FUE O ERA.
PERO CREO QUE CON ESTO LO VAS A CONOCER, HASTA SUS PADRES TE VOY A PRESENTAR:
El día 27 de diciembre de 1822, a las dos la mañana, nació Luis Pasteur en una pequeña habitación en la casa número 42 de la calle de los Curtidores, hoy calle de Pasteur, en la ciudad de Dole. Sus padres fueron Juan José Pasteur, de oficio curtidor, ex suboficial del ejército de Napoleón I, y Juana Estefanía Roqui. Este matrimonio tuvo, antes que a Luis, a un niño que vivió sólo unos meses y a una niña; después le nacieron otras dos hijas.
Algún tiempo después del nacimiento de Luis la familia Pasteur se trasladó a Marnoz en donde la esposa de Juan José poseía algunos bienes, por donación de su madre, pero como esa localidad no era favorable para la curtiduría y, en cambio, había facilidades para ella en la cercana ciudad de Arbois, a ésta se trasladaron los Pasteur y desde entonces hasta el fin de sus días, Luis Pasteur tuvo en Arbois hogar familiar, abrigo para sus trabajos, sepultura para sus deudos y solaz para sus vacaciones, siempre disminuidas por trabajos relacionados con sus investigaciones, por lo cual, si es verdad que nació en Dole, se podría decir que Pasteur fue más bien hijo de Arbois.
En esa ciudad transcurrieron la infancia y la adolescencia de Pasteur. Allí fue a la escuela primaria, alojada en el edificio del colegio local; allí estudió con muchos otros chicos de la ciudad y con ellos alternaba juegos y trabajos, atendiendo a sus lecciones y paseando y pescando en las orillas del Doubs, el arroyo que cruza la población y que más adelante se convierte en río. Allí contemplaba a su padre trabajar asidua y penosamente para subvenir a las necesidades de su familia, mientras la madre diligente se ocupaba en las labores hogareñas, ayudada por sus hijas, y a todos prodigaba cuidados y ternura. La vida en aquel hogar era sencilla y austera. Juan José era poco comunicativo; sólo tenía unos cuantos amigos y se decía de él que nunca iba a un café. Para descansar de sus tareas se distraía leyendo libros que narraban hazañas bélicas, en algunas de las cuales participó, y así mantenía vivo el recuerdo de aquel Emperador —un semidiós para él— que un día, después de que se hubo distinguido notoriamente en alguna acción de guerra, prendió en su pecho aquella insignia que un poeta describiera más tarde "como una joya que brota de una herida", la cruz de Caballero de la Legión de Honor.
Luis cumplía sus deberes escolares sin distinguirse mayormente; no fue un "niño prodigio", pero el director del colegio, el señor Romanet, reconocía en aquel chico serio y nada bullicioso, cualidades estimables, como una viva imaginación, al mismo tiempo que la de nunca afirmar algo de lo que no estuviera plenamente seguro. Juan José deseaba para su hijo una posición social mejor que la suya propia, pero limitaba esa ambición a verlo un día llegar a ser profesor en el colegio local. Cuando el señor Romanet, confirmando su opinión anterior, sugirió que Luis debería prepararse para optar a ingresar en la Escuela Normal Superior de París, Juan José, tal vez ufano por la estimación que su hijo suscitaba, pero temeroso ante la idea de su separación, juzgaba innecesaria y excesiva semejante pretensión.
Mientras tanto, comenzó a destacar en Luis una aptitud, por cierto no premonitoria de lo que sería más tarde: una clara habilidad para el dibujo y la pintura, especialmente para el pastel, que aplicó a hacer retratos de varias personas de la ciudad, amigos de su familia, simples conocidos o gente con cierta posición social. Romanet seguía insistiendo en aquella idea, convencido de que su alumno llenaría los requisitos exigidos para ser admitido en la Escuela Normal, después de que completara la preparación necesaria para ello, y aconsejaba, con este fin, enviarlo a París para que hiciera estudios superiores a los que eran posibles en Arbois. Juan José temía por la suerte que correría su hijo, tan lejos de su hogar, y consideraba también el gasto que su estancia en París exigiría, pero un amigo de la familia, el capitán Barbier, sugirió que el joven se alojara en la pensión que en París tenía un señor Barbet, oriundo también del Franco Condado, y quien solía hacer concesiones favorables, en ese sentido, a sus compatriotas. Así fue decidido al fin, y en octubre de 1838, acompañado por su amigo Jules Vercel, quien también se disponía a pasar su bachillerato, emprendió Luis el viaje a la capital. Alojado en la pensión Barbet, Pasteur fue presa de la más intensa nostalgia, que nada lograba aliviar, hasta que un mes después Juan José se presentó en París, y dijo a Luis, simplemente: "He venido a buscarte" y lo llevó consigo a Arbois.
De nuevo en su hogar y en la ciudad de su infancia, Pasteur volvió a su colegio y se aplicó intensamente al dibujo y a la pintura. Una tras otra varias personas de la localidad fueron retratadas hábilmente por él, lo que le valió elogios de amigos y conocidos de su familia. Al término del curso de retórica, recibió buen número de premios, mientras que Romanet seguía alentando en él la ambición de la Normal. Como no había en Arbois el curso de filosofía y no era aconsejable por entonces un nuevo intento para que volviera a París, se resolvió enviarlo al Colegio Real de Besanzón, para que terminara allí los estudios del bachillerato y se preparara para los exámenes de admisión en la Escuela Normal. Procediendo así había la ventaja, además, de que la proximidad de Besanzón permitiría que cuando Juan José fuera a ésa ciudad en los días de mercado para vender sus cueros, visitaría a su hijo, y con ello haría menos penosa su separación.
Pasó con éxito los exámenes para el bachillerato en letras, en agosto de 1840. El jurado de ese examen consignó en el acta correspondiente que las respuestas del sustentante habían sido "muy buenas sobre los elementos de las ciencias". Por primera vez se hizo así patente en Pasteur la inclinación a lo que ocuparía después toda su vida. Cuando volvió de sus vacaciones, el alumno Pasteur fue nombrado profesor auxiliar en su colegio, con derecho a alojamiento, comida y un sueldo de trescientos francos anuales, el cual comenzaría a recibir a partir del siguiente enero. Así, el primer dinero que Pasteur ganó en su vida lo obtuvo por sus actividades como maestro, las cuales realizaba con éxito satisfactorio; se decía que sus lecciones eran claras y que su carácter le permitía ejercer su autoridad con facilidad y amablemente. En sus breves momentos libres leía con gusto varias obras literarias por entonces en boga, y en algunas de sus cartas aludió especialmente a una, que tenía por título nada menos que "Ensayo sobre el arte de ser feliz" y por autor a un escritor ya viejo, también oriundo del Franco Condado, apellidado Droz. Escribía Pasteur a sus padres que los domingos, "durante los oficios", no leía otra cosa que las obras de Droz, y añadía: "Creo que obrando así me conformo con las más bellas ideas religiosas, a pesar de lo que pudiera decir algún fanatismo tonto e irreflexivo". Daba así muestra temprana de lo que en él sería su sentimiento religioso.
Durante su estancia en Besanzón, Pasteur se hizo de varios amigos, entre ellos uno apellidado Chappuis, quien lo fue por toda su vida y cuyo trato le resultó muy provechoso después, sobre todo en los primeros años de su estancia en París. Su empeño para estudiar y el desarrollo de sus aptitudes le hicieron lograr por dos veces el segundo lugar en física y, más tarde, el primero, con lo cual crecía su esperanza de ingresar en la Escuela Normal, y todavía algo más: escuchando el parecer de alguno de sus maestros, concibió el deseo de presentarse también a la Politécnica, pero Chappuis, quien por entonces ya estudiaba en París, logró disuadirlo de este propósito y decidirlo a optar definitivamente por la Escuela Normal.
En agosto de 1842 presentó, en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Dijon, el examen para el bachillerato en ciencias, y pocos días después fue declarado admisible al concurso para el ingreso en la Escuela Normal, en el cual fue aprobado en decimoquinto lugar entre veintitrés concursantes. No satisfecho con este resultado, Pasteur resolvió prepararse en París durante otro año y después presentarse de nuevo al examen de ingreso en la Normal. En octubre siguiente partió con Chappuis y fue a alojarse en la pensión Barbet, en la que pagaba sólo la tercera parte de la cuota ordinaria, porque actuaba como repetidor, dando una lección diariamente de seis a siete de la mañana.
Por desgracia se perdieron las cartas que Pasteur escribió a sus padres entre 1843 y 1848 y sólo se tiene información documentada de lo que pensaba y de lo que hacía por algunas que escribía a sus amigos y por las que recibía de sus padres. Por ello no se tiene noticia de lo que pensaba acerca de sus profesores, en este periodo de sus estudios, como la que ha quedado de cuando estudiaba en el colegio de Besanzón o después en el Liceo de San Luis. Sin embargo, se sabe que le interesaban especialmente la física, la química y la mineralogía. De la primera, sobre todo la polarización de la luz, revelada en gran parte por los trabajos de Biot, Malus y Arago. De la mineralogía le atrajo especialmente la cristalografía, que estudiaba con Delafosse, discípulo directo de Haüy, uno de los fundadores de esa disciplina. Hay quienes piensan que esa predilección obedecía, al menos en parte, a la sensibilidad de Pasteur para la contemplación de las formas, manifiesta en su afición al dibujo y a la pintura, pero lo que no es dudoso es la atracción que sobre él ejercía considerar las relaciones que ligaban esas tres disciplinas científicas contemplando la polarización en relación con la estructura cristalográfica y con la composición química de varios cuerpos.
Además de cumplir celosamente sus deberes como alumno, de asistir a las lecciones que Dumas daba en la Sorbona y de ejercitarse asiduamente en las manipulaciones de laboratorio, Pasteur frecuentaba la biblioteca de la escuela, y leía allí ávidamente las revistas científicas que daban cuenta de los avances de las ciencias. Un día encontró así una nota del químico alemán Mitscherlich, presentada por Biot a la Academia de Ciencias de París, que comunicaba que el tartrato y el paratartrato de sosa y de amoniaco, sustancias con la misma composición química y con idénticos caracteres físicos y cristalográficos, se comportan de manera diferente con la luz polarizada: la solución del tartrato desvía el plano de la polarización, mientras que la del paratartrato carece de tal propiedad. Pasteur no podía creer el fenómeno que Mitscherlich describía; pensaba que en su observación habría habido alguna omisión o algún error y se propuso estudiar minuciosamente este problema. Por de pronto se dedicó a preparar su examen para la licenciatura y fue aprobado en 1845.
Conforme a las disposiciones legales y al contrato que había firmado al ingresar en la Escuela Normal, Pasteur debía tomar una plaza como profesor en un liceo de provincia; el 24 de aquel mismo mes fue nombrado profesor de física en el Liceo de Tournon. Su padre habría preferido que se le hubiera destinado a Besanzón, y aun le sugirió que buscara el apoyo de Pouillet, aquel compatriota suyo, profesor de física y miembro del Instituto, para lograrlo. Por su parte, Pasteur, desde Arbois, adonde fue a pasar breves vacaciones, escribió al subdirector de la Escuela Normal pidiéndole que se le nombrara, como se le había ofrecido, preparador en el laboratorio de Balard, y fue gracias al empeño que éste puso en ayudarlo, como Pasteur fue nombrado Agregado-Preparador en la Escuela Normal, con Balard, al menos mientras preparaba sus tesis para el doctorado.
Preocupado por su futuro económico, Pasteur pidió a Dumas que influyera para ser nombrado, además de preparador en la Normal, repetidor en la Escuela Central. También escribió a Dumas pidiéndole que lo ayudara a prepararse para ser un buen profesor. Por otra parte, seguía deseando hacer investigación; propuso a Balard hacer un trabajo bajo la dirección de éste y llegó a sugerir uno sobre la influencia que podría tener la presión, menor o mayor que la atmosférica, sobre la cristalización. Su padre volvía a escribirle, como antes lo hizo muchas veces, recomendándole que cuidara su salud, que no trabajara demasiado, y le decía: "sobre todo, haz que te den buen vino".
Terminó por fin sus tesis para el doctorado. La de física versó sobre la ayuda que la cristalografía y la física podrían prestar a la química, y la de química sobre la capacidad de saturación del ácido arsenioso y sobre los arsenitos de sosa, de potasa y de amoniaco. Estas tesis fueron sostenidas el 27 de agosto de 1847, después de lo cual Pasteur marchó a Arbois para descansar por unos días.
Entretanto, Pasteur seguía buscando su destino. Escribió al ministro de Instrucción Pública pidiéndole una plaza de profesor suplente en la Universidad de Montpellier. De pronto un suceso imprevisto vino a turbar la tranquila vida del nuevo doctor: fue la revolución de 1848, que derribó la monarquía real e instauró la República. Pasteur participó del entusiasmo popular; se sintió ardiente republicano, se alistó en la Guardia Nacional y corrió a depositar en un "altar de la patria" todas sus economías, pero aquel entusiasmo pasó pronto, dejó toda actividad cívica, volvió a sus cristales, siguió estudiando los tartratos y, especialmente, el problema de Mitscherlich.
Como hipótesis de trabajo para resolver ese problema formuló la teoría de que los tartratos serían hemiédricos y que por ello eran activos sobre la luz polarizada, en tanto que los paratartratos, no hemiédricos, deberían a este carácter su inactividad rotatoria. Observó atentamente sus cristales y encontró que, como había supuesto, los tartratos presentaban una hemiedría que había pasado inadvertida para Mitscherlich y para Biot, pero para su sorpresa y decepción, encontró que los paratartratos también eran hemiédricos. No abandonó por ello ese estudio ante aquel aparente fracaso. Armado con una lupa miró más atentamente los cristales del paratartrato y vio entonces que unos de ellos eran hemiédricos a la derecha y otros lo eran a la izquierda; que las soluciones de los primeros desviaban el plano de la polarización a la derecha y las de los otros lo desviaban a la izquierda y que la solución de una mezcla de unos y otros no causaba desviación porque el efecto de unos neutralizaba el de los otros. De esta suerte quedó definitivamente resuelto aquel problema al que sabios tan avezados como Mitscherlich y Biot no habían encontrado resolución satisfactoria.
Este descubrimiento causó gran satisfacción a su autor, y con justa razón. Abrió brillantemente su carrera como investigador, le hizo ver que tenía capacidad para la investigación científica, y afirmó en él su aprecio por la observación cuidadosa y precisa y por la experimentación correcta. Pronto comenzó a divulgarse en el medio científico el meritorio descubrimiento de Pasteur. Balard hablaba de él con entusiasmo, y cuando Biot lo hubo escuchado, se mostró incrédulo y sugirió que Pasteur fuera a repetir delante de él el experimento que lo había llevado a ese descubrimiento.
