ELABORANDO CONCEPTOS SOBRE EL ESTIGMA
Gillian Paterson
8 de diciembre de 2003
Introducción
Se nos dice que el estigma es el más poderoso obstáculo para la prevención de la transmisión del VIH y para el cuidado de las personas que viven con VIH o el SIDA. Cuando las personas temen ser VIH+, pero saben que no están en situación de acceder a tratamientos efectivos, entonces hay poco incentivo para ellos, a fin de buscar ayuda, o cambiar de conducta. Si lo hacen, se están exponiendo al estigma anexo a aquellos que son conocidos como viviendo con el VIH o el SIDA, y que se expande en oleadas a sus familiares, a sus sobrevivientes y a otros cercanos a ellos. El tratamiento disponible puede ser útil para prevenir la transmisión de madre a hijo; pero la mujer embarazada puede que no se presente a pedirlo. Más que arriesgarse a la estigmatización y a la discriminación que seguirá si se descubre que tienen VIH o SIDA, pueden preferir aceptar el riesgo de dar a luz a un niño VIH+. Entonces, el estigma es un problema. Es un problema moral y un problema espiritual; y, para las iglesias, es también un problema teológico.
Pero, ¿qué es, exactamente, el estigma? El estigma y la estigmatización, tienen implicaciones teológicas: y nuestras Escrituras, están llenas de descripciones de la estigmatización en acción: pero ellas no son (por lo menos originalmente) conceptos teológicos. Para una más profunda comprensión de aquello sobre lo que estamos hablando al reflexionar sobre el tema del estigma, debemos dirigirnos a la obra de los sociólogos, de los profesionales de la salud pública, de los antropólogos y de los psicólogos.
Pero, aun aquí, frecuentemente no hallaremos mucha claridad. Casi todos los textos académicos sobre el estigma, empiezan con el comentario de que las definiciones que existen son “vagas e imprecisos”, o “provisionales e improvisadas”. Realmente, no estoy de acuerdo con esta opinión. Sí: el estigma es complejo y multifacético. Sí: las categorías estigmatizadas, varían según el contexto cultural e histórico. Una definición “de una talla única, que quede bien a todos”, nunca andará: lo que debe decirse es también verdad para muchos conceptos teológicos. Entonces, elaborar conceptos sobre el estigma, puede ser complicado y según el contexto; pero no deben ser vagos e imprecisos. En este documento, me propongo considerar cinco intentos diferentes – razonablemente coherentes – para elaborar un concepto sobre el estigma; y sugiero cómo ellos podrían resultar de ayuda en nuestra presente tarea.
Una perspectiva médica1
Las opiniones médicas sobre el estigma, se relacionan principalmente con él, como algo que reduce la efectividad de las estrategias de la salud pública. Weiss y Ramakrishna ofrecen la siguiente definición:
“El estigma es un proceso social, o una experiencia personal conexa, caracterizados por la exclusión, condena o devaluación, que resulta de un juicio social adverso, sobre una persona o un grupo. El juicio se basa en un perdurable rasgo de identidad, atribuible a un problema de salud o a un estado relacionado con la salud, y este juicio es, fundamentalmente, médicamente injustificado”.
Pero todas las medidas excluyentes, no debieran definirse como un estigma. Por ejemplo: Podría juzgarse apropiado proteger la salud del personal en contacto con los pacientes activamente infectados de tuberculosis; pero será estigmatizar, el continuar con dichas medidas después de haber comenzado con el tratamiento y cuando ya no se corre más riesgo.2 También, la naturaleza del estigma puede variar según las distintas culturas. Las medidas sobre la salud pública, necesitan tener en cuenta los conceptos locales y las categorías basadas en la investigación antropológica y epidemiológica. Esto es particularmente cierto en la investigación en países pobres, donde es muy frecuente (y erróneo) suponer que las observaciones obtenidas en los países de altos ingresos, son aplicables en todas partes.
