Soy el espíritu de un lord inglés. No te diré el nombre, porque puede afectar mi reputación. Viví de 1818 a 1857. Ahora floto a través del éter, grácil y liviano como una hoja de papel ardiendo. ¿Quieres saber cómo me convertí en lo que ahora soy, luego de pasearme por la vida revestido de gruesas carnes? Pues bien...
Corría el año de 1857. Conocí a Su Majestad la Reina Victoria en un baile de máscaras que ofreció Lord Chichester-Crome, un viejo amigo común. Era la más torpe criatura que jamás pisó las alfombras de Buckingham Palace. Se puso borracha con sólo oler el whisky que un necio irlandés, Sir Tobias O´Darngood, hizo circular de contrabando entre los invitados. Sir Tobias era amante de Lord Chichester-Crome. Fornicaban a escondidas, con gran estruendo de maderas maltratadas, en un cofre o armario. Yo tenía celos de él. Oh, ¡por las barbas de Arthur Pendragon y todos sus caballeros zodiacales! Hice cuanto pude para llevar a O´Darngood al patíbulo, pero la Cámara de los Lores me hizo desistir: ¡ya no había patíbulo en Inglaterra, mi estimada! Sólo restaba enviarlo a las colonias, cargado de cadenas... Y yo deseaba, más que nada, vengar mi orgullo de amante segundón. Sí, porque yo también había sucumbido a los encantos de Chichester-Crome, ¡y no quería compartirlo con nadie!
Así que, en contubernio con algunos de mis compañeros del Trinity College, luego de una noche de juerga, planeamos un atentado contra la carroza real. Pensábamos dejar pistas falsas que condujeran a los sabuesos de Scotland Yard hasta un culpable artificial: ¡Sir Tobias O´Darngood!
Salimos de "The Boar´s Head", cargados de cerveza, llevando varios kilos de pólvora en un barrilito. Cuando estábamos a algunos pasos del sitio donde solía pasar el carruaje de la reina (sus chambelanes la sacaban a dar una vuelta por la ciudad para que hiciera sus necesidades donde le viniera en gana), a casi media hora de su aparición, Toby Quandarbyrne, un ex amante de este servidor y acérrimo enemigo del irlandés, gritó: "¡Oh, querido! Creo que un barrilito no será suficiente para volar a esa vieja bruja! Vamos a conseguir más pólvora." Esto representó un dilema: ¿dónde diablos encontrarla, a esas horas demenciales de la noche?
En ese momento saltó John Tiberius Arlington, que había sido oficial de caballería en la India. "Conozco a uno de los custodios del Real Polvorín", dijo; "le he ganado mucho dinero a las cartas; todavía me debe lo suficiente como para obligarlo a que nos permita sustraer más pólvora". "¡Al Real Polvorín, entonces!", grité yo, dando un golpe en el occipucio a mi cochero, que hizo restallar el látigo y nos condujo, con gran revuelo de cascos, al Real Polvorín de Londres: un edificio bajito, oscuro, ubicado a una prudente distancia del resto de la ciudad.
¡Ah! Había niebla por todas partes; las sombras cerraban filas contra la humanidad. Arlington llamó a la puerta del edificio. Alguien respondió e hizo una pregunta. Arlington murmuró algo que a mí me pareció una contraseña, pero que resultó ser un mensaje del tenor de: "¡Abre la puerta, imbécil, o te subiré los intereses!". Me extrañó no ver luces por ninguna parte, de gas o velas. Todos parecíamos murciélagos perdidos en el útero de un volcán subterráneo. Con paso rígido y un tanto inseguro, el guardia nos condujo hasta una sala cuya puerta abrió con sigilo. "De acuerdo, caballeros", dijo; "¡roben todo lo que quieran! Yo no he visto nada. De todas formas, ¡no podría!" Sólo entonces comprendí que era ciego. ¡Ah, con razón esa ausencia de luminarias! Arlington jugaba con él valiéndose de naipes Braille. Claro: Arlington no era ciego; ergo, hacía trampa de las formas más vergonzantes. Entramos a la sala; nos recibió el tufo acre de la pólvora almacenada.
Tanteando en la negrura, Toby Quandarbyrne derribó una pila de carabinas. El ciego nos gritó, a través de la puerta: "¡Caballeros, por favor!". "Maldición", gruñí: "¿cómo quieres que dejemos todo en su lugar, si es imposible ver algo en esta condenada tiniebla?".
Fue entonces cuando encendí el fósforo.
Bueno, querida: ya no tengo más que contarte. Te puedes imaginar el resto. Por cierto: la vieja murió en su cama, años después. Chichester-Crome se ahogó en Brighton. A Sir Tobias se lo llevó la cirrosis hepática, ya en los días de su vejez. Todavía no me he topado con su espíritu en este largo, tenebroso, enigmático túnel de éter donde todos avanzamos a tropezones hacia quién sabe qué destino final. Además, si llegara a encontrarlo... ¿de qué serviría? No soy un espectro vengativo. Ya aprendí la lección. Y te aseguro que, en caso de reencarnar, no volvería a tocar un fósforo. Nunca.
Perdona... Te dejo. Allá veo una luz... ¿Pero de color rojo? ¿COMO EL DE LAS LLAMAS DANZANTES?
2006-09-26 04:32:18
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answer #1
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answered by The Evil Barber 5
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Vos lo preguntaste:
en el abismo
hallé la palabra
justa espíritu /
¿seré?
mora /y no eres vos
en la caverna / honda
mora en el oscuro
fragor de la / batalla
cotidiana
mora solitario / intempestivo
procaz / esquivo
se hace dulce
(si puede) / amargo hasta
el delito
espíritu
de danzas / no danzadas
de fuegos / de diluvios
de palabras / por decir
lejano de distancias
Ahora te arreglas con el espíritu, Mora. Un abrazo
2006-09-27 08:55:31
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answer #2
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answered by soy de acá nomás, che 5
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Muy osada tu pregunta Mora, O crees acaso que tu mente es cuerpo?
Mas vivo que el espiritu !Ninguno!
Y pides por cierto lo que ya se ha dado. Ignoras acaso que tu misma eres espiritu, demonio y vivo cuerpo?.
No tientes al destino. Te recuerdo; que el universo dispuesto esta, basta pedirlo.
Y tu has pedido ya . Y que asi sea. Un espiritual saludo para ti , Ah! y suerte.
2006-09-26 01:47:04
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answer #3
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answered by Ru-Fra 3
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