Y NO SE EQUIVOQUEN ESTO NO ES SOLO VIOLENCIA CONTRA LA MUJER.... ES MUCHO MAS
i“La violencia intrafamilar es un acto de poder que se ejecuta de manera cíclica e intencional, para dominar, someter y controlar a otra u otras personas. En todo acto de violencia ejercida, ésta siempre se desarrollará en función de una relación de dominio y pasa de ser una mera agresión a algún tipo de violencia, incluso extrema, por el abuso de este acto dominante”,
SAQUEMOS EL MITO DE QUE SOLO HAY MUJERES MALTRATADAS.....
un ejemplito y algo de estadisticas>>>
Durante mucho tiempo, Raúl, un aguascalentense de 27 años, fue agredido física y verbalmente por su esposa, que le lesionaba el rostro, le propinaba puñetazos y patadas en el cuerpo y le lanzaba objetos, lo insultaba, menospreciaba y humillaba públicamente.
Además, le hacía dramas en público, en su propio trabajo, le exigía tener relaciones sexuales constantes y le pedía todo el salario, además de impedirle ver a sus hijas. Al final se separó de su pareja, cansado de las vejaciones y los ultrajes, aunque acordó pasarle la pensión a sus hijas.
Raúl es un caso de los muchos que proliferan en México sobre el problema de la violencia como una forma de vida entre la población mexicana, que no se limita al patrón tradicional de victimario-hombre contra víctima-mujer, aunque este tipo de abuso sea el más difundido.
La agresión de la esposa hacia el cónyuge no se denuncia por la tradición machista de nuestra sociedad, ya que resulta vergonzoso para un hombre darlo a conocer a su familia, a sus allegados o a las autoridades. Esta violencia no es privativa de alguna condición social específica y pone en peligro a la hasta hoy considerada estructura básica de la sociedad, la familia.
No obstante que en los índices de violencia intrafalimiar las mujeres y los niños son quienes más sufren por este fenómeno, los antropólogos, psicólogos y sociólogos aseguran que las mujeres también son generadoras de violencia, aunque de “forma pasiva”, pero no por ello menos intensa.
Aunque el índice de hombres agredidos por sus esposas no está contabilizado, el número de casos es más frecuente de lo que cualquiera pueda imaginar.
“La violencia intrafamilar es un acto de poder que se ejecuta de manera cíclica e intencional, para dominar, someter y controlar a otra u otras personas. En todo acto de violencia ejercida, ésta siempre se desarrollará en función de una relación de dominio y pasa de ser una mera agresión a algún tipo de violencia, incluso extrema, por el abuso de este acto dominante”, señala Patricia Valladares, coordinadora del Programa Interdisciplinario de Atención a la Violencia Sexual y los Estudios de Género, en la UNAM.
La Encuesta sobre Violencia Intrafamiliar (ENVIF) de 2003 revela que en uno de cada 3 hogares del área metropolitana de la ciudad de México registró algún tipo de estos casos; aunque dichas agresiones se dieron en el 32.5 por ciento de las familias comandadas por un hombre, se indica que en el 22 por ciento de los hogares dirigidos por mujeres también se genera violencia.
La ENVIF identificó que los miembros de la familia más agresivos son, en el 49.5 por ciento de los casos, el hombre, y en el 44.1 por ciento la cónyuge, siendo los hijos las víctimas más frecuentes.
Las expresiones más sobresalientes de maltrato emocional son los gritos y los enojos mayores; el 86 por ciento de los hogares con presencia de agresiones de tipo emocional sufrieron gritos y, en el 41 por ciento, lesiones.
De cualquier forma, el número de denuncias hechas por hombres maltratados es mínima. De julio a septiembre de este año, se registraron sólo 73 casos, según la Comisión de Equidad y Género de la Asamblea Legislativa en el Distrito Federal.
Este fenómeno tiene básicamente 3 manifestaciones, se puede expresar de manera física, psicológica o verbal, y a decir de los psicólogos cualquiera de estas variantes se pueden ejercer en 2 formas principales: por hecho o por omisión.
La violencia por hecho, se da cuando la persona generadora de agresión incurre en actos denigratorios y de ofensa hacia la otra, ya sea que una mujer ponga en ridículo a su marido, dentro o fuera del seno familiar, cuando están con otras personas y ponga en evidencia su papel como esposo; que le haga sentir celos enfrente de otros hombres o, incluso, que le propine algunos golpes en ciertos arranques de furia, cuyos episodios se pueden convertir en una insana costumbre.