La lepra es un ejemplo de una enfermedad estigmatizada, que tiene una historia bien conocida. “Al igual que el VIH/SIDA,” - dicen Weiss y Ramakrishna – “la motivación para examinar el estigma de la lepra, ha sido para ayudar a manejar la exclusión social, el sufrimiento emocional y las barreras para un cuidado sanitario efectivo, que siguen de los significados culturales locales del mal”.3 Por regla general, la mejor fórmula para reducir el estigma de la lepra, ha probado ser la fácil disponibilidad de las intervenciones para controlar la enfermedad. Desde principios de la década de 1980, los programas de control de la lepra, han hecho uso efectivo de un simple mensaje: “La lepra se puede curar”. Cuando el mensaje se hizo creíble, cambió la condición de una transformación de la identidad personal a una enfermedad tratable, y – haciéndolo – contrarrestó el impacto del estigma, que impedía a las personas hasta de considerar un tratamiento.4
Para nuestros propósitos, la lección es ineludible. Mientras una enfermedad se considera como sin posibilidad de ser tratada, el estigma perdura. Convénzase a las personas de que la enfermedad es tratable y el estigma disminuirá; convénzase a las personas de que la enfermedad es curable y las estrategias para controlarla tendrán una real oportunidad de éxito.
La fortaleza de la aproximación médica al estigma, radica en que sus objetivos son claros, y se fija en disertaciones dominantes sobre la salud pública, que son científicas y están institucionalizadas. Sin embargo, tiene puntos débiles. Primero : Generalmente, la falta de capacidad de abordar las sistemáticas implicaciones del estigma, y también el modo como está incrustado en los corazones tanto de los estigmatizadores como de sus víctimas. Además tiende, inevitablemente, a hacer girar en busca de respuestas, a los paradigmas científicos de la enfermedad, aunque en la práctica, esas respuestas puedan encontrarse en cualquier otro lugar. El sacerdote Gerry Arbuckle, que es antropólogo, ha enfocado su reciente obra particularmente en el rol de las iglesias en el suministro de cuidados sanitarios. Arbuckle propone una útil distinción entre “enfermedad” y “dolencia”. Dice:“ ‘Enfermedad’ describe científica o médicamente confirmados colapsos de una naturaleza biológica o física, mientras que ‘dolencia’ es la experiencia subjetiva del individuo, o el conocimiento de que uno está enfermo”.5 La idea de ‘enfermedad’ está construida científicamente. La idea de ‘dolencia’ está construida socialmente, e incluye el sufrimiento de la estigmatización: una observación que tiene gran pertinencia para los relatos de sanación de los Evangelios.
El estigma de Goffman.6
Una obra a la que generalmente se hace referencia como texto canónico para los estudiosos del estigma, es la titulada “Estigma”, de Erving Goffman, que fue publicada en 1963.
El origen de la palabra, dice Goffman, viene de los griegos, que crearon el término estigma, para referirse a signos corporales, destinados a mostrar algo inusual y malo, sobre el estado moral del portador. Los signos eran grabados o marcados a fuego en el cuerpo, e informaban que el portador era un esclavo, un malhechor o un traidor: una persona mancillada, ritualmente impura, a la cual había que evitar, especialmente en los lugares públicos.
La definición de Goffman distingue entre tres tipos de estigmas negativos, relacionados con: “abominación del cuerpo, imperfección de carácter individual y miembros de un grupo social menospreciado”. 7 El elemento que tienen en común – sugiere – es una identidad deteriorada”. Sin embargo, el problema real no es la “abominación”, la “mancilla” o la “membresía”. El estigma – dice Goffman – no tiene que ver, por último, con los atributos sino con las relaciones. “Un atributo – dice – ni es digno de crédito, ni no lo es, como una cosa en sí misma”.8 La raza y el género son ejemplos que nos vienen a la mente. Para mí, ser blanco o mujer, pueden considerarse como atributos estigmatizantes en agrupaciones exclusivamente de negros o de varones; pero pueden ser el pasaporte para entrar en agrupaciones donde ellos constituyen la pauta, es decir grupos que son esencialmente blancos o esencialmente femeninos. Por lo tanto – dice Goffman – un estigma se hace “un tipo especial de relación entre el atributo y el estereotipo”.9
Las personas estigmatizadas aprenden a manejar esta situación, cultivando categorías de “el otro simpatizante”, en cuya presencia pueden estar seguros de ser aceptados. Goffman los llama “los propios” y “los sabios”. Los “propios” son aquellos que comparten el estigma, entre quienes el estigma en sí puede significar una ventaja. En este grupo, la persona es libre de hablar abiertamente y sin fingimientos y, por lo tanto, puede desarrollar su propia “historia”.
