Dirían los muy jóvenes que a López Obrador "ya lo perdimos": con un discurso cada día más alejado de la realidad, convencido de que está destinado a encabezar la "purificación" nacional, Andrés Manuel (¿alguien todavía duda de que el señor es un místico tropical, como diría Krauze?) sigue con un sermón donde lo único comprensible es que cada día su posición se endurece más, al tiempo que se queda cada día, también, más solo.
En estos momentos, la intención de López Obrador no parece pasar, siquiera, por la anulación de las elecciones: sabe que eso es imposible, que el nuevo conteo, el tercero, confirmó los datos que teníamos desde horas después del dos de julio; que es mentira que hubo fraude y que no tiene una sola prueba que demuestre que existieron irregularidades. Que lo que llaman el plantón, sale cada día más caro porque son cada vez menos quienes permanecen en él (incluyendo el propio López Obrador que se va rigurosamente a dormir bajo techo) y sus "asambleas informativas" son raquíticas. En los próximos días, el Tribunal Electoral calificará las elecciones de legisladores y la de presidente de la República y declarará a Felipe Calderón presidente electo. El primero de mes se instalará el Congreso.
De la misma manera que muchos pensaban que las locuras programáticas y políticas de Andrés Manuel se circunscribían a la campaña electoral y que incluso en esta se atemperaría (lo que se demostró falso), algunos hoy piensan que terminado el proceso electoral en sí, con la constancia para Calderón, López Obrador dejará paulatinamente las protestas para permitir que su partido y sus aliados se dediquen a hacer política y a aprovechar el capital acumulado. No lo conocen: no es ni será así. López Obrador ya ha anunciado que pide, en el momento en que se entregue la constancia de presidente electo a Calderón, que su gente se manifieste "donde sea y como sea" (¿puede haber una irresponsabilidad mayor de un dirigente que dejar en ese libre albedrío de presunta violencia a sus seguidores?); anunció que se quedará en el plantón "varios meses"; que "contestará" desde el Zócalo el informe presidencial, donde ordena a sus seguidores a "estar presentes"; que el 15 en la noche él dará el Grito; que el 16, el día de la parada militar, convocará en el mismo lugar y a la misma hora que el desfile, a una "asamblea extraordinaria". Son todas provocaciones, medidas sin sentido que sólo buscan generar violencia e inestabilidad, pero que están alejando cada día más a López Obrador no sólo del resto del sistema político, con el que ya no tiene relación, sino también de sus propios seguidores.
El excandidato ya no le aporta nada su partido. Pero le resta más cotidianamente. Este fin de semana en Chiapas, salvo el acto de Tapachula, pasó sin pena ni gloria, pero, además, enarbolando un discurso sobre el fraude y la elección de estado que en Chiapas es el que utiliza la coalición opositora PRI-PAN-Verde-Nueva Alianza en contra del gobierno y el candidato perredista local. Juan Sabines le debe pedir a López Obrador que ya no lo ayude, mientras que a Pablo Salazar la visita del excandidato le complicó las cosas aún más, porque fortaleció la idea de que se quiere establecer una suerte de cerco en el sur controlando Chiapas, Oaxaca y Tabasco. Por lo pronto, el proselitismo de López Obrador ha logrado ya, una alianza de facto PRI-PAN en Chiapas; en Tabasco, donde habrá elecciones en octubre, César Ojeda ha visto desaparecer su ventaja ante el priista Andrés Granier y se puede repetir el fenómeno chiapaneco. En Oaxaca, hasta el pintor Francisco Toledo ha tenido que tomar distancia respecto a una Asamblea Popular que cada vez más dirige el EPR y que aleja la posibilidad de encontrar una salida política al conflicto. Paradójicamente, el endurecimiento de López Obrador y de la APPO lo único que hace es debilitar al PRD y a Convergencia y consolidar a Ulises Ruiz.
Pero López Obrador no sólo está dañando a sus compañeros de ruta en el sur, también a nivel nacional y, sobre todo, en el DF. El perredismo ganó con amplitud las elecciones en el DF pero su respaldo cae en forma vertical. La administración del GDF está paralizada y a las órdenes del excandidato. Alejandro Encinas prometió el viernes que no habría problemas en septiembre con el plantón y las fiestas nacionales porque para esos días, dijo el jefe de Gobierno, la elección ya estaría calificada, el Congreso instalado y desaparecerían las causas del conflicto. Aseguró, incluso, que el desfile militar se haría por su recorrido habitual que es precisamente donde está colocado el plantón, desde el Zócalo hasta el Auditorio. Para fortalecer la idea, el propio presidente nacional del PRD, Leonel Cota Montaño, dijo al llegar el sábado a Chiapas que se estaba analizando levantar el plantón y continuar "la resistencia civil" por otras vías. Pero el mismo sábado, López Obrador desmintió al presidente de su partido y al jefe de Gobierno capitalino: dijo que el plantón continuaría durante "varios meses más" y enumeró, el domingo, todas las actividades que tiene programas para las siguientes semanas, desde impedir el Informe y el Grito hasta obstaculizar el desfile militar. Ayer, Encinas, no sabía qué decir.
Son las de López Obrador provocaciones graves que desprestigian y comprometen a las autoridades locales (que AMLO ve como patrimonio suyo) y al perredismo (al que simplemente ignora). No consulta sus decisiones con nadie. No le importa si el gobierno de Encinas se derrumba, si su partido se está desangrando, si los futuros legisladores están hablando de acuerdos mientras él apuesta por la vía insurreccional y la provocación. El problema es que se está quedando cada vez más solo y eso le permite, a una imaginación muy fértil y sin ataduras con la realidad, alejarse cada vez más de ella.
2006-08-15 05:39:33
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answer #1
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answered by Anonymous
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