CUMANÃ.- Una trocha sinuosa y agreste, por donde sólo pasan hombres, bestias y vehÃculos rústicos, termina abruptamente en Guanoco, un caserÃo centenario de poco más de 300 habitantes que se quedó anclado en la miseria, añorando un tesoro perdido.
En su única calle de tierra y barro, numerosos vestigios de un opulento pasado se oxidan al sol, o sirven como tanques de agua para los animales y humanos. Sus habitantes, agricultores iletrados y cazadores en su mayorÃa, cuentan con resignación que desde hace 20 años no hay luz eléctrica en el pueblo. Aunque parecen haberse acostumbrado, dicen esperar el dÃa, quién sabe cuándo, en que la electrificación y el empleo lleguen de una vez y para siempre a Guanoco.
Goma de la tierra
El lugar –extremo sur del municipio BenÃtez del estado Sucre, al oriente de Venezuela- se hizo famoso mundialmente a finales del siglo antepasado (1890), cuando una empresa estadounidense, la New York & Bermúdez Company, comenzó a explotar un enorme yacimiento de asfalto natural cercano que según el geólogo y profesor universitario Orlando Méndez, sigue siendo el más grande del mundo en reservas (estimadas en más de 75 millones de barriles) y extensión (4 millones de metros cuadrados).
--Las calles de Nueva York fueron asfaltadas con brea de aquÃ, y mire cómo estamos viviendo nosotros, olvidados en este charquero- recuerda el campesino Alberto Bonillo, recitando una historia que se ha extendido entre varias generaciones de lugareños, a lo largo de 70 años.
Y está en lo cierto, pese a que, como muchos de sus vecinos, jamás pisó una escuela, lo más lejos que ha llegado es a Carúpano y no sabe de letras ni escritura. También se queda corto, pues Méndez confirma que la pasta negra de Guanoco cubre no sólo calzadas de la Gran Manzana, entre ellas la 5ª Avenida, sino además de Washington (Pennsylvania Street), Detroit (Woodward St.) y otras ciudades de Estados Unidos.
No se sabe con exactitud quién descubrió el lago de asfalto ni de dónde proviene su nombre. Méndez –experto petrolero que ha dedicado gran parte de su carrera profesional a estudiar el fenómeno- dice que Alejandro de Humboldt lo mencionaba en sus crónicas (1799-1804) como “el manantial del Buen Pastor”.
Hoy, los nativos coinciden en relatar que Guanoco era un indio warao que hace mucho tiempo cruzó el caño, se internó en la selva y llegó con los pies manchados contando que habÃa pisado un lÃquido pegajoso, oscuro y maloliente que brotaba de la tierra y se perdÃa de vista en todas direcciones.
Desde entonces, los aborÃgenes lo utilizan para calafatear sus canoas. De hecho, este es el único uso que se está dando hoy, porque los “gringos” abandonaron la mina en 1934 –luego de 39 años de explotación- y el estado venezolano jamás la ha aprovechado.
Monte adentro
Bonillo se ofrece como guÃa hacia el lago de asfalto de Guanoco, aunque alega necesitar refuerzo de baquianos experimentados porque en diciembre, perÃodo de lluvias, el camino “está malo y ni los indios quieren ir”.
Al yacimiento se llega sólo a pie o en helicóptero. La travesÃa caminando se hace a lo largo de una angosta trocha de 15 kilómetros abierta en el siglo XIX por los norteamericanos con mano de obra trinitaria y criolla, por donde aún quedan restos rojizos de los vagones y rieles que hace más de cien años cruzaban la selva para llevar la brea hasta el muelle de Guanoco, donde era embarcada en grandes buques que la transportaban sin alcabalas a Norteamérica.
Salimos a las 6:00 de la mañana, con el cielo aún oscuro. A las 6:25 ya habÃa amanecido y navegábamos en una curiara sobre un caño lodoso donde abundan las babas, culebras de agua, los tembladores y unos achatados peces voladores de cuatro ojos conocidos como zipoteros, que nadan al ras de la corriente pegando grandes saltos y parecen sapos cuando flotan en la superficie.
Al grupo se habÃa unido Juan Enrique Pino (“El Negro”) y en el lugar donde la vÃa férrea cruzaba el rÃo, aguardaba Julio GarcÃa (“Jefe Cabeza Grande”), nativo de la etnia warao que accedió a llevarnos hasta el yacimiento, no sin antes advertir que no era la mejor época del año para recorrer ese camino.
GarcÃa conserva los rasgos y las lejanas costumbres de sus antepasados, menos el nombre. Cuando subió a la canoa asÃa un machete, calzaba botas de hule y de su hombro colgaba un rudimentario bolso de donde nada sacó en todo el trayecto.
Bonillo tuvo la precaución de llevar un chopo, pues el jefe de la comunidad indÃgena de Los Barrancos, suegro de nuestro baquiano, le habÃa avisado que por el monte merodeaba un tigre y quizás hallaba buena cacerÃa.
Dejamos el bote a las 6:40 am, con el convenio de que volviera por el grupo a las 4:00 de la tarde. Un aguacero pertinaz cae desde la madrugada. El sendero es espeso, angosto y accidentado. Al principio hay que sortear un intrincado tramo con el lodo hasta las rodillas, mientras “Cabeza Grande” derriba a machetazos la enmarañada maleza, cuidándose de no alborotar a las temidas avispas “lengua de vaca”.
