Edad del niño en el momento de producirse la pérdida. Pueden dividirse las pérdidas en tres fases: a) pérdidas pre-existentes. Es decir, ausencias que se han establecido antes de que el niño pueda percibirlas. Por ejemplo, niños que no han conocido a una o ambas figuras parentales. b) pérdidas tempranas (anteriores a la instalación del pensamiento lógico-concreto, es decir, anteriores a los siete años. c) pérdidas posteriores a la instalación del pensamiento lógico-concreto (entre los 7 y 12 años)
La edad del niño es un factor al que se le concede una gran importancia en cuanto a la posibilidad de elaboración del duelo. La instalación del pensamiento lógico-concreto tiene mucha relevancia en ello. Se considera que para la elaboración del duelo por muerte es necesario tener una clara conciencia de que el objeto perdido no puede volver porque no está en ninguna parte, es decir, que el niño haya comprendido que la ausencia es definitiva. De acuerdo con Piaget, para esto es necesario comprender la ley de constancia del objeto que implica que el objeto está ausente o presente siempre, lo percibamos o no. Para Piaget esta ley sólo puede entenderse con la instalación del pensamiento lógico-abstracto en la adolescencia.
Desde el punto de vista psicoanalÃtico es posible inscribir la ausencia o presencia del objeto muy tempranamente, inclusive antes de la instalación completa del lenguaje a través del registro perceptivo imaginario, aun cuando no haya sido completado el proceso de simbolización. Esta comprensión es observable en el simbolismo lúdico, que ya vimos a propósito del juego del fort-da en el cual se ilustra cómo el deambulador puede registrar la ausencia o presencia de su objeto significativo; esta dialéctica de la aparición y desaparición produce una privación perceptiva que conduce al dolor y al sufrimiento que necesita ser dominada a través de un control activo. Sin embargo, para convertir la privación en pérdida es necesaria la inserción simbólica del acontecimiento, es decir, la puesta en palabras de lo percibido.
A continuación propondré algunos lineamientos en términos del procedimiento terapéutico. Me referiré especialmente a las pérdidas personales de las cuales puede extrapolarse el procedimiento para los otros escenarios mencionados. En relación a las pérdidas corporales, confieso no tener experiencia clÃnica; en parte corresponden al duelo, pero tienen otras implicancias de las que no podrÃa hablar con precisión. Tampoco incluiré el divorcio o separación de la pareja parental, por ser un tema que requiere un tratamiento especÃfico, y porque no necesariamente conduce a un duelo. El acostumbramiento a que los padres han dejado de ser pareja entre ellos lo considero un cambio. Puede, por supuesto, convertirse en duelo si los padres no logran sostenerse como pareja parental y producen un alejamiento radical.
En el planteamiento clÃnico del niño en duelo, en primer lugar es necesario tomar en cuenta que la mayorÃa de las familias no consultan por el duelo sino por los derivados sintomáticos del mismo, y que corresponde al terapeuta y a los otros profesionales relacionados, diagnosticar el compromiso psÃquico que el duelo tiene en la clÃnica que se presenta como motivo de consulta y que puede estar alejada del acontecimiento de pérdida, incluso en el tiempo, ya que el duelo con frecuencia puede quedar encapsulado y congelado, tanto para el niño como para la familia. En segundo lugar, es necesario deslindar diagnósticamente los sÃntomas que pueden estar relacionados con el duelo y los que corresponden a otras patologÃas; este diagnóstico diferencial es complejo porque el duelo infantil no tiene una expresión sintomática especÃfica y puede manifestarse en cualquier área. Por ejemplo, un trastorno de aprendizaje puede, efectivamente, estar comprometido con un proceso de pérdida pero ello no elimina la posibilidad de otras circunstancias psicológicas o neurológicas concomitantes. En tercer lugar, es necesario evaluar la capacidad de los padres o de otras figuras significativas en la ayuda o empeoramiento del proceso. Con frecuencia la familia, si está a su vez alterada por el duelo, puede no tener las condiciones para ayudar al niño en el proceso. El grado de intervención del terapeuta debe ajustarse a esta situación, y es muy variable. Quizás en algunos casos serán suficientes algunas indicaciones y en otros el terapeuta tendrá que tomar un papel protagónico.
En cuanto al proceso terapéutico individual propiamente dicho, la elaboración del duelo en la infancia tiene un camino similar al del adulto, con algunas variantes que a continuación se mencionan. El proceso de duelo tiene las siguientes etapas:
Reconocimiento de la pérdida y de los afectos concomitantes. Antes de llegar a este reconocimiento, el Yo utiliza mecanismos de defensa, especialmente la negación, para evitar la aceptación del hecho o de los afectos relacionados.
Seguir el camino del objeto: la sombra del objeto cae sobre el Yo, dice Freud. Es decir, el Yo se identifica con el objeto perdido y puede producir sÃntomas que vehiculizan esta identificación cuyo caso más extremo es el suicidio.
Triunfar sobre el objeto: el Yo se libera de este peso y reconoce que está vivo en contraposición al objeto que está muerto.