Por otra parte, los “sabios” están formados por personas que son lo que él llamó “normales”, pero cuya relación con individuos estigmatizados los hace “miembros honorarios del clan”.10 Estos pueden ser amigos, o familiares, o aquellos que están profesionalmente implicados con el grupo estigmatizado. Como Goffman lo señala, los problemas que afrontan las personas estigmatizadas, se emiten en ondas, pero de intensidad reducida" de modo que estos individuos pueden - en cierta medida – llegar a compartir el estigma.
Algunas veces, la categoría de estigmatizados es obvia. Algunas veces, la sociedad encuentra modos de hacerla obvia: las personas judías en la Alemania Nazi, teniendo que usar una estrella amarilla, por ejemplo; o los que sufrían de lepra, teniendo que llevar una campanilla. Pero, frecuentemente, la categoría de estigmatizado es invisible: las enfermedades mentales, por ejemplo; o, en nuestro caso, la infección de VIH. “Entonces, el asunto es – dice Goffman – un asunto de manejar la información... Exhibir o no exhibir; decir o no decir; permitir o no permitir; mentir o no mentir; en cada caso, a quién, cómo, cuándo y dónde”.11
Una respuesta es “pasar”, lo que Goffman afirma que todo el mundo hace, de tanto en tanto, y que puede definirse como “el manejo de no-revelada información desprestigiante sobre uno mismo”.12 Pasar, hace muy complicadas las relaciones sociales, con personas que sobrellevan enormes sufrimientos, para mantener aparte sus mundos separados. Un ama de casa, comprometida, de tanto en tanto, en una relación sexual comercial, puede mantener en completo secreto un guardarropas de vestimentas y maquillaje, para ese propósito. Un hombre desempleado puede preservar la ficción de que sale a trabajar, por muchas semanas, después de haber perdido su trabajo. Y el hecho es que es frecuente con la propia familia, donde las ficciones son más necesarias.
Sin embargo, la revelación no es una fácil opción. El ser aceptado por la sociedad, depende de que el individuo estigmatizado aprenda a alojar su condición, con los estereotipos de la sociedad. Goffman dice que: “Discretamente se espera que los estigmatizados sean de maneras gentiles y no fuercen su destino. Algunos afirman que están hechos para sentirse agradecidos por ser aceptados. Pero, prosiguiendo con esto – dice Goffman- “los así llamados ‘normales’ nunca llegan a entender el sufrimiento y la injusticia de cargar con un estigma, ni quieren aceptar qué limitados son en su tacto y tolerancia.” Dice Groffman que “esto significa que los normales pueden permanecer, relativamente, sin sentir amenazadas sus opiniones sobre la identidad”.13
Termina con tres interesantes perspectivas.
La primera es que, allí donde existen las normas, también existe la desviación. La existencia de la categoría de lo “normal”, realmente depende de cierto tipo de consenso sobre lo que significa no ser “normal”. En la sociedad europea, la normalidad incluye un aspecto físico, sexualidad, juventud, alfabetismo, tener una ocupación, ser padre o madre, poseer un televisor-color y un auto, etc. Pero el problema es que todos tenemos dudas secretas sobre si estamos completamente a la altura de las normas ideales de nuestra sociedad, la cual convierte el manejo del estigma en un “rasgo general de la sociedad, un proceso que ocurre en cualquier lugar en que haya normas de identidad”.
La segunda perspectiva es que no hay nada ontológico sobre el estigma. Las actitudes sociales pueden cambiar, y por cierto cambian; y la segunda mitad de siglo, en la sociedad occidental – por lo menos – se ha experimentado un cambio masivo en las actitudes de estigmatizar; por ejemplo: el divorcio, las enfermedades mentales, la homosexualidad y la cohabitación prematrimonial. Además, dichas actitudes están frecuentemente ligadas a lazos culturales o del contexto. Ser pobre, o desempleado o analfabeto, o gay, pueden estigmatizarse en un medio, pero ser completamente aceptables en otro.
La tercera perspectiva es que “el estigma involucra no tanto a un conjunto de individuos concreto, quienes pueden ser separados en dos grupos: los estigmatizados y los normales... Al fin y al cabo, normales y estigmatizados no son personas, sino, más bien perspectivas.