Concertada una cita, Pasteur fue al Colegio de Francia, en donde Biot tenía su laboratorio. El propio Biot preparó las soluciones de tartrato y de paratartrato; dejaron pasar unos días para que cristalizaran, al cabo de los cuales volvió Pasteur y, en presencia de Biot, separó manualmente los cristales de paratartrato derechos e izquierdos. Hechas las soluciones de unos y de otros, Biot comprobó la exactitud de la observación de Pasteur, a quien felicitó con entusiasmo. Desde entonces hasta el fin de sus días, Biot fue para él un amigo afectuoso y un protector decidido, y como tal lo ayudó reiteradamente en su carrera.
La alegría que ese descubrimiento dio a Pasteur fue enturbiada por una gran pena; el 21 de mayo su madre murió súbitamente en Arbois, víctima de una apoplejía. El dolor de Pasteur fue inmenso; por varios días le fue imposible trabajar y parecía que no habría de hallar consuelo, pero logró dominar su sentimiento y encontrar en el trabajo un lenitivo para su dolor.
Aun cuando Balard había obtenido, con la intervención de Thénard, que Pasteur se quedara en París todavía por más tiempo, éste no quiso dejar de cumplir el compromiso que contrajo cuando fue admitido en la Escuela Normal, y se dispuso a prestar sus servicios como docente en un liceo, pero abrigaba la esperanza de profesar en una universidad para poder continuar sus investigaciones. Fue destinado entonces al Liceo de Dijon, el 16 de septiembre de ese año, con disgusto de Biot y de otros de sus protectores, quienes consideraban que debería seguir sus trabajos en París o al menos ir destinado a una universidad. Su estancia en Dijon fue breve y durante ella dedicó su mayor empeño a preparar y a dar bien sus lecciones. Sin embargo, hizo gestiones para ser nombrado en la Facultad de Ciencias de Besanzón, lo cual no pudo lograr, pero, en cambio, a fines de diciembre fue nombrado profesor suplente de química en la de Estrasburgo.
El 15 de enero de 1849 llegó Pasteur a Estrasburgo y fue a alojarse en la misma casa en la que vivía Bertin, su amigo de la infancia, ya entonces profesor de física en la Facultad local. Todo era grato a Pasteur en Estrasburgo, menos la lejanía de Arbois. Volvió a pensar en llevar consigo a una de sus hermanas, decidido a no contraer matrimonio pronto. Pero antes de un mes de llegado a la ciudad, invitado por el rector Laurent a una de las reuniones familiares que éste hacía en su casa, conoció a María, hija de aquél, y decidió en seguida que ella sería la compañera de su vida. Ceremoniosamente se dirigió al Rector comunicándole su sentimiento hacia su hija, informándole de su situación personal y anunciándole que en breve su padre vendría a Estrasburgo para pedirle formalmente la mano de María. Escribió a la madre de ésta pidiéndole permiso para ver a su hija, si ella lo aceptaba, y, en la misma fecha, a la propia María, declarándole su amor y diciéndole su ilusión de hacerla su esposa. Escribió también a su padre comunicándole su resolución; Juan José fue a Estrasburgo acompañado de su hija Josefina, pidió formalmente la mano de la prometida y el matrimonio se efectuó el 29 de mayo. Fue el principio de una larga y serena vida conyugal durante la cual Pasteur tuvo siempre en su mujer el afecto, la comprensión y la abnegación que un hombre de ciencia necesita para no ser perturbado por problemas sentimentales u hogareños. Nunca tuvo más eficiente, entusiasta y discreto confidente para sus sueños; sus proyectos y sus realizaciones que la señora Pasteur, quien a menudo le ayudaba materialmente tomando sus dictados o copiando en limpio sus trabajos. La muy grande y efectiva ayuda que esta mujer dio a su marido la hizo justamente merecedora de una parte de la gloria que aquél supo conquistar.
Entretanto, Pasteur cumplía de la mejor manera posible sus deberes como profesor, al mismo tiempo que trabajaba intensamente en sus temas de investigación. En el mes de abril envió a la Academia de Ciencias de París su segunda memoria sobre "Las relaciones que pueden existir entre la forma cristalina, la composición química y el sentido de la polarización rotatoria", casi un año después de haber presentado una nota sobre el mismo tema a la citada corporación. En septiembre envió otra sobre "Las propiedades específicas de los dos ácidos que componen el ácido racémico". Seguía en correspondencia con su maestro Biot, a quien enviaba muestras de los dos ácidos en cuestión, y, además, unos modelos tallados en corcho por su propia mano, que representaban en grande a esos cristales, y en los que hacía resaltar, pintándolas, las aristas y las facetas. Estos modelos están ahora en el Museo de Pasteur, alojado en el Instituto del mismo nombre, en París.
Al año siguiente, el de 1850, Pasteur preparó una memoria más con sus estudios cristalográficos, de la cual leyó un amplio resumen ante la Academia de Ciencias de París, y además, a petición de la propia academia, hizo una exposición oral sobre el mismo tema. Esa nota fue objeto de un dictamen, redactado por Biot, quien hizo gran elogio de aquel trabajo. Seguía en creciente el aprecio que a Pasteur se mostraba en los medios científicos de París.
En 1851 fue publicada in extenso, en los "Anales de física y de química", la memoria a que antes se hizo referencia. En las vacaciones del mismo año Pasteur fue a París, acompañado por su padre, y ambos visitaron a Biot, quien los recibió, con su mujer, de la manera más cordial. En esa ocasión llevó a Biot y a la Academia de Ciencias los resultados de sus más recientes investigaciones, en una "Memoria sobre los ácidos málico y aspártico". Para elaborar ese trabajo había puesto en juego su gran laboriosidad y la firmeza con que se enfrentaba a los obstáculos que se oponían a sus trabajos. Teniendo necesidad de asparragina, sustancia que por entonces era difícil procurarse en el comercio, decidió prepararla él mismo, para lo cual tuvo que cultivar, en el jardín de la Facultad, la planta, una especie de haba, de la que extrajo el producto que necesitaba.
Vuelto a su hogar, prosiguió intensamente sus trabajos. Todo marchaba por entonces para él de la mejor manera posible; su mujer le ayudaba en cuanto podía; ya tenían dos hijos, Juana, nacida en 1850, y Juan Bautista, un año menor que su hermana. En 1852, y cuando sólo tenía treinta años de edad, se pensaba ya en Pasteur para hacerlo miembro del Instituto. Regnault, especialmente, se empeñó en lograrlo, pero Biot fue de parecer que habría que esperar una Vacante más apropiada, en la sección de química. Entretanto, el otro mentor de Pasteur, Dumas, mostraba su aprecio por este discípulo solicitando para él la Legión de Honor y asegurándole que en cuanto hubiera una vacante en el instituto, sería designado para ocuparla. Al mismo tiempo, Regnault y alguien más, bien situados en el medio científico, trabajaban por llevar a Pasteur a París, en una situación que le facilitara seguir sus investigaciones. Biot, en cambio, convencido de que Pasteur estaba en el buen camino, pensaba preferible que siguiera trabajando por algún tiempo como lo estaba haciendo, en el medio tranquilo de Estrasburgo.
Al llegar, con el mes de agosto, las vacaciones de aquel año, Pasteur tuvo la suerte de conocer personalmente a Mitscherlich, invitado por Biot a comer en unión de Thénard y otros varios eminentes hombres de ciencia. El sabio alemán declaró estar enteramente de acuerdo con la resolución que Pasteur había hallado para su problema, y la elogió con entusiasmo. Además le informó que en Alemania había un fabricante que obtenía de nuevo el ácido paratártrico, el cual se había vuelto muy escaso por entonces. Esa noticia hizo a Pasteur decidirse a viajar para examinar las condiciones en que ese ácido aparecía en las fábricas del tártrico, y para procurarse alguna cantidad de él. Sin esperar a obtener para hacer ese viaje alguna ayuda oficial, que sus protectores solicitaban, emprendió su primer viaje fuera de Francia, en septiembre, y visitó varias fábricas de ácido tártrico en Leipzig, Dresden, Viena y Praga. Se enteró de las circunstancias en que aparecía el ácido racémico y aun obtuvo una corta cantidad de él para continuar sus estudios. En ese mismo año publicó su memoria sobre los ácidos aspártico y málico, de la que antes había presentado un extracto a la Academia de Ciencias, a la cual entregó en abril del siguiente otra nota, con nuevas "Observaciones sobre la populina y la salicina artificial", preparada en colaboración con Biot. En agosto presentó a la misma corporación un extracto de una nueva memoria, "Nuevas investigaciones sobre las relaciones que pueden existir entre la forma cristalina, la composición química y el fenómeno rotatorio molecular", la cual fue publicada in extenso en los Anales de física y de química" en el siguiente año.
A pesar de que el fabricante Kestner, descubridor del ácido racémico, pudo reunir una importante cantidad de este producto, que envió a la Academia de Ciencias en 1853, Pasteur se empeñaba en buscar la manera de transformar el ácido tártrico en paratártrico o racémico. Biot y Senarmont, desde París, lo alentaban en este esfuerzo; al mismo tiempo le pedían que fuera paciente y que procurara no anunciar su descubrimiento sino hasta que hubiera comprobado plenamente su realidad. Por fin el 1º de junio, escribió a su padre diciéndole que acababa de telegrafiar a Biot comunicándole que había logrado su propósito, sometiendo a temperatura elevada el tartrato de cinconina durante varias horas. Obtuvo, además, una nueva forma del ácido tártrico: el ácido neutro frente a la luz polarizada. Por este descubrimiento la Sociedad de Química y Farmacia le otorgó su premio anual de 1 500 francos, la mitad de lo cual empleó Pasteur en adquirir material de laboratorio que necesitaba y que su Facultad no podía proporcionarle. No fue ésta la única vez que tuvo dificultades para obtener el dinero que necesitaba para sus trabajos. Su estancia en Estrasburgo fue fecunda en accidentes de esa naturaleza; en peticiones que, por los conductos formales, hacía llegar al ministro de Instrucción Pública y que seguían los avatares burocráticos no siempre con resultados positivos. Esta escasez lo acompañó en casi toda su carrera de investigador, pues sólo en las últimas etapas de ella pudo disponer ya, sin tropiezos, de lo que necesitaba para sus trabajos, especialmente cuando fue creado el Instituto al que se dio su nombre. En cambio, tuvo el placer, en aquellos días, de recibir la Legión de Honor, solicitada para él por Dumas.
El éxito que hasta entonces había tenido en sus investigaciones exaltó la viva imaginación de Pasteur y lo llevó a dar una importancia muy grande al fenómeno de la disimetría molecular, a pensar que no existiría sólo en los cristales, a tomarlo como un carácter propio de la materia orgánica, como un elemento de la vida y aun como algo de extensión universal. Arrebatado por esa imaginación ideó nuevos y complicados experimentos, con solenoides, helióstatos y bobinas que para él construyó el propio Ruhmkorff y con los cuales pensaba demostrar la influencia de la disimetría en la producción de la vida. Dumas y Senarmont trataban de disuadirlo de dichos experimentos, hasta que finalmente él mismo se dio cuenta de que fracasaba en su empeño y aun llegó a escribir, al respecto, a un amigo suyo: "Se necesita estar loco para emprender lo que yo he emprendido". El 7 de septiembre fue nombrado como titular en el puesto de profesor de química, el cual había ocupado hasta entonces interinamente. En el mismo año recibió la Medalla de Rumford, que le fue otorgada por la Royal Society, de Londres, por su descubrimiento de la naturaleza del ácido paratártrico y el del efecto de éste sobre la luz polarizada, los que aquella venerable institución calificó sin reservas de "inesperados y brillantes".
Un acontecimiento sobresaliente en la vida de Pasteur fue su nombramiento, el 2 de diciembre de 1854, como profesor y decano de la Facultad de Ciencias de Lila, acabada de crear, con cuatro cátedras: matemáticas, física, química e historia natural; Pasteur fue encargado de la de química. Al nombrarlo, el ministro de Instrucción Pública que lo escogió para esos puestos, le recomendó especialmente que sus enseñanzas y sus investigaciones tuvieran en cuenta las necesidades de las industrias de la región, con lo cual se inició otro cambio trascendente en la actividad científica de Pasteur, ya que desde entonces no se ocuparía sólo de ciencia pura, sino que ahora se le pedía encontrar y enseñar verdades científicas inmediatamente aplicables a fines prácticos.
Su actuación en ese nuevo puesto fue muy eficiente. Se esforzaba todavía más que antes para preparar sus lecciones y pronto tuvo la satisfacción de contar con un auditorio numeroso y de interesar en ellas a gente de todos los sectores de la población, con lo cual realizaba hasta cierto punto su antigua ilusión de parecerse a su maestro Dumas. Introdujo modalidades nuevas en su enseñanza, como la de que alumnos mismos hicieran los experimentos que se les presentaban en demostración de lo expuesto en las lecciones teóricas. Para hacerles reconocer y apreciar la participación que los principios científicos tienen en la industria, los hacía visitar las fábricas de la ciudad y de la región, y aun algunas más en la cercana Bélgica. Además, dispuso ya de un laboratorio en su departamento, y pasaba en él todo el tiempo que le dejaban libre sus funciones de profesor y de director. Su gestión en la nueva Facultad hizo decir, públicamente, al Rector de la Universidad: "... dirige la Facultad de Ciencias de Lila con una actividad y una inteligencia que han hecho de ella, desde sus comienzos, uno de los primeros establecimientos del Imperio". Su actuación como maestro era calificada así, por el mismo funcionario: "Como profesor, domina a todos sus colegas, quienes reconocen sin pena tal superioridad. Como decano, vigila con la actividad más diligente los trabajos de la Facultad y no tiene menos autoridad sobre los profesores que sobre los alumnos".
En noviembre de 1855, un industrial de la localidad, Louis Dominique Bigo-Tilloy, solicitó la ayuda de Pasteur para remediar algunos tropiezos que encontraba en la fabricación de alcohol partiendo del azúcar de remolacha. Pasteur aceptó ayudarlo y comenzó a estudiar el problema; examinó al microscopio el jugo azucarado en fermentación y encontró que cuando ésta era normal, se hallaban en el jugo los corpúsculos característicos de la levadura que produce la fermentación alcohólica, pero que cuando en ese jugo había, además, otros corpúsculos peculiares, alargados, se producía también la fermentación láctica, lo cual alteraba la calidad del producto final.
