Poncio Pilato
En el año 26 el emperador Tiberio nombró a Poncio Pilato procurador de Judea.
Al llegar a Cesárea, Pilato envió la guarnición romana a Jerusalén mientras él descansaba unos días del viaje. Fuera por ignorancia o a propósito, los batallones romanos llegaron a Jerusalén llevando estandartes con la imagen del emperador, cosa que estaba completamente prohibida por los judíos.
Un grupo de éstos emprendió el camino hacia Cesárea para pedir a Pilato que retirara los estandartes pero al llegar tuvieron que esperar durante varios días antes de ser recibidos. Al recibirlos, Pilato hizo que los rodearan los soldados y les amenazó con que desistieran de sus pretensiones o serían degollados.
La respuesta de aquellos judíos fue inclinarse y descubrir el cuello. Ante la perspectiva de empezar su gobierno con una matanza, Pilato accedió a retirar los estandartes pero desde entonces no perdió la menor oportunidad de tomar decisiones que pudieran molestar a los judíos.
Una de éstas fue la adopción de las unidades de medida romanas cosa que provocó varias manifestaciones de protesta por parte de los judíos pero pronto las aguas volvieron a su cauce.
No ocurrió lo mismo en el año 31, cuando necesitado de dinero para la construcción de un acueducto, ordenó que se embargaran los tesoros del templo.
Fariseos y saduceos realizaron una débil protesta, más que nada de cara al público, aunque no tenían la menor esperanza de ser atendidos.
La respuesta de Pilato ante esta protesta fue despectiva pues para entonces ya sabía perfectamente que fariseos y saduceos no arriesgarían la posición que tenían en el templo y en la sociedad judía.
Mucho más elocuente fue la protesta de los nazoreos, algunos de cuyos miembros dirigieron duras críticas a Pilato y organizaron manifestaciones del pueblo.
En una de estas manifestaciones Pilato hizo que varios soldados se disfrazaran con ropas civiles y se infiltrasen en la manifestación.
A una señal los soldados sacaron porras con las que golpearon a los manifestantes provocando una estampida que causó varias decenas de muertos.
En este ambiente de violencia, desprecio y recelo, no podía pasar mucho tiempo sin que los enfrentamientos entre judíos y romanos fueran cada vez más graves.
En resumen, a lo largo de casi dos milenios, los judíos vivieron casi siempre dominados por otros pueblos y sólo durante un período de menos de un siglo, en tiempos de David y Salomón, tuvieron un relativo esplendor en medio de las poderosas naciones que les rodeaban.
Para compensar la poca importancia que tenían como nación, mitificaron a su dios, asegurando que era el más poderoso de cuantos dioses eran adorados sobre la faz de la Tierra. Y para justificar el hecho de que siendo el suyo el más poderoso de los dioses, su pueblo fuese tantas veces dominado por tantas naciones, crearon el mito de que Dios los castigaba cada vez que ellos se apartaban del camino que Dios les había marcado.
Para que Dios dejara de castigarles debían ser todos ellos fieles cumplidores de la ley, la Torah. Entonces, y sólo entonces, Dios les enviaría un descendiente de David que reuniría en sí los atributos de la realeza y el sacerdocio. Sería nombrado rey de Israel, gobernaría a todas las naciones y su reinado duraría un milenio.
Mientras tanto tendrían que esperar siendo fieles al pacto que habían hecho con Yavé, cumpliendo todas las leyes de la Torah hasta que Dios se acordase de su pueblo y restaurara su gloria pasada.
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Desde muy antiguo, una de las leyes judías estipulaba que las tierras de cultivo debían ser dejadas en barbecho cada siete años. Durante los años sabáticos, los judíos aprovechaban que había menos trabajo para realizar viajes, visitar familiares o llevar a cabo actividades que no podían realizar en otras circunstancias.
Aparte de esto, cada catorce años, coincidiendo con uno de cada dos años sabáticos, los romanos realizaban un censo de la población en toda Judea con el fin de determinar los impuestos de los judíos hasta el censo siguiente.
Los censos eran impopulares entre los judíos ya que estaban destinados a fijar los impuestos, motivo por el cual los años censales se producían numerosas protestas y manifestaciones. Ya el año 6, fecha del primer censo en Judea, hubo manifestaciones que llegaron a convertirse en revueltas. También hubo algaradas en el año 20, pero el censo del 34, tras ocho años de gobierno por Pilato, la situación era especialmente explosiva.
El año sabático judío duró desde septiembre del 33 hasta septiembre del 34 y el año censal romano desde marzo del 34 hasta marzo del 35, así que entre marzo y septiembre del 34 había muchas personas viajando a sus ciudades de nacimiento para censarse.
