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¿Por que te gusto? ¿Quien es el autor?

2006-09-18 12:15:10 · 13 respuestas · pregunta de yo soy yo 6 en Arte y humanidades Libros y autores

13 respuestas

Una chica muy fea, escrito por Fray Rodriguez criado, es mas aqui esta el link para que lo leas a mi me gusto por que yo en particular no me considero bonita y es una linda historia.

http://www.letrasperdidas.galeon.com/n_franrodriguez02.htm

Cuando la leas sabras por que me gusta, bueno no es el favorito pero si de los predilectos.

2006-09-18 12:23:37 · answer #1 · answered by ☆ Doris ☆ 5 · 1 1

se llama El Dinosaurio, por que es el mas corto de la historia y es de Augusto Monterroso

El Dinosaurio

Y cuando despertó, el dinosaurio seguía allí

2006-09-18 12:26:41 · answer #2 · answered by Anonymous · 1 0

A LA DERIVA,de Horacio Quiroga.

2006-09-18 15:33:23 · answer #3 · answered by Anonymous · 0 0

"habia una vez, truz"
ni idea quien lo hizo
mi viejo siempre me jode

XD

2006-09-18 14:06:13 · answer #4 · answered by .Ojos Negros. 2 · 0 0

Te recomiendo "el pozo" de Juan Carlos Onetti... no te cuento por qué me gustó; a cada cual le va a gustar según sus sentimientos en el momento de la vida que lo lea.

Un beso y leelo !!

2006-09-18 14:03:54 · answer #5 · answered by Lady Onogoro 6 · 0 0

"Y cuando despertó, el dinosaurio aún estaba allí".

¿No es maravilloso, querida amiga? Tiene introducción, nudo y desenlace. Su autor es Augusto Monterroso, un escritor guatemalteco, que ha descollado en el género que te interesa,

2006-09-18 13:55:43 · answer #6 · answered by guiasterion 1 · 0 0

"En una colina había una cabaña donde vivía el último ser humano sobre la tierra. De pronto, tocan a la puerta."

Me gustó por lo breve y lo inquietante del final.

2006-09-18 13:01:13 · answer #7 · answered by Parrita 5 · 1 1

Un muchacho se gradúa de médico y el padre le regala un auto.
Para estrenarlo se va solo a recorrer el norte del país. Llega a un pueblito y va a la estación de servicio a cargar combustible. La estación estaba vacía.
Toca bocina y aparece un muchachito que le informa: Señor no lo va a atender nadie, se murió la hija del patrón y están todos en el velorio.
El muchacho piensa, que cabrones y ahora ¿que hago???
Decide irse al velorio. Se acerca al cajón y ve algo raro. Llama al padre de la muerta y le dice: Oiga, yo soy medico y esta mujer no está muerta, está en estado catatónico.
¿Tiene novio la chica??
-Si, dice el padre.
Entonces el doctor dice: "Bueno, que lleven el cuerpo a una habitación y el novio que le haga el
amor".

- ¿En serio doctor???
- Si, llévenla a la habitación y que el novio le de parejo.
El novio se lleva a la semi muerta, le hace el amor durante una noche y la joven resucita. La chica volvió en sí muy animada.
Todos festejan, le llenan el tanque de gasolina al auto del doctor y este sigue su viaje.

Después de varios días, el médico decide regresar al pueblo a ver como estaba la chica, a saludar a la simpática gente y cargar gasolina.
Va a la estación de servicio y toca bocina, y aparece el mismo muchachito:
- Doctor, menos mal que volvió, hace una semana se murió Don Zoilo, ya se lo cogió medio pueblo y todavía no lo pueden resucitar.

2006-09-18 12:24:49 · answer #8 · answered by ozzy 6 · 1 1

UNA REPUTACION

La cortesía no es mi fuerte. En los autobuses suelo disimular esta carencia con la lectura o el abatimiento. Pero hoy me levanté de mi asiento automáticamente, ante una mujer que estaba de pie, con un vago aspecto de ángel anunciador.

La dama beneficiada por ese rasgo involuntario lo agradeció con palabras tan efusivas, que atrajeron la atención de dos o tres pasajeros. Poco después se desocupó el asiento inmediato, y al ofrecérmelo con leve y significativo ademán, el ángel tuvo un hermoso gesto de alivio. Me senté allí con la esperanza de que viajaríamos sin desazón alguna.

Pero ese día me estaba destinado, misteriosamente. Subió al autobús otra mujer, sin alas aparentes. Una buena ocasión se presentaba para poner las cosas en su sitio; pero no fue aprovechada por mí. Naturalmente, yo podía permanecer sentado, destruyendo así el germen de una falsa reputación. Sin embargo, débil y sintiéndome ya comprometido con mi compañera, me apresuré a levantarme, ofreciendo con reverencia el asiento a la recién llegada. Tal parece que nadie le había hecho en toda su vida un homenaje parecido: llevó las cosas al extremo con sus turbadas palabras de reconocimiento.