La violencia por omisión ocurre cuando algún miembro de la familia omite la realización de alguna de sus responsabilidades para con los otros integrantes. Puede ser que los padres dejen de proporcionar cuidados y atención a los hijos o recursos de alimentación, ropa, etcétera.
“Aunque no hay una clasificación de las conductas que puedan legitimar el empleo de la violencia en perjuicio de otra persona, quizá un rasgo característico del hombre-víctima es su bajo autoconcepto y minimización de los roles que, bajo la perspectiva de género, le tocó asumir.
“Por lo general, el varón se va convirtiendo en víctima a medida que acepta conductas de sumisión e inferioridad ante la mujer, lo que produce efectos autodegradantes, de baja autoestima y por parte de la mujer se crean conductas supresoras”, señala Patricia Valladares.
En estos casos se empiezan a generar conductas de competitividad y la imitación de actitudes machistas, hegemónicas y patriarcales por parte de la agresora.
En entrevista con Gente, Agustín Jesús Rustén Villarreal, director de la organización Hombre Contemporáneo, en Aguascalientes, señala que este problema se manifiesta de manera considerable en su entidad, cuya razón es la que motivó el surgimiento de la organización civil.
Las formas de violencia más comunes que las mujeres ejercen son las de tipo verbal y psicológica. Consisten en provocar miedo a través de acciones, miradas o insultos, amenazas de abandono, negligencia, esgrimir armas o amenazar con utilizarlas, expone.
“Estas agresiones ocasionan el efecto de destruir los sentimientos y la autoestima de la pareja, haciéndola dudar de su propia realidad y son especialmente dañinas porque paralizan y ejercen una presión constante en la víctima.
“La tercer forma de violencia que ejercen las mujeres hacia los hombres es la sexual. Ocurre cuando la mujer obliga a su pareja a realizar actos denigrantes durante las relaciones, burlarse del tamaño y forma de los genitales del hombre, magnificar problemas de disfunción sexual como la impotencia o eyaculación precoz; provocerle celos o realizar la infidelidad, ver y obligarlo a imitar escenas de películas pornográficas en las que se realiza el sexo duro, etcétera”, señala Rustén Villarreal.
Patricia Valladares reconoce que la violencia intrafamiliar contra hombres sí existe y que el número de varones que sufren algún tipo de maltrato, ya sea por parte de la esposa o los hijos, es más grande de lo que uno se pudiera imaginar.
“Ante este drama de la violencia intrafamiliar, en la mayoría de los casos son hombres quienes agreden a las mujeres. Pero también las mujeres ejercen la violencia, aunque es diferente su forma de ser violentas”, explica.
“En muchas familias existe el mito de que la familia es el espacio de seguridad, de crecimiento; que todo está bien. Y eso, por lo menos en el 50 por ciento de las familias está comprobado que no es del todo cierto.
“Es decir, en muchas familias no se la pasan nada bien, ni los hombres ni las mujeres ni los hijos. Entonces, cada uno, ante esa frustración, tienen su propia manera de demostrar su enojo y generar violencia”, afirma la especialista.
Menciona que en México de por sí la gente es bastante violenta, como lo prueba el hecho de que en el país se registran 3 veces más delitos violentos que en otras naciones. Ese es un número verdaderamente escandaloso, considera.
“En México hay una cultura de la violencia escondida, desde chicos aprendemos que el que pega primero pega 2 veces”, afirma Valladares.
La experta en violencia intrafamiliar dice que en nuestro país tenemos aún la cultura del macho que, por su mismo rol de proveedor, soporte moral y fuerza de la familia, durante muchos años se decía que los problemas de la casa no debían de salir de ella, con el pretexto de que la ropa sucia se lava en casa.
Por lo tanto, “no había una cultura de la denuncia. Para un varón la denuncia significa ir a decir que no es lo suficientemente hombre para resolver solo los problemas de la casa”, expone. Hace notar que hay toda una costumbre en la que se castiga a los hombres que son sensibles y amables en su casa.
