Estimado Borja aquí te envío la biografía de San Francisco Borja, la misma que obtuve de www.enciclopediacatolica.com/f/franciscoborjasan.htm... saludos.
Francsico de Borja y Aragón nació el 28 de octubre de 1510, hijo de Juan de Borja, 3er duque de Gandía y de Juana de Aragón; murió el 30 de septiembre de 1572. El futuro santo descendía de famosos desafortunados. Su abuelo, Juan Borja, el Segundo hijo de Alejandro VI, fue asesinado en Roma el 14 de junio de 1497 por un asesino desconocido, pero su familia siempre creyó que había sido César Borgia (Borja). Rodrigo Borgia, electo papa en 1402 bajo el nombre de Alejandro VI, tenía ocho hijos. El mayor, Pedro Luis, obtuvo en 1485 el hereditario ducado de Gandía en el reino de Valencia, el cual, a su muerte, pasó a su hermano Juan, quien estaba casado con María Enríquez de Luna. Habiendo quedado viuda debido al asesinato de su marido, María Enríquez renunció a su ducado y se dedicó piadosamente a la educación de sus dos hijos, Juan e Isabel. Luego del matrimonio de su hijo en 1509, siguió el ejemplo de su hija, quien había retirado al convento de las Clarisas Pobres en Gandía y fue mediante estas dos mujeres que la santidad entró a la familia Borja y en la Casa de Gandía había empezado el trabajo de reparación que Francisco de Borja habría de culminar. Biznieto de Alejandro VI por vía paterna, era, por el lado de su madre, biznieto del Rey Católico Fernando de Aragón. Este monarca había procurado el nombramiento de su hijo natural, Alfonso al Arzobispado de Zaragoza, a la edad de nueve años. De Ana de Gurrea, Alfonso tuvo dos hijos, quienes lo sucedieron en su sede arquiepiscopal y dos hijas, una de las cuales, Juana, se casó con el duque Juan de Gandía y se convirtió en la madre de nuestro santo. De este matrimonio Juan tuvo tres hijos y cuatro hijas. De un segundo, contraído en 1523, tuvo cinco hijos y cinco hijas. El mayor de todos y heredero al ducado era Francisco. Piadosamente criado en una corte que sentía la influencia de las dos Clarisas, madre y hermana del duque reinante, Francisco perdió a su propia madre cuando tenía diez. En 1521, una sedición entre el populacho puso en peligro la vida del niño y la posición de la nobleza. Cuando el disturbio fue suprimido, Francisco fue enviado a Zaragoza a continuar su educación en la corte de su tío, el arzobispo, un ostentoso prelado que nunca había sido consagrado y ni siquiera ordenado sacerdote. A pesar de que en esta corte se mantenía la católica fe española, caía, sin embargo, en la laxitud permitida por los tiempos y Francisco no podía evitar notar la relación que tenía su abuela con el fallecido arzobispo, a pesar de que estaba en deuda con ella por su temprano entrenamiento religioso. Mientras estuvo en Zaragoza, Francisco cultivó su mente y llamó la atención de sus parientes por su fervor. Ellos, deseosos de asegurar la fortuna del heredero de Gandía, le enviaron a los doce años a Tordesillas como paje de la Infanta Catalina, la hija menor y compañera en soledad de la infortunada reina, Juana la Loca.
En 1525 la infanta se casó con el rey Juan III de Portugal y Francisco regresó a Zaragoza a completar su educación. Finalmente, en 1528, la corte de Carlos V fue abierta para él y un futuro brillante apareció ante él. En su camino a Valladolid, mientras pasaba, brillantemente escoltado, por Alcalá de Henares, Francisco encontró a un pobre hombre a quien los asociados de la Inquisición llevaban a prisión. Era Ignacio de Loyola. El joven noble intercambió una mirada de emoción con el prisionero, sin pensar que algún día estarían unidos por lazos estrechos. El emperador y la emperatriz recibieron a Borja más como amigo que como súbdito. Tenía diecisiete, dotado con múltiples encantos, acompañado por un magnífico tren de seguidores y, luego del emperador, su presencia era la más galante y caballerosa en la corte. En 1529, por deseo de la emperatriz, Carlos V le dio la mano de Leonor de Castro en matrimonio, haciéndolo al mismo tiempo, Marqués de Lombay y Escudero de la emperatriz y nombrando Camarera Mayor a Leonor. El recién creado Marqués de Lombay disfrutó de una posición privilegiada. Cuando el emperador viajaba o conducía una campaña, le confiaba al joven escudero el cuidado de la emperatriz y a su regreso a España lo trataba como confidente y amigo. En 1535 Carlos V guió la expedición a Túnez sin la compañía de Borja, pero al año siguiente el favorito siguió a su monarca a la desafortunada campaña en Provenza. Además de sus virtudes que lo hacían el modelo de la corte y los atractivos personales que le adornaban, el marqués de Lombay poseía un refinado gusto musical. Se deleitaba sobre todo, en composiciones eclesiásticas y testificando la habilidad del compositor, se puede asegurar que en el siglo XVI y antes de Palestrina, Borja fue uno de los principales restauradores de la música sacra.