Para seguir sus investigaciones sobre las fermentaciones, Pasteur improvisó un laboratorio en unos desvanes de su Facultad, en el que comenzó a estudiar la fermentación del jugo de las uvas en la elaboración del vino. Además, en 1857 publicó en una revista local, "Memorias de la Sociedad de las Ciencias, de la Agricultura y de las Artes de Lila", el resultado de sus investigaciones sobre la fermentación láctica, del cual envió un extracto a la Academia de Ciencias de París en el mes de noviembre. Este trabajo fue el inicial de la nueva etapa en la actividad de Pasteur, que le llevó a sus descubrimientos sobre las fermentaciones, sobre la putrefacción y, finalmente, sobre el origen microbiano de las enfermedades transmisibles.
El 22 de octubre del mismo año Pasteur fue nombrado Administrador y Director de los Estudios Científicos en la Escuela Normal Superior de París y allá fue a hacerse cargo de su nuevo puesto y a proseguir su labor de investigación. Sus estudios lo habían convencido de que toda fermentación es debida a la intervención de seres vivientes, vegetales rudimentarios y microscópicos, como los glóbulos de la levadura de la cerveza o los bastoncillos de la fermentación láctica. Estaban echados los cimientos de toda su obra posterior, en todos sus varios aspectos. Uno de ellos se le presentó, desde luego, como problema de urgente resolución: ¿de dónde venían esas levaduras causantes de las fermentaciones? Nadie las ponía en los líquidos fermentables, deliberadamente, pero en todos los casos aparecían esas levaduras. Este fue el tema de sus siguientes investigaciones.
En 1858 nació su hija María Luisa, acontecimiento que se reveló después de importancia especial, tanto porque ella fue la única hija que le sobrevivió a Pasteur como porque, andando los años, contrajo nupcias con René Vallery-Radot, escritor que entre sus obras dejó la más amplia, fiel y mejor escrita biografía de Pasteur, gracias a la cual se conserva el recuerdo de muchos detalles en la vida del gran hombre. De ese matrimonio nació Luis Pasteur, quien más tarde optó por el solo nombre de Pasteur, y fue el profesor Pasteur Vallery-Radot, eminente médico y hombre de letras, miembro de la Academia Francesa y de la de Medicina, a quien se debe la recopilación y edición de las obras completas de su ilustre abuelo, así como la de la correspondencia del mismo y otras obras valiosas sobre él.
Pasteur se entregó totalmente al estudio de las fermentaciones. De unas piezas vacantes que halló en la Escuela Normal hizo un laboratorio; obtuvo que se le diera un ayudante, que fue Raulin, y se puso a averiguar la procedencia de las levaduras. Consideró, en primer lugar, la sencilla posibilidad de que llegaran con el aire hasta los líquidos fermentables y partiendo de esta hipótesis se puso a buscar en el aire la presencia de organismos microscópicos, para lo cual ideó experimentos sencillos que consistían en hacer pasar aire por un tubo en que se filtraba a través de algodón pólvora, que tratado adecuadamente reveló la presencia en el aire de microorganismos entre los cuales algunos se asemejaban a levaduras. Largamente experimentó Pasteur hasta que adquirió la certeza de que las levaduras que hacían fermentar el jugo de las uvas, el mosto de la cerveza y una gran variedad de líquidos susceptibles de fermentar, estaban en el aire, en la película que cubre a las uvas, en las manos de las personas y en otros objetos, pero que, en todo caso, cada levadura, dondequiera que se la encontrara, provenía de otra anterior, que no se generaban espontáneamente.
En 1858 la producción científica de Pasteur fue particularmente copiosa y comprendió varias comunicaciones sobre la fermentación alcohólica, sobre la producción de glicerina y ácido succínico en esta fermentación, así como varias cartas, informes y sugestiones acerca de la enseñanza superior entre las cuales merece cita especial la que presentó sobre la utilidad del método histórico en la enseñanza de las ciencias. De esta manera, al mismo tiempo que proseguía sus investigaciones, daba la debida atención a sus obligaciones como Administrador y Director de los Estudios Científicos en la Escuela Normal Superior.
También fue abundante la producción de Pasteur en el año de 1859. Envió cinco notas sobre la fermentación alcohólica a la Academia de Ciencias; una más, sobre la fermentación nitrosa así como varios artículos sobre cuestiones relacionadas con la enseñanza y hasta un informe sobre el programa de meteorología de la Comisión para la descripción geográfica de Francia.
Otro tanto ocurrió en 1860. Nuevas comunicaciones sobre la fermentación alcohólica, exponiendo hechos nuevos en apoyo de sus anteriores opiniones; otras sobre la levadura láctica y, como en el año anterior, varias notas sobre problemas de la enseñanza superior, especialmente sobre la que se impartía en su escuela.
En el curso de sus estudios sobre la fermentación, Pasteur descubrió que había microorganismos que no podían vivir en contacto con el oxigeno del aire, y que para vivir tomaban este elemento de sustancias que lo contenían y a las cuales descomponían. Pasteur llamó "anaerobios" a estos microorganismos, en algunos de los cuales encontró que tenían papel considerable en varios aspectos, como su participación en el proceso de desintegración de la materia orgánica muerta, en virtud del cual vuelven a la tierra y a la atmósfera los elementos químicos que formaron a aquélla. La Academia de Ciencias otorgó a Pasteur, en ese año, su premio anual Jecker, por los trabajos que había hecho sobre las fermentaciones.
También fue en ese año cuando presentó a la academia su primera memoria sobre las generaciones espontáneas. Otras tres veces, en mayo, septiembre y noviembre, trató el mismo tema en sus notas a la academia, cada vez presentando nuevos experimentos demostrativos, ofreciendo nuevos argumentos, contestando victoriosamente las contradicciones de sus opositores. Otras notas que presentó en el mismo año trataban del hongo Penicillium glaucum, de la disimetría molecular en los productos orgánicos naturales, de la fermentación alcohólica y de la nutrición en las mucedíneas.
También el año de 1861 fue fecundo en trabajos de Pasteur. Presentó su primera nota sobre "Animalillos que viven sin gas oxígeno libre y que determinan fermentaciones"; tres más sobre las generaciones espontáneas; varias sobre las levaduras, entre ellas sobre la que produce la fermentación acética. Además, dijo dos discursos, uno ante la tumba de su cordial amigo Geoffroy de Saint-Hilaire y otro en el descubrimiento de una estatua de Thénard, en la ciudad de Sens.
En febrero de 1862 presentó a la academia una nota sobre los micodermas y su papel en la fermentación acética, y otra en julio, titulada "Continuación de una comunicación precedente sobre los micodermas. Nuevo procedimiento industrial para la fabricación del vinagre", en la cual expuso su procedimiento para elaborar este producto, y para el cual obtuvo una patente tan sólo con el fin de documentar su prioridad, ya que desde luego en Orleans lo expuso ante los fabricantes de vinagre de esa ciudad. Otros trabajos que presentó ese año trataron de la fermentación acética y de la butírica, de las levaduras alcohólicas y de dos ácidos nuevos derivados de la sorbina.
En el año siguiente Pasteur hizo nuevos experimentos sobre la generación espontánea; otros líquidos orgánicos frescos, no sometidos a la ebullición previamente, tales como se producen en la naturaleza, permanecían inalterados cuando se les guardaba al abrigo del aire. En uno de estos experimentos colaboró el gran fisiólogo Claude Bernard, cuando personalmente extrajo sangre de un perro, la que permaneció en un matraz a la temperatura de 30 grados, durante más de un mes, sin sufrir putrefacción. Sin embargo, la tenacidad de su contradictor Pouchet mantenía la controversia sobre esta cuestión.
Trabajó también intensamente sobre los anaerobios, sobre la putrefacción como efecto de la acción de microorganismos de esta naturaleza, y comenzó a ocuparse de la vinificación, estudiando el papel que en ella desempeña el oxígeno. Al propio tiempo atendía sus deberes en la administración de la Escuela Normal; comenzó a luchar para crear los "Anales científicos de la Escuela Normal", destinados a recoger la producción científica de ese plantel; presentó al ministro de Instrucción, Victor Duruy, una nota sobre la enseñanza profesional y redactó otra, que quedó inédita, sobre la organización de la Escuela Normal. En el mes de julio nació su última hija, Camila.
En 1864 comenzó a publicar los "Anales científicos de la Escuela Normal"; siguió ocupándose de la generación espontánea y de la vinificación, especialmente investigando entonces las alteraciones que suelen afectarla y que eran consideradas como enfermedades. Insistió en sus estudios sobre la fermentación acética y de paso se ocupó de una pequeña cuestión relacionada con México cuando, accediendo galantemente a una petición del abate Moigno, hizo algunas observaciones sobre la luz fosforescente de los "cocuyos", y encontró que no da rayas al examen espectroscópico, lo cual ya había sido descrito para la que dan las luciérnagas y otros animalillos fosforescentes.
El 23 de abril del mismo año dio una conferencia sobre la cuestión de las generaciones espontáneas, en una de las "veladas científicas de la Sorbona", a las que en aquel entonces acudía "todo París". En esa conferencia hizo una, exposición del tema en su conjunto, con los antecedentes históricos del tema, el estado de entonces sobre su conocimiento, los resultados de sus observaciones y experimentos al respecto y las conclusiones que esos trabajos le inducían a obtener. Ésta fue una de las lecciones dadas por Pasteur en las que mejor lucen sus cualidades de expositor claro, preciso y brillante. En otra de esas veladas, en el siguiente año de 1865, trató "de las fermentaciones y del papel de algunos seres microscópicos en la naturaleza" y en ella expuso, en síntesis comprensiva, los resultados de sus investigaciones sobre las levaduras y las fermentaciones.
Cada día se interesaba más, y más intensamente trabajaba en el tema de las enfermedades de los vinos. Iba descubriendo que para cada tipo conocido de alteración de los mismos, había una especie de microorganismo responsable de tal alteración. Mientras estaba dedicado a este trabajo, su maestro y protector Dumas le pidió, en mayo, que estudiara una enfermedad de los gusanos de seda que estaba haciendo muy grave estrago en la zona sericícola de Francia. Al gobierno llegó una petición de los sericicultores solicitando urgentemente ayuda que aliviara su situación crítica y, especialmente, que se buscara la causa del mal y el remedio para dominarlo. El gobierno turnó esa petición al Senado y éste al senador que en él representaba al Departamento más afectado por la plaga, o sea a Dumas, y éste, a su vez, encareció a Pasteur que investigara esa cuestión.
Esa petición de Dumas fue una gran sorpresa para Pasteur, quien nada sabía de los gusanos de seda ni menos de lo que pudiera enfermarlos. Después de haber vacilado un tanto y considerando sobre todo cuánto debía a Dumas, aceptó el encargo y el 6 de junio marchó a Ales, ciudad en el sur del país situada en el centro de la zona sericícola. Pasteur comenzó desde luego a procurarse cuanta información podía obtener sobre la cuestión que se le había encargado. En Avignon visitó al entomólogo Jean Henri Fabre, quien sería llamado después "el Homero de los insectos". Fabre mostró a Pasteur los primeros capullos de seda que éste vio en su vida. Apenas casi llegado a Ales, Pasteur tuvo que ir violentamente a Arbois, en donde su padre había sufrido un ataque de apoplejía, y cuando llegó al hogar paterno Juan José Pasteur había muerto ya. Inmenso dolor agobió a Pasteur al perder a quien tanto había sido para él en la vida; a su principal confidente, su consejero, su guía; el ser humano que estaba en el primer lugar en su afecto. Otra vez tuvo Pasteur que buscar alivio para su dolor en el trabajo intenso. Volvió al sur; hizo allí los arreglos necesarios para proseguir sus investigaciones en cuanto llegara de nuevo la estación de la cría de los gusanos de seda. Volvió a París a encararse con otra pena: la enfermedad, un grave tumor hepático, y la muerte de su hija Camila, de dos años de edad. Con su hija muerta volvió a Arbois, a dejar junto a la tumba de sus padres los restos de su hija menor, y regresó a París.
Por entonces el emperador Napoleón III sabía ya de los méritos de Pasteur, y lo invitó para que pasara unos días con la corte, en Compiègne. Pasteur fue allí testigo de la pompa imperial; habló con el Emperador y con la Emperatriz, ante quienes hizo demostraciones experimentales sobre sus trabajos. El monarca le pidió que siguiera estudiando las alteraciones del vino. Sucedía frecuentemente que grandes cantidades de vinos de la mejor clase, destinados a la exportación o para el consumo en los servicios coloniales, sufrían alteraciones que los deterioraban grandemente. Los estudios que Pasteur hacía sobre esta cuestión le habían dado ya un conocimiento de ella bastante para encontrar la manera de evitar esas alteraciones. En el curso de este año de 1865 dio a luz seis notas o memorias sobre esta cuestión. Otra sobre la enfermedad de los gusanos de seda; una más sobre la generación espontánea y por primera vez expuso concretamente su decisión de estudiar las enfermedades contagiosas considerando la posibilidad de que en su génesis hubiera un factor semejante a la fermentación por la intervención de seres vivientes microscópicos.
En ese mismo año, una nueva epidemia de cólera alcanzó a París, en donde, a fines de octubre, causó más de 200 muertes diariamente. Pasteur, Claude Bernard y Sainte-Claire Deville emprendieron observaciones y experimentos en una sala del hospital Lariboisière ocupada por enfermos de cólera, partiendo aún de la idea de que las enfermedades transmisibles fueran diseminadas por emanaciones miasmáticas. La epidemia terminó pronto y esos estudios no pudieron ser proseguidos.
Pasteur pidió al Emperador, en una de las conversaciones que con él tuvo, que el ministro de Instrucción le diera permiso para separarse temporalmente de sus labores en la Escuela Normal para volver a la zona sericícola en la estación adecuada y proseguir allí sus estudios sobre la enfermedad de los gusanos de seda. Le fue concedido ese permiso, y el 6 de febrero Pasteur partió nuevamente para Ales, después de haber hecho los preparativos necesarios para esta nueva etapa de su trabajo. La señora Pasteur salió de París unos días después, con sus dos hijas, dispuesta a acompañar a su esposo, pero se detuvo en Chambery, para visitar a su madre, y su hija Cecilia comenzó allí a estar enferma con fiebre tifoidea. La enfermedad se prolongaba, entrecortada a veces con episodios de aparente mejoría. A fines de mayo se agravó tanto que la señora Pasteur llamó a su marido, quien acudió desde luego al lado de su hija. Una leve mejoría de la enfermita y la preocupación de Pasteur por sus trabajos hizo que éste volviera a Ales tres días después, pero Cecilia murió el 23, y una vez más el atribulado padre emprendió el viaje para dejar, cerca de su viejo hogar familiar, los restos de su Cecilia.