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La obra de Goffman todavía se considera como una declaración primordial sobre el manejo del estigma, y su análisis no puede dejar de recordarse. Pero su trabajo tiene límites, entre los que están, en primer lugar, su estrecho enfoque y el carácter muy occidental de su concentración en la identidad desprestigiada. Veena Das14 (14), antropóloga de la salud, dice que Goffman “ha cargado su análisis hacia un tributo altamente individualista del sujeto: el individuo aparece en su análisis como el único portador de valor”. Otros han comentado que la obra de Goffman es virtualmente incomprensible fuera del contexto de las sociedades industriales occidentales.
Las fisuras en su análisis se hacen obvias, cuando se adopta una perspectiva más comunitaria y antropológica. Ahora no es el individuo quien es responsable de su estigmatización; es la sociedad. En lugar de preguntar: ¿Cómo puede un individuo manejar su diferencia?, deberíamos, más bien, preguntar: ¿Por qué la sociedad reacciona de tal manera, ante distintos tipos de diferencias? Y ¿Qué puede hacer la sociedad sobre ello? El asunto es que un estudio sobre el estigma que se enfoque puramente en los individuos, está ignorando la naturaleza orgánica de la comunidad humana. “Cultura – dice Gerry Arbuckle, es un sistema de significados sentidos, encerrados en símbolo, mito y ritual. Estos dictan quién debiera ser incluido o excluido. También legitiman la violencia que se requiere, a fin de mantener la exclusión.15
El sectarismo como estigma16
La próxima sección proporciona un ejemplo frente al cual podría juzgarse la utilidad de los enfoques que anteceden.
Muchos de nosotros estamos familiarizados con situaciones de violencia en la comunidad. La estigmatización del “otro” (sea palestino o judío, hindú o musulmán, hutu o tutsi) desempeña un papel claro para permitir a las personas que cometan atrocidades, sin cargo de conciencia. Si podemos persuadirnos de que el “otro” es menos que un ser humano, entonces no tenemos que preocuparnos de tratarlos como animales.
En Irlanda del Norte, el conflicto entre católicos y protestantes, ha proseguido a lo largo de casi toda mi vida. En los últimos 15 años, Joe Liechty y Cecilia Clegg, han trabajado con comunidades divididas. “Hablando sobre estas cosas – dicen – la mayor parte de las personas empiezan, típicamente, con actitudes personales y acciones personales........ De modo que, cuando decimos de alguien: ‘No tiene un pelo de sectario’, pensamos que lo absolvemos de toda responsabilidad. En algún sentido, esta incumbencia con lo personal, no es solamente apropiada; necesitamos más de ella: no menos. Sin embargo, al mismo tiempo, una aproximación exclusivamente personal falla, al no tomar con la suficiente seriedad los temas sistémicos”. Parafraseando a Liechty y Clegg: Un sistema estigmatizante puede ser mantenido por personas que, individualmente, no tengan un pelo de estigmatizados"17
Del mismo modo que el sectarismo, el estigma puede obrar en forma directa, aplastante y brutal, o con gran sutileza.18 Una mujer VIH+ es asesinada en un barrio de la ciudad; una familia de huérfanos, cuyos padres han muerto de SIDA, son quemados vivos en su hogar. Una mujer católica se esconde en su casa, durante el desfile anual de los “Orange” (sociedad irlandesa protestante), en las vecindades, donde ella creció. El desfile no es especialmente pendenciero o violento; pero, con todo, es profundamente amenazador. Ha configurado las actitudes de la mujer hacia los protestantes. Y, lo que la angustia más, es “su sensación, como una madre de edad madura con hijos adultos, que ....... ella , de una u otra manera, había transmitido las mismas limitaciones a sus hijos. En un sentido, poco o nada ocurrió y, aun así, efectos silenciosamente destructivos podían configurar una vida y pasar calladamente a una nueva generación.19
Ni la estigmatización, ni el sectarismo, requieren en absoluto “una respuesta directa, activa, de la mayoría de nosotros; simplemente requiere que no hagamos nada acerca de él... Siempre podemos encontrar un ‘ellos’, cuyas acciones, verosímilmente, puedan ser interpretadas como peores que las nuestras; así podemos justificarnos a nosotros mismos, identificando a ‘ellos’ como el verdadero problema sectario.”