En 1538 un octavo niño nació de los marqueses de Lombay y el 1 de mayo del año siguiente, la emperatriz Isabel murió. El escudero fue comisionado para llevar sus restos a Granada, donde fueron enterrados el 17 de mayo. La muerte de la emperatriz causó el primer revés en la brillante carrera de los Marqueses de Lombay. Los alejó de la corte y le enseñó al noble la vanidad de la vida y de sus grandezas. San Juan de Ávila predicó el sermón funerario y Francisco, haciéndole saber su deseo de reformar su vida, regresó a Toledo resuelto en ser un perfecto cristiano. El 26 de junio de 1539, Carlos V nombró a Borja virrey de Cataluña y la importancia del cargo probó las genuinas cualidades del cortesano. Instrucciones precisas determinaron su curso de acción. Fue a reformar la administración de justicia, poner en orden las finanzas, fortificar la ciudad de Barcelona y reprimir a los que estaban fuera de la ley. A su llegada a la virreinal ciudad, el 23 de agosto, procedió de inmediato, con una energía que no podía derrumbar la oposición, a edificar los rampantes, limpiar el país de las bandas que lo asolaban, reformar los monasterios y desarrollar el aprendizaje. Durante su virreinato se mostró juez inflexible y sobre todo cristiano ejemplar. Pero una serie de graves pruebas estaban destinadas a desarrollar en él el trabajo de santificación iniciado en Granada. En 1543, a la muerte de su padre, se convirtió en Duque de Gandía y fue nombrado por el emperador Director de la Casa del príncipe Felipe de España, quien se había casado con la princesa de Portugal. Este nombramiento parecía indicar que Francisco sería el primer ministro del futuro reinado, pero los reyes de Portugal se opusieron al nombramiento. Francisco, entonces, se retiró a su ducado de Gandía y durante tres años esperó la terminación del disgusto que lo alejaba de la corte. Se dedicó por placer, a reorganizar su ducado, a encontrar una universidad para obtener el grado de Doctor en Teología y a buscar un grado aún más alto de virtud. En 1546 su esposa murió. El duque había invitado a los jesuitas a Gandía y se convirtió en su protector y discípulo e incluso en ciertos casos, en su modelo. Pero deseaba aún más y el 1 de febrero de 1548 se hizo uno de ellos al pronunciar el solemne voto de religión, aunque fue autorizado por el Papa a permanecer en el mundo, hasta que hubiera cumplido sus obligaciones hacia sus hijos y sus estados –sus obligaciones como padre y gobernante.
El 31 de agosto de 1550, el duque de Gandía abandonó sus estados para no verlos nunca más. El 23 de octubre arribó a Roma, se puso a los pies de San Ignacio y edificó mediante su rara humildad especialmente a aquellos que recordaban el antiguo poder de los Borja. Rápido para concebir grandes proyectos, incluso entonces urgió a San Ignacio a fundar el Colegio Romano. El 4 de febrero de 1551, dejó Roma, sin dar a conocer la intención de su partida. El 4 de abril llegó a Azpeitia en Guipúzcoa y eligió como residencia la ermita de Santa Magdalena cerca de Oñate. Habiéndole permitido Carlos V renunciar a sus posesiones, abdicó a favor de su hijo mayor, fue ordenado sacerdote el 25 de mayo y de inmediato comenzó a predicar una serie de sermones en Guipúzcoa, la cual revivió la fe del país. Nada se habló más en España que este cambio de vida y Oñate se convirtió en lugar de intenso peregrinaje. El neófito fue obligado a apartarse de la oración con el fin de predicar en las ciudades que lo llamaban y a las cuales sus ardientes palabras, su ejemplo e incluso su mera presencia, marcaban profundamente. En 1553 fue invitado a visitar Portugal. La corte le recibió como mensajero de Dios y le rindió, por lo tanto, una veneración que se ha preservado. A su regreso de esta jornada, Francisco supo que, a petición del emperador, el Papa Julio III lo nombraba al cardenalato. San Ignacio logró que el Papa reconsiderara esta decisión, pero dos años más tarde el proyecto fue renovado y Borja ansiosamente si, en conciencia, se podría oponer al Papa. San Ignacio de nuevo lo relevó de esta carga al pedirle que pronunciara los solemnes votos de profesión, por los cuales se comprometió a no aceptar ninguna dignidad salvo bajo orden formal del Papa. De este modo, el santo se reaseguró. Pío IV y Pío V lo amaron demasiado como para imponerle una dignidad que le hubiera causado sufrimiento. Gregorio XIII, sin embargo, parecía resuelto, en 1572 para ignorar este rechazo, pero en esta ocasión la muerte le salvó de la elevación que tanto había temido.
El 10 de junio de 1554, San Ignacio nombró a Francisco de Borja comisario general de la Compañía en España. Dos años más tarde le confió el cuidado de las misiones de las Indias Orientales y Occidentales, es decir de todas las misiones de la Compañía. Hacer esto fue confiarle a un recluta el futuro de su orden en la península, pero al hacer esto el fundador demostró su raro conocimiento de los hombres, dado que en siete años Francisco transformaría las provincias confiadas a él. Las encontró con pocos súbditos, con unas cuantas casas y poco conocidos. Las dejó fortalecidas por su influencia y ricas en discípulos obtenidos de los más altos grados de la sociedad. Estos últimos, cuyo ejemplo les había atraído mucho, se reunían principalmente en su noviciado en Simancas y fueron suficientes para numerosas fundaciones. Todo le ayudó a Borja –su nombre, santidad, su notorio poder de iniciativa y su influencia con la princesa Juana, quien gobernó Castilla en ausencia de su hermano Felipe. El 22 de abril de 1555, la reina Juana la Loca murió en Tordesillas, asistida por Borja. A la presencia del santo se le atribuye la serenidad de la reina en sus últimos momentos. La veneración que inspiraba se incrementó, entonces y aún más su extrema austeridad, el cuidado que prodigaba a los pobres en los hospitales, las maravillosas gracias con las que Dios rodeaba su apostolado, contribuyeron a aumentar un renombre que él aprovechaba para ayudar el trabajo de Dios. En 1565 y 66 fundó las misiones de Florida, Nueva España y Perú, extendiendo así al Nuevo Mundo los efectos de su celo insaciable.