Por los caminos, en las plazas, en los mercados y en las puertas de las ciudades era fácil encontrar predicadores de distintas sectas exponiendo sus ideas y profetizando grandes calamidades o la llegada de algún mesías libertador del yugo romano.
No había predicadores fariseos ni saduceos pues estos estaban establecidos en el poder del templo y no descendían a los caminos ni se mezclaban con la "chusma". Tampoco el pueblo llano les hubiese hecho mucho caso, probablemente.
Así, la mayor parte de los predicadores que se podían encontrar eran de alguna de las numerosas sectas judías. Y los que soliviantaban más al pueblo eran los zelotes, cuyas predicaciones eran las más críticas a los romanos, a los fariseos y a los saduceos.
En estas fechas murió Felipe el tetrarca y le sucedió Herodes Antipas quien, para legitimar su derecho al trono de Judea, se había casado con una sobrina suya que era nieta de Herodes el Grande. Aunque en la ley judía no había ninguna norma que prohibiera casarse con una sobrina, algunos predicadores zelotes, entre ellos Juan el Bautista, criticaron duramente a Herodes por este hecho.
Al principio de su reinado Herodes no se atrevió a detener a un hombre santo como Juan pues sabía que los tumultos durante los años sabáticos podían degenerar fácilmente en una revuelta que obligaría a intervenir a Pilato, y eso era lo último que él quería.
Esperó a que terminara no sólo el año sabático sino el censal para asegurarse de que la detención de Juan pasara lo más desapercibida posible.
Nadie sabe dónde o cuándo nació Jesús. Los mitos que sitúan su nacimiento en Belén en tiempos de Herodes no han demostrado ninguna fiabilidad.
Lo que sí parece estar claro es que Jesús fue el primer hijo de José, un descendiente de la casa de Aarón, y María, de la casa de David. En él se unían pues dos ramas genealógicas que le daban derecho a reclamar su herencia sacerdotal por la parte de Aarón y real por la parte de David.
Esta circunstancia, así como la rectitud que había demostrado a lo largo de su vida, hizo que se ganara el derecho a llamarse el Ungido y ocupar el puesto de cabeza de la secta de los nazoreos.
Durante varios años dirigió la secta de los nazoreos estudiando las sagradas escrituras y los escritos que pasaban por la biblioteca de la comunidad.
Entre esos escritos debemos destacar los tratados de Hillel, un rabino muerto unos veinticinco años antes y que aún hoy en día los judíos de todo el mundo siguen estudiando y citando. Algunas de las enseñanzas de Jesús fueron tomadas de sus escritos.
Su doctrina también fue influenciada por los esenios, una secta de origen nazoreo cuyas creencias les habían hecho aislarse de la sociedad formando comunidades aisladas en los confines del desierto donde sus integrantes llevaban una vida ascética y casi monacal.
La vida de Jesús continuó así durante años hasta que un día supo que Juan, un zelote, se encontraba en el Jordán bautizando a todos los judíos que se lo pidieran.
El bautismo era una costumbre nazorea desde hacía un par de siglos, las reglas de la comunidad nazorea explicaban en qué condiciones debía impartirse y lo que simbolizaba dicho acto sagrado: Una purificación para limpiar el alma de pecados.
La familia de Jesús fue quien le habló del bautismo de Juan y quien le convenció de que les acompañase. Aunque Jesús se negó en principio a acompañar a su madre y hermanos (¿qué pecados tenía él que necesitaran ser lavados?) al final accedió a acompañarlos.
Lo que se produjo en él entonces fue una conversión mística, al contemplar las multitudes que se aglomeraban a las orillas del Jordán para recibir el bautismo de Juan.
El fervor que contempló en el pueblo, atraídos por las magnéticas palabras de Juan, le impactaron profundamente hasta el punto de que sin haberlo pensado siquiera se encontró en la cola de todos cuantos querían ser bautizados.
Cuando su familia regresaba en dirección a su comunidad, no encontraron a Jesús por ninguna parte: Éste se había sentido tan turbado por las emociones experimentadas en el Jordán que prefirió retirarse durante algunos días para meditar en las soledades del desierto.
Durante toda su vida había sido un fiel cumplidor de las leyes judías, obrando siempre con rectitud y dirigiendo a los nazoreos que habían confiado en él para dirigirles. No conseguía comprender qué era lo que le había pasado allá en el Jordán, por qué se había dirigido junto con tantos y tantos hombres para recibir un bautismo que su alma no necesitaba.
