar los daños causados por el cañón con sacos y barriles de arena, piedras despedazadas de la propia muralla y empalizadas de madera, mientras los defensores se defendían con sus arqueros mediante lanzamientos de flechas y con ballesteros de dardos. Los otomanos evitaron el ataque por la costa, puesto que las murallas eran reforzadas por torres con cañones y artilleros que podrían destruir toda la flota en poco tiempo. Por eso, el ataque inicial se restringió casi solamente a un frente, lo que facilitó tiempo y mano de obra suficientes a los bizantinos para soportar el asedio.
Al comienzo del cerco, los bizantinos consiguieron dos victorias alentadoras. El 12 de abril, el almirante búlgaro al servicio del sultán Suleimán Baltoghlu fue rechazado por la armada bizantina al intentar forzar el pasaje por el Cuerno de Oro. Seis días después, el Sultán intentó un ataque a la muralla dañada en el valle del Lico, pero fue derrotado por un contingente menor, aunque mejor armado, de bizantinos, al mando de Giustiniani.
El 20 de abril los bizantinos avistaron los navíos enviados por el Papa, además de otro navío griego con grano de Sicilia, que atravesaron el bloqueo de los Dardanelos cuando el sultán desplazó sus navíos hacia el Mar de Mármara. Baltoghlu intentó interceptar los navíos cristianos, pero vio que su flota podía ser destruida por los ataques de fuego griego arrojado sobre sus embarcaciones. Los navíos llegaron con éxito al Cuerno de Oro y Baltoghlu fue humillado públicamente por el sultán y ejecutado.
El 22 de abril, el sultán asestó un golpe estratégico en las defensas bizantinas con la ayuda de la gran maniobra ideada por su general Zaganos Pasha. Imposibilitados para atravesar la cadena que cerraba el Cuerno de Oro, el sultán ordenó la construcción de un camino de rodadura al norte de Pera, por donde sus navíos podrían ser empujados por tierra, evitando la barrera. Con los navíos posicionados en un nuevo frente, los bizantinos no tendrían recursos para reparar después sus murallas. Sin elección, los bizantinos se vieron forzados a contraatacar y el 25 de abril intentaron un ataque sorpresa a los turcos en el Cuerno de Oro, pero fueron descubiertos por espías y ejecutados. Los bizantinos, entonces, decapitaron a 260 turcos cautivos y arrojaron sus cuerpos sobre las murallas del puerto.
Bombardeados diariamente en dos frentes, los bizantinos raramente eran atacados por los soldados turcos. El 7 de mayo, el sultán intentó un nuevo ataque al valle del Lico, pero fue nuevamente repelido. Al final del día, los otomanos comenzaron a mover una gran torre de asedio, pero durante la noche, los soldados bizantinos consiguieron destruirla antes de que fuese usada. Los turcos también intentaron abrir túneles por debajo de las murallas, pero los griegos cavaban del lado interno y atacaban de sorpresa con fuego o agua. Con los impactos de artillería de los cañones las murallas sufrían grandes brechas por donde penetraban los jenízaros, que para salvar los fosos se dedicaban a recoger ramas, toneles, además de los bloques de piedra de las murallas derruidas, para rellenar los fosos y poder penetrar para luchar cuerpo a cuerpo con los bizantinos.
La mano de obra estaba sobrecargada, los soldados cansados y los recursos escaseaban. El mismo Constantino XI coordinaba las defensas, inspeccionaba las murallas y reanimaba a las tropas por toda la ciudad.
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Malos presagios
La resistencia de Constantinopla comenzó a decaer cuando cundió el desánimo causado por una serie de malos presagios. En la noche del 24 de mayo hubo un eclipse lunar, recordando a los bizantinos una antigua profecía de que la ciudad sólo resistiría mientras la Luna brillase en el cielo. Al día siguiente, durante una procesión, uno de los íconos de la Virgen María cayó al suelo. Luego, de repente, una tempestad de lluvia y granizo inundó las calles. Los navíos prometidos por los venecianos todavía no habían llegado y la resistencia de la ciudad estaba al límite.