Un problema ulterior es que la estigmatización sistémica, como el sectarismo, puede usar nuestras mejores intenciones para desarrollarse. Alimenta de la motivación de los cristianos, de establecer fuertes comunidades, con claros límites, donde las personas se sientan a salvo. Pero, porque esas fronteras están definidas por la “diferencia”, con respecto de aquellos que están fuera de dichas fronteras, “nuestros mejores esfuerzos pastorales pueden concluir fortaleciendo las divisiones existentes. De este modo, el estigma sistémico continuará empleando las actividades bien intencionadas, positivas, para construir una comunidad, como caminos para sostener sus creencias.20
Liechty y Clegg, encontraron que habían pasado el punto crítico de su obra, cuando empezaron a reflexionar en voz alta sobre “la naturaleza de la bestia a la que estábamos confrontando”21 Dicen: “Por objetivar el sectarismo, significamos conectarlo con el concepto bíblico de Principados y Poderes, especialmente como lo aprendimos de la obra de Walter Wink sobre los poderes, principalmente “Engaging the Powers: Discernment and Resistance in a world of Domination” (Comprometiendo a los poderes: discernimiento y resistencia en un mundo de dominación).22
Podría argumentarse, razonablemente, que el estigma es sólo un aspecto del sectarismo. Justamente del mismo modo, podemos encontrar que las perspectivas de las personas comprometidas en el trabajo de reconciliación, dentro de las comunidades divididas, que deben tratar temas sobre el estigma - cuando así sucede -, tienen valioso material para ofrecer, en la presente tarea.
Mary Douglas y el significado de la pureza23
Cuando Jonathan Mann era Director del Programa Mundial de SIDA de la Organización Mundial de la Salud, acostumbraba decir que debía exigirse que se leyera la obra de Mary Douglas. Él era fanático del clásico titulado : “Purity and Danger: An Analysis of the Concepts of Pollution and Taboo” (Pureza y peligro: Un análisis de los conceptos de contaminación y tabú”).
Cuando la sociedad estigmatiza y excluye – sostiene Douglas – está tratando de protegerse a sí misma del contagio y de asegurar su propia supervivencia. Se cree que la persona estigmatizada es una influencia contaminante y, por lo tanto, peligrosa para el resto de la comunidad. Los potenciales contaminantes se convierten en chivos expiatorios, individuos que han violado un tabú de algún tipo, y deben ser arrojados fuera o castigados. La religión desempeña un papel-clave en este proceso, a la vez que apuntala el orden social. El orden – dice Douglas – es el valor más alto de la sociedad, y son las leyes que determinan la pureza y la contaminación, las que lo salvaguardan. Es la religión, la que articula el sistema de creencias e institucionaliza los rituales en los cuales la vida corporativa de la sociedad, encuentra su expresión.
En algunas sociedades, “las reglas de santidad y las reglas de impureza son imposibles de diferenciar”24 Un ejemplo de esto, es el tradicional sistema de castas hindúes, entre las cuales, la más alta – la casta de los brahmanes – está “puesta aparte” de las castas inferiores, no precisamente por rituales de limpieza, sino por un complejo de reglas y costumbres, que gobiernan la estructura toda de sus vidas. Para mantener su pureza, las castas superiores dependen de un encuadre de grupos de castas inferiores, que se ocupan de la higiene pública, de la preparación de ciertos alimentos, del cuidado de los animales, etc. Las clases inferiores, acarreando los desperdicios, llevan el estigma de la impureza y, por lo tanto, posibilitan a las clases más altas a mantenerse libres de la contaminación corporal. Entonces, como resultado, las clases inferiores se convierten literalmente en ‘intocables’. En el sub-continente indio, la misión cristiana ha desafiado activamente este sistema, priorizando a los más estigmatizados sectores de la comunidad. Como resultado, los programas de educación cristiana y de cuidado de la salud, han representado un papel fundamental en establecer la infraestructura social de los países del sub-continente.
En el sistema de castas y en algún otro, las leyes de impureza afectan, generalmente, más a las mujeres que a los hombres. “Las mujeres – dice Douglas - son las puertas de entrada de las castas. La pureza de la mujer se observa cuidadosamente; y una mujer de la que se sepa que ha tenido una
relación sexual con un hombre de una casta inferior, es brutalmente castigada. La pureza sexual masculina, no acarrea esta resoponsabilidad. Por lo tanto, la promiscuidad masculina es un asunto menos serio. Un mero baño ritual es suficiente para purificar a un hombre, de un contacto sexual con una mujer de una casta inferior.25
“Una persona contaminada – dice Douglas – es siempre culpable. Ha desarrollado una condición incorrecta; o, simplemente, cruzado alguna línea que no debiera haber cruzado, y este desplazamiento desencadena peligro para alguien”.26 Por cruzar los límites interiores o exteriores, hacemos correr el riesgo de contaminar a todo el sistema; y el orden no se restaurará hasta que los procesos de purificación hayan tenido lugar.