El momento de recibir el bautismo había sido como una revelación para él, sintió que los cielos se abrían y que el espíritu de Yavé descendía sobre su rostro. ¿Era posible que nadie lo hubiera visto?.
Jesús se preguntaba si todos los hombres que recibían el bautismo sentirían lo mismo que él había sentido o tal vez había sido elegido por Yavé para recibir su espíritu.
En cualquier caso Jesús ya había sido bautizado antes, ¿por qué el bautismo de Juan le había afectado tanto?.
Y entre todas las preguntas, la primera era ¿por qué había acudido al bautismo?.
Su alma estaba limpia, sus obras siempre habían estado acordes con la ley, desde la infancia no recordaba una sola acción reprensible. Entonces ¿qué necesidad tenía su alma del bautismo?. ¿Acaso estaba en pecado sin saberlo?.
Durante los últimos años había dirigido a su familia y su comunidad dentro de la ley intentando no ser manchado por la corrupción que los romanos habían traído a la Tierra Prometida. Sabía que no había pecado nunca de obra. Tampoco de palabra había pecado. Pero en lo más recóndito de su corazón ¿no había dejado a veces que la furia le llevara a albergar sentimientos de rabia contra algunos de sus semejantes?. Y Yavé que todo lo veía sin duda lo sabía, y sabía que no era digno de regir el destino de su comunidad.
La comprensión de que su alma había estado en pecado sin él haberlo sabido hizo que Jesús sufriera una fuerte zozobra en sus convicciones.
Yavé le había mostrado su pecado, la ira que tanto trabajo le había costado reprimir desde la infancia, pero al mismo tiempo le había mostrado los cielos abiertos y su espíritu descendiendo sobre él.
Eso significaba que a pesar de su pecado seguía siendo digno.
Tal vez no sería digno de regir a su familia y su comunidad pero sí sería digno de seguir a Juan, escuchar sus palabras y continuar su obra.
Habían pasado muchos días desde su bautismo cuando Jesús salió del desierto y tras buscar a Juan le pidió ser su discípulo, pero éste, que ya lo había reconocido, se negó en rotundo: ¿Cómo iba a ser él maestro del "Maestro de Justicia" de los nazoreos, si ni siquiera era digno de desatarle las sandalias?.
Durante varios días Jesús permaneció cerca de Juan observando sus actos y escuchando sus palabras.
En esos días comprendió que su labor, la labor que Yavé le había encomendado, no era seguir a Juan sino seguir su propio camino. No, Jesús no bautizaría a los judíos, no dedicaría su vida a lavar sus almas, sino que les enseñaría a no ensuciarlas, a mantenerse puros y rectos dentro de la doctrina nazorea para que algún día Yavé los encontrase dignos de enviarles al Mesías.
Juan, mientras tanto, había descubierto la grandeza que había en el alma y en la doctrina de Jesús y les había hablado a varios de sus discípulos de Jesús, así que cuando éste abandonó el Jordán para emprender el camino que había de llevarle hasta la cruz, varios discípulos le siguieron.
Durante dos años (Pascua-34 a Pascua-36) Jesús anduvo por las tierras de Israel seguido de numerosos discípulos. No fueron dos años de predicaciones continuas, lo mismo pasaban varios meses por los caminos que durante el invierno descansaban durante otros tantos en casa de alguno de sus discípulos. Entre sus seguidores había miembros de todas los oficios, pescadores y carpinteros, tejedores y alfareros, poceros y albañiles. Incluso había prostitutas y recaudadores de impuestos, no importaba el pasado que hubiesen tenido pues si el bautismo de Juan era capaz de lavar los pecados del alma lo que Jesús hacía era algo que ni Juan era capaz de hacer. Juan lavaba los pecados, Jesús convertía a las personas.
Los seguidores de Jesús cuando estaba en alguna de sus peregrinaciones se contaban por cientos y aún durante los descansos a los que les obligaban las épocas de siembra y cosecha de sus discípulos seguían siendo docenas los que acudían a las sinagogas de los pueblos en los que los sábados leía e interpretaba la Torah.
Con el tiempo llegó a ser conocido de uno a otro confín de Judea y comenzaron a seguirle judíos de todas las sectas, fariseos, esenios, saduceos, zelotes. Hasta los nazoreos a los que había dirigido durante años, y que ahora eran dirigidos por su hermano Santiago, comenzaron a seguirle por todos los caminos pues nunca en su historia había surgido un nazoreo que fuera tan recto en el cumplimiento de las leyes, que fuera tan piadoso para perdonar a los pecadores y que fuera tan querido que sus discípulos eran capaces de dar la vida por él.
