El 23 de mayo de 1940, a los catorce años de edad, Sathyanarayana se paró ante sus padres y declaró que debía restablecer el principio de rectitud, mancillado de raíz. Reconocido en Putaparti por su bondad, a nadie extrañó su lenguaje redentor. Desde su nacimiento hacía honor a su nombre por su devoción a las cosas santas y a la verdad.
Impensable en Occidente, la existencia de un fenómeno similar provocaría suspicacias fundadas. La India, sin embargo, es tierra pródiga en líderes espirituales, maestros, libros sagrados y sucesos que trascienden nuestra imaginación cultural. El cultivo de la intuición es tan remoto como la búsqueda de sabiduría primordial, la exaltación metafísica, el ascetismo y su fervor por disciplinas, como el yoga, que tienden a explorar la naturaleza de la mente desde distintos niveles de conciencia.
Tal fascinación por los frutos del saber más oculto, aunada a una filosofía cosmogónica colmada de ritos litúrgicos, mantras y creencias relacionadas con la transmigración, no sólo admite una firme y cotidiana fe en los milagros, sino que aun los escépticos aceptan ahí, tarde o temprano, que tanto las manifestaciones como las revelaciones divinas son tan posibles como la aparición anunciada de un ser superior reencarnado.
Para los vecinos de la humilde aldea de Putaparti, por tanto, no se trató de una extravagancia juvenil el anuncio de que el prodigioso Sathyanarayana era nada menos que el Sai Baba de Shirdi, muerto en 1918, ocho años antes del nacimiento del niño. Para confirmarlo, el muchacho declaró que ésta era la segunda de tres encarnaciones destinadas a probar que su vida era su mensaje de paz suprema, ecumenismo, respeto y armonía en un mundo ávido de virtud y principios espirituales. Tras obligadas referencias al maestro de quien obtuvo su nombre, Sathyanarayana consagró los jueves para las oraciones colectivas y remató la ocasión causando, con un giro de su mano, un trozo de la túnica que vestía Sai Baba de Shardi. Era envolvente el olor del jazmín e imparable su capacidad de repartir gemas, joyas, flores... Pasado el ceremonial, respondió toda clase de preguntas proferidas por cientos de testigos.
Multiplicados a la velocidad con que se afamaba su sabiduría, los hechos extraordinarios definieron desde entonces tres aspectos distintivos de su misión: una capacidad de educar que al tiempo lo llevaría a crear escuelas, universidades y orfanatos completamente gratuitos, además de otros centros de libre enseñanza que a la fecha se cuentan entre los más notables, avanzados y completos de la India, incluso en niveles de grado.
De su reconocido don de curar proviene su interés no sólo de hacer de su hospital -especializado en trasplantes de órganos- el más moderno centro quirúrgico experimental y formativo, sino pionero entre una sucesión de fundaciones científicas dedicadas a proteger a los niños. Su principio de amor, finalmente, lo ha convertido en emblema de moralidad y fe reverenciado en casi todas las naciones del mundo, pero sobre todo en su India natal.
Sai Baba cumple con todos los requisitos de un gurú o guía espiritual, además de líder social: carisma indudable, misterio, sabiduría, habilidad persuasiva, auto diciplina, compasión e infatigable tarea fundadora. Ni qué decir de su habilidad para transmitir a distancia el saber. Incluso en la actualidad emprende un programa de saneamiento y distribución de agua potable que beneficia a 1.5 millones de habitantes del Estado de Andra-Pradesh quienes, durante generaciones y siglos, sólo han conocido los rigores de una extrema sequía.
Su poderosa personalidad tampoco ha sido indiferente en los ámbitos políticos. Hace décadas tomó por su cuenta la tarea de presionar a los gobernantes a favor no sólo de la condición femenina, siempre atroz y supeditada a la sicología de la dote, sino de la igualdad humana en términos de justicia...