En diciembre de 1556 y en otras tres ocasiones, Carlos V se encerró en Yuste. De inmediato convocó a su antiguo favorito, cuyo ejemplo había hecho mucho para inspirarlo en el deseo de abdicar. En agosto siguiente lo envió a Lisboa con varios asuntos relacionados con la sucesión de Juan III. Cuando el emperador murió el 21 de septiembre de 1558, Borja no pudo estar presente a su lado, pero fue uno de los ejecutores testamentarios nombrados por el monarca y fue quien, en los solemnes servicios en Valladolid, pronunció la elegía del soberano muerto. Este periodo de éxitos sería cerrado por una prueba. En 1559 Felipe II regresó a reinar a España. Prejuiciado por varias rezones (prejuicio fomentado por muchos envidiosos de Borja, algunos de cuyos interpelados trabajos habían sido recientemente condenados por la Inquisición), Felipe pareció haber olvidado su antigua amistad con el Marqués de Lombay y manifestó hacia él un disgusto que se incrementó cuando supo que el santo había ido a Lisboa. Indiferente a esta tormenta, Francisco continuo por dos años en Portugal su predicación y sus fundaciones y entonces, a solicitud del papa Pío IV, fue a Roma en 1561. Pero las tormentas tienen su misión providencial. Podría cuestionarse si por la desgracia de 1543, el duque de Gandía se había hecho religioso y si, por la prueba que lo ausentó de España, pudo realizar el trabajo que le esperaba en Italia. En Roma no pasó mucho antes de que atrajera la atención del público. Los cardenales Otho Truchsess, arzobispo de Augsburgo, Stanislaus Hosius y Alejandro Farnesio le manifestaron una sincera amistad. Dos hombres principalmente se regocijaron con su llegada. Fueron Michael Chisleri, futuro papa Pío V y Carlos Borromeo, a quien el ejemplo de Borja ayudó a convertirse en santo.
El 16 de febrero de 1564, Francisco de Borja fue nombrado asistente general en España y Portugal y el 20 de febrero de 1565, fue nombrado vicario general de la Compañía de Jesús. Fue elegido general el 2 de julio de 1565 por 31 votos de 39, para suceder al Padre Santiago Laynez. A pesar de estar muy debilitado por sus austeridades, desgastado por ataques de gota y una afección del estómago, el nuevo general aún poseía mucha fortaleza, la cual, añadida a su abundancia de iniciativa, su atrevimiento en la concepción y ejecución de vastos designios y la influencia que ejercía sobre los príncipes cristianos y en Roma, le hicieron de inmediato un modelo ejemplar y cabeza providencial de la Compañía. En España había tenido otros cuidados además del gobierno. En adelante sería únicamente el general. El predicador estaba silencioso. El director de almas había cesado de ejercer su actividad, excepto mediante correspondencia, la cual, es cierto, fue inmensa y dio por todo el mundo, luz y fuerza a reyes, obispos y apóstoles, a casi todos los que en su tiempo sirvieron a la causa católica. Siendo su principal preocupación fortalecer y desarrollar la orden, envió visitadores a todas las provincias de Europa, a Brasil, India y Japón. Las instrucciones con que los proveyó son modelos de prudencia, amabilidad y amplitud de mente. Para los misioneros así como para los padres delegados por el papa ante la Dieta de Augsburgo, para los confesores de príncipes y los maestros de escuelas marcó amplios y seguros caminos. Atrajo a los hombres principalmente por su bondad y ganó las almas al bien mediante su ejemplo. La edición de las reglas, en las cuales trabajó incesantemente, fue completada en 1567. Las publicó en Roma, las distribuyó y pidió su inmediata observancia. El texto de las normas vigentes fue editado luego de su muerte en 1580, pero difiere poco de las emitidas por Borja, a quien la Compañía le debe la principal edición de sus reglas, así como de los Ejercicios Espirituales, de los cuales había asumido el costo en 1548. Para asegurar la formación intellectual y espiritual de los jóvenes religiosos y el carácter apostólico de la orden, fue necesario tomar otras medidas. La tarea de Borja fue establecer, primero en Roma y luego en todas las provincias, noviciados sabiamente regulados y florecientes casas de estudio y desarrollar la vida interior al establecer en todas ellas la costumbre de una hora diaria de oración.