Vuelto a Ales, Pasteur encontró una granja, a orillas de la ciudad, en Pont-Gisquet, en donde se instaló con su esposa, su hija y sus colaboradores, y allí estableció su laboratorio y desde allí partía para visitar los criaderos y seguir sus observaciones. En esta temporada hizo considerables progresos en sus estudios sobre la enfermedad de los gusanos de seda. Apreció la ocasión que tenía de estudiar una verdadera enfermedad, que acababa con la vida de seres vivientes de una especie de la que el hombre obtenía provecho económico cuantioso, y en el curso de tales estudios adquirió conocimientos, experiencia y nuevas direcciones para su actividad, todo lo cual más tarde aprovecharía cuando se dedicó ya plenamente a la investigación de las enfermedades transmisibles.
Pasada la estación propicia para estudiar los gusanos de seda, Pasteur volvió a Arbois y a sus estudios sobre las enfermedades de los vinos. Adquirida la convicción de que cada una de éstas correspondía a un tipo peculiar de fermentación nociva, provocada por determinada especie microorgánica, y habiendo encontrado que todas las de esta clase perecen por el calor, discurrió el sencillo procedimiento de someter a los vinos, por un corto tiempo, a una temperatura cercana a 50 grados, con lo que se lograba matar los gérmenes de las levaduras y dejar los vinos así tratados sin alterar su calidad y en condiciones de realizar el proceso de añejamiento que los mejora. Éste mismo pronto fue aplicado con efectividad para conservar otros productos alimenticios susceptibles de sufrir alteraciones producidas por microorganismos, y fue designado en Alemania con el nombre de pasteurización, con el que hoy se le conoce en todo el mundo y que todos los días aprovecha a muchos millones de seres humanos.
Desde los comienzos de ese año de 1868, Pasteur había vuelto a su estación de Pont-Gisquet, con su esposa, su hija y sus colaboradores Gernez y Maillot. Nuevas observaciones confirmaban el carácter transmisible de la pebrina y Pasteur encontraba en ellas bases para asentar sus recomendaciones y sus consejos. Además, se empeñaba en hacer ver que el método que preconizaba era fácil de aplicar y seguro en sus resultados. Su propia hija pasaba todos los días algún tiempo buscando los corpúsculos reveladores del mal en los restos de las mariposas que habían puesto huevecillos que se intentaba guardar para semilla. Ese método se basaba en la noción de que unos corpúsculos refringentes que había en los huevecillos, en las orugas, en las crisálidas y, sobre todo, en las mariposas de los animales enfermos, eran la causa del mal. Para evitarlo bastaba con guardar cada mariposa con su puesta de huevecillos, triturarla en un pequeño mortero con un poco de agua y examinar al microscopio una gota de esa suspensión. Si aparecían los corpúsculos se desecharía la puesta de la mariposa en la que se les hubiera encontrado. Si un examen cuidadoso revelaba ausencia de esos corpúsculos, los huevecillos correspondientes podían ser usados como semilla con la seguridad de que darían gusanos sanos, que crecerían hasta hacerse crisálidas después de hilar sus capullos. El material necesario para estas operaciones era poco costoso y su manejo muy sencillo. Poco a poco los incrédulos se convencieron, los envidiosos cesaron en sus ataques y el método fue extendiéndose no sólo en la zona sericícola de Francia, sino en otros países hasta que la plaga fue extinguida, un recurso económico valioso fue salvado y volvió el bienestar a muchos de quienes habían encarado la ruina a causa de esa plaga. Pasteur obtuvo un triunfo más pero todavía, por varios años, tuvo que insistir para convencer a los criadores de gusanos de seda renuentes, de la necesidad de aplicar su método con todo rigor.
Entre las distinciones de que Pasteur fue objeto en este año destaca la que le confirió la Universidad de Bonn, al nombrarlo Doctor en Medicina, honoris causa.
Preocupaba a Pasteur, desde varios años antes, la situación en que se encontraban los establecimientos de investigación en Francia, que sufrían por escaseces y carencias estorbosas para el progreso de la ciencia, en contraste con la que imperaba en otros países, como Alemania, en donde se daba el más amplio apoyo a los trabajos de investigación. Sobre tal tema escribió un artículo, en principio destinado a ser publicado en El Monitor, el periódico oficial del gobierno francés, pero como sucede a menudo, algunos funcionarios secundarios son excesivamente timoratos cuando de criticar al gobierno se trata y tal artículo apareció en una revista científica. El Emperador aprobó tal artículo y lamentó que no hubiera sido publicado en el periódico oficial. Esa gestión, además de las iniciadas cuando pasó unos días en Compiègne, influyó para inducir al monarca a convocar a una reunión, que tuvo lugar en las Tullerías el 19 de marzo de 1869, a la cual concurrieron Claude Bernard, Milne-Edwards, Rouher, el mariscal Vaillant, Pasteur y el ministro Duruy, cada uno de los cuales expuso su pensamiento sobre el impulso que consideraban necesario dar a la investigación científica en Francia. Pasteur llevó por escrito observaciones; dijo de la penuria y la decadencia de algunas de las escuelas mayores en Francia, en contraste con el auge que prevalecía en las universidades de otros países. Estando de acuerdo en que todo investigador debe enseñar y que en ello encuentra estímulo y apoyo para sus descubrimientos, lamentaba que la necesidad llevara a algunos cerebros bien dotados a emplear la mayor parte de su tiempo en actividades docentes que menguaban en mucho el destinado a la investigación, y propugnaba mejores relaciones de colaboración entre la Universidad de París y las de provincia, cuyo conjunto constituía la Universidad de Francia.
Ese mismo día el Emperador, quien personalmente presidió aquella reunión, dio instrucciones a su ministro, Duruy, para que se hiciera lo necesario a fin de que los profesores franceses dispusieran "de los instrumentos necesarios para rivalizar con sus émulos de allende el Rin". Pasteur volvió a Ales, para continuar sus estudios sobre la enfermedad de los gusanos de seda, ya en periodo de ensayos en gran escala, y con intervención de un organismo oficial recién creado, la Comisión Imperial para la Sericicultura. Al año siguiente, apenas iniciada la primavera, volvió a Ales y a sus gusanos en los que en esta ocasión estudió más particularmente la enfermedad que a menudo coincidía y complicaba a la pebrina, la "flacherie", y aun cuando no consiguió determinar con precisión la causa de ésta, sí puso en claro las circunstancias en que se produce y las que intervienen para su propagación, de lo cual derivó efectivos consejos para prevenirla.
Además, y mientras comenzaba, en agosto, la construcción de su nuevo laboratorio, fue a Saint-Georges, cerca de Burdeos, a pasar allí unos días de descanso, y marchó después a Tolón para vigilar la preparación y el embarque de un cargamento de vino, tratado por su método, y que daría la vuelta al mundo, en un experimento de gran magnitud cuyos resultados fueron completamente satisfactorios.
Pasó unos cuantos días en Arbois, antes de volver a París, adonde llegó en los primeros días de octubre, a tiempo para preparar sus lecciones en la Sorbona, hacer los arreglos necesarios para sus experimentos del año siguiente y vigilar la construcción de su laboratorio. El día 19 de ese mes fue Pasteur a la Academia de Ciencias para presentar una nota del biólogo italiano Salimbeni, sobre el nuevo método para prevenir la enfermedad de los gusanos de seda. Ese día no se sentía bien; se había quejado de un extraño hormigueo en el lado derecho de su cuerpo, y al terminar su almuerzo, un calosfrío intenso lo hizo echarse en cama. Sin embargo, insistió en asistir a la sesión de ese día en la academia, de la cual volvió acompañado por dos de sus mejores amigos, quienes temían dejarlo solo. Después de haber cenado se metió en su cama y volvió a sentir el malestar que lo había afectado a mediodía, pero con mayor intensidad. Pronto fue aparente que sufría de una hemorragia cerebral, cuyos síntomas se manifestaban, extrañamente, en forma de ataques breves que se sucedían con intervalos de mejoría. Al día siguiente se había declarado la parálisis del lado izquierdo. Siguieron días angustiosos en los que el ilustre enfermo a veces se agravaba mientras que en otros momentos parecía recobrarse. La mente, sin embargo, seguía intacta, lo cual hasta cierto punto le hacia más penosa la enfermedad. Pudo así redactar, sin necesidad de corregir nada, una nota que presentó a la academia el día 28, referente a algún aspecto de sus trabajos sobre los gusanos de seda. Entre quienes visitaron a Pasteur cuando una estabilización de su padecimiento hizo posible que recibiera visitas, estuvo el ministro Duruy, quien le llevó la noticia de que no sólo se proseguirían sin retardo las obras para el laboratorio sino que se dispondría de fondos para crear varios centros de estudio en Francia.
Tres meses después de iniciado el grave mal, que lo dejó inválido para el resto de sus días, Pasteur decidió volver a Ales, para seguir en su labor en pro de la sericicultura. Instalado entonces en una casa en Saint-Hyppolite-du-Fort, convalecía y dirigía los trabajos de sus colaboradores, dictaba a su esposa, escuchaba la lectura que ésta o alguno de sus ayudantes le hacían y daba extensa cuenta a su maestro Dumas del estado de los trabajos que estaba llevando a cabo. El éxito de éstos se confirmaba cada día en mayor escala, pero los envidiosos, los escépticos y los que tenían interés en vender "semilla" de origen extranjero, no cejaban en su incredulidad, en sus ataques, en su oposición al nuevo método. El mariscal Vaillant, apreciando justamente la efectividad de éste y con la idea de terminar con la oposición que al mismo hacían algunos, ideó un experimento decisivo, en grande, para lo cual obtuvo que se invitara a Pasteur a pasar algún tiempo en la Villa Vicentina, una posesión que cerca de Trieste tenía el príncipe imperial. Se trataba de experimentar con cien onzas de huevecillos, lo cual daría como producto unos 3 000 kilogramos de capullos. Tras un viaje largo y penoso, Pasteur llegó a la Villa Vicentina el 25 de noviembre. En el tiempo oportuno comenzó el experimento planeado; la mayor parte de la "semilla citada fue distribuida entre los criadores locales y Pasteur reservó una buena porción para que fuera criada bajo su inmediata dirección. El éxito fue completo e impresionante el rendimiento en dinero. Pasteur inició su retorno a principios de julio. Por todas partes donde se criaba el gusano de seda ese éxito se reproducía, y afluían las manifestaciones de reconocimiento a la labor del sabio. Una de ellas fue la de nombrarlo senador vitalicio del Imperio.
Pasteur quiso hacer ese viaje de vuelta tocando Viena y Munich, y visitar a Liebig para discutir con él sus ideas sobre la fermentación. Logró ver al gran químico alemán, quien lo recibió afablemente, pero rehusó la discusión que Pasteur le proponía disculpándose por estar enfermo. Al volver hizo una breve parada en Estrasburgo, y allí supo la terrible noticia de la inminencia de una guerra entre su país y Prusia, y volvió a París, profundamente afectado. Como muchos otros jóvenes, Juan Bautista, el hijo de Pasteur, de 18 años de edad, se alistó en el ejército como voluntario. Estalló la guerra; Francia fue invadida; pronto esa invasión llegó hasta su capital y el sitio de París hizo imposible que Pasteur siguiera allí trabajando. Casi obligado salió a Arbois a principios de septiembre; se alojó en la casa paterna, compartiéndola ahora con su hermana y con el marido de ésta, quien había continuado el trabajo de la curtiduría.
Nadie podría decir toda la angustia de Pasteur al recibir diariamente las malas noticias del curso de la guerra, la debilidad del ejército francés y la impericia de sus jefes, frente a la arrogancia prusiana basada en su superioridad militar. Sin embargo, trataba de seguir dedicándose a sus estudios; observaba la fermentación del curtiente y la de la masa de harina en la confección del pan. Pero todo era en vano. El dolor de ver invadida su patria se exacerbaba en aquella casa, llena con el recuerdo de Juan José, el soldado napoleónico condecorado por el Emperador, cuyo retrato, como general Bonaparte, y cuyo bajorrelieve de perfil eran ornamento de la habitación principal. Su patriotismo se manifestaba, naturalmente, como sentimiento adverso al invasor. Recordó entonces que en su gabinete de trabajo lucía el diploma de Doctor en Medicina honoris causa, que le había sido otorgado unánimemente por la Universidad de Bonn como reconocimiento a sus estudios sobre los microorganismos, que comenzaban a descubrir aspectos hasta entonces desconocidos en las enfermedades transmisibles. El orgullo con que antes miraba esa presea se cambió en pesadumbre y sintió que no podría conservarla, pensando en que quienes se la otorgaron ahora invadían y ensangrentaban a Francia.
Escribió entonces Pasteur aquella memorable carta al Rector de la Universidad de Bonn, en donde con la ruda franqueza que era carácter constante de su personalidad, le decía: "...en 1868 la Facultad de Medicina de Bonn me hizo el honor de conferirme oficialmente el título de Doctor en Medicina, como recompensa por mis trabajos sobre las fermentaciones y el papel de los organismos microscópicos. De todas las distinciones que me han valido los descubrimientos que me ha sido dado hacer desde mi entrada en la carrera de las ciencias, confieso que ninguna como ésa me ha procurado mayor satisfacción. A mis ojos era como la legitimación de un pensamiento íntimo, cuya verdad sentía afirmarse más y más, de que mis descubrimientos han abierto horizontes nuevos a los estudios médicos. Me apresuré a hacer enmarcar el diploma de honor que consagraba la decisión de vuestra Facultad y adorné con él mi gabinete de trabajo. Hoy la vista de ese pergamino se me ha vuelto odiosa y me siento ofendido al ver mi nombre y la calificación de virum clarissimum con la cual lo decoráis, colocados bajo los auspicios de un nombre destinado en lo sucesivo a la execración de mi patria, el de 'R´ex Guilelmus'. Protesto altamente mi respeto hacia vosotros y hacia todos los profesores célebres que han suscrito la decisión de los miembros de vuestra orden, pero obedezco a un grito de mi conciencia al venir a suplicaros que borréis mi nombre de los archivos de vuestra Facultad y que recojáis ese diploma, en señal de la indignación que inspiran a un hombre de ciencia francés la barbarie y la hipocresía de aquel que, para satisfacer un orgullo criminal, se obstina en promover la matanza de dos grandes pueblos".