El sexo, en particular, es un detonante para la idea de contaminación. Douglas dice: “Ninguna de las otras presiones sociales son tan potencialmente explosivas como las que encierran las relaciones sexuales”27. Una situación particularmente interesante surge cuando “la estructura social se disimula con ficciones de un tipo u otro... Las normas de conducta son contradictorias.” 28(28) En esas situaciones, los libretos sexuales oficiales, no coinciden con los libretos sexuales reales, que las personas representan en sus vidas y que pasan de generación en generación. Entonces el “pecador” es alguien que solamente está haciendo lo que todo el mundo hace, pero que ha sido “sorprendido”, y se encuentra a sí mismo – o a sí misma – en la confusa posición de ser juzgado – juzgada – en relación al libreto oficial, ante cuyos tribunales de justicia nunca había esperado comparecer. Douglas describe esto como “el sistema de guerra consigo mismo”: un estado de cosas dramáticamente expuestas por la crueldad de la pandemia del SIDA (desde que la persona ha contraído VIH por vía sexual, con frecuencia está precisamente en esta posición), pero para el cual, “el sistema” tiene pocas respuestas.
La integridad y la entereza, pueden ser signos de liberación de la contaminación: una idea que desempeñó un importante papel en la tradición judeo-cristiana. Por ejemplo: la perfección física y la ausencia de defectos eran requeridas tanto en los sacrificios del Templo, como en las personas que se aproximaban a él (Levítico 21:17-21). La contraparte mesiánica de la Ley Mosaica – dice Douglas – es el Sermón del Monte. “A partir de éste momento, la condición física de una persona, fuera leproso, con flujo de sangre, o lisiado, se hizo ajena a su condición para aproximarse al altar. Los alimentos que comían, los objetos que tocaban, los días en que hacían estas cosas... no debían afectar su situación espiritual... Pero constantemente las intenciones espirituales de la iglesia primitiva, se frustraban por la espontánea resistencia a la idea de que el estado corporal era irrelevante al ritual.”29
Robin Gill, en un artículo escrito para el “Church Times” británico, en diciembre 2003, argumentó que el análisis de Douglas no hace justicia a la historia cristiana, que tiene una larga tradición de resistencia a las leyes de pureza, de determinadas culturas. Ofrece una diversidad de ejemplos, a los cuales yo añadiría el de muchas instituciones cristianas al cuidado de la salud, que se involucraron en el cuidado y sostén de personas que viven con el VIH/SIDA y de sus familiares, en un momento cuando los hospitales seculares mantenidos por los gobiernos, les estaban negando la entrada. De este modo, deben entenderse las leyes de contaminación, pero también se las debe desafiar. Lo que hace el análisis de Douglas (como el ejemplo de Irlanda del Norte), es mencionar el rol subconsciente de la religión, al apoyar las reglas de la pureza; lo que la respuesta de Robin hace, es señalar hacia las fuentes que existen, dentro de la tradición cristiana, para desafiarlas.
Estigma y poder30
Mi contribución final al proceso de elaborar conceptos, proviene de un psicoanalista y de un sociólogo. Link y Phelan analizan la relación entre estigma y discriminación, y compendian las dinámicas involucradas en resistirlas.
El estigma – sugieren – ofrece una base para devaluar, rechazar y excluir. Los seres humanos, instintivamente, crean jerarquías; y la conexión con una característica indeseable, proporciona una razón fundamental para rebajar a alguien. Primero, la persona experimenta discriminación estructural; lo que no es la misma cosa que el estigma, aunque es una de sus consecuencias. Las expectativas se disminuyen, desde el punto de vista de oportunidades de empleo, posibilidades matrimoniales y vivienda. Eventualmente, las personas estigmatizadas llegan a internalizar el estereotipo que reciben, y a creerlo. “En la medida en que los grupos estigmatizados aceptan el panorama dominante de su estado inferior, es menos probable que desafíen las formas estructurales de discriminación”.31
Lo que se olvida, algunas veces, es que el estigma es casi enteramente dependiente del poder social, económico y político. Era el poder de los nazis, lo que permitió su estigmatización del pueblo judío; era el poder del estado blanco del apartheid, lo que permitió la estigmatización sistémica y la discriminación sufrida por los negros sudafricanos.