Completó en Roma la casa e iglesia de S. Andre en el Quirinal en 1567. Ilustres novicios se apacentaron ahí, entre ellos Estanislao Kotska (m. 1568) y Rodolfo Acquaviva. Desde su primer viaje a Roma, Borja había tenido la preocupación de fundar un colegio romano y mientras estuvo en España, había apoyado generosamente el proyecto. En 1567, construyó la iglesia del colegio, le aseguró un ingreso de seis mil ducados y al mismo tiempo trazó la regla de estudios, la cual, en 1583, inspiró a los compiladores del Ratio Studiorum de la Compañía. Siendo un hombre de oración como lo era de acción, el santo general, a pesar de sus inmensas ocupaciones, no permitía que su alma se distrajera de la continua contemplación. Fortalecida por tan vigilante y santa administración, la Compañía no pudo sino desarrollarse. España y Portugal sumaron muchas fundaciones; en Italia San Francisco creó la provincia romana y fundó varios colegios en el Piamonte. Francia y las provincias del norte fueron, sin embargo, al mayor campo de sus triunfos. Sus relaciones con el Cardenal de Lorena y su influencia en la corte francesa hicieron posible para él finalizar numerosos malentendidos, asegurar la revocación de varios edictos hostiles y fundar ocho colegios en Francia. En Flandes y Bohemia, en el Tirol y en Alemania, mantuvo y multiplicó importantes fundaciones. La provincia de Polonia fue completamente su trabajo. En Roma todo se transformó por sus manos. Había construido S. Andrea y la iglesia del colegio romano. Ayudó generosamente en la construcción del Gesù y a pesar de que el fundador oficial de esa iglesia fue el Cardenal Farnesio y de que el Colegio Romano había tomado el nombre de uno de sus más grandes benefactores, Gregorio XIII, Borja contribuyó más que nadie a estas fundaciones. Durante los siete años de su gobierno, Borja había introducido tantas reformas en su orden como para merecer ser llamado su segundo fundador. Tres santos de esta época trabajaron incesantemente para ayudar al renacimiento del catolicismo; ellos fueron San Francisco de Borja, San Pío V y San Carlos Borromeo.
El pontificado de Pío V y el generalato de Borja comenzaron con un intervalo de unos cuantos meses y terminaron casi al mismo tiempo. El papa santo tenía entera confianza en el general santo, quien correspondía con inteligente devoción a cada deseo del pontífice. Fue él quien inspiró al papa la idea de exigir de las Universidades de Perugia y Bolonia y eventualmente, de todas las universidades católicas, una profesión de fe católica. Fue también él quien, en 1568, deseó que el papa nombrara una comisión de cardenales encargados de promover la conversión de infieles y herejes, la cual fue el germen de la Congregación para la Propagación de la Fe, establecida más tarde por Gregorio XV en 1622. Una fiebre pestilente invadió Roma en 1566 y Borja organizó métodos de alivio, estableció ambulancias y distribuyó a cuarenta de sus religiosos para tal propósito, de manera que habiendo terminado la epidemia dos años después, fue a Borja a quien el papa confió la seguridad de la ciudad.
Francisco de Borja siempre había amado las misiones extranjeras. Reformó aquellas de la India y el Extremo Oriente y creó las de América. En unos cuantos años tuvo la Gloria de tener entre sus hijos a sesenta y seis mártires, los más ilustres de los cuales fueron los 53 misioneros de Brasil quienes con su superior, Ignacio Acevedo, fueron masacrados por corsarios hugonotes. Sólo le quedaba a Francisco terminar su Hermosa vida con un espléndido acto de obediencia al Papa y devoción a la Iglesia.
El 7 de junio de 1571, Pío V le pidió que acompañara a su sobrino, el cardenal Bonelli en una embajada a España y Portugal. Francisco estaba en recuperación de una severa enfermedad; se temía que no tendría la fortaleza para soportar la fatiga y él mismo sentía que tal viaje le podría costar la vida, pero él la entregó generosamente. España lo recibió con transportes. La Antigua desconfianza de Felipe II había sido olvidada. Barcelona y Valencia se apresuraron a recibir a su antiguo virrey y santo duque. Las multitudes en las calles gritaban: “¿Dónde está el santo?” Lo encontraron desgastado por la penitencia. Adonde quiera que iba, reconciliaba diferencias y suavizaba discordias. En Madrid Felipe II lo recibió con los brazos abiertos, la Inquisición aprobó y reconoció sus genuinos trabajos. La reparación estaba completada y parecía que Dios había deseado este viaje para que España entendiera por última vez este sermón viviente, la vista de un santo. Gandía ardientemente deseaba contemplar a su santo duque pero nunca consintió en regresar. La embajada a Lisboa no fue menos consoladora para Borja. Entre otros felices resultados, logró del rey, Don Sebastián, pedir en matrimonio la mano de Margarita de Valois, la hermana de Carlos IX. Este era el deseo de San Pío V, pero, habiendo sido formulado demasiado tarde, fue frustrado por la reina de Navarra, quien mientras tanto había asegurado la mano de Margarita para su hijo. Una orden del Papa expresó su deseo de que la embajada también llegara a la corte francesa. El invierno prometía ser severo y sería fatal para Borja. Aún más fatal para él fue el espectáculo de la devastación que había causado la herejía en el país, lo cual hirió gravemente el corazón del santo. En Blois, Carlos IX y Catalina de Médicis le dieron a Borja la recepción debida a un Grande de España, pero al cardenal legado, así como a él le dieron solo palabras amables con poca sinceridad. El 25 dejaron Blois. Para cuando llegaron a Lyon, los pulmones de Borja ya estaban afectados. Bajo estas condiciones el paso del monte Cenis, sobre caminos nevados fue extremadamente doloroso. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, el inválido llegó a Turín. En el camino la gente salía de las villas clamando: “Queremos ver al Santo”. Advertido de la condición de su primo, Alfonso de Este, duque de Ferrar, mandó por él a Alejandría y lo llevó a su ciudad ducal donde permaneció del 19 de abril al 3 de septiembre. Desesperaron de su recuperación y se dijo que no sobreviviría al otoño. Deseando morir en Loreto o en Roma, partió en una litera el 3 de septiembre, pasó ocho días en Loreto y luego, a pesar de los sufrimientos causados por el más mínimo brinco, ordenó a los porteadores que se dirigieran con mayor velocidad a Roma. Se esperaba que en cualquier instante vería el final de su agonía. Alcanzó la “Porta del Popolo” el 28 de septiembre. El moribundo detuvo su litera y agradeció a Dios que había sido capaz de completar este acto de obediencia. Fue trasladado a su celda, la cual pronto fue invadida por cardenales y prelados. Durante dos días Francisco de Borja, completamente consciente, esperó la muerte, recibiendo a todos los visitantes y bendiciendo, mediante su hermano menor, Tomás de Borja, a todos sus hijos y nietos. Poco después de la media noche del 30 de septiembre, su hermosa vida llegó a un hermoso e indoloro final. En la Iglesia Católica él ha sido uno de los más notables ejemplos de la conversión de las almas luego del Renacimiento y para la Compañía de Jesús había sido el protector escogido por la Providencia a quien, luego de San Ignacio, le debe más.
