Evidentemente en cuestiones de ortodoxia quien regula es el jefe, en este caso en teoría es la silla de San Pedro,el papado, pero como en todo y antes que se dieran la infinitud de sismas que ha tenido el cristianismo esta cuestión fue muy debatida.
La primera referencia documental conservada sobre esta cuestión es el canon 33 del Concilio de Elvira (aprox. año 305): “Se ha decidido por completo la siguiente prohibición a los obispos, presbíteros y diáconos o a todos los clérigos puestos en ministerio: que se abstengan de sus mujeres y no engendren hijos; y quienquiera lo hiciere, sea apartado del honor de la clerecía”. A ello se añaden dos decretales del Papa Siricio y las decisiones del II Concilio de Cartago (390). Todos los textos atestiguan claramente lo que podría llamarse una disciplina de la continencia (o castidad) perfecta, exigida a obispos, presbíteros y diáconos, de los que se da por supuesto que se trata, en general, de hombres casados.
No parece existir fundamento histórico para argumentar que el Concilio de Elvira ha querido introducir una novedad en la vida del clero. Ello no se deduce sin más de la ausencia de documentación anterior, que podría haberse perdido o haber sido destruida en las persecuciones; pero, sobre todo, no parece posible introducir como novedad una exigencia semejante, de tan grandes consecuencias para la vida de la Iglesia y del clero, sin motivarla mínimamente y sin que conste la menor oposición en nombre de lo que tendría que haber sido la tradición anterior. No existe tampoco base histórica documentada para argumentar la existencia de tales disposiciones tradicionales anteriores y diferentes con respecto al uso del matrimonio por el clero. El Concilio de Elvira parece imponer, más bien, medidas disciplinares en una cuestión generalmente conocida, pero no siempre respetada.
Por otra parte, hay que señalar que las intervenciones papales y conciliares señaladas coinciden en presentar esta exigencia de continencia perfecta como de tradición apostólica y como presente en la Iglesia desde el inicio. El testimonio de diferentes Padres de la Iglesia de esta época parecen confirmar que esta forma de vida en castidad plena de obispos, presbíteros y diáconos, viviendo tras la ordenación con sus esposas como con hermanas, era común a Oriente y a Occidente.
Las diferencias en la cuestión de la continencia sacerdotal crecerán en medio de las dificultades que presentaba llevarla a la práctica, influyendo incluso otras circunstancias de la historia de la Iglesia. En concreto, en línea con la regulación del Corpus justinianeo (534), la decisión disciplinar del Concilio Quinisexto (692), no reconocida por la Sede romana, canoniza unas limitaciones de la exigencia de castidad en el uso del matrimonio por presbíteros y diáconos (a diferencia del caso de los obispos: canon 12), pidiendo sólo una continencia temporal, cuando se aproximen al altar y entren en contacto con las cosas sagradas (canon 13). El Concilio trullano quiere apoyarse para esto en el ya citado II Concilio de Cartago, aunque, en realidad, modifica su enseñanza. El debate continua y se menciona en el Concilio de Trento (cf. Denz, -S., 1.8 10), recogida por el Papa Pío XII en la encíclica Sacra virginilas por su valor magisterial (cf. AAS 46 [19541 174). Eso no equivale a arrojar una sombra sobre el estado matrimonial. Por el contrario, conviene tener presente lo que afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: «Estas dos realidades, el sacramento del matrimonio y la virginidad por el reino de Dios, vienen del Señor mismo, Es él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vívirlos conforme a su voluntad. La estima de la virginidad por el reino y el sentido cristiano del matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente».
No es preciso entrar aquí a valorar el significado de las diferentes evoluciones históricas. Basta constatar que esta normativa canónica será determinante para la Iglesia de tradición oriental, mientras que la latina seguirá un camino de defensa de la continencia plena tras la ordenación, que, a través de los avatares de la historia, acabará expresándose en la legislación del segundo milenio sobre el celibato sacerdotal. Pues con ello puede entreverse ya la línea histórica que llega desde los orígenes apostólicos a la actual disciplina del celibato.