Al mismo tiempo, los turcos otomanos afrontaban sus propios problemas. El costo para sostener un ejército de 100.000 hombres era muy grande y los oficiales comentaban la ineficiencia de las estrategias del Sultán hasta entonces. Mehmed II se vio obligado a lanzar un ultimátum a Constantinopla: los turcos perdonarían las vidas de los cristianos si el emperador entregaba la ciudad. Como alternativa, prometió levantar el cerco si Constantino pagaba un pesado tributo. Como los tesoros estaban vacíos desde el saqueo de la Cuarta Cruzada, Constantino se vio obligado a rechazar la oferta y Mehmed, a lanzar un ataque rápido y decisivo.
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El asalto final
Mehmet ordenó que las tropas descansasen el día 28 de mayo para prepararse para el asalto final en el día siguiente, ya que sus astrólogos le habían profetizado que el día 29 sería un día nefasto para los infieles. Por primera vez en casi dos meses, no se oyó el ruido de los cañones ni de las tropas en movimiento. Para romper el silencio y levantar la moral en el momento decisivo, todas las iglesias de Constantinopla tocaron sus campanas durante todo el día. El Emperador y el pueblo rezaron juntos en Santa Sofía por última vez, antes de ocupar sus puestos para resistir el asalto final, que se produjo antes del amanecer.
Durante esa madrugada del día 29 de mayo de 1453, el sultán otomano Mehmet lanzó un ataque total a las murallas, compuesto principalmente por mercenarios y prisioneros, concentrando el ataque en el valle del Lico. Durante dos horas, el contingente principal de mercenarios europeos fue repelido por los soldados bizantinos bajo el mando de Giustiniani, provistos de mejores armas y armaduras y protegidos por las murallas. Pero con las tropas cansadas, tendrían ahora que afrontar al ejército regular de 80.000 turcos.
El ejército turco atacó durante más de dos horas, sin vencer la resistencia bizantina. Entonces hicieron espacio para el gran cañón, que abrió una brecha en la muralla por la cual los turcos concentraron su ataque. Constantino en persona coordinó una cadena humana que mantuvo a los turcos ocupados mientras la muralla era reparada. El Sultán, entonces, hizo uso de los jenízaros, que trepaban la muralla con escaleras. Sin embargo, tras una hora de combates, los jenízaros todavía no habían conseguido entrar a la ciudad.
Con los ataques concentrados en el valle del Lico, los bizantinos cometieron la imprudencia de dejar la puerta de la muralla noroeste (la Kerkaporta) semiabierta. Un destacamento jenízaro otomano penetró por allí e invadió el espacio entre las murallas externa e interna, muriendo muchos de ellos al caer al foso. Se dice que el primero en llegar fue un gran soldado llamado Hassan, que murió por una lluvia de flechas bizantinas. En ese momento, el comandante Giustiniani fue herido y fue evacuado apresuradamente hacia un navío. Sin su liderazgo, los soldados griegos lucharon desordenadamente contra los disciplinados turcos. La muerte de Constantino XI es una de las leyendas más famosas del asalto, ya que el Emperador luchó hasta la muerte en las murallas tal y como había prometido a Mehmed II cuando este le ofreció el gobierno de Mistra a cambio de la rendición de Constantinopla. Su cabeza fue decapitada y capturada por los turcos, mientras que su cuerpo era enterrado en Constantinopla con todos los honores.
Giustiniani también moriría más tarde, a causa de las heridas, en la isla griega de Quíos, donde se encontraba anclada la prometida escuadra veneciana a la espera de vientos favorables.