En 1607, el duque de Lerma, ministro de Felipe III y nieto de San Francisco de Borja, habiendo visto a su nieta milagrosamente curada por intercesión de Francisco, causó que iniciara el proceso de canonización. El proceso ordinario comenzó de inmediato en varias ciudades y fue seguido, en 1637, por el proceso Apostólico. En 1617 Madrid recibió los restos del santo. En 1624 la Congregación de los Ritos anunció que se procedería a su beatificación y canonización. La beatificación fue celebrada en Madrid con esplendor incomparable. Puesto que Urbano VIII había decretado, en 1631, que un Santo no podría ser canonizado sin un nuevo procedimiento, se inició otro proceso. Estaba reservado para Clemente X firmar la Bula de canonización de San Francisco de Borja el 20 de junio de 1670. Librado del decreto de José Bonaparte quien, en 1809, ordenó confiscar todos los santuarios y objetos preciosos, el relicario de plata que contiene los restos del santo, luego de varias vicisitudes, fue llevado, en 1901, a la iglesia de la Compañía de Jesús en Madrid, donde es honrado actualmente.
Con razón España y la Iglesia veneran en San Francisco de Borja a un gran hombre y un gran santo. Los más altos nobles de España están orgullosos de descender de él o de tener conexión con él. Por su penitencia y vida apostólica reparó los pecados de su familia y dio gloria a un nombre que, de no ser por él, habría permanecido siendo fuente de humillación para la Iglesia. Su fiesta se celebra el 3 de octubre.
Fuentes: Archivos de Osuna (Madrid), de Simancas; Archivos Nacionales de Paris; Archivos de la Compañía de Jesús; Regeste du généralat de Laynez et de Borgia, etc. Monumenta historica S. J. (Madrid); Mon. Borgiana; Chronicon Polanci; Epistolæ Mixtæ; Quadrimetres; Epistolæ Patris Nadal, etc.; Epistolæ et instructiones S. Ignatii; ORLANDINI AND SACCHINI, Historia Societatis Jesu; ALCÁZAR, Chrono-historia de la provincia de Toledo; Lives of the saint by VASQUEZ (1586; manuscript, still unedited), RIBADENEYRA, (1592), NIEREMBERG (1643), BARTOLI (1681), CIENFUEGOS (1701); Acta SS., Oct., V; ASTRAIN, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España, I and II (1902, 1905); BÉTHENCOURT, Historia genealógica y heráldica de la monarquía española (Madrid, 1902), IV, Gandia, Casa de Borja; Boletín de la Academia de la Historia (Madrid), passim; SUAU, S. François de Borgia in Les Saints (Paris, 1905); IDEM, Histoire de S. François de Borgia (Paris, 1909). ]
2006-09-08 09:56:27
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answer #1
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answered by Karen F 1
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Descendiente de Pontífices y de realeza, Duque de Gandía, gobernador, virrey de Cataluña, consejero del emperador Carlos I de España y V de Alemania, padre de familia, viudo y sacerdote, tercer superior general de la Compañía de Jesús. Ver: San Ignacio de Loyola.
« ¡No serviré nunca más a un señor que pudiese morir!"»
La familia Borja, era una de las más célebres del reino de Aragón, España. Alcanzó fama mundial cuando Alfonso Borja fue elegido Papa con el nombre de Calixto III. A fines del mismo siglo, hubo otro Papa Borja, Alejandro VI, quien tenía cuatro hijos cuando fue elevado al Pontificado. Para dotar a su hijo Pedro, compró el ducado de Gandía, (en Valencia, España). Pedro, a su vez lo legó a su hijo Juan, quien fue asesinado poco después de su matrimonio. Su hijo, el tercer duque de Gandía, se casó con la hija natural de un hijo de Fernando V de Aragón. De este matrimonio nació el 28 de octubre de1510 Francisco de Borja y Aragón, nuestro santo, quien era nieto de un Papa (Alejandro VI) y de un rey (Fernando) y además, primo del emperador Carlos V.