Si ustedes no tienen poder, ustedes pueden estereotipar, pero no podrán estigmatizar. Por ejemplo: los pacientes de enfermedades mentales en un programa de tratamiento, pueden “identificar y rotular las diferencias humanas en los miembros del equipo tratante”32. Uno es el vendedor de píldoras; otro es el que siempre está toqueteando a sus pacientes mujeres; el tercero es un frío, paternalista, arrogante. Los pacientes pueden tratar a estas personas de modo diferente y hacer bromas y observaciones despectivas. Pero “aunque los pacientes pudieran comprometerse en todos los componentes del estigma que identificamos, el equipo tratante no terminaría siendo un grupo estigmatizado. Simplemente, los pacientes no poseen el poder económico, cultural y político para imbuir sus percepciones sobre el equipo tratante con serias consecuencias discriminatorias”.33
Link y Phelan prosiguen: “Consideren, además, que escenarios similares al que acabamos de describir, existen para con toda clase de otras circunstancias, en las cuales grupos que relativamente no tienen poder, crean rótulos y estereotipos sobre grupos más poderosos, y tratan a los miembros del grupo más poderoso, de acuerdo con sus estereotipos. Esto aclara por qué la definición de estigma debe involucrar una referencia a las diferencias de poder. Sin una diferencia tal, el estigma se hace un concepto muy diferente y mucho más amplio... El estigma depende del poder”34 (La bastardilla es por mi cuenta).
Ha habido muchos intentos, que apuntaron a dirigirse a los efectos sociales del estigma relacionado con la discriminación (en relación a empleo, vivienda, acceso a servicios, etc.): los esfuerzos de la India para eliminar la discriminación basada en clase, leyes contra la discriminación basada en la discapacidad, programas de acción afirmativa, en cualquier lugar que ocurrieran. Algunas veces, impuestos por la legislación, estos han involucrado, generalmente, intentos para prohibir una determinada conducta. Pero esto – dicen Link y Phelan – “deja intacto el contexto de los límites... Existe un flexible paquete de mecanismos mutuamente fortalecedores, vinculados con las actitudes y pensamientos de los grupos dominantes, para un conjunto de desfavorables resultados para las personas estigmatizadas.”35
Al considerar cómo modificar las actitudes y conductas estigmatizantes, proponen concentrar la atención en dos principios. El primero es: que cualquier aproximación debe ser multifacética y de muchos niveles: multifacética, a fin de tratar los muchos mecanismos que pueden llevar a una desventaja; de muchos niveles, a fin de tratar temas de discriminación individual y estructural.
Pero – importante como lo es – no es tan importante como tratar la causa fundamental del estigma. Para tener éxito en hacer una cosa durable, una aproximación “debe, o (1) cambiar las actitudes y opiniones de grupos poderosos – largamente sostenidas – que llevan a rotular, estereotipar, apartar, devaluar y discriminar, o (2) cambiar las circunstancias para limitar el poder de tales grupos, para hacer sus conocimientos los dominantes... Por lo tanto, para considerar una aproximación al estigma, que sea multifacética y de muchos niveles, se deberían elegir intervenciones que produjeran o cambios fundamentales en actitudes y opiniones, o cambiar las relaciones de poder, que sirven de fundamento a la capacidad de los grupos dominantes para actuar según sus actitudes y opiniones.”36
Entonces, el estigma está allí, y la estigmatización de los grupos e individuos que son “diferentes” es parte de las dinámicas de la vida de la comunidad. El estigma lleva a la exclusión y a la discriminación. Y la religión desempeña el papel-clave en apuntalar el proceso. Sin embargo, se puede resistir al estigma y vencerlo, y la teología cristiana ha demostrado su capacidad para hacerlo. Pero no puede hacerlo sin tratar asuntos de poder, tanto fuera de la Iglesia, como dentro de ella.
2006-08-23 13:30:26
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answer #1
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answered by Zahaedya 4
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