“Las mujeres por lo menos ya rompieron el mito de que si le pasa algo no lo va a denunciar, pues ya acuden a las autoridades, pero los hombres aún no. Les da vergüenza ir a presentar su queja; tienen 2 problemas, porque efectivamente sufren de violencia, se sienten maltratados, con problemas de autoestima y todo lo demás que les pasa a las mujeres, pero además no son capaces de reconocer que no tienen los suficientes pantalones o que no son tan hombres para controlar lo que pasa en su casa”, subraya.
El desempleo, un detonador de la violencia
Cuando se pone énfasis en la cultura de competitividad laboral, en un contexto que ya no impone diferencias de género –al menos en teoría–, se empieza a gestar en el inconciente colectivo una lucha de poderes, en donde las mujeres no se encuentran exentas de caer en conductas agresivas y, por lo tanto, en repetir los mismos patrones de revanchismo, coerción o celos profesionales, por mencionar algunos.
Sin embargo, la promoción de la figura femenina como elemento fundamental para el funcionamiento de toda sociedad tiene más ventajas que perjuicios y este esquema social, que aún no termina de desarrollarse, se ha logrado en parte por la influencia de los medios de comunicación.
Hoy podemos imaginar un ambiente distinto al que se vivía tan sólo hace 30 años y cada vez más psicólogos aseveran que en la actualidad se necesita conocer las mejores aptitudes tanto de hombres como de las mujeres, en relación con el trabajo, la familia y el hogar, para conciliarlas del modo más adecuado.
El establecimiento de la igualdad de géneros tambien ha influido para que las mujeres presenten comportamientos que durante siglos fueron tipificados en los varones: estrés, irritación, frustración y auto represión cuando se trata de sostener los gastos familiares, son síntomas que las mujeres presentan cada vez con mayor frecuencia en el tejido social, a medida que adoptan el papel de proveedoras y toman las riendas de la familia.
En este sentido, los especialistas en psicología laboral aseguran que un acto violento en el espacio familiar puede tener su origen en otro lado, como es el laboral.
Las tensiones actuales creadas por el desempleo y el empobrecimiento, tienen inmediata repercusión en la red familiar, aunque sus miembros crean ser los actores, cuando en realidad son receptores y portadores pasivos. Muchas veces el desocupado parece ser el eje generador de violencia, pero en realidad puede ser el receptor y, con ello, transmisor sin que lo sepa.
A la problemática familiar que implica quedar excluido del trabajo se le suma la violencia, que implica la culpabilización del desocupado por parte de los estamentos de poder. Es lo se llama victimización secundaria.
“Es su culpa si está sin trabajo”, se dice. Esta violencia recae en el seno de la familia y muchas veces es una repetición de las padecidas y convalidadas desde el entorno social.
Aquel dicho popular que dice: “cuando el dinero acaba, el amor sale por la ventana”, es una realidad y quizá ahí es donde podemos encontrar una de las respuestas a la cuestión del origen de violencia intrafamiliar.
En las familias más tradicionales la desocupación del hombre puede llevar a graves conflictos en la pareja. Antes se movía con acuerdos hablados, tácitos e inconscientes acerca de qué papeles cumplen unos y otros en ella. Debido a la pérdida de trabajo del hombre, la mujer enfrenta esa responsabilidad y el hombre se queda en la casa. Las mujeres pasan a ser la única fuente de ingresos; los hijos, aun los muy jóvenes, salen a trabajar y su educación pasa a un segundo plano.
Si bien la salida obligada de esas mujeres al área laboral es un apoyo económico, se espera de la mujer que sea sólo eso, un apoyo y un sostén emocional. Entonces, la salida de la mujer al ámbito laboral en las familias patriarcales puede ser considerada una traición o un abandono.
Las mujeres excluidas del mundo del trabajo lo viven de una manera peculiar. Algunas lo ligan a su condición de género o temen volver a la dependencia y reclusión hogareña.Quedarse sin trabajo es interpretado como retroceso en su autonomía, una derrota.
Cuando la relación se tiñe de violencia, pasan del deseo de ser sostenido y sostener, donde uno parece frágil y el otro potente, a la relación amo-esclavo. El que agrede necesita de su víctima para sentirse potente y es heredero de los estereotipos socioculturales transmitidos y vigentes.