Una vez que hubo terminado sus estudios, a los dieciocho años, Francisco ingresó en la corte de este último. Por entonces, ocurrió un incidente cuya importancia no había de verse sino más tarde. En Alcalá de Henares, Francisco quedó muy impresionado a la vista de un hombre a quien se conducía a la prisión de la Inquisición: ese hombre era Ignacio de Loyola
Padre fe familia y Virrey de Cataluña
Se casó a los 19 años con Leonor de Castro y tuvo ocho hijos. Al año siguiente recibió del emperador el título de marqués de Lombay. A los 29 años, Carlos V le nombró virrey de Cataluña (1539-1543), cuya capital es Barcelona. Años después, Francisco solía decir: "Dios me preparó en ese cargo para ser general de la Compañía de Jesús. Ahí aprendí a tomar decisiones importantes, a mediar en las disputas, a considerar las cuestiones desde los dos puntos de vista. Si no hubiese sido virrey, nunca lo hubiese aprendido".
En el ejercicio de su cargo consagraba a la oración todo el tiempo que le dejaban libres los negocios públicos y los asuntos de su familia. Los personajes de la corte comentaban desfavorablemente la frecuencia con que comulgaba, ya que prevalecía entonces la idea, muy diferente de la de los primeros cristianos, de que un laico envuelto en los negocios del mundo cometía un pecado de presunción si recibía con demasiada frecuencia el sacramento del Cuerpo de Cristo. En una palabra, el virrey de Cataluña "veía con otros ojos y oía con otras orejas que antes; hablaba con otra lengua, porque su corazón había cambiado."
En Barcelona se encontró con San Pedro de Alcántara y con el beato jesuita Pedro Favre. Este último encuentro, veremos después, fue decisivo para Francisco .
Francisco era un modelo de hombre cristiano
En 1543, a la muerte de su padre, heredó el ducado de Gandía. Como el rey Juan de Portugal se negó a aceptarle como principal personaje de la corte de Felipe II, quien iba a contraer matrimonio con su hija, Francisco renunció al virreinato y se retiró con su familia a Gandía. Ello constituyó un duro golpe, para su carrera pública, y desde entonces el duque empezó a preocuparse más de sus asuntos personales.
En efecto, fortificó la ciudad de Gandía para protegerla contra los piratas berberiscos, construyó un convento de dominicos en Lombay y reparó un hospital. Por entonces, el obispo de Cartagena escribió a un amigo suyo: "Durante mi reciente estancia en Gandía pude darme cuenta de que Don Francisco es un modelo de duques y un espejo de caballeros cristianos. Es un hombre humilde y verdaderamente bueno, un hombre de Dios en todo el sentido de la palabra... Educa a sus hijos con un esmero extraordinario y se preocupa mucho por su servidumbre. Nada le agrada tanto como la compañía de los sacerdotes y religiosos..."
El encuentro con la muerte le da nueva vida
He aquí la historia:
El mismo año que fue nombrado Virrey de Cataluña, Francisco recibió la misión de conducir a la sepultura real de Granada los restos mortales de la emperatriz Isabel. El la había visto muchas veces rodeada de aduladores y de todas las riquezas de la corte. Al abrir el ataúd para reconocer el cuerpo, la cara de la difunta estaba ya en proceso de descomposición. Francisco entonces tomó su famosa resolución: « ¡no servir nunca más a un señor que pudiese morir!"» Comprendió profundamente la caducidad de la vida terrena.
Algunos años más tarde, estando enferma su esposa, pidió a Dios su curación y una voz celestial le dijo: «Tú puedes escoger para tu esposa la vida o la muerte, pero si tú prefieres la vida, ésta no será ni para tu beneficio ni para el suyo.» Derramando lágrimas, respondió: «Que se haga vuestra voluntad y no la mía.»
La muerte de Doña Leonor, su esposa, ocurrida en 1546 fue un gran dolor para Francisco. El más joven de sus ocho hijos tenía apenas ocho años cuando murió Doña Leonor.
El mismo año, el Beato Pedro Favre se detuvo unos días en Gandía y Francisco hizo los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. El 2 de Junio hizo los votos de castidad, de obediencia y de entrar en la Compañía de Jesús. El Beato Favre partió de ahí a Roma, llevando un mensaje del duque a San Ignacio, comunicando al fundador de la Compañía de Jesús que había hecho voto de ingresar en la orden. San Ignacio se alegró mucho de la noticia; sin embargo, aconsejó al duque que difiriese la ejecución de sus proyectos hasta que terminase la educación de sus hijos y que, mientras tanto, tratase de obtener el grado de doctor en teología en la Universidad de Gandía, que acababa de fundar. También le aconsejaba que no divulgase su propósito, pues "el mundo no tiene orejas para oír tal estruendo."
Francisco obedeció puntualmente. Pero al año siguiente, fue convocado a asistir a las cortes de Aragón, lo cual estorbaba el cumplimiento de sus propósitos. En vista de ello, San Ignacio le dio permiso de que hiciese en privado la profesión. Tres años después, el 31 de agosto de 1550, cuando todos los hijos del duque estaban ya colocados, partió éste para Roma, se encontró con San Ignacio y, después de renunciar al ducado de Gandía, ingresó en la Compañía de Jesús a la edad de treinta y nueve.