Pilato supo de él e hizo que le siguieran varios espías romanos, pero al comprobar que las multitudes que atraía se dedicaban únicamente a escuchar sus palabras, y que éstas trataban casi siempre de religión y nunca se hablaba de política, decidió dejarlo tranquilo.
Quienes no estaban nada tranquilos eran los saduceos y fariseos.
Conforme pasaban los meses comprobaban que Jesús atraía cada vez mayores muchedumbres y temían que este movimiento pudiese fortalecer demasiado a la secta de los nazoreos o, peor aún, la de los zelotes.
Para Caifás, jefe del Sanedrín, Jesús era un peligro mucho mayor que ninguno de los profetas que habían aparecido en los últimos treinta años porque Jesús estaba respaldado por una secta tan poderosa como la de los zelotes.
No solo eso, Jesús pretendía tener derechos sobre el templo por su ascendencia sacerdotal y eso era inadmisible.
Cuando Jesús viajó a Jerusalén para la pascua del 36, los sacerdotes habían urdido un plan para librarse de él.
Compraron un traidor, Judas Iscariote, que la víspera de la Pascua judía llevase las tropas a detenerle. En esa fecha casi todos los judíos respetuosos de la ley y las tradiciones estarían celebrando la Pascua, no saldrían al exterior y con suerte no llegarían a enterarse de la ejecución de Jesús hasta que fuese demasiado tarde.
Rigiéndose por un calendario diferente al del resto de los judíos, Jesús y sus discípulos habían celebrado la cena de Pascua según la tradición nazorea dos días antes. Se encontraba pues rezando con sus discípulos cuando los soldados fueron a detenerlo. Al llevarse a su maestro los discípulos temieron que esta fuese la primera de muchas detenciones así que muchos se refugiaron en sus casas. Otros siguieron a Jesús intentando permanecer lo más cerca posible.
De acuerdo con el plan de Caifás, Jesús fue llevado ante el sanedrín que lo acusó de provocar disturbios, pero el sanedrín no podía ejecutar a un preso y Caifás quería que Jesús fuera ejecutado. Esta orden sólo podía darla Pilato, así que llevaron a Jesús ante él y le acusaron de sedición y de intentar levantar al pueblo contra los romanos.
Pilato no se dejó engañar, ya hacía tiempo que conocía las actividades de Jesús, pero éste no se diferenciaba apenas de otros muchos fanáticos que hacían mucho ruido pero que no llegaban a ninguna parte. No obstante le intrigó que los sacerdotes se sintiesen tan amenazados por un predicador medio muerto de hambre y decidió interrogarlo. Al descubrir que Jesús pretendía ser el heredero legítimo del reino de Israel no pudo reprimir la risa. Hizo que lo coronaran con espinas y le dieran una caña como cetro. Después hizo que lo azotasen y lo presentó ante el sanedrín llamándole Rey de los Judíos. El sanedrín se sintió insultado pero insistió en que se condenase a muerte a Jesús. Queriendo ver hasta dónde eran capaces de llegar los sacerdotes les propuso soltar a un asesino pero el sanedrín pidió que liberara al asesino antes de dejar vivir a Jesús.
Pilato pensó en soltar a Jesús, solamente para fastidiar al sanedrín, pero tras pensarlo un momento cambió de opinión al pensar en un insulto aún mejor. Ordenó que Jesús fuese clavado en un madero con una inscripción que le identificase como Rey de los Judíos, lo cual sería un insulto terrible tanto para los sacerdotes como para Herodes Antipas.
Rodeado de una multitud formada por los sacerdotes y simpatizantes de los romanos, Jesús fue conducido hacia el Gólgota evitando pasar por la ciudad baja, donde casi todos sus habitantes eran partidarios de Jesús. El hecho de que casi todos los judíos estuviesen en sus casas celebrando la pascua también ayudó a que su martirio pasara desapercibido.
Jesús fue tendido sobre un madero con los brazos en cruz y a través de sus muñecas se le clavó al mismo.
Sobre el Gólgota, con el fin de llevar a cabo las frecuentes ejecuciones, se había construido un andamiaje en el que se colgaban, atados, los maderos de los condenados. El madero de Jesús fue izado con unas cuerdas y se encajó entre los palos del andamiaje.
Jesús quedó colgando de los clavos que le atravesaban las muñecas aunque podía apoyar los pies en un travesaño inferior del andamiaje.
Un hombre fuerte podría haber sobrevivido dos y hasta tres días antes de morir, pero Jesús, que había sido azotado hasta la extenuación, que había debido llevar el madero con la inscripción que lo declaraba rey de los judíos, y que se veía abandonado de todos sus discípulos, familia y amigos, apenas tenía fuerzas para soportar unas pocas horas allí colgado.