Esa carta, escrita el 18 de enero, recibió una respuesta fechada el 1º de marzo, lacónica, terminante y furiosa, que decía: "El suscrito, decano actual de la Facultad de Medicina de la Universidad de Bonn, ha sido encargado de responder al insulto que habéis osado hacer a la nación alemana en la persona sagrada de su augusto Emperador, el rey Guillermo de Prusia, y de enviaros la expresión de todo su desprecio". Firmaba el doctor Maurice Neumann y seguía un post scriptum que decía: "Queriendo garantizar sus actos contra la suciedad, la Facultad os devuelve adjunto vuestro libelo".
Una preocupación más le afligía intensamente. Su hijo Juan Bautista había sido destinado al ejército del Este, que había sido derrotado y cuyo jefe se había suicidado. Emprendió entonces, con su mujer y su hija, un viaje penosísimo hacia donde se decía que estaban los restos de aquel ejército, y especialmente del batallón de cazadores en el que su hijo era soldado, y en el que de 1 500 hombres que lo formaban quedaban apenas 300. Tras mucho buscar quiso la buena suerte que encontrara a su hijo, enfermo y maltrecho, pero vivo e íntegro. El soldado en derrota pasó a Suiza, de donde volvió poco después, para incorporarse de nuevo como voluntario, mientras Pasteur se refugiaba en Lyon, con su concuñado Loir, decano de la Facultad de Ciencias local.
A la derrota del ejército siguió la guerra civil. Pasteur se trasladó a Clermont-Ferrand, donde estaba establecido su discípulo Duclaux, y comenzó allí a estudiar la cerveza. Reconocía que la fabricación de esta babida estaba más adelantada en Alemania que en Francia y quería contribuir a cambiar esta situación, animado con la ilusión de ayudar a su propia patria a levantarse de su caída. Se enteró minuciosamente de todos los detalles de la elaboración de la cerveza, así como de que ésta se alteraba espontáneamente con frecuencia; de la necesidad de recurrir a costosa refrigeración para conservarla durante algún tiempo y de las peripecias que a menudo causaban a sus fabricantes desprestigio de sus marcas y pérdidas económicas considerables. Pensando que las alteraciones de la cerveza, a la manera de las que sufrían los vinos, serían causadas por fermentaciones nocivas, comenzó los exámenes microscópicos que le hicieron conocer las levaduras que hacen la buena cerveza y las que la deterioran. Para ilustrarse mejor sobre esta cuestión viajó a Inglaterra y visitó a varias grandes cervecerías. Encontró que también allí se presentaban en la cerveza alteraciones como las que había observado en la de Francia y que parecían tener las mismas causas. Se afirmaba su idea de que esas alteraciones eran efecto de fermentaciones nocivas, provocadas por determinadas especies de levaduras, y seguía pensando en que acaso también las enfermedades contagiosas del hombre y de los animales tendrían por causa organismos microscópicos aún no conocidos.
Por esos días varios de los contradictores de Pasteur se mostraban particularmente enérgicos y agresivos. Pouchet publicaba un libro en el que llamaba "ridícula ficción" a la teoría microbiana de las enfermedades contagiosas; Liebig presentaba una memoria contradiciendo afirmaciones de Pasteur; Frémy sostenía que los granos de la levadura alcohólica eran "hemiorganismos", formaciones inanimadas de materia albuminosa. En ese año de 1871, Pasteur presentó a la Academia de Ciencias varias notas referentes a las contradicciones de Frémy, de Trécul y de Liebig, y en los "Anales Científicos de la Escuela Normal" publicó, con Raulin, dos notas sobre la pebrina y la "flacherie".
Aun antes de que Pasteur entrase de lleno en el estudio del papel que los microorganismos tienen como causa de enfermedades, el solo anuncio, en términos generales; de esta idea, ya comenzaba a servir útilmente a la medicina. El cirujano escocés Joseph Lister, impresionado con los atisbos de Pasteur, ideó aplicar sus ideas a la cirugía, procurando la mayor limpieza en todos los objetos que se pondrían en contacto con los tejidos de los pacientes y, sobre todo, trabajando en una atmósfera en la que se había hecho vaporizar una solución de ácido fénico y aplicando esta sustancia para tratar de eliminar de las manos de los cirujanos, de sus instrumentos y de los tejidos de los enfermos, los gérmenes que posiblemente hubiera en ellos, con el resultado de que disminuyó impresionantemente el número de casos de infecciones tales como las que se manifestaban como septicemia, gangrena, podredumbre de hospitales y otras que con lamentable frecuencia hacían inútil la labor de los cirujanos, arrebatando la vida a los operados. Por otra parte, Alphonse Guérin había comenzado a usar los "apósitos con algodón", con los que buscaba la protección de las heridas de toda clase contra la llegada hasta ellas de gérmenes que podría llevar el aire y que darían después nacimiento a microorganismos causantes de infecciones peligrosas.
Sintiendo que en el futuro inmediato tendría que trabajar intensamente en las investigaciones con que soñaba y estimando que para ello necesitaría de todo su tiempo, el 26 de septiembre de 1871 escribió al ministro de Instrucción Pública haciendo valer sus derechos al retiro de la docencia y exponiendo que estaba parcialmente inválido como resultado de la enfermedad que había sufrido en 1868, acerca de la cual los doctores Godélier y Andral habían expedido un certificado en el que afirmaban que probablemente la misma se había debido a exceso de trabajo. Pasteur pedía, en cambio, que se le conservara la dirección de su laboratorio con los emolumentos correspondientes, los cuales, con lo que le correspondiera por su retiro, le permitirían apenas subvenir con decoro a las necesidades de su familia. Al año siguiente volvió a hacer esa petición, dirigida entonces al Presidente de la República, a fines de octubre, y recordando que en un Consejo de Ministros efectuado en 1869, el Emperador había propuesto que se le concediera una "recompensa nacional" por los servicios que hasta entonces había prestado al progreso de su país.
Dumas apoyaba la sugestión de que se concediera a Pasteur una "recompensa nacional"; Thiers era de la misma opinión, y en agosto de 1873 tuvo una audiencia con el mariscal MacMahon, quien le había sucedido en la Presidencia de la República, y a quien se le pidió que aprobara esa recompensa, teniendo en cuenta, según decía Pasteur, que "para quienes la salud está alterada sin remedio, el tiempo tiene alas rápidas". Finalmente, en 1874, el Senado puso a votación y aprobó por una gran mayoría que se le concediera una recompensa nacional que lo pusiera en situación de poder dedicarse exclusivamente a sus investigaciones.
Cada día se acentuaba el interés de Pasteur por las enfermedades contagiosas, pero lamentaba su falta de conocimientos en medicina, la que sus detractores, sus envidiosos y no pocos indiferentes se complacían en reprocharle. En aquellos tiempos el médico clínico era la más alta expresión del hombre de ciencia y los clínicos nada admitían que no fuese lo que estimaban como la única e inconmovible base de la medicina, la clínica. Se negaba abiertamente el valor de la fisiología en los estudios médicos y, con sinrazón mayor, el de la química. Así era necesario luchar no sólo para hacer patente una nueva verdad, sino para derribar montañas de prejuicios. Pero a principios de 1873 quedó vacante un lugar en la Academia de Medicina, en la sección de los asociados libres, y le fue ofrecido a Pasteur, quien acogió con interés esa ocasión y se presentó como candidato. A pesar de que su nombre estaba en primer lugar entre los solicitantes, obtuvo la mayoría con un solo voto. Ya estaba entre los médicos; ya podría ilustrarse escuchando la presentación de sus comunicaciones y las discusiones a las que éstas daban origen. Sobre todo ya tenía entre los médicos un lugar desde el cual darles a conocer sus ideas, recibir sus objeciones, darles explicaciones, enseñarles, con su gran capacidad de maestro, las nuevas verdades que se sentía seguro de encontrar. Fue siempre asiduo y puntual asistente a las sesiones de esa academia, entre cuyos miembros había quienes estaban sistemáticamente en contra de la idea de que algo exterior al organismo humano pudiera ser causa de enfermedad en él. "La enfermedad está en nosotros, es de nosotros, existe por nosotros", decía uno de los más ilustres sostenedores de las ideas en curso. Otros no manifestaban interés por estas cuestiones, y había también quienes, sin tomar partido, tenían curiosidad por conocer las nuevas ideas que Pasteur propugnaba e interés en discutirlas.
Entretanto, poco a poco surgían nuevos hechos en apoyo de esas nuevas ideas. Crecía el interés por conocer el papel de los microorganismos en las putrefacciones. Un joven cientista se ocupó de estudiar la que se suele encontrar en los huevos, lo cual dio ocasión para discusiones que finalmente dieron el triunfo a quien pudo demostrar con la ayuda definitiva de Pasteur, que también en este caso la putrefacción era causada esencialmente por la actividad de ciertos microorganismos. En el campo médico seguían haciéndose ensayos primitivos y toscos, pero ya seguidos de resultados felices.
Varios años antes, desde 1850, Davaine y Rayer habían comprobado, en la sangre de animales muertos por la enfermedad conocida como "carbón" o "ántrax", la presencia de unos corpúsculos microscópicos en forma de bastoncillos, inmóviles, acerca de cuyo papel no tuvieron entonces alguna idea concreta. Pero cuando Pasteur presentó su memoria sobre la fermentación láctica, Davaine pensó que esos bastoncillos, que se reproducían en conejos inoculados con la sangre de animales carbonosos, serían tal vez elementos causales de la enfermedad. Lo que primero fue considerado sólo como mera curiosidad científica, comenzaba entonces a tener nueva importancia, cuando se pensaba que en ello se encontraría la causa de una enfermedad que afectaba seriamente los ganados y dañaba gravemente con ello la economía.
Por aquellos días algunos de sus amigos aconsejaron a Pasteur presentarse como candidato al Senado. Nunca antes, con la excepción ya mencionada de su brevísima intervención al estallar la revolución de 1848, había manifestado interés en la política, pero intensamente preocupado por la necesidad de impulsar el desarrollo de las ciencias en su patria, al cual atribuía importancia capital, pensó que si llegaba a ser senador tendría mejores posibilidades para lograr aquel propósito, y aceptó el consejo. Como era de prever, fue derrotado en esta liza, para la cual no tenía experiencia de ninguna clase y a la que se presentó declarando candorosamente su ignorancia de la política y sin ofrecer otra cosa que sus antecedentes como hombre de ciencia y la decisión de servir a su patria en este aspecto. Obtuvo sólo 62 votos, frente a 650 de su contrincante, éste sí avezado en cuestiones de política. Es indudable que esa derrota fue altamente benéfica para la ciencia, ya que es probable que si hubiera llegado al Senado, habría sucedido con Pasteur lo que pasó con Dumas en semejante contingencia, y cuya labor científica, en la cual era irremplazable, declinó por su dedicación a la política, en la que sobraba quien participara.
En cambio, en 1877 comenzó a estudiar el carbón, enfermedad propia de animales y transmisible al hombre, que hacía perecer a gran número de animales, en muchas partes, pero especialmente en ciertos sitios limitados que popularmente eran llamados "campos malditos" o "campos del carbón", porque entre los ganados que en ellos se apacentaban había gran número de casos del mal. Otros investigadores, además de Davaine y Rayer, habían comprobado lo que Delafont enseñaba desde años antes, la presencia de un organismo microscópico peculiar en la sangre de animales con carbón, pero experimentalmente creían probar que "la bacteridia", como llamaban a ese microorganismo, no tenía el efecto patógeno que algunos sugerían.
Mediante experimentos irrefutables, para los cuales inventó el empleo de medios artificiales de cultivo, con el fin de criar a los microorganismos, Pasteur demostró plenamente el papel causal de la bacteridia en el carbón. Después encontró la manera como se propaga la infección con ese germen y, en especial, demostró el mecanismo en virtud del cual algunos campos tenían la propiedad de comunicar el carbón a los animales que pacían en ellos. Cuando en un lugar se ha enterrado el cadáver de un animal muerto por el carbón, las esporas de las bacteridias se mantienen vivas en la tierra inmediata a esos restos. Las lombrices, que se alimentan con tierra, ingieren algunas de esas esporas, y cuando salen a la superficie del suelo y dejan allí sus deyecciones, también dejan algunas esporas vivas, que cuando son ingeridas por animales que pacen en ese lugar, y sobre todo cuando estos animales ingieren con la hierba porciones de vegetales espinosos o que hieren la mucosa de la boca, tales esporas penetran en los tejidos de esos animales y originan en ellos, después de multiplicarse, la infección septicémica que los mata.
Así fue descubierta la causa del carbón y la manera como es transmitido, pero no se sabía cómo curarlo ni cómo prevenirlo. Más tarde, los estudios de Pasteur le hicieron descubrir que algunos gérmenes patógenos, cultivados en ciertas condiciones, pierden su virulencia, o sea su capacidad para producir enfermedad, pero que si se les inocula a animales sanos dan a éstos la propiedad de resistir a la inoculación posterior de gérmenes plenamente virulentos. Así comenzó Pasteur esa labor que llegaría a ser, corriendo los años, su aportación más valiosa a la medicina, y con ella, al bienestar de la especie humana y a la salud y la vida de varios animales.
Como había sucedido con los anteriores trabajos de Pasteur, sus resultados en el estudio del carbón encontraron contradictores que se elevaban contra las ideas que exponía y atacaban los principios cuya verdad estaba demostrando provechosamente. Entre estos contradictores hubo uno, Colin, profesor en la Escuela de Veterinaria de Alfort, quien por su obstinación, su agresividad y su ambición de abatir a Pasteur alcanzó, si no la inmortalidad, sí un recuerdo duradero para su escaso valer. En cambio, otras voces se hacían oír en apoyo de Pasteur que exaltaban el valor de sus descubrimientos. Entre éstas, la de un médico ya muy anciano, el doctor Sédillot, ex director de la Escuela del Servicio Militar en Estrasburgo, ya retirado cuando estalló en 1870 la guerra con Prusia y que entonces solicitó y obtuvo volver al servicio activo, y así pudo observar cómo la infección purulenta y la podredumbre de hospital causaban la muerte a muchos de los heridos que eran tratados en los hospitales. Sédillot seguía atentamente los trabajos de Pasteur y en marzo de 1878 leyó en la Academia de Ciencias una nota intitulada "De la influencia de los trabajos de Pasteur en los progresos de la cirugía", la cual terminaba diciendo: "Hemos asistido a la concepción y al nacimiento de una cirugía nueva, hija de la ciencia y del arte, que no será una de las menores maravillas de nuestro siglo, y a la cual estarán unidos gloriosamente los nombres de Pasteur y de Lister". En esa nota Sédillot empleó por primera vez un neologismo, por él creado, y acerca de cuya creación había consultado a la gran autoridad de Littré, quien lo aprobó después de un estudio concienzudo que comunicó a Sédillot. Este neologismo fue la palabra "microbio", adoptada en seguida por Pasteur y después aceptada en todos los idiomas.