Sustituir al objeto: el Yo busca otros objetos a los cuales unir los afectos perdidos.
El reconocimiento de la pérdida en el niño es necesario ajustarlo al nivel del pensamiento en que se encuentre. Es decir, que en etapas tempranas no podrá pasar del reconocimiento de la privación y del trabajo terapéutico para insertar la privación como pérdida. La comprensión de la radicalidad de la pérdida será también de acuerdo a la posibilidad del niño de comprenderla. El terapeuta requiere una mayor tolerancia con respecto a los mecanismos de negación asà como a los mecanismos mágicos de recuperación del objeto, ya que éstos son inevitables antes de la instalación de las leyes del pensamiento lógico-abstracto. Sin embargo, tiene un gran campo de acción a través de dibujos y juegos para ilustrar al niño la desaparición del objeto, la imposibilidad de verlo, asà como para favorecer la aparición de los sentimientos relacionados.
En el reconocimiento de la pérdida es de gran importancia introducir en la medida de lo posible las causas y acontecimientos relacionados, hasta donde el terapeuta los conoce. Considero totalmente equivocado "respetar la fantasÃa del niño" en cuanto a las causas de la pérdida ya que el imaginario infantil puede producir un daño mucho mayor que la pérdida en sà misma. Recuerdo el caso de una paciente adulta que repetÃa compulsivamente una pérdida traumática infantil porque la desaparición temporal de los padres asà como su mudanza de ciudad, no tuvieron la menor explicación verbal, dando lugar a las más crueles fantasÃas por su parte y a sentimientos de odio hacia la madre que le costó mucho trabajo elaborar en su tratamiento adulto. El terapeuta no tiene por qué inventar lo que no sabe pero tampoco ocultar lo que sabe, y está en su buen juicio el elaborar una versión de los acontecimientos adecuada a la verdad y a la comprensión del niño paciente. Con frecuencia los mecanismos de negación de la familia pueden mistificar las circunstancias de la pérdida y producir versiones que lejos de ayudar al niño lo entorpecen. Particularmente, en los casos de ausencias indefinidas, desapariciones o abandonos, la familia puede ceder a la tentación de elaborar mitologÃas sobre el personaje ausente, o cerrarse a toda investigación por parte del niño.
En estos casos, corresponde a la habilidad negociadora del terapeuta el llegar a un acuerdo con la familia de cómo, cuándo y cuánto de la verdad de los hechos puede ser comunicada. Puede ser conveniente usar entrevistas familiares o también, si esto no luce como un procedimiento favorable, el terapeuta hacerse cargo de iluminar ante el niño lo que puede saberse de la ausencia. No es su papel disculpar o culpar al ausente, quizá baste con decir que a veces las personas mayores hacen cosas incomprensibles. Tampoco puede prometer un final feliz en el cual algún dÃa el ausente se resolverá a volver sino acompañar al niño en la duda de si esto ocurrirá o no.
En la elaboración de la pérdida es también de gran importancia ayudar al niño a evaluar sus sentimientos hacia el objeto perdido. El grado de amor y odio que el niño siente hacia el objeto desaparecido debe surgir del mismo niño y no de la suposición teórica del terapeuta. Quiero decir con esto que no todos los niños tienen la suerte de contar con objetos buenos y que a veces el objeto desaparecido puede haber sido malo para el niño, con lo cual es necesario estar atentos a los sentimientos de culpa, ya que el niño puede tener un duelo patológico, es decir, reprocharse no estar suficientemente triste. Por otra parte, no es necesario suponer que el niño siente la desaparición como abandono y por consiguiente odia al objeto. Esto puede ser o no cierto en cada caso y es necesario distinguirlo. En la aparición de los sentimientos ambivalentes hacia el objeto perdido, es muy importante ayudar al niño a reconocerlos pero no creo que deba de ser dejado en la duda de si estos sentimientos tienen algo que ver con lo ocurrido. Un niño puede, efectivamente, haber concebido sentimientos muy hostiles hacia un hermano, pero el terapeuta debe no sólo ayudarlo a reconocerlos sino a comprender que el hermano murió por otras causas y explicarle con nociones sencillas los efectos de la enfermedad o accidente que produjo la muerte. No se trata de un ejercicio necrofÃlico sino de respetar la necesidad de conocimiento que cada niño tenga y las variantes individuales. Para algunos niños será suficiente saber que la enfermedad no era curable, otros querrán ver en láminas anatómicas cómo era el órgano enfermo o saber más de la enfermedad. No olvidemos que los niños contemporáneos tienen niveles de información mucho más complicados que en épocas anteriores. AsÃ, por ejemplo, en el caso de muerte de un hermano, podrÃa decir algo como, "a veces sentÃas mucha rabia con tu hermano, a todas las personas nos pasa, que tenemos rabia con las personas que queremos, pero tu hermano no se murió por eso, aunque tú lo hubieras querido siempre, igual él se iba a morir porque le dio una enfermedad que hace tal y tal cosa en el cuerpo…"