A pesar de ser la pascua judía, algunos seguidores de Jesús habían permanecido en vela toda la noche y habían sido testigos de cómo Jesús era conducido al Gólgota. Tras avisar a la familia de Jesús y algunos de los discípulos más queridos que se alojaban en la ciudad baja, éstos acudieron al Gólgota y observaron desconsolados la muerte de su maestro.
El cielo estaba cubierto por una calina procedente del desierto que teñía de rojo el paisaje.
A media tarde los soldados fueron a quebrar las piernas de los reos.
Años antes los judíos habían conseguido de los romanos una reivindicación religiosa: que ningún judío fuese ajusticiado en sábado. Para ello a los ajusticiados que el viernes a media tarde estuviesen aún vivos se les partiría las piernas para que no pudiesen apoyar su peso en ellas. De esa forma, obligados a colgar de los brazos, se les haría cada vez más dificultoso respirar hasta que en unas pocas horas muriesen de asfixia.
Al examinar a Jesús, sin embargo, les pareció que ya estaba muerto así que no le rompieron las piernas. Por si acaso le clavaron una lanza en el costado y le dieron por muerto.
Al desclavarlo del madero, apenas una hora antes del atardecer, los familiares y amigos de Jesús lo quisieron llevar al sepulcro familiar, pero éste estaba a varias horas de camino, demasiado lejos, así que lo llevaron a un sepulcro cercano propiedad de José de Arimatea, donde apenas tuvieron tiempo más que de untarlo con unos pocos aceites y envolverlo en un sudario antes de que se pusiera el sol y comenzara el sábado.
Como celosos cumplidores de la ley, los discípulos y familiares de Jesús pasaron el sábado en oración y lamentaciones y al terminar el sábado, al ponerse el sol, José y algunos discípulos se dirigieron al sepulcro. Llevaban un sudario nuevo, ungüentos y aceites para terminar de amortajarlo y un carro para trasladar el cadáver al cementerio de Qumram donde debía ser enterrado.
Abandonaron el sepulcro dejando la puerta abierta y el viejo sudario sobre la losa sepulcral. Viajaron con rapidez durante toda la noche y al llegar a Qumram permanecieron allí durante varios días.
Cuando regresaron a Jerusalén se llevaron una sorpresa: dos mujeres que habían pasado por delante del sepulcro el domingo por la mañana habían visto la losa abierta y, al avisar a otros discípulos habían descubierto que el cuerpo de Jesús había desaparecido. Los rumores se habían extendido por toda la ciudad y aunque los más sensatos opinaban que los apóstoles habían robado el cadáver, éstos que no estaban al corriente del traslado estaban asustados intentando encontrar una explicación del suceso.
No tardaron en aparecer los rumores de que Jesús había resucitado de entre los muertos y varios exaltados aseguraron haberlo visto en una aparición. Para cuando José de Arimatea regresó de Qumram, ya eran varias las personas que afirmaban haberlo visto por los caminos y algunos incluso afirmaban haberle tocado las llagas de las muñecas.
Al conocer los hechos y comprobar que la fe en la resurrección de Jesús se extendía como el fuego en un campo de trigo, José prefirió callar y aguardar los acontecimientos.
Debido a lo ocurrido después, el último viaje de Jesús permaneció en secreto para siempre
Durante varias semanas después de la muerte de Jesús, los rumores se fueron extendiendo por el pueblo y los discípulos que conocían la verdad mantuvieron silencio. Los rumores de la resurrección de Jesús llegaron al sanedrín pero no le dieron apenas importancia: había asuntos más urgentes que tratar.
En Samaria había surgido un profeta que aseguraba conocer el lugar donde estaban ocultas unas copas sagradas que habían sido enterradas siglos atrás por Moisés. Este profeta concentró una gran multitud cerca del monte Gerizim y Pilato, enterado de la convocatoria, envió tropas que frustraron y disolvieron violentamente la manifestación.
La brutalidad de la represión fue tan grande que el consejo samaritano elevó una protesta a Vitelio, legado de Siria, el cual harto ya de las protestas del pueblo contra Pilato decidió destituirlo y enviarlo a Roma para ser juzgado por el emperador.
Al visitar Jerusalén unos meses más tarde, Vitelio supo que había un malestar creciente del pueblo contra Caifás, a quien odiaban por la muerte de Jesús. En su afán de congraciarse con el pueblo y de calmar los ánimos después de los duros agravios que Pilato había realizado, hizo destituir también a Caifás, si bien, para no enemistarse con su familia, una de las más ricas y poderosas de Jerusalén, nombró para el cargo a Jonatán, hijo de Anás.