Cuatro meses más tarde, volvió a España y se retiró a una ermita de Oñate, en las cercanías de Loyola. Desde ahí obtuvo el permiso del emperador para traspasar sus títulos y posesiones a su hijo Carlos. En seguida se rasuró la cabeza y la barba, tomó el hábito clerical, y recibió la ordenación sacerdotal en la semana de Pentecostés, el 26 de mayo de 1551. "El duque que se había hecho jesuita se convirtió en la sensación de la época. El Papa concedió indulgencia plenaria a cuantos asistiesen a su primera misa en Vergara, y la multitud que congregó fue tan grande que hubo que poner el altar al aire libre.
Su propósito de renunciar a los honores se vio también probado en la vida religiosa. Carlos V lo propuso como cardenal, pero Francisco no aceptó.
Los superiores de la casa de Oñate le nombraron ayudante del cocinero: su oficio consistía en acarrear agua y leña, en encender la estufa y limpiar la cocina. Cuando atendía a la mesa y cometía algún error el santo duque tenía que pedir perdón de rodillas a la comunidad por servirla con torpeza.
Inmediatamente después de su ordenación, empezó a predicar en la provincia de Guipúzcoa y recorría los pueblos haciendo sonar una campanilla para llamar a los niños al catecismo y a los adultos a la instrucción. Por su parte, el superior de Francisco le trataba con la severidad que le parecía exigir la nobleza del duque. Indudablemente que el santo sufrió mucho en aquella época, pero jamás dio la menor muestra de impaciencia.
En cierta ocasión en que se había abierto una herida en la cabeza, el médico le dijo al vendársela: "Temo, señor que voy a hacer algún daño a vuestra gracia". Francisco respondió: "Nada puede herirme más que ese tratamiento de dignidad que me dais". Después de su conversión, el duque empezó a practicar penitencias extraordinarias; era un hombre muy gordo, pero su talle empezó a estrecharse rápidamente. Aunque sus superiores pusieron coto a sus excesos, San Francisco se las ingeniaba para inventar nuevas penitencias. Más tarde, admitía que, sobre todo antes de ingresar en la Compañía de Jesús, había mortificado su cuerpo con demasiada severidad
Durante algunos meses predicó fuera de Oñate. El éxito de su predicación fue inmenso. Numerosas personas le tomaron por director espiritual. Él fue de los primeros en reconocer el valor grandísimo de Santa Teresa de Jesús. Después de obrar maravillas en Castilla y Andalucía, se sobrepasó a sí mismo en Portugal.
San Ignacio le da el cargo de provincial
San Ignacio le nombró provincial de la Compañía de Jesús en España. San Francisco de Borja dio muestras de su celo y, en toda ocasión expresaba su esperanza de que la Compañía de Jesús se distinguiese en el servicio de Dios por tres normas: la oración y los sacramentos, la oposición a la mentalidad del mundo y la perfecta obediencia. Esas eran las características del alma del santo.
Dios utilizó a San Francisco de Borja para establecer la nueva orden en España. Fundó una multitud de casas y colegios durante sus años de general. Ello no le impedía, sin embargo, preocuparse por su familia y por los asuntos de España. Por ejemplo, dulcificó los últimos momentos de Juana la Loca, quien había perdido la razón cincuenta años antes, a raíz de la muerte de su esposo y, desde entonces, había experimentado una extraña aversión por el clero.
Al año siguiente, poco después de la muerte de San Ignacio, Carlos V abdicó, se enclaustró en el monasterio de Yuste y mandó llamar a San Francisco. El emperador nunca había sentido predilección por la Compañía de Jesús y declaró al santo que no estaba contento de que hubiese escogido esa orden. Éste confesó los motivos por los que se había hecho jesuita y afirmó que Dios le había llamado a un estado el que se uniese la acción a la contemplación y en el que se viese libre de dignidades que le habían acosado en el mundo.
Aclaró que, por cierto la Compañía de Jesús era una orden nueva, pero el fervor de sus miembros valía más que la antigüedad, ya que "la antigüedad no es una garantía de fervor". Con eso quedaron disipados los prejuicios de Carlos V.
Lo eligen Superior general y desempeña una gran labor
San Francisco no era partidario de la Inquisición y este tribunal no le veía con buenos ojos, por lo que Felipe II tuvo que escuchar más de una vez las calumnias que los envidiosos levantaban contra el santo duque. Éste permaneció en Portugal hasta 1561, cuando el Papa Pío IV le llamó a Roma a instancias del P. Laínez, general de los jesuitas.
En Roma se le acogió cordialmente. Entre los que asistían regularmente a sus sermones se contaban el cardenal Carlos Borromeo y el cardenal Ghislieri, quien más tarde fue Papa con el nombre de Pío V. Ahí se interiorizó más de los asuntos de la Compañía y empezó a desempeñar cargos de importancia. En 1566, a la muerte del P. Laínez, fue elegido general, cargo que ejerció hasta su muerte.
Durante los siete años que desempeñó ese oficio, dio tal ímpetu a su orden en todo el mundo, que puede llamársele el segundo fundador. El celo con que propagó las misiones y la evangelización del mundo pagano inmortalizó su nombre. Y no se mostró menos diligente en la distribución de sus súbditos en Europa para colaborar a la reforma de las costumbres. Su primer cuidado fue establecer un noviciado regular en Roma y ordenar que se hiciese otro tanto en las diferentes provincias.