Los opositores de Pasteur seguían atacándolo en la Academia de Medicina, entre elogios a sus actividades como químico. Aun algunos que ciertamente lo admiraban, rechazaban su teoría sobre la causa microbiana de algunas enfermedades. Quienes por muchos años habían vivido y actuado aceptando como verdades ciertos principios, no se resignaban a renegar de ellos ahora: Le Fort, gran autoridad médica de entonces, terminaba una de sus comunicaciones diciendo: "Creo en la interioridad del principio de la infección purulenta, y por ello rechazo la extensión a la cirugía de la teoría de los gérmenes, que proclama la exterioridad de tal principio". Pasteur pidió que antes de que la academia decidiera sobre este punto, esperara la comunicación que en breve haría, en nombre de sus colaboradores Joubert y Chamberland, como en el suyo propio.
El 30 de abril de 1878 Pasteur presentó esa comunicación en cuyo exordio hacía un resumen de sus trabajos anteriores que lo habían conducido hasta el presente. "Todas las ciencias —decía Pasteur— aprovechan cuando se prestan apoyo. Cuando después de mis primeras comunicaciones sobre las fermentaciones, en 1857 y 1858; ya se pudo admitir que los fermentos son seres vivientes, que en la superficie de todos los objetos, en la atmósfera y en las aguas abundan gérmenes de organismos microscópicos, que la hipótesis de la generación espontánea es por ahora quimérica; que los vinos, la cerveza, el vinagre, la sangre, la orina y todos los líquidos de la economía no sufren ninguna de las alteraciones que comúnmente acaecen en ellos, si están en contacto con un aire puro, la medicina y la cirugía volvieron sus ojos hacia esas nuevas claridades. Un médico francés, el doctor Davaine, logró el primer éxito en la aplicación de esos principios, en 1863." Seguía el cuerpo de su comunicación, exponiendo con todo detalle cuanto le hacía ver la posibilidad de aplicar los principios que sustentaba a transformar la cirugía, la medicina y la higiene.
De pronto, un incidente penoso vino a sorprender a Pasteur. Su colega y amigo, Claude Bernard, a quien trató siempre con las consideraciones debidas, a quien reanimó una vez publicando un artículo justamente elogioso cuando Bernard estaba enfermo y muy deprimido, había muerto el 10 de febrero. Paul Bert y D'Arsonval, discípulos y amigos de Claude Bernard, habían encontrado, bien guardadas en el cajón de un mueble, unas notas sobre experimentos que había estado haciendo y cuyos resultados aparentes contradecían las teorías de Pasteur sobre la vida anaerobia y sobre el papel de la levadura en la producción del alcohol. Pasteur habría querido abstenerse de refutar esas conclusiones de Bernard, pero al fin comprendió que, por lo contrario, el respeto a la memoria de éste lo obligaba a repetir las propias experiencias de Bernard y a hacer algunas otras nuevas sobre el mismo tema. Mandó entonces hacer unas vitrinas para instalarlas en un viñedo que poseía, cercano a Arbois. Buscó si las uvas en formación contenían ya algunas levaduras, y no las encontró. Colocó entonces sus vitrinas de manera que cubrieran a algunas vides y envolvió en algodón esterilizado varios racimos.
Volvió a París y siguió sus estudios sobre el ántrax, entonces ya oficialmente comisionado para ello, y contando, además, con la ayuda de Boutet, Vinsoy y Toussaint, así como con la de un brillante médico joven, hábil manipulador, muy laborioso y de clara inteligencia: Emilio Roux. Un mes más tarde volvió a Arbois y examinó las uvas de sus vides, ya maduras entonces. El jugo extraído de las que se desarrollaron al aire libre fermentaba en 24 o 48 horas; ninguna de las que maduraron envueltas en algodón o simplemente dentro de las vitrinas dieron jugo que fermentara; algunas de estas últimas, expuestas por varios días al aire libre, dieron después jugo que fermentó como el de las primeras. Llevó entonces cuidadosamente algunas de sus uvas protegidas a París; las presentó a la academia y repitió allí los experimentos que habían hecho pensar a Claude Bernard que el alcohol se producía bajo la influencia de un fermento soluble. Reunió sus observaciones en un folleto que tituló "Examen crítico de un escrito póstumo de Claude Bernard sobre la fermentación". Al mismo tiempo que en él ponderaba las grandes virtudes científicas de Bernard, demostraba en qué había consistido el error en los experimentos de éste. Si años antes había demostrado triunfalmente un error de Liebig, entonces tuvo que sufrir el penoso deber de tener que demostrar un error del gran Claude Bernard.
Lanzado ya al estudio de las enfermedades transmisibles, aprovechó la ocasión de que alguien del personal de su laboratorio sufría de diviesos, para buscar en ellos algunos microbios; encontró así el estafilococo, al que también halló poco después en la osteomielitis que padecía una niña en el servicio del doctor Lannelongue, en el Hospital Cochin. Frecuentaba entonces Pasteur empeñosamente los hospitales casi tanto como su laboratorio, y tenía ya la ayuda y los consejos de un verdadero médico, Roux, para proseguir estas investigaciones ya directamente dentro del campo de la medicina.
Por entonces preocupaba a los médicos la alta mortalidad que hacía la fiebre puerperal entre las madres. Pasteur encontró en casos de este padecimiento un nuevo microorganismo, el que sería conocido después con el nombre de estreptococo, y partiendo de ese hallazgo pudo ya iniciarse la profilaxis racional de aquella enfermedad tan justamente temida.
Mientras proseguía sus estudios sobre el ántrax, con éxito sostenido, otra enfermedad de animales solicitó su atención: el cólera de las gallinas, altamente mortífera para las aves de corral, transmisible, y en la cual el veterinario alsaciano Moritz, inspirándose en las ideas de Pasteur, había encontrado un microorganismo que el italiano Perroncito describió precisamente y cuya virulencia fue demostrada por Toussaint. Pasteur logró cultivar ese microorganismo y tal cultivo daba la enfermedad a las gallinas con él inoculadas, pero cuando se la inyectaba a cuyos sólo les daba abscesos. La casualidad hizo que en una ocasión tuviera que trabajar con un cultivo envejecido de ese germen, y descubrió entonces que tal cultivo ya no era capaz de matar a las gallinas; las enfermaba, pero no las mataba. En cambio, los animales así tratados adquirían resistencia efectiva contra la inoculación de cultivos recientes y que mataban siempre a las gallinas que no habían sido inoculadas con el cultivo atenuado. Así descubrió tanto la posibilidad de atenuar la virulencia de ciertos gérmenes, como que el cultivo de un germen de virulencia atenuada podía ser origen de otros con igual propiedad.
Sus trabajos sobre el ántrax habían llegado al punto en que le permitían estar seguro de que había logrado preparar cultivos de la bacteridia incapaces de dar la enfermedad a los animales que fueran inoculados con ellos, pero que, en cambio, les conferían inmunidad segura contra la misma. Resolvió hacer un experimento en gran escala, "de campo", aplicando su método en las condiciones naturales para buscar conclusiones demostrativas. Se podría decir que al proceder así, Pasteur se retaba a si mismo y encontró en un veterinario de Melun, el doctor Rossignol, ayuda entusiasta para organizar ese experimento, en el cual Rossignol esperaba que se produciría el más completo fracaso del método de Pasteur.
Con la colaboración oficial y la privada de varios ganaderos, pudo disponer Pasteur, en Melun, de 60 cameros, 25 de los cuales serían vacunados dos veces, con 15 días de intervalo, con cultivo de la bacteridia no virulenta, otros 25 serían inoculados en determinado día con cultivo virulento y se haría lo mismo con los 25 ya antes vacunados; los 10 restantes servirían como testigos. El experimento comenzaría el 5 de mayo y sería terminado a mediados de junio. Fue realizado en Pouilly-le-Fort, una granja cercana a Melun, propiedad del doctor Rossignol, y que ha quedado como un hito en la historia pasteuriana.
Todos los animales para el experimento estaban reunidos en un gran hangar; 25 carneros, 5 vacas y un buey fueron inoculados con un cultivo atenuado de la bacteridia y marcados para su identificación. Los restantes animales no fueron tocados. Pasteur dio entonces a los asistentes una conferencia en la que les explicó los antecedentes y todos los detalles de su método. El 17 de mayo se hizo nueva inoculación, con un cultivo más virulento que el primero. Chamberland y Roux visitaban diariamente a los animales y tomaban nota del estado de su salud. El 31 del mismo mes se hizo una tercera inoculación, con cultivo plenamente virulento, y fue aplicada entonces a todos los animales, menos a los testigos, y se dio nueva cita para el 2 de junio. Pasteur anunció entonces que ese día habría 25 carneros muertos con carbón y 35 sanos, entre ellos los testigos.
El 2 de junio, a las dos de la tarde, llegó Pasteur a Pouilly-le-Fort, saludado con aplausos y voces de júbilo. El público era numeroso y variado: ganaderos, agricultores, hombres de ciencia, periodistas franceses y extranjeros, todos ansiosos de ver el resultado de aquel experimento. Había 22 cadáveres de carneros no vacunados y otros tres estaban moribundos. Los restantes, los vacunados y los testigos, estaban en pie, sanos. Ese día 2 de junio fue tal vez el más radiante en la vida de Pasteur. Años más tarde supo de apoteosis solemnes organizadas por sus pares, pero aquel experimento al aire libre, con resultados tan contundentes, no había tenido igual hasta entonces. El gobierno francés otorgó a Pasteur, como su mayor recompensa, el Gran Cordón de la Legión de Honor, y el sabio manifestó que lo aceptaría, muy honrado y gustoso, si se otorgaba la misma presea a sus jóvenes colaboradores Chamberland y Roux, petición que fue acordada favorablemente.
Mientras se realizaba el experimento de Melun, Pasteur siguió estudiando enfermedades que le parecían ser debidas a microorganismos. Así sucedió cuando, en mayo de 1880, uno de los perros de su laboratorio presentó síntomas de rabia. Partiendo de este animal se inoculó a otro perro, mediante trepanación, y 14 días después éste presentó los síntomas de la misma enfermedad, de la cual murió 19 días después. Así se encontró la posibilidad para experimentar con esta enfermedad en perros, de manera segura y precisa.
En diciembre de 1880, Lannelongue comunicó a Pasteur que en el Hospital Trousseau acababan de recibir a un niño con síntomas de rabia, quien había sido mordido en la cara por un perro rabioso, un mes antes. El niño murió al día siguiente de su ingreso en el hospital. Unas horas después de la muerte, Pasteur tomó una muestra de la mucosidad que obstruía las vías respiratorias y la inyectó en unos conejos, después de haberla desleído en agua. Los conejos murieron en menos de dos días y su saliva, inoculada a otros conejos, reprodujo en ellos la rabia, o algo que parecía serlo. Pero Pasteur no creía que esta enfermedad fuera realmente la causa de esas muertes. En la sangre de esos conejos había hallado, observándola al microscopio, un microorganismo peculiar, del cual dijo, en la Academia de Medicina, y en enero siguiente, que ignoraba la relación que pudiera haber entre ese microorganismo y la rabia, e hizo notar el hecho de que los conejos inoculados con ese microbio morían en menos de 48 horas, siendo que la rabia tiene un periodo de incubación mucho más largo. Por otra parte, era de creer que en el hocico de un perro rabioso pudiera haber algo más que el solo germen de la rabia, si es que existía este germen. Más tarde se puso en claro que ese microorganismo aislado de la mucosidad del niño muerto por rabia, era el neumococo, germen que tiene la propiedad de ser altamente mortífero para los conejos. El 24 y el 25 de enero de 1881 presentó los resultados de ese estudio preliminar en la Academia de Ciencias y en la de Medicina.
De todas partes afluían pruebas de aprecio y elogios para la obra de Pasteur. Su fama se extendía ya por todo el mundo y se le consideraba como uno de los hombres de ciencia que mayor beneficio habían hecho a la humanidad. Estos sentimientos se expresaban a veces en forma particularmente impresionante, como aconteció en ocasión del Congreso Internacional de Medicina que se celebró en Londres en 1881, y al cual asistió Pasteur, invitado por el Comité Organizador respectivo y también como representante oficial de Francia. El 3 de agosto, en la sesión inaugural, cuando subía al estrado, apoyado en uno de sus discípulos, estalló una gran ovación, que Pasteur pensó qué sería porque en esos momentos entraba el Príncipe de Gales, pero su acompañante le hizo ver que era precisamente para él. Terminada esa sesión, el presidente del Congreso, Sir James Paget, lo presentó con las personalidades que allí estaban, y discretamente omitió presentarlo al Príncipe de Prusia, que estaba entre los asistentes, pero éste se adelantó a Pasteur, a quien dijo: "Permítame presentarme y decirle que entre quienes acaban de aplaudir a usted he tenido el honor de contarme". En el discurso que, en ese Congreso dijo Pasteur hizo saber que a su método de inoculación de cultivos de virulencia atenuada con el fin de inducir inmunidad, había. resuelto llamarlo "vacunación", como homenaje a Jenner, y usando como raíz la palabra "vacuna", con la que se designaba la inoculación del virus vacuno para inducir la inmunidad contra la viruela.
Otra enfermedad grave y transmisible atrajo entonces su atención. Por aquellos días llegaba a Burdeos el vapor Condé, procedente de Senegal, con enfermos de la fiebre amarilla que prevalecía en varias zonas de África. Pasteur partió inmediatamente para Burdeos, seguido por Roux, con el designio de iniciar investigaciones sobre esa grave enfermedad pestilencial, pero si fue verdad que aquel barco había perdido por la fiebre amarilla algunos de sus tripulantes durante el viaje, ya no quedaban en él sino unos pocos casos en vía de curación. Se anunció la llegada de otro barco, de la misma procedencia, pero cuando atracó se vio que no llevaba ningún caso de aquel mal.