Los ricos también lloran
a violencia intrafamiliar sucede hasta en las familias más adineradas y, quizá, en este tipo de hogares el problema es más difícil de resolver. Cuando el factor económico pasa a un segundo plano y los episodios de violencia no cesan, entonces la dinámica familiar se ha convertido en un sistema tóxico, porque las disputas ya no consisten en reproches ni resentimientos causados por dinero o atribución de responsabilidades, sino en un fenómeno que tiene raíces más profundas.
La experiencia ha demostrado que las familias disfuncionales presentan conflictos de identidad que pueden originarse por incompatibilidad de caracteres, problemas de adicciones, desatención de los hijos o de la pareja e, incluso, por la misma constitución del matrimonio cuando fue consumado.
Carla Santiesteva, psicoanalista y traumatóloga de campo, asegura que los hombres o mujeres que son agredidos por sus cónyuges, “tienen una estructura psíquica en la cual buscan ser castigados, ser culpabilizados y ser minimizados.
Entonces, a nivel inconciente, este tipo de personas buscan desde el principio a una pareja que cumpla con estas características y es el clásico hombre que dice: todas las mujeres son iguales.
“Y sí, todas las mujeres con las que se relacione tendrán el mismo perfil, podrán ser güeras, morenas, altas o bajas, pero siempre tendrán estas características, porque a nivel inconciente es lo que él está buscando”, dice.
La también psicoterapeuta, egresada de la Universidad de Maryland, expone el hecho de que en este problema “no podemos hablar de personas enfermas o trastornadas, sino de esquemas familiares que tienden a repetir estos patrones disfuncionales”.
“Ciertamente, estas personas tienen una necesidad de masoquismo que la impulsa a buscar a personas sádicas, pero no porque la persona se deje agredir, no quiere decir que sea tonta o débil. No, la persona que se vuelve masoquista inconcientemente está utilizando mecanismos para controlar al otro a través de esta vía, que es la agresión pasiva, manifestada por la culpabilización del otro, del chantaje y la autocompasión”, concluye.
Diferencias de género, por convencionalismos
Los cambios ideológicos que están ocurriendo en las familias, como producto de una nueva concepción sobre el papel de las mujeres, son resultado de las transformaciones que toda evolución social trae consigo.
Con el surgimiento del esclavismo, el papel de la mujer se vio minimizado ante el varón, ya que ésta paso a convertirse en un instrumento de posesión del hombre, para procrear hijos y mantener la estructura de la propiedad privada, al conservar el dominio de los bienes y propiedades en poder del padre y posteriormente en poder de los hijos varones.
Ante la constante dominación del hombre sobre la mujer, durante la Revolución francesa se empezó a gestar un movimiento de rebelión para acabar con el yugo del control masculino. Ya en pleno auge del Movimiento de las Preciosas, la creación de las primeras organizaciones feministas y la difusión de publicaciones como La igualdad de los sexos, que realizó el filósofo cartesiano Poulain de la Barre, se marcó el momento clave de la historia, para gestar una nueva concepción del papel que la mujer desempeñaría en el mundo.
Para las décadas de los 60 y 70 se empezó a ver que el papel de la madre estaba desestimado, por lo que todos estos grupos de mujeres comenzaron a tomar cada vez más fuerza, al influir en la ideología popular para cambiar los esquemas y el estatus social con el que las mujeres habían vivido durante siglos.
Cuando se escucha la expresión “feminista”, muchos se imaginan que es sólo otra manera de referirse a la división de la humanidad en 2 sexos, pero detrás del uso de esta palabra se esconde toda una ideología en la cual se busca la eliminación de las clases sexuales, requiriendo que la clase subyugada (las mujeres) obtenga el control de sus propios recursos para sobrevivir y ser independiente en todos los sentidos.
Y así como la meta final de la revolución socialista era no sólo acabar con el privilegio de la clase económica, sino con la distinción misma entre clases económicas, la meta última de todas las luchas feministas ha sido simplemente acabar con el privilegio masculino para regir, controlar y adjudicarse todo el crédito de la evolución social.
Las feministas consideran que las diferencias de género existen por convencionalismo y fuerzan a la mujer a ser dependiente del hombre; por ello, la libertad para la mujer consistiría no en actuar sin restricciones indebidas, sino en liberarse de roles de género socialmente construidos.
SALUD
2006-09-08 09:10:13
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answer #1
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answered by gem soudlege 2
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