De vez en cuando, despojos de acero enmohecido recuerdan el distante paso de los furgones cargados de asfalto por esta zona inaccesible. Tras una hora de barro, el suelo se hace más sólido y una familia de araguatos pega alaridos mientras salta entre las ramas. El zumbido de los moscones y zancudos se mezcla con el canto de las aves y el indio divisa con su ojo de garza una huella fresca de felino.
El susto y el respiro duran poco, pues media hora después atravesábamos una tortuosa ciénaga con el agua hasta la cintura, que traza una ancha frontera entre la jungla y el amplio llano donde reposan a la deriva y silvestres miles de millones de litros de asfalto en su estado natural, expulsado desde hace siglos de las profundidades de la tierra.
--Ya estamos pisando la brea- indica “El Negro” escarbando el piso cubierto por una masa oscura, sobre una planicie donde crece el pasto y unas florecillas rosadas desafÃan a la naturaleza irguiéndose rozagantes sobre la capa de petróleo.
Para cruzar la laguna de un extremo a otro se requiere una hora andando entre enormes burbujas (menes) formadas con los años, las cuales al estallar y solidificarse semejan pequeños volcanes. Los restos de “la compañÃa” que no fueron saqueados para fundirlos en las acerÃas permanecen a la intemperie, pudriéndose bajo el sol y la lluvia.
Grandes tanques aún con brea en sus entrañas y tuberÃas abandonadas que se desmoronan al tocarlas yacen regadas en un cementerio de chatarra. A lo lejos se divisan las dos perforaciones que todavÃa –113 años después- siguen manando resina oleosa sin ayuda alguna.
-Voy a orinar sobre millones de dólares- bromea Bonillo mientras afirma que en la cuaresma (enero-abril), no se puede caminar sobre el lago porque el sol lo ablanda y quienes se atrevan a pisarlo corren el riesgo de quedarse “pegados” o ser engullidos como en un pozo de arena movediza.
Tras una hora andando sobre la enorme mancha prieta, arribamos a los taladros que continúan exhalando a borbotones la espesa resina surgida del subsuelo.
Un espectáculo centenario que ha sido contemplado por muy pocos venezolanos y extranjeros, quienes en su mayorÃa desconocen que el mayor lago de asfalto del mundo está situado en Venezuela.
Puerto abandonado
A cuatro horas de emprendido el retorno, flotábamos nuevamente hacia el destartalado muelle del pueblo de Guanoco, donde aún se empinan desde el caño los troncos sobre los cuales reposaba el atracadero de los buques extranjeros que se llevaron la brea hacia el norte durante casi 40 años.
De aquel boom petrolero dominado por EEUU sólo quedaron los escombros, los macizos pisos y columnas de las antiguas casas desmanteladas para construir ranchos y menos de 400 pobladores que languidecen a la orilla del camino, viendo pasar y devolverse los escasos vehÃculos que surcan la selva para llegar a los confines de la historia de los hidrocarburos en Venezuela.
La compañÃa
Aunque los waraos de la era precolombina ya conocÃan la brea natural y la usaban –según el Diccionario de Historia de Venezuela- para “impermeabilizar las velas de sus botes y calafatear sus canoas, (...) afirmar sus cestas tejidas y las paredes de sus habitaciones, para iluminar y como producto medicinal”, no fue sino hasta el 7 de mayo de 1883 cuando el gobierno de Antonio Guzmán Blanco otorgó una concesión a Horacio Hamilton y Jorge Phillips para explotar por 25 años el lago de asfalto de Guanoco.
Estos la traspasaron en 1885 a la New York and Bermúdez Co. “Esta concesión fue objeto de largo juicio de cancelación, por causa de la ayuda que le prestó la empresa a la Revolución Libertadora (contra el gobierno de Cipriano Castro), hasta el arreglo diplomático para reanudar relaciones con Estados Unidos, que finalizó en diciembre de 1908”.
La explotación de Guanoco comenzó en 1890 y cesó en 1934, cuando las trasnacionales se dedicaron al petróleo liviano y la NY&B Co. –mejor conocida por sus conflictos con Castro que por los aportes que dejó al paÃs- optó por marcharse definitivamente.
Hasta entonces, la extracción acumulada en el lago conocido mundialmente como “Bermúdez” fue –según Orlando Méndez- de 8 millones de barriles, lo que equivale a 1 millón 250 mil toneladas métricas, aproximadamente.
El más grande
* Con 4 km2 de extensión y reservas de 75 millones de barriles, el lago de asfalto de Guanoco es considerado el mayor del mundo, seguido del Lago de la Brea, en Trinidad, que es cuatro veces menor en tamaño y está siendo explotado.
* Venezuela cuenta con 78 mil millones de barriles en reservas probadas de petróleo.
* Un ferrocarril (15 km) unÃa al lago con el muelle en Caño Guanoco, donde estaba el caserÃo del mismo nombre. Allà embarcaban el producto en tanqueros que salÃan al Golfo de Paria por el rÃo San Juan.
* La NY&B Co. tenÃa más de un centenar de obreros de la región, la mayorÃa trinitarios (por el idioma) y algunos criollos, que quedaron desempleados cuando la empresa se marchó.
* En 1978, el Ministerio de EnergÃa y Minas estudió la posibilidad de reexplotar el yacimiento, pero el plan no prosperó porque la investigación determinó que al parecer “no es rentable”.
2006-09-11 15:25:25
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answer #2
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answered by Zarina 6
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