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El saqueo y el control turco
El sitio de Constantinopla
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El sitio de Constantinopla
Desesperados, los supervivientes corrieron a sus casas a fin de salvar a sus familias. Muchos huyeron en navíos, cuando los marineros turcos vieron que la ciudad había caído y podrían aprovechar participando del botín. Los turcos, por orden expresa del Sultán Mehmed (que sería conocido en adelante como Fatih, "el Conquistador") saquearon durante tres días aquellas zonas de la ciudad que más empeño habían puesto en su defensa, violando y asesinando a toda persona que salía a su paso, pero respetaron las zonas de carácter religioso. La Iglesia de Santa Sofía (conocida como Hagia Sophia, "Divina Sabiduría" en griego), el corazón de todo el cristianismo ortodoxo, estaba repleta de refugiados en espera de un milagro que no sucedió: se dio muerte a los clérigos y se capturó a las monjas. Mehmed II entró en la ciudad por la tarde, en desfile triunfal junto a sus generales Zaganos Pasha y Mahmud Pasha, y ordenó que la catedral fuese consagrada como mezquita, despojándola de todos los símbolos e imágenes cristianas, después de haber pasado un buen rato en ella en silencio y rezando de rodillas con dirección hacia La Meca. Quizás por haber considerado demasiado destruida la ciudad, el Sultán ordenó el fin de los saqueos y de la destrucción en el mismo día (contrariando la promesa de tres días de saqueos que hiciera antes de la guerra) y por orden suya no fue incendiada. Terminó con 50.000 prisioneros, entre los cuales había soldados, clérigos y ministros. Este contingente bizantino recibió autorización para vivir en la ciudad bajo la autoridad de un nuevo patriarca, el teólogo Jorge Scolarios, que adoptó el nombre de Genadio II, designado por el propio Sultán para asegurarse de que no habría revueltas. El resto, hasta los 100.000 habitantes que tuvo Constantinopla, perecieron o huyeron.
Muchas de las referencias históricas de la conquista de Constantinopla pertenecen a un superviviente de aquellas jornadas de asedio llamado Georgios Phranza.
De cualquier forma, fue el fin del último reducto de la cultura clásica, el último vestigio del Imperio Romano. Constantinopla pasó a ser la capital de un nuevo imperio que llegaría hasta las mismas puertas de Viena, el Imperio Otomano.
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Implicaciones
La caída de Constantinopla causó una gran conmoción en Occidente, se creía que era el principio del fin del cristianismo. Los cronistas de la época confiaban en la resistencia de las murallas y creían imposible que los turcos pudiesen superarlas. Se llegaron a iniciar conversaciones para formar una nueva cruzada que liberase Constantinopla del yugo turco, pero ninguna nación pudo ceder tropas en aquel tiempo. Los mismos genoveses se apresuraron a presentar sus respetos al Sultán y así pudieron mantener sus negocios en Pera por algún tiempo. Con Constantinopla, y por ende el Bósforo, bajo dominio musulmán, el comercio entre Europa y Asia declinó súbitamente. Ni por tierra ni por mar los mercaderes cristianos conseguirían pasaje para las rutas que llevaban a la India y a China, de donde provenían las especias usadas para conservar los alimentos, además de artículos de lujo, y hacia donde se destinaban sus mercancías más valiosas.
De esta manera, las naciones europeas iniciaron proyectos para el establecimiento de rutas comerciales alternativas. Portugueses y españoles aprovecharon su posición geográfica junto al Océano Atlántico para tratar de llegar a la India por mar. Los portugueses trataron de llegar a Asia circunnavegando África, intento que culminó con el viaje de Vasco da Gama entre 1497-1498. En cuanto a España, los Reyes Católicos financiaron la expedición del navegante Cristóbal Colón, quien veía una posibilidad de llegar a Asia por el oeste, a través del Océano Atlántico, intento que culminó en 1492 con el arribo a América, dando inicio al proceso de ocupación del Nuevo Mundo. Los dos países, otrora sin mucha expresión en el escenario político europeo, ocupados como estaban en la Reconquista, se convirtieron en el siglo XVI en las naciones más poderosas del mundo, estableciendo un nuevo orden mundial.
Otra importante consecuencia de la caída de Constantinopla fue la huida de numerosos sabios griegos a las cortes italianas de la época, lo que auspició en gran medida el Renacimiento.
2006-10-26 17:30:05
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