Al desaparecer de la escena política los dos enemigos más poderosos de los nazoreos, éstos decidieron trasladar la jefatura de la secta a Jerusalén nombrando nuevos miembros para completar el número de doce que según la regla de la comunidad debían ser.
Dentro de la comunidad se integraron también muchos de los apóstoles y seguidores de Jesús que iniciaron una campaña de proselitismo para ganar adeptos.
Dentro de su predicación integraron el hecho de la resurrección de Jesús, afirmando que, habiendo resucitado, había ascendido a los cielos pero pronto regresaría para dirigir la rebelión que les libraría del dominio romano. En un pueblo como el judío, acostumbrado a oír y creer leyendas como las ascensiones de Henoc, Isaías y otros muchos que a lo largo de la historia había viajado a los cielos, la historia de la ascensión a los cielos de Jesús no resultaba nada extraña, al contrario, era consoladora ya que les daba la esperanza de que la tiranía romana acabaría pronto y Judea gobernaría el mundo.
Sus actividades fueron cada vez más públicas, hasta el punto de llegar a predicar en el templo y hubo varios enfrentamientos verbales con el sanedrín que en varias ocasiones les prohibió predicar, pero Santiago y sus diáconos no cejaron en su ministerio predicando sus creencias a todo aquél que quisiera escucharles.
La historia de Jesús y de su resurrección atrajo a numerosos prosélitos si bien causaba mucha sorpresa entre los judíos extranjeros que acudían a Jerusalén pues aunque los nazoreos creían en la resurrección de la carne prácticamente desde su inicio como secta, esa era una idea totalmente nueva para el mundo grecorromano, por lo que los judíos provenientes de Asia menor y Europa quedaban al principio muy sorprendidos de estas enseñanzas.
Para confirmar la verdad que estaban revelando, los nazoreos solían viajar con dos rollos de pergamino, en uno de los cuales se citaban y comentaban todos los versículos del Antiguo Testamento que profetizaban la llegada del Mesías y que demostraban que éste era Jesús, y otro con todo cuanto sus seguidores habían podido recordar de las predicaciones de Jesús. Este último rollo, años más tarde, fue integrado en el evangelio de Mateo ocupando los tres capítulos que componen el Sermón de la Montaña.
Los fariseos y saduceos que componían el sanedrín acusaron a los nazoreos de corromper las escrituras mientras éstos acusaban a los primeros de haber transgredido la ley.
En este ambiente de acusaciones mutuas y encendidas pasiones, llegó a Jerusalén Saulo de Tarso
Saulo era un fariseo de Tarso, de oficio tejedor de lonas. Era de una familia adinerada, tenía la ciudadanía romana y amistades (quizás hasta parentesco) con algunos personajes influyentes de Jerusalén. Asimismo se había criado en Tarso, una importante encrucijada de caminos de paso obligado para todo el que quisiera viajar entre Asia y Europa.
Había acudido a Jerusalén a aprender en la escuela del famoso Gamaliel cuando se vio sorprendido por las predicaciones de los nazoreos. Saulo no había llegado a conocer a Jesús, nada sabía de su ministerio ni de su muerte y resurrección. Tampoco conocía con detalle la historia reciente de Jerusalén. Pero lo que sí sabía era que esos nazoreos eran todo lo contrario de lo que él era.
Allí donde él era capaz de relacionarse por cuestiones económicas y hasta sociales con griegos, romanos y otros gentiles, los nazoreos abominaban de cualquier tipo de relación con los incircuncisos. Allí donde Saulo era capaz de adaptarse a las costumbres de las gentes y ciudades que visitaba, los nazoreos eran intransigentes en sus costumbres, incapaces de perdonar la más ridícula de las transgresiones a la ley.
Saulo chocó de inmediato con los nazoreos hasta el punto de que llegaba a odiar el hecho de que se presentasen en el templo a predicar sus mentiras, y durante varias semanas acudió allí para rebatir sus patrañas mientras el odio en su interior iba creciendo.
Un día (principios del 37) llegó a incitar a los judíos que estaban en el templo para echar de allí a los nazoreos, acto que realizaron provocando la muerte de Esteban y varias heridas de gravedad en Santiago.
Santiago abandonó Jerusalén mientras se recuperaba de sus heridas y los demás discípulos de Jesús se mantuvieron a la expectativa de lo que ocurriese.