En la fase del duelo correspondiente a seguir el destino del objeto, el sujeto en duelo se identifica con el objeto perdido y puede tener conductas o sentimientos de autodestrucción. Esta fase del duelo en niños debe tener un mayor énfasis en la posibilidad y deseo de supervivencia ya que la dependencia infantil acentúa la ansiedad del niño, quien puede verse a sà mismo en peligro, por la ausencia de un objeto protector. Es muy importante tomar en cuenta que la pérdida ocasiona en el niño, además del problema de la ausencia del objeto, un daño narcisista. El grado de diferenciación de su familia y de su entorno es menor en el niño que en el adulto. El niño no solamente pierde un objeto sino un valor narcisista que requiere para la construcción del Yo que no ha finalizado su proceso. En cierta forma pierde una parte de sà y pierde una parte revestida de valor narcisista que lo coloca en desventaja subjetiva. Recordemos a Freud que en Aflicción y MelancolÃa (1917) relacionaba el duelo con la pérdida de un objeto asà como con la pérdida de un ideal. El lazo afectivo del niño no sólo está en razón de la dependencia emocional con el objeto sino con los ideales narcisistas atribuidos al objeto, asà como con la caÃda de la omnipotencia infantil. La muerte, la desaparición de una figura parental o fraternal, el cambio significativo del entorno relacional, ocasionan en el niño una profunda y prematura decepción ante la omnipotencia de su deseo y lo introducen en la dimensión de lo efÃmero y frágil de la existencia. De modo que además del dolor por la ausencia objetal es necesario tomar muy en cuenta la insuficiencia narcisista que plantea la experiencia prematura de la pérdida que, repito una vez más, es una condición muy diferente a las transformaciones y cambios que se suceden a lo largo de toda vida.
En la fase de sustitución, el terapeuta debe tener una mayor conducción que en el paciente adulto porque las posibilidades de sustitución del niño son más escasas o de más difÃcil acceso. Los objetos significativos no son siempre sustituibles, a ninguna edad, y en las sustituciones parciales el terapeuta infantil puede tener un papel más activo que el terapeuta de adultos. En este aspecto el concurso familiar y escolar es de absoluta necesidad, ya que con frecuencia los miembros de la familia con los que el niño cuenta, están a su vez en duelo, y esto puede ocasionar una doble pérdida, la del objeto desaparecido y la ausencia emocional de los objetos presentes; de modo que en estos casos, como en casi todos los relacionados con la psicoterapia infantil, el terapeuta necesita trabajar con la familia de acuerdo a la evaluación del caso especÃfico. Por otra parte, es necesario tomar en cuenta que en la infancia, la transferencia afectiva de un objeto a otro es más rápida que en la vida adulta, y no puede ser calificada como sustitución manÃaca de la misma manera en que se harÃa con un paciente adulto. El terapeuta deberá estar atento a disminuir los sentimientos de culpa en el niño si éstos le entorpecen el vÃnculo con el objeto sustitutivo, haciéndolo sentir que traiciona al objeto perdido. Por ejemplo, ante la mayor vinculación con un abuelo o abuela producida por una pérdida parental, podrÃa decirse algo como, "tú querÃas mucho a tu papá y no lo vas a dejar de querer, pero ahora necesitas a tu abuelo y necesitas quererlo, tu papá estarÃa de acuerdo".
También es un duelo de objeto significativo la presencia de una enfermedad gravemente incapacitante de alguno de los padres o trastornos psiquiátricos y neurológicos irreversibles que convierten al objeto en ausente. De nuevo, el terapeuta tendrá que estar del lado de la verdad y de la imposibilidad del niño de comunicarse con ese objeto que, si bien es percibible, no es alcanzable. En estos casos, como en el que menciono a continuación, el terapeuta requiere información constante y actualizada del proceso de la enfermedad, bien a través de un miembro de la familia o bien del médico tratante. No es muy frecuente pero puede también presentarse el caso de que el terapeuta o la escuela sean solicitados ante la inminencia de muerte de un miembro del grupo familiar. El procedimiento terapéutico es básicamente el mismo que en el caso de que la muerte ya haya ocurrido, con la salvedad de que el terapeuta debe acompañar al niño en la esperanza de que la pérdida no se produzca, sin dejar por eso de ayudarlo a comprender las causas por las cuales la enfermedad es mortal.
En resumen, el mayor enemigo en la elaboración del duelo en la infancia es la creencia de que los niños no pueden atravesar el dolor de las pérdidas. Si bien, como mencioné más arriba, los mecanismos mágicos de recuperación del objeto no son totalmente extinguibles en la infancia y debe permitirse su alternancia con la prueba de realidad, también los adultos utilizamos estos mecanismos, cuando soñamos con personas desaparecidas o cuando utilizamos rituales de recuperación. A pesar de que el niño pueda alternar la negación con la aceptación de la pérdida, un proceso de duelo bien conducido en la infancia, lo ayudará a asentar una elaboración favorable para el futuro, pues, en definitiva, de eso se trata: de ayudar al niño a que pueda proyectar su existencia a pesar de lo perdido.
2006-10-06 18:08:24
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answer #2
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answered by marcosgrana 1
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