Hay quien parece pensar que los fundamentos se encuentran en le nuevo testamento. La enseñanza de la Iglesia tenía desde el inicio un fundamento neotestamentario, como puede verse en la argumentación del papa Siricio, respondiendo precisamente a quienes se apoyaban en el ejemplo del sacerdocio levítico para defender el uso del matrimonio después de la ordenación: “… el Señor Jesús … protesta en su Evangelio que vino a cumplir la ley, no a destruirla (Mt 5,17). Y por eso quiso que la forma de castidad de la Iglesia, de la que Él es esposo, irradiara con esplendor … Todos los levitas y sacerdotes estamos obligados por la indisoluble ley de estas sanciones, es decir que desde el día de nuestra ordenación consagramos nuestros corazones y cuerpos a la sobriedad y la castidad, para agradar en todo a nuestro Dios en los sacrificios que diariamente le ofrecemos.”
La continencia perfecta es referida claramente a la figura de Jesucristo, que lleva a plenitud la Ley y también el sacerdocio, e inaugura la forma de vida de la perfecta castidad10: “hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los cielos” (Mt 19,12)11. Los textos solían referirse también, en segundo lugar, a los Doce mismos, que han dado ejemplo del verdadero seguimiento, dejándolo todo –casas, hermanos, hermanas, padres, madres, hijos o hacienda– en nombre de Jesús12. En las enseñanzas paulinas se descubría luego la realización de esta forma de vida apostólica: también Pablo sigue a Cristo célibe, “libre de preocupaciones” con respecto a las cosas del mundo y entregado de todo corazón al Señor (1 Co 7,32-34). Su testimonio sobre los demás apóstoles, que llevan consigo una “mujer hermana” (1 Co 9,5), nunca fue comprendido en referencia a una presunta vida matrimonial. Al contrario, el ejemplo de Pablo muestra cómo el ministerio apostólico vive un amor celoso por la Iglesia, para presentarla como “casta virgen” a Cristo (2 Co 11,2; Ef 5,25-32). La enseñanza de las pastorales era comprendida en el mismo sentido: Pablo pide que los candidatos al episcopado, presbiterado o diaconado sean “unius uxoris vir”13, para indicar que habían de ser personas capaces de guardar la continencia, cosa que no se podía esperar en otros casos.
Por último en el Concilio Vaticano II (1962-1965) se ratificó la castidad consagrada y el celibato voluntario. Si quieres leer que argumentos dieron checa los links que te mando.
2006-09-26 02:58:55
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answer #1
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answered by Anonymous
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La historia del celibato sacerdotal católico es bastante sinuosa y ambigua, por cierto: en el siglo VII en Francia, los documentos demuestran que la mayorÃa de los sacerdotes eran hombres casados y en el siglo VIII San Bonifacio informa al Papa que en Alemania casi ningún obispo o sacerdote es célibe. En 836, el Concilio de Aix-la-Chapelle admite abiertamente que en los conventos y monasterios se han realizado abortos e infanticidio para encubrir las actividades de clérigos que no practican el celibato. San Ulrico, un santo obispo, argumenta que basándose en el sentido común y la escritura, la única manera de purificar a la Iglesia de los peores excesos del celibato es permitir a los sacerdotes que se casen. Pero en 1074 el papa Gregorio VII dice que toda persona que desea ser ordenada debe hacer primero un voto de celibato: “Los sacerdotes deben primero escapar de las garras de sus esposas”; en 1095: El papa Urbano II hace vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y sus hijos son abandonados y finalmente, en 1123, el Concilio de Letrán decreta que los matrimonios clericales no son válidos e impone la exigencia del celibato para el sacerdocio.
2006-09-26 10:43:05
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answer #2
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answered by fandango 4
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El celibato obligatorio en los sacerdotes católicos del rito romano es una tradición muy antigua. San Pablo comenzó a hacer esta recomendación en sus viajes de evangelización (checate Primera Epístola a los Corintios, capítulo 7): "En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer[...]. Lo que os digo es una concesión, no un mandato. Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra. No obstante, digo a los célibes y a las viudas: Bien les está quedarse como yo."
Para ser sincero, yo que soy casado, considero que la preocupación por ganarse el pan para la esposa y los hijos, para educarlos y guiarlos, nos impide tener una vida de fe rica y dedicada a la guía espiritual de los fieles. Por eso creo que es sano el celibato en los sacerdotes, así no hay presiones de dinero ni distracciones para un buen apostolado. Claro, no todos los sacerdotes saben aprovechar esta gracia (porque sin la ayuda de Dios una vida célibe puede ser un infierno) y son mediocres y nunca se preocupan por los necesitados. Otros ni hablar, ni el celibato aguantan... pero Dios juzgará a cada uno por sus obras, a nosotros no nos toca hacer eso.
2006-09-26 09:40:58
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answer #3
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answered by S C F 3
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