Apoyado por sus amigos del sanedrín, que de una forma tan inesperada habían encontrado un aliado tan formidable, Saulo se convirtió en defensor de la ortodoxia judía representada por el sanedrín, iniciando una campaña de persecución de los nazoreos, campaña en la que el sumo sacerdote y el sanedrín le dieron un fuerte apoyo. Esto no hubiera sido posible bajo el control de los romanos, pero destituido Pilato y estando Vitelio organizando las tropas para sofocar una rebelión de los nabateos contra Herodes Antipas, Jonatán, el sumo sacerdote del sanedrín tenía una cierta libertad para actuar impunemente.
Los activistas nazoreos empezaron a dispersarse en todas direcciones y Saulo consiguió cartas de presentación de Jonatán autorizándolo a perseguir a los nazoreos en Damasco, donde creía que había ido Pedro a refugiarse.
Algunos historiadores afirman que la Damasco a la que Saulo se dirigió no podía ser la Damasco siria ya que Jonatán no tenía jurisdicción más que en Judea y enviar un grupo de alborotadores a una ciudad siria hubiera sido políticamente impensable.
Quienes así piensan suponen que, o bien existía otra Damasco, algunos apuntan a Qumram, cuyo nombre de aquella época es desconocido, o todo se debe a un error de traducción que posteriormente fue asumido en el resto de los documentos históricos de esa época.
Por otro lado, Damasco en ese momento estaba ocupada por Aretas, rey de los nabateos, contra los cuales Vitelio y Herodes Antipas estaban intentando organizar un ejército.
¿No sería posible que el objetivo de Saulo no fuera Damasco, sino las ciudades que a mitad de camino entre el mar de Galilea y Damasco eran el refugio de varias comunidades nazoreas?
En tal caso Saulo no se dirigiría a Damasco, pero sí estaría viajando por el "Camino de Damasco" cuando fue interrumpido su viaje.
Antes de su partida hacia Damasco, Saulo fue a despedirse de su maestro Gamaliel y éste, que había sido testigo de parte de la vida de Jesús y respetaba profundamente a Santiago, el jefe de los nazoreos, le recriminó la lucha que había emprendido que calificó de abominación a los ojos de Yavé.
Ante las recriminaciones de su maestro, Saulo se sintió perdido en un mar de dudas. Emprendió el camino a Damasco dirigiendo a un grupo de hombres que le debían ayudar en su empresa pero las dudas le atormentaban y se preguntaba si estaba haciendo lo correcto.
Mientras tanto Gamaliel había mandado aviso a los nazoreos informándoles de la misión de Saulo. El mensaje adelantó a Saulo y cuando éste llegó a su destino le estaban esperando.
Pero Saulo llegó solo.
A mitad de camino Saulo había despedido a sus hombres enviándolos de regreso a Jerusalén y había seguido su camino en solitario. No descansó ni se detuvo para comer y, cuando llegó, los nazoreos vieron a un hombre sucio, agotado y hambriento que solicitaba humildemente ser enseñado y recibido por la comunidad.
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Cuando Vitelio regresó a Jerusalén en la Pascua del 37 y examinó las acciones que Jonatán había realizado, lo destituyó de inmediato nombrando a su hermano Teófilo como Sumo Sacerdote. Este nombramiento lo acompañó con la advertencia de que no toleraría actividades como las que había fomentado Jonatán y eso hizo que los siguientes años fueran relativamente tranquilos para los nazoreos dándoles ocasión de organizarse y afianzar su influencia en todas las ciudades por las que se habían extendido. Pedro en particular predicó en Cesárea y Joppe y otros muchos judíos que se convirtieron llevaron el mensaje de la resurrección de Jesús hacia diversas poblaciones de Chipre y Turquía.
Al finalizar los tres años de aprendizaje que exigía su ingreso en la comunidad nazorea, Saulo, como miembro de pleno derecho, regresó a Jerusalén e intentó presentarse a otros miembros de la comunidad, pero recordando los desmanes que había cometido, sólo Pedro y Santiago accedieron a entrevistarse con él.
Sin desalentarse, Saulo comenzó a predicar cerca del templo pero aquellos que le conocían de años atrás como perseguidor de los nazoreos intentaron matarlo. En parte para protegerlo y en parte para librarse de tan incómodo como notorio personaje, Santiago lo envió a su ciudad natal, Tarso.
Saulo no se dejó engañar, sabía que Santiago le había enviado lejos de Judea con el fin de quitárselo de en medio, pero recién ingresado en la secta nazorea, Saulo obedeció a su superior y se consoló pensando que, aunque lejos de Judea tal vez aún podría ser útil a Yavé.
Durante cinco años Saulo permaneció en Tarso haciendo periódicas visitas a ciudades vecinas. Y en estos cinco años Saulo se dio cuenta de varios detalles.