Pacifista por excelencia, entre sus imperativos resalta su insistencia en el cultivo del patriotismo, la obediencia a las leyes y un respeto irrestricto a las autoridades civiles y religiosas. En realidad, bastaría observar sus dotes de gran civilizador para apreciar a Sai Baba. Enemigo del proselitismo, son contadas las entrevistas que ha otorgado en sus casi 75 años de vida. Su única salida al extranjero fue al sur de Africa para aliviar a las víctimas de la hambruna. Sólo acepta donativos mediante un riguroso sistema institucional controlado y dedicado a la administración de sus hospitales, escuelas y centros de desarrollo social. Practica él mismo el desapego con ascetismo y, de manera magnánima, realiza en todos los órdenes la promesa de dedicarse al servicio desinteresado.
Pedagogo esencial, descree de los procedimientos habituales de enseñanza. Confirma, de acuerdo a los Vedas, que el maestro verdadero subyace en la conciencia de cada quién, pues ésta es un reflejo de nuestro espíritu eterno. "La espiritualidad -dice en sus discursos- consiste en tener el coraje y la determinación de seguir la propia conciencia en todas las cosas y en todo momento (...) Hay que dejar florecer el saber esencial (...) Hay que cultivar la unidad de todos los credos, países, culturas y razas (...) Hay que recobrar una doctrina de amor, de fe en la propia divinidad".
Por cientos de miles se cuentan los peregrinos que acuden semanalmente a su Ashram. Un Ashram poblado que ha sido adaptado para recibir multitudes de todas las nacionalidades y clases sociales. Miembros de la ONU, mandatarios, diplomáticos, empresarios, intelectuales, psicoanalistas, científicos... Lo más disímil llega a Putaparti a mezclarse con el ejército de pobres que, durante horas y horas, a partir de las cuatro de la madrugada, esperan todos los días el recorrido del guía con la esperanza de tocarle los pies, escucharlo, presenciar alguno de sus prodigios o sólo mirar a distancia al hombre que, proclamado avatar, suscita las más variadas emociones, empezando por la simple curiosidad de participar en un fenómeno tan peculiar hasta las más conmovedoras escenas de fe y devoción.
Decir en India que la tarea fundamental de la educación es formar carácter, capacidad de decisión, responsabilidad social, ecumenismo y compromiso espiritual no es atrevimiento menor. Sobre todo si consideramos que en su sistema de castas descansa la justificación milenaria de una injusticia tan arraigada que la miseria extrema que allí se respira sólo puede tolerarse cuando se la explica con alegatos kármicos. De otra manera la bajeza de que es capaz nuestra condición humana resultaría insoportable, igual que la ausencia de sensibilidad para rectificar errores en el orden de la existencia individual.
En India, además, conviven de manera conflictiva prácticamente todas las religiones, doctrinas y credos de nuestro tiempo. Así que insistir en la tolerancia es tanto como poner el dedo en la llaga de las grandes diferencias territoriales, crediticias, ideológicas y políticas que perturban al Subcontinente hasta límites sangrientos.
Su lógica, por basarse en el sentido común y en la más declarada compasión, resulta doblemente revolucionaria: "si hay rectitud en el corazón, habrá belleza en el carácter. Si hay belleza en el carácter, habrá armonía en el hogar. Si hay armonía en el hogar, habrá orden en la nación. Habiendo orden en la nación habrá paz en el mundo..."
Según él, la obligación de los gobernantes es una y la misma en todo tiempo y lugar: asegurar que las personas, sin distingo de origen ni condición, accedan a la totalidad de requerimientos para sustentar la vida humana con dignidad y respeto. Si esto se aplicara no existirían el subdesarrollo ni la criminalidad...
El diario The Times de India publicó el 12 de marzo del año pasado una brevísima aunque reveladora entrevista, de las pocas que Sai Baba suele otorgar: no confía en la importancia ni en la función del periodismo contemporáneo. A la pregunta de S. Balakrishnan de porqué no aprovechar la tremenda influencia que ejerce sobre los políticos para inculcar valores en la vida pública, el Baba respondió: "Los políticos tienen la elección de ejercer un gobierno bueno o malo; ambicionan el poder con desesperación. La política sin principios, la ciencia sin humanidad, la educación sin carácter y el comercio sin moralidad son inútiles. Pueden resultar extremadamente peligrosos y dañar a mucha gente de manera irremisible... Es al hombre al que hay que cambiar. Cambiar al hombre para transformar a la sociedad".