Esta vez no fueron ya dos ni tres las personas que aprobaron sonrientes mi cortesía. Por lo menos la mitad del pasaje puso los ojos en mí, como diciendo: "He aquí un caballero." Tuve la idea de abandonar el vehículo, pero la deseché inmediatamente, sometiéndome con honradez a la situación, alimentando la esperanza de que las cosas se detuvieran allí.

Dos calles adelante bajó un pasajero. Desde el otro extremo del autobús, una señora me designó para ocupar el asiento vacío. Lo hizo sólo con una mirada, pero tan imperiosa, que detuvo el ademán de un individuo que se me adelantaba; y tan suave, que yo atravesé el camino con paso vacilante para ocupar en aquel asiento un sitio de honor. Algunos viajeros masculinos que iban de pie sonrieron con desprecio. Yo adiviné su envidia, sus celos, su resentimiento, y me sentí un poco angustiado. Las señoras, en cambio, parecían protegerme con su efusiva aprobación silenciosa.

Una nueva prueba, mucho más importante que las anteriores, me aguardaba en la esquina siguiente: subió al camión una señora con dos niños pequeños. Un angelito en brazos y otro que apenas caminaba. Obedeciendo la orden unánime, me levanté inmediatamente y fui al encuentro de aquel grupo conmovedor. La señora venía complicada con dos o tres paquetes; tuvo que correr media cuadra por lo menos, y no lograba abrir su gran bolso de mano. La ayudé eficazmente en todo lo posible, la desembaracé de nenes y envoltorios, gestioné con el chofer la exención de pago para los niños, y la señora quedó instalada finalmente en mi asiento, que la custodia femenina había conservado libre de intrusos. Guardé la manita del niño mayor entre las mías.

Mis compromisos para con el pasaje habían aumentado de manera decisiva. Todos esperaban de mi cualquier cosa. Yo personificaba en aquellos momentos los ideales femeninos de caballerosidad y de protección a los débiles. La responsabilidad oprimía mi cuerpo como una coraza agobiante, y yo echaba de menos una buena tizona en el costado. Porque no dejaban de ocurrírseme cosas graves. Por ejemplo, si un pasajero se propasaba con alguna dama, cosa nada rara en los autobuses, yo debía amonestar al agresor y aun entrar en combate con él. En todo caso, las señoras parecían completamente seguras de mis reacciones de Bayardo. Me sentí al borde del drama.

En esto llegamos a la esquina en que debía bajarme. Divisé mi casa como una tierra prometida. Pero no descendí. Incapaz de moverme, la arrancada del autobús me dio una idea de lo que debe ser una aventura trasatlántica. Pude recobrarme rápidamente; yo no podía desertar así como así, defraudando a las que en mí habían depositado su seguridad, confiándome un puesto de mando. Además, debo confesar que me sentí cohibido ante la idea de que mi descenso pusiera en libertad impulsos hasta entonces contenidos. Si por un lado yo tenia asegurada la mayoría femenina, no estaba muy tranquilo acerca de mi reputación entre los hombres. Al bajarme, bien podría estallar a mis espaldas la ovación o la rechifla. Y no quise correr tal riesgo. ¿Y si aprovechando mi ausencia un resentido daba rienda suelta a su bajeza? Decidí quedarme y bajar el último, en la terminal, hasta que todos estuvieran a salvo.

Las señoras fueron bajando una a una en sus esquinas respectivas, con toda felicidad. El chofer ¡santo Dios! acercaba el vehículo junto a la acera, lo detenía completamente y esperaba a que las damas pusieran sus dos pies en tierra firme. En el último momento, vi en cada rostro un gesto de simpatía, algo así como el esbozo de una despedida cariñosa. La señora de los niños bajó finalmente, auxiliada por mí, no sin regalarme un par de besos infantiles que todavía gravitan en mi corazón, como un remordimiento.

Descendí en una esquina desolada, casi montaraz, sin pompa ni ceremonia. En mi espíritu había grandes reservas de heroísmo sin empleo, mientras el autobús se alejaba vacío de aquella asamblea dispersa y fortuita que consagró mi reputación de caballero.

2006-09-18 12:24:12 · answer #9 · answered by Leonardo E 5 · 1 1

Había un gato, con los pies de trapo y los ojos al revés ¿quieres que te lo cuente otra vez?

2006-09-18 12:22:53 · answer #10 · answered by Anonymous · 1 1

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