Nuevo honor aguardaba a Pasteur por entonces. La Academia Francesa seguía una noble tradición: la de acoger en su seno a las personalidades eminentes no sólo en las letras, sino en otros campos de la cultura o notables por otros conceptos. Pasteur fue invitado a presentarse como candidato para ocupar el sillón que había quedado vacante por la muerte de Littré, el famoso médico humanista. Pasteur aceptó, se dedicó a enterarse a fondo de la obra de Littré y comenzó a preparar su discurso y hacer las visitas acostumbradas para presentarse a los académicos que participarían en su elección. Entre los miembros de la academia a quienes Pasteur debía visitar estaba el ya famoso novelista Alejandro Dumas, quien no permitió que fuera a visitarlo, sino que reclamó, como un honor, ser él quien fuera a visitar a Pasteur. Este hecho inusitado revela hasta qué punto había llegado la estimación y el respeto que Pasteur inspiraba a muchos de sus ilustres contemporáneos.
El 8 de diciembre tuvo lugar la sesión de recepción de Pasteur en la Academia Francesa. El recipiendario hizo muy amplio y comprensivo elogio de la obra de Littré, su predecesor, pero refiriéndose a su vida, Pasteur consideró oportuno notar su disidencia con las ideas filosóficas de Littré, quien fue considerado como uno de los más eminentes positivistas. Pasteur declaró su espiritualismo y atacó, con su franqueza y su vehemencia habituales, a las doctrinas de Comte y de sus seguidores. El encargado de responder a Pasteur y de darle la bienvenida fue Ernesto Renan. Intelecto finísimo, escritor insigne, de amplio criterio, Renan era estimado sobre todo por su gran sinceridad y honradez estricta, que le hicieron apartarse del cristianismo después de que hizo un estudio minucioso y profundo sobre la personalidad de Jesús.
Al honor conferido a Pasteur al llevarlo entre los "inmortales", título que por su propia cuenta ganó con creces, se sumaban otros de varia índole. En Aubervilliers se le hizo un homenaje para entregarle una medalla que la Sociedad de Agricultura de Melun había mandado grabar con su efigie, en conmemoración de sus trabajos sobre el ántrax, y en muchos países su nombre era pronunciado con admiración y con respeto; pero un homenaje más y de mayor significación había de conmover hondamente a Pasteur. La Academia de Ciencias hizo grabar, por Dubois, otra medalla con su efigie, la cual le fue entregada en su hogar, en la Escuela Normal, por una comisión presidida por Dumas, quien en breves pero muy emotivas palabras hizo de él cálido elogio.
Sin embargo, no dejaban de elevarse voces disidentes en torno a la obra de Pasteur, quien puso especial atención a una de ellas, la de Koch. En el Repertorio de los Trabajos Científicos de la Oficina Sanitaria de Alemania, Robert Koch hacía una campaña sistemática en contra de la obra de Pasteur, a quien acusaba de no saber hacer los cultivos microbianos, de no reconocer con precisión al vibrión séptico, de la carencia de valor del experimento para comunicar el carbón a las gallinas, de que era errónea su idea de que las lombrices sacaran a flor de tierra las esporas bacteridias presentes en la profundidad del suelo y de la ausencia de eficacia de la vacunación anticarbonosa. Pasteur respondió a esos ataques pidiendo que se repitieran sus experimentos ante una comisión nombrada por el gobierno alemán; esa comisión fue constituida, Virchow formaba parte de ella y Pasteur encargó a Thuillier que llevase a Alemania el material que sería presentado a la comisión. Pero le salió al paso otra mejor oportunidad, la que le ofrecía la celebración próxima del Congreso Internacional de Higiene, en Ginebra, cuyo comité organizador había apartado la sesión del 5 de septiembre para que Pasteur expusiera sus trabajos sobre la atenuación de los virus. En ella dijo, entre otras cosas, "que por clara que sea la verdad, no siempre tiene el privilegio de ser aceptada fácilmente; he encontrado en Francia y en el extranjero contradictores obstinados, y de entre ellos escogeré uno cuyo mérito personal le da derecho a nuestra atención; me refiero al doctor Koch, de Berlín". Resumió y refutó todas las críticas que se le habían hecho y terminó diciendo: "Tal vez haya en esta asamblea personas que compartan las opiniones de mis contradictores; permítanme que las invite a tomar la palabra; tendría verdadero placer en escucharlas y en responderles". Koch subió al estrado y dijo que declinaba la discusión entonces y que después respondería por escrito.
Otra enfermedad solicitó entonces la atención de Pasteur, el "mal rojo" del cerdo, que hacía graves estragos en el ganado porcino. Thuillier había encontrado, en marzo de 1882, un microorganismo en los animales que sufrían esa enfermedad. Pasteur, acompañado de su sobrino André Loir y de Thuillier, partieron para Bolene a mediados de noviembre, para estudiarla. Se enteraron de que en la región habían muerto más de 20 000 cerdos, a causa de ese mal. Rápidamente fue instalada una porqueriza, para la experimentación., en la que Pasteur trabajó con su habitual ahínco, auxiliado por sus ayudantes, y pronto pudo comunicar a la Academia de Ciencias que el "mal rojo" del cerdo es producido por un microbio especifico, cultivable fuera del cuerpo de ese animal; que tal cultivo, inoculado a animales sanos, les da rápidamente la enfermedad y les causa la muerte con los mismos caracteres que en los casos espontáneos; que en la inducción del mal no participaba el bacilo que en 1878 el doctor Klein había considerado, en Londres, como el agente causal; que los animales inoculados con cultivos atenuados del virus original adquirieron inmunidad contra el mismo, y que, a reserva de nuevas experiencias, estimaba que la aplicación de una vacuna específica podría dominar la plaga del "mal rojo" del cerdo.
Vuelto a París, siguió estudiando la rabia y al mismo tiempo contestaba las refutaciones de Koch, quien admitía ya la atenuación de los virus y aun la consideraba muy importante, pero seguía negando los buenos resultados de la vacunación anticarbonosa. Pasteur oponía a esta negación los resultados de la aplicación de su método, y terminaba: "Espero confiadamente las consecuencias que el método de la atenuación de los virus tiene reservadas para ayudar a la humanidad contra las enfermedades que la asedian".
Entretanto, la mortalidad después de las operaciones quirúrgicas había bajado del 50 al 5%, y en las maternidades, de 100 a 200 por mil, a tres o menos por mil. Huxley decía en Londres, en la Royal Society, que los descubrimientos de Pasteur podrían pagar por sí solos la deuda de guerra impuesta por Prusia a Francia, de cinco mil millones de francos. Haciéndose eco de la creciente estimación del valor de la obra de Pasteur, el Senado francés votó una ley para elevar a algo más del doble la pensión que antes había otorgado al sabio. En el informe de la comisión respectiva del Senado, Paul Bert resumió los principios de la doctrina pasteuriana diciendo que toda fermentación es producto del desarrollo de un microbio especifico; cada una de las enfermedades infecciosas estudiadas por Pasteur es producida por el desarrollo de un microbio específico en el organismo enfermo, y el microbio de una enfermedad infecciosa, cultivado en determinadas condiciones, atenúa su actividad y puede ser empleado como vacuna.
La aprobación de dicha ley fue conocida por Pasteur cuando volvió de Dole, adonde había asistido a la ceremonia en la que fue descubierta una placa conmemorativa en la casa donde nació, en homenaje ofrecido por las autoridades locales. A los discursos laudatorios que allí le dijeron, Pasteur contestó recordando a sus padres, evocando lo que hicieron para educarlo y ayudarlo y reportando a ellos el honor que entonces recibía.
Una epidemia de cólera había llegado a Egipto en aquellos días y se iba ya propagando como en otras ocasiones, aun cuando todavía no alcanzaba a Europa. Para buscar medidas científicas que oponer a esa propagación, Pasteur aconsejó el envío a Alejandría de una misión científica francesa que estudiara la enfermedad. Formaron esa misión Roux, Nocard, Strauss y Thuillier, quien aceptó tal encargo después de haber vacilado un tanto. La misión partió para Alejandría, comenzó su trabajo tan pronto como hubo llegado e hizo todo género de intentos por encontrar un germen causal. El doctor Koch había ido también desde Alemania con el mismo objeto. Desgraciadamente, cuando ya declinaba la epidemia y se veía que los estudios sobre ella tendrían que acabar, Thuillier enfermó de cólera fulminante y falleció en unas cuantas horas. El sepelio de aquel joven sabio fue una numerosa e imponente manifestación de luto, en la que participaron Koch y sus colaboradores, quienes pusieron sobre la tumba recién abierta unas coronas, de las que dijeron que eran muy modestas, "pero que estaban hechas con laurel, como las que se ofrecen a quienes alcanzan la gloria".
Proseguían los trabajos de Pasteur sobre la rabia. Tenía la esperanza de que, dada la larga incubación de la enfermedad, fuera posible aplicar con éxito a los mordidos por animal rábico algún producto que se encontrara capaz de producir inmunidad y salvar así a quienes tan grave riesgo corrían de adquirir aquel cruel e inexorable mal.
Los estudios sobre la rabia, iniciados en 1880, eran el principal tema de los trabajos de Pasteur, quien había comprobado ya que el virus rábico estaba no sólo en la saliva sino también en la sustancia de los centros nerviosos de los animales enfermos, y desde entonces hizo sus inoculaciones a los perros sanos por inyección directa del material rábico en el cerebro, a través de un orificio de trepanación, que Roux hacia con gran pericia, con lo cual lograba producir la infección con seguridad y rapidez. Había comprobado que el virus estaba también en la médula espinal y en lo sucesivo este órgano fue empleado para iniciar experimentos sobre la posibilidad de atenuar el virus. Se inoculaba a conejos y se les extraía la medula cuando habían contraído la enfermedad. La médula era suspendida en un frasco de vidrio con aire desecado, y diariamente se tomaban porciones de ella con las que nuevos animales eran inoculados. Las médulas recientes eran las más virulentas y esa propiedad se iba atenuando cada día. Los perros eran inyectados diariamente con material más y más virulento, hasta llegar al acabado de tomar de un conejo recién muerto por la rabia. Después se inoculaba a los animales así tratados con material virulento que daría seguramente la rabia a perros no tratados, sin que se produjera la enfermedad. Multiplicaba en gran escala estos experimentos, hasta lograr certeza acerca de la uniformidad de sus resultados, y prolongaba la observación de los perros vacunados para asegurarse de la persistencia de su buena salud.
Los resultados logrados por Pasteur y comunicados a las sociedades científicas indujeron al gobierno de Francia a nombrar una comisión del Ministerio de Instrucción Pública para que los examinara y rindiera un informe sobre los mismos. Dado el número considerable de perros que por entonces estaban en estudio se hizo necesario disponer de nuevos y más amplios locales para alojarlos y observar sobre todo a los que se empleaban para tratar de estimar la duración de la inmunidad que el método de Pasteur confería. Esa gran perrera fue establecida a inmediaciones de París, en Villeneuve-l'Etang, adonde Pasteur acudía diariamente para observar por sí mismo el estado de sus animales.
Pasteur suspendió momentáneamente sus observaciones para asistir al Congreso Médico Internacional, en Copenhague, y en el cual pronunció un discurso ante numeroso y selecto auditorio, dando a conocer el estado de sus trabajos sobre la rabia. Fue entusiastamente elogiado y aplaudido; los reyes de Dinamarca, haciendo a un lado el protocolo, abrazaron a Pasteur. Los profesores y los estudiantes de las universidades y los fabricantes de cerveza lo festejaron también calurosamente.
Desde Copenhague volvió a Arbois. De muchas partes le pedían que pasara ya de sus experiencias en el perro a aplicar su vacuna en el hombre, pero él vacilaba, falto de seguridad cabal sobre la efectividad y, sobre todo, la inocuidad de su método aplicado al hombre; pensaba que sería conveniente prolongar sus experimentos actuales por dos años más antes de ensayarlo en el ser humano, y creía que acaso fuera posible ensayar primero esta prueba en condenados a muerte a quienes se indultaría a cambio de prestarse a tal experimento. En mayo de 1885 todo estaba listo ya en Villeneuve-l'Etang para recibir a sesenta perros; otros tantos habían sido alojados en otros lugares.
Pero una mañana de julio de 1885, llevaron hasta Pasteur a Joseph Meister, un muchachito alsaciano, que había sido atacado y mordido gravemente por un perro rabioso unos días antes. Cuando Pasteur vio las 14 heridas del niño Meister y después de haber consultado con Grancher y con Vulpian, se resolvió a tratar aquel caso. El mismo día de su llegada, Meister recibió la inyección de una suspensión de médula de conejo inoculado 14 días antes, la menos virulenta; diariamente se repitieron esas inyecciones, cada vez con médula más y más virulenta. El chico se sentía bien, pero Pasteur sufría de ansiedad ante la responsabilidad que había asumido. Por fin, el 16 de julio fue aplicada la inyección de la médula de un día, la que invariablemente daba la rabia a los animales que con ella eran inoculados. Terminado felizmente ese tratamiento, Pasteur encargó el niño al cuidado del doctor Grancher y fue a descansar con su hija a un lugar de Borgoña. El 20 de agosto recibió una carta, de uno de sus colegas en la Academia Francesa, comunicándole que un gran número de agricultores de la Beauce, en donde había estudiado el ántrax, pensaban presentarlo como candidato al Senado. Tal oferta fue rechazada en términos muy corteses pero firmes.
Vuelto a París tuvo que enfrentarse a otro caso de grave riesgo de rabia. Un pastor, apellidado Jupille, había sido mordido por un perro rabioso al defender a seis pastorcillos que estaban siendo atacados por ese animal. Jupille protegió a los chicos, dominó al perro y lo mató, pero antes fue mordido por la bestia enferma. El tratamiento de Jupille comenzó seis días después de que éste había sido mordido. Pocos días más tarde Pasteur presentó a la Academia de Ciencias una comunicación en la que informaba del tratamiento de Meister, lo cual .dio ocasión para que Boulay y Vulpian le hicieran nuevos y cálidos elogios. Fue ésa una de las últimas sesiones a las que asistió Boulay, quien murió en la noche del 29 al 30 de noviembre.