En su lenguaje es notoria la influencia de los textos sagrados estudiados por su familia, generación tras generación. Modernizada, la raíz del hinduismo adquiere una nueva connotación en sus enseñanzas. A la mujer atribuye, por ejemplo, el motor de la transformación que demanda nuestra época. Es ella quien, al progresar y modificar su estado de servidumbre y humillación, conseguirá abatir las peores costumbres que envilecen al hombre, a los hijos y a la sociedad. En la mujer descansa, también, la verdadera dirección del país que se atreve o se niega a reconocer que así como la madre representa el eje reproductor de la miseria, en todos sentidos, también actúa en sentido contrario. De ahí que haya que desconfiar de los gobiernos que no incluyen programas de superación femenina entre sus prioridades.
Cree también Sai Baba, con los Vedas, los Upanishads y especialmente el Bhagavad Gita, que el hombre es bueno por naturaleza, pero se arruina o deforma durante el camino adverso del medio familiar y social. Atribuye al miedo y a las malas compañías las causas inmediatas de las deformaciones de la mente. Su sola presencia alivia la ansiedad de los peregrinos. Sus devotos creen en él absolutamente, al grado de que por miles y cientos de miles se suman los testimonios de quienes han modificado el rumbo de sus vidas por sus lecciones.
Y ya se sabe que, del milenarismo, lo más fascinante está en los fenómenos espirituales y religiosos, quizás el renglón más sensible para absorber las características de temor y esperanza dominantes en nuestro tiempo. Al respecto, hay que señalar que no hay en la historia un solo capítulo de cambio crítico en las civilizaciones -por ejemplo el del fin del helenismo y el ascenso del imperio romano, fechado religiosamente por la venida del Mesías, Jesucristo-, sin la aparición destacada de algún avatar, un reformador, un iluminado... que significa, encarnándolo, "el fin y el principio": Zoroastro, Buda, Mahoma... Las referencias son precisas e identificables las circunstancias que coinciden con la aparición de estas figuras deslumbrantes a las que, invariablemente, envuelve el misterio.
Pese al folclor que sirve de escenario espiritual en Putaparti y de la deliciosa expresión popular que hace tan rica la liturgia en torno de Sai Baba, sería inútil negar su imponente personalidad. Algo muy hondo debe alojarse en quien, como él, es capaz de agitar la conciencia no digamos de los candidatos naturales de Oriente, siempre proclives a ponderar e incluso adorar a sus sabios, sino de occidentales "puros" y tan escépticos como pueden ser algunos psicoanalistas, intelectuales y científicos que peregrinan anualmente en busca de asombro o respuestas espirituales.
Propios y extraños repiten a coro que se trata de un avatar. De origen sánscrito, esta voz, indivisible del hinduismo, se refiere al descenso redentor y humanizado, particularmente de su dios Vishnu, para combatir los influjos del mal y restablecer el dharma o camino espiritual. Divinidad encarnada de acuerdo a estas creencias, a Sai Baba se le atribuyen dones metafísicos como la capacidad de realizar acciones tan extraordinarias como sanar enfermos, materializar objetos emblemáticos, resolver apuros y fortalecer, con hechos concretos, la esperanza de los más desvalidos.
Cierto o no, con fe o sin ella, a las actuales generaciones ha tocado en suerte compartir este fenomeno singular. Que no es necesario peregrinar al sur de la India para conocerlo y gozar de sus beneficios directos porque Sai Baba, por el poder de su gracia, puede manifestarse en sueños, materializarse de cuerpo entero, causar a distancia cualesquiera de sus prodigios o responder al llamado de sus devotos en el punto más alejado de la Tierra.
En todo caso, es innegable que él solo ha sido capaz de mover al elefante blanco que parecía echado sobre uno de los países más atrasados y miserables del planeta. El milagro está ahí, a la vista de todos: hospitales, escuelas, hospicios, una educación revolucionaria, una provincia que se transforma de manera inaudita, una esperanza vivificante y una política que, revestida de espiritualidad, está logrando más transformaciones que todos los gobiernos juntos. ¿Qué más podría desearse de una función y de un líder, en este caso religioso?
2006-10-07 14:40:40
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answer #1
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answered by AnNa 2
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