Cilicia tenía muchas similitudes con Judea, las caravanas eran muy frecuentes, continuamente había gente de paso de muchos reinos y los romanos gobernaban con mano dura a los habitantes.
Pero en Judea la mayor parte de los residentes eran judíos que odiaban a los romanos dominadores y que confabulaban contra distintas facciones para quitarse el poder las unas a las otras.
En Cilicia, en cambio, los judíos eran minoría y los habitantes de la región no se preocupaban por estar dominados por los romanos mientras el comercio siguiese trayendo dinero a sus puertas.
El ambiente era, pues, más distendido y aunque también se producían disturbios de vez en cuando nadie, ni siquiera los judíos de Cilicia, querían que se fueran los romanos.
Al predicar a los judíos de su tierra, Saulo notó que a éstos les interesaban las noticias de Judea, y se emocionaban cuando oían la historia de Jesús, pero esto no se traducía en el odio visceral a los romanos que caracterizaba a los judíos de Jerusalén, sino que el objeto de ese odio era la casta sacerdotal de los saduceos que habían provocado la muerte de Jesús.
Así pues, cada vez que contaba la muerte y resurrección de Jesús minimizaba la culpa de Pilato y exageraba la maldad de los saduceos.
Y otra cosa que notó fue que no sólo los judíos estaban interesados en esta historia. Con el tiempo se llegó a dar cuenta de que también los gentiles sentían curiosidad por ella y que la doctrina de la resurrección, aunque resultara nueva para ellos, les atraía poderosamente.
Poco a poco, de manera tan imperceptible que ni él mismo llegó a darse cuenta, sus enseñanzas se centraban más y más en la figura de Jesús y en su resurrección, y atrajo la atención de muchos judíos y gentiles.
No era Saulo el único que predicó a los gentiles, hubo otros que también lo hicieron en Antioquía y los dirigentes nazoreos enviaron a Bernabé con el fin de verificar que la conversión de los gentiles se realizase de forma adecuada. Teniendo que comunicarse con muchos judíos helenizados, Bernabé pensó que Saulo podría ayudarle en su tarea, por lo que acudió a Tarso a buscarlo.
Durante un año de trabajo en Antioquía, Bernabé vio que las predicaciones de Saulo llegaban a más gentes que las suyas y se dio cuenta de que él mismo empezaba a incorporar en sus discursos diversos elementos de los discursos de Saulo. Y uno de los elementos que desarrollaron en gran medida fue la predicación en griego. Si hasta entonces habían predicado siempre a los judíos y a unos pocos gentiles que sentían curiosidad, ahora, aunque seguían predicando a los judíos, había muchas ocasiones en que su mensaje iba exclusivamente dirigido a los gentiles, y en esos casos usaban mayoritariamente el idioma griego.
Otro elemento que Bernabé tomó del discurso de Saulo fue la interpretación que éste daba al mesianismo de Jesús. Jesús era el Mesías pero para los nazoreos esa palabra significa el Ungido, es decir, el que ha recibido los óleos santos en reconocimiento a su ascendencia sacerdotal y real.
Los nazoreos, sin embargo, seguían esperando no sólo un Mesías, sino El Mesías Salvador que los liberaría del yugo de los romanos. Debido a su resurrección los nazoreos tenían claro que Jesús era el Mesías Salvador.
Al traducir el mensaje al griego, el idioma de la mayoría de los viajeros que había en Antioquía, Saulo y Bernabé usaron la palabra que significaba consagrado: Kristos.
Y así nació la denominación con la que se conocerían desde entonces los creyentes en Jesús: los cristianos.
Mientras los nazoreos predicaban un Jesús asesinado por los romanos, que había resucitado, y que pronto regresaría como mesías libertador que los rescataría del yugo romano, Saulo hablaba de un Jesús asesinado por los saduceos, que era un mesías que YA los había liberado del pecado con su muerte y resurrección.
El discurso nazoreo estaba orientado a conseguir ayuda y financiar la futura revolución que los liberaría de los romanos, siendo bien recibido por los judíos de Judea, algo menos por los judíos del imperio romano, y bastante menos por los gentiles de otras naciones del imperio.
El discurso paulino rompía varios moldes y abría las puertas de la esperanza para los pobres y los oprimidos que si se mantenían en la fe de Jesús como mesías salvador alcanzarían la gloria en el reino de los cielos.
Para Saulo, lo más importante era creer que Jesús era el mesías, no un mesías que había fracasado en su intento de libertarlos de los romanos, sino un mesías que había triunfado sobre la muerte y que era la salvación de todos los que creyesen en él.
2006-08-24 04:34:00
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answered by Anonymous
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