En lo sucesivo la gente afluía al laboratorio de Pasteur, desde todas partes de Francia, solicitando ser vacunada por haber sido mordida por animal rabioso o por haber tenido contacto con alguno. Entre los que así le fueron llevados estaba una niña, Luisa Pelletier, quien fue presentada para recibir el tratamiento 37 días después de haber sido mordida. Pasteur vacilaba en tratarla, temiendo que el largo lapso transcurrido desde la mordedura hiciera inútil el tratamiento, pero no habiendo otra posibilidad de salvación resolvió aplicárselo, en forma intensa, a partir del 9 de noviembre. El 2 de diciembre la niña comenzó a presentar los síntomas de la enfermedad, de la que falleció unos cuantos días después.
Cuatro norteamericanos viajaron desde su país para someterse al tratamiento. Edouard Hervé dio 40 000 francos destinados a un fondo para la construcción de un laboratorio dedicado al tratamiento de la rabia después de mordedura. Así quedó abierta una suscripción y comenzaron a afluir los donativos. La Academia de Ciencias resolvió apoyar esa suscripción para crear una institución que llevaría el nombre de Instituto Pasteur.
En marzo del año siguiente llegaron al laboratorio de Pasteur 19 rusos, procedentes de Smolensk, que habían sido mordidos por un lobo rábico; cinco de ellos estaban tan gravemente heridos que hubo que internarlos en el Hôtel Dieu. Las estadísticas mostraban que el 92% de los mordidos por lobo rábico morían. El tratamiento de estos rusos comenzó 15 días después del de sus mordeduras; se les inoculaba dos veces al día, aplicándoles así un tratamiento intenso. Tres de ellos murieron durante ese tratamiento. El 12 de agosto Pasteur declaró ante la Academia de Ciencias que los demás iban bien. El Zar envió a Pasteur la Gran Cruz de Brillantes de Santa Ana y 100 000 francos para la suscripción del Instituto Pasteur.
En abril del mismo año el gobierno británico encargó a una comisión especial que estudiara los trabajos de Pasteur sobre la rabia, antes de decidir acerca de la aplicación de su método de tratamiento en la Gran Bretaña. Todos los estudios de Pasteur sobre esa cuestión fueron minuciosamente revisados; los integrantes de esa comisión llevaron de París material para experimentar en Londres y hacer el estudio lo más amplio y preciso posible. Poco después se organizó, a iniciativa de Gaston Tissandier, el editor de La Nature un festival de beneficencia para el Instituto Pasteur, que se efectuó en el palacio del Trocadero y en el que participaron los artistas franceses de mayor renombre que entonces estaban en París, así como otros extranjeros, entre éstos un cuerpo de ballet ruso. En el banquete que siguió a ese festival, al dar Pasteur las gracias a los participantes y a los asistentes, dijo: "Es difícil describir lo que hoy he sentido. ¿Me atreveré a confesar que a casi todos os he escuchado hoy por primera vez? No creo haber pasado en mi vida siquiera diez veladas en el teatro, pero ahora ya no tengo que lamentarlo puesto que en un corto lapso me habéis dado, como en una síntesis exquisita, los sentimientos que tantos otros tardan varios meses y aun varios años en reunir".
Seguían llegando contribuciones para el Instituto Pasteur, entre ellas una de 23 000 francos que enviaba Alsacia y en la que participaba Joseph Meister. Pasteur tenía cada día más quehaceres de varias clases. Se le había nombrado en la Academia de Ciencias en el puesto más elevado en esa corporación, el de Secretario General. Presidía la Sociedad de Socorro de los Amigos de las Ciencias y ayudaba también a otras instituciones de beneficencia. Recibía consultas de varios industriales, entre ellos la que le hicieron los productores de leche sobre el mejor medio para conservar ese alimento. Asistía diariamente al local en la calle de Vauquelin en donde eran tratados los mordidos por animal rábico. Preparaba personal para que se encargara de los laboratorios antirrábicos que se establecían ya en muchas partes del mundo, entre ellos el que fue creado en México y para el que entregó personalmente al doctor don Eduardo Liceaga unas médulas de conejo rábico, que recibió en el Instituto Pasteur el 20 de enero de 1888 y de las cuales fueron preparadas las que sirvieron para hacer la primera inoculación antirrábica en nuestro país, el 18 de abril del mismo año. Con tanto trabajo era natural que se resintiera de fatiga y que sufriera su salud. Sus médicos le encontraron signos reveladores de necesidad urgente de reposo y le ordenaron que buscara éste en algún lugar del sur de su país.
Entretanto, en París los adversarios de Pasteur estaban activos, al acecho de cualquier oportunidad para renovar sus ataques. El caso de rabia que terminó con la muerte, después de la aplicación del tratamiento de Pasteur, fue aprovechado por Peter para declarar ineficaz ese método, y además peligroso. El 4 de enero de 1887 Peter presentó su nota en la Academia de Medicina; había acumulado toda la información que fuera adversa a Pasteur; el caso de Luisa Pelletier y el de los rusos que murieron a pesar de la vacuna fueron traídos a cuento. Acusaba a Pasteur y a sus colaboradores de falsear los datos publicados con el fin de presentar estadísticas favorables. Vulpian, Grancher y Brouardel salieron a la defensa de Pasteur y desbarataron las objeciones de Peter, pero éste buscaba con raro empeño y por todos los medios posibles desacreditar el método de Pasteur, y su actuación estimulaba la de otras personas que directamente o por cartas anónimas lo atacaban con saña. Sin embargo, la Academia estaba casi en su totalidad de parte del sabio, quien no podía defenderse personalmente, desde su lejano retiro, de los ataques que le hacían.
En febrero de 1888 unos intensos temblores sacudieron una zona entre Niza y Bordighera. Pasteur se trasladó con su familia a Marsella y de allí siguió a Arbois, donde permaneció por unas semanas y finalmente volvió a París. A principios de julio recibió un informe de la comisión británica que había estudiado sus trabajos sobre la profilaxis de la rabia. Todos sus resultados habían sido rigurosamente confirmados a través de 14 meses de trabajo minucioso que había comprendido la investigación directa de cada uno de los casos de 90 personas residentes en una región de Francia. No obstante, en la academia sus enemigos reiteraban sus ataques, que encontraban nuevos y valiosos oponentes, como Villemin y Charcot. Éste terminó su intención definitiva afirmando que "el inventor de la vacunación antirrábica bien puede, ahora, más que nunca, marchar con la cabeza muy en alto, y seguir el cumplimiento de su gloriosa tarea, sin apartarse un instante de su senda por los clamores de la contradicción sistemática o por los murmullos insidiosos de sus denigradores". Como para ratificarle su apoyo, la Academia de Ciencias pidió a Pasteur que aceptara ser su Secretario Perpetuo, con lo que le confirió el más alto honor que le era posible ofrecerle. Pasteur desempeñó este por muy corto tiempo; el día 23 de octubre, por la mañana, tuvo un ataque que lo privó del habla y que por fortuna pasó pronto sin dejar huella perceptible. Pero unos días después se repitió ese ataque y aunque pudo recobrar otra vez la voz, ésta no tuvo ya nunca su fuerza anterior. En enero de 1889 presentó su dimisión como secretario de la academia.
En octubre de ese año había terminado ya casi completamente la construcción del Instituto Pasteur. El Presidente de la República Francesa, Sadi Carnot, aceptó la invitación para inaugurar ese establecimiento. El 14 de noviembre, en solemne ceremonia efectuada en el local de la biblioteca del Instituto, el presidente de su patronato, Joseph Bertrand, rememoraba en notable discurso a Biot, Dumas, Senarmont, Balard y Claude Bernard, que tanto influyeron en el desarrollo de la personalidad de Pasteur. Grancher recordó la intervención decidida de Vulpian, Vemeuil, Charcot, Brouárdel, Chauveau y Villemin en defensa de Pasteur y presentó un resumen de los resultados del tratamiento pasteuriano obtenidos hasta entonces.
Pasteur, demasiado emocionado para poder leer su discurso, encomendó a su hijo esta misión. En él decía su dolor de entrar en el Instituto "vencido por el tiempo" y la pena de no ver a su lado a sus maestros ni a sus compañeros de lucha que tan valioso apoyo fueron para él contra la ignorancia, la envidia y la mala fe; y como si dictara su testamento decía a sus colaboradores y discípulos: "Conservad siempre ese entusiasmo que habéis tenido desde la primera hora, pero dadle siempre por compañera inseparable la crítica más severa. Nunca afirméis nada que no pueda ser demostrado de manera sencilla y decisiva. Tened el culto del espíritu crítico, que reducido a sí mismo ni despierta ideas ni estimula grandes cosas, pero sin el cual todo es caduco. Él siempre tiene la última palabra". Más adelante volvía a decir lo que muchas veces antes había repetido como un ritornelo: "Si la ciencia no tiene patria, el hombre de ciencia si tiene la suya y ella ha de referir la influencia que sus trabajos puedan tener para la humanidad".
El día 5 de enero asistió a la inauguración de la nueva Sorbona. En esa ocasión los estudiantes solicitaron visitarlo para hacerle así un homenaje. Los recibió en la escalinata del Instituto Pasteur y les agradeció que hubieran querido celebrarle su cincuentenario de estudiante. En octubre fue, a pesar del mal estado de su salud, hasta Ales, para asistir a la inauguración de la estatua erigida allí a Dumas. Desde el pie de ese monumento habló para recordar una vez más a su maestro y benefactor. Vuelto a París, iba todos los días al servicio de la rabia, en el Instituto, presenciaba la aplicación y la preparación de las vacunas, alentaba a sus colaboradores y decía palabras de consuelo a los pacientes.
Desde mayo de 1892 se había formado ya, en Dinamarca, Suecia y Noruega, un comité para festejar el septuagésimo aniversario del nacimiento de Pasteur. En Francia se había preparado, para esa ocasión, una nueva medalla grabada por Roty. En la mañana del 27 de septiembre del mismo año tuvo lugar la solemne ceremonia. En el anfiteatro mayor de la Sorbona estaban reunidos delegados de todas las academias de Francia y de otras sociedades científicas del mismo país y del extranjero; de las facultades y de las escuelas superiores, alumnos de los liceos, representantes diplomáticos de muchos países y el "todo París" intelectual. A las 10:30 entró Pasteur, del brazo del presidente Sadi Carnot y subieron al estrado en donde el presidente del Senado y el de la Cámara de los Diputados, delegados de las cinco academias del Instituto, embajadores y ministros ocupaban ya sus lugares. El ministro de Instrucción Pública, Charles Dupay, pronunció el discurso oficial de homenaje. De su pieza oratoria, justa y brillante, es esta frase: "¿Quién podría decir ahora todo lo que la vida humana os debe ya y lo que os deberá en el transcurso de los tiempos?" Joseph Bertrand dijo otro bello discurso que terminaba afirmando: "Sois no sólo un grande e ilustre sabio; sois un grande hombre". Entre los muchos que hablaron en esa ocasión, Lister presentó el homenaje de su país. Toda una larga serie de homenajes, que parecía interminable, se sucedía. El último discurso fue el de quien representaba a los estudiantes, y dijo:"Habéis sido muy grande y muy bondadoso; habéis dado a los estudiantes bellas lecciones y un hermoso ejemplo".
El 1º de noviembre de 1894, cuando se disponía a salir de su departamento para ir, como todos los días, a ver a sus nietos, Pasteur tuvo una violenta crisis de uremia; durante cuatro horas estuvo sin conocimiento; mejoró un tanto por la noche y desde entonces, hasta el 25 de diciembre, sus colaboradores se turnaban para velarlo, acompañando a la esposa y a los hijos del maestro. Los doctores Chantemesse, Gilles, Cuyon y Grancher lo atendían. Llevado por Metchnikoff lo visitó Dieulafoy. Hacia el comienzo del año siguiente comenzó a hacerse sentir clara mejoría. A fines de abril el ilustre paciente aceptó recibir a los ex normalistas que festejaban el centenario de su plantel y quisieron visitar a su distinguido compañero de escuela, después de que colocaron una placa conmemorativa en el pequeño laboratorio de la calle de Ulm. Uno por uno desfilaron ante él, quien, sentado en un sillón cerca de la chimenea, tuvo para todos una palabra amable o una sonrisa. En el laboratorio principal del Instituto el doctor Roux había hecho disponer los matraces que habían servido en los estudios sobre las generaciones espontáneas, una serie de tubos con muestras de vinos y de cervezas, varios cultivos y preparaciones microscópicas con todos los microbios descubiertos por Pasteur y sus colaboradores, incluyendo ya los de la difteria y de la peste. Al mediodía Pasteur hizo que lo llevaran al laboratorio, en donde Roux le mostró el microbio de la peste. Débil y enfermo del cuerpo, el sabio conservaba su lucidez y sus antiguos entusiasmos. Por entonces la Academia de Ciencias de Berlín preparaba una lista de hombres de ciencia extranjeros para proponer que se les otorgara la condecoración de la Orden del Mérito de Prusia. Discretamente se ofreció a Pasteur incluirlo en la lista, pues se recordaba la devolución que años antes había hecho de su diploma de doctor honoris causa de la Universidad de Bonn. Pasteur manifestó cortésmente que apreciaba en mucho el honor que se le ofrecía y que agradecía la gestión del intermediario, pero declaró que no aceptaría esa condecoración.
Pasteur seguía débil, pero nunca se quejaba y ni siquiera hablaba de sí mismo. Debajo de unos castaños, a la entrada del Instituto Pasteur, habían instalado un toldo a cuya sombra pasaba unas horas por las tardes, a veces conversaba con viejos amigos y siempre decía una palabra de aliento a quienes trabajaban en el Instituto. Muy a menudo preguntaba "¿Qué hace usted?", y siempre añadía "¡Hay que trabajar!"
El 13 de julio de 1895 salió por última vez del Instituto y subió en un coche que lo llevó a Villeneuve-l'Etang, para veranear allí y procurar el mejoramiento de su salud. En ese parque se habían instalado entonces las caballerizas para la preparación de la antitoxina diftérica. Desde su habitación, o a veces frente a los prados, a la sombra de un grupo de hayas bronceadas, escuchaba la lectura que le hacían su esposa o su hija. A cada día que pasaba disminuían sus fuerzas. La vista de sus nietecillos lograba todavía iluminar su rostro con una sonrisa. En la última semana de septiembre ya no tuvo fuerzas para levantarse del lecho.
El día 27 de ese mes, cuando le ofrecían una taza de té, dijo: "No puedo más". Se quedó como dormido, pero pronto su respiración no fue ya la de quien duerme sino la del que agoniza. Durante 24 horas permaneció inmóvil e inconsciente. A las cuatro y cuarenta minutos de la tarde del día 28, tranquilamente expiró.
2006-10-04 11:03:22
·
answer #3
·
answered by mmm 7
·
2⤊
0⤋