Durante su primera visita a la Ciudad Eterna, quince años antes, se había interesado mucho en el proyecto de fundación del Colegio Romano y había regalado una generosa suma para ponerlo en práctica. Como general de la Compañía, se ocupó personalmente de dirigir el Colegio y de precisar el programa de estudios. Prácticamente fue él, quien fundó el Colegio Romano, aunque siempre rehusó el título de fundador, que se da ordinariamente a Gregorio XIII, quien lo restableció con el nombre de Universidad Gregoriana.
San Francisco construyó la iglesia de San Andrés del Quirinal y fundó el noviciado en la residencia contigua; además, empezó a construir el Gesu y amplió el Colegio Germánico, en el que se preparaban los misioneros destinados a predicar en aquellas regiones del norte de Europa en las que el protestantismo había hecho estragos.
San Pío V tenía mucha confianza en la Compañía de Jesús y gran admiración por su general, de suerte que San Francisco de Borja podía moverse con gran libertad. A él se debe la extensión de la Compañía de Jesús más allá de los Alpes, así como el establecimiento de la provincia de Polonia. Valiéndose de su influencia en la corte de Francia, consiguió que los jesuitas fuesen bien recibidos en ese país y fundasen varios colegios. Por otra parte reformó las misiones de la India, las del Extremo Oriente y dio comienzo a las misiones de América.
Entre su obra legislativa hay que contar una nueva edición de las reglas de la Compañía y una serie de directivas para los jesuitas dedicados a trabajos particulares. A pesar del extraordinario trabajo que desempeñó durante sus siete años de generalato, jamás se desvió un ápice de la meta que se había fijado, ni descuidó su vida interior.
Un siglo más tarde escribió el P. Verjus: "Se puede decir con verdad que la Compañía debe a San Francisco de Borja su forma característica y su perfección. San Ignacio de Loyola proyectó el edificio y echó los cimientos; el P. Laínez construyó los muros; San Francisco de Borja techó el edificio y arregló el interior y, de esta suerte, concluyó la gran obra que Dios había revelado a San Ignacio".
No obstante sus muchas ocupaciones, San Francisco encontraba tiempo todavía para encargarse de otros asuntos. Por ejemplo, cuando la peste causó estragos en Roma,1566, el santo reunió limosnas para asistir a los pobres y envió a sus súbditos, por parejas, a cuidar a los enfermos de la ciudad, no obstante el peligro al que los exponía.
Se le ofreció el cargo de cardenal y tenía posibilidades de llegar a ser Papa, pero no lo aceptó.
En 1571, el Papa envió al cardenal Bonelli con una embajada a España, Portugal y Francia, y San Francisco de Borja le acompañó. Aunque la embajada fue un fracaso desde el punto de vista político, constituyó un triunfo personal de Francisco. En todas partes se reunían multitudes para "ver al santo duque" y oírle predicar; Felipe II, olvidando las antiguas animosidades, le recibió tan cordialmente como sus súbditos.
Pero la fatiga del viaje apresuró el fin de San Francisco. Su primo el duque Alfonso, alarmado por el estado de su salud, le envió desde Ferrara a Roma en una litera. Sólo le quedaban ya dos días de vida. Por intermedio de su hermano Tomás, San Francisco envió sus bendiciones a cada uno sus hijos y nietos y, a medida que su hermano le repetía los nombres de cada uno, oraba por ellos.
Tenía una profunda devoción a la Eucaristía y a la Virgen Santísima. Gravemente enfermo, cuando solo le quedaban dos días de vida, quiso visitar el Santuario Mariano de Loreto.
Cuando el santo perdió el habla, un pintor entró a retratarle. Al ver al pintor, San Francisco manifestó su desaprobación con la mirada y el gesto y no se dejó pintar. Murió a la media noche del 30 de septiembre de 1572. Según la expresión del P. Brodrick fue "uno de los hombres más buenos, amables y nobles que había pisado nuestro pobre mundo."
La humildad
Desde el momento de su "conversión", San Francisco de Borja, canonizado en 1671, cayó en la cuenta de la importancia y de la dificultad de alcanzar la verdadera humildad y se impuso toda clase de humillaciones a los ojos de Dios y de los hombres. Cierto día, en Valladolid, donde el pueblo recibió al santo en triunfo, el P. Bustamante observó que Francisco se mostraba todavía más humilde que de ordinario y le preguntó la razón de su actitud. El replicó: "Esta mañana, durante la meditación, caí en la cuenta de que mi verdadero sitio está en el infierno y tengo la impresión de que todos los hombres, aun los más tontos, deberían gritarme: ‘¡Ve a ocupar tu sitio en el infierno!’".
Un día confesó a los novicios que, durante los seis años que llevaba meditando la vida de Cristo, se había puesto siempre en espíritu a los pies de Judas; pero que recientemente había caído en la cuenta de que Cristo había lavado los pies del traidor y por ese motivo ya no se sentía digno de acercarse ni siquiera a Judas.
Francisco no se dejó engañar por el mundo. Sabiéndose nada confió todo en Jesucristo y logró la santidad.
Canonizado en 1671 .
En mayo de 1931, su cuerpo, venerado en la casa religiosa de Madrid, fue quemado en el incendio que causaron los revolucionarios.
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2006-09-12 09:33:32
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answer #5
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answered by Anonymous
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