Era una adivina tan buena, tan buena, que no sólo adivinaba el futuro sino también el pretérito pluscuamperfecto del subjuntivo.
Era tan alegre, tan alegre, que nunca comprendió la ley de la gravedad.
Era tan alto, tan alto, que se comió un yogurt y cuando le llegó al estómago ya estaba caducado.
Era tan alto, tan alto, que tropezó el jueves y se cayó el domingo.
Era tan alto, tan alto, que tenía una nube en el ojo.
Era tan alto, tan alto, que en la cabeza tenía pájaros.
Era tan alto, tan alto, que no tenía «sien» sino mil.
Era tan alto, tan alto, que hacía la digestión diez horas después de haber comido.
Era tan alto, tan alto, que cuando miraba hacia abajo le daba vértigo.
Era tan alto, tan alto, que por las noches se ponía una luz roja para que los aviones no chocaran con él.
Era tan avaro, tan avaro, que no pelaba patatas, las lijaba.
Era tan avaro, tan avaro, que no prestaba ni la menor atención.
Era tan avaro, tan avaro, que no se ponía al sol para no dar sombra.
Era tan baja, tan baja, que se ponía enferma para que el médico le diera de «alta».
Era tan bajo, tan bajo, que para atravesar la alfombra tenía que llevar brújula.
Era tan bajo, tan bajo, que la cabeza le olía a pies.
Era tan bajo, tan bajo, que no tenía «sien» sino cincuenta.
Era tan bajo, tan bajo, que cuando escupía tenía que subirse a una silla para no ahogarse.
Era tan bajo, tan bajo, que las uñas de los pies, le servían de visera.
Era tan bajo, tan bajo, que se sentaba en un duro, y le sobraban 4 pesetas.
Era un bebé tan feo, tan feo, que su madre en lugar de darle el pecho le daba la espalda.
Era un bebé tan feo, tan feo, que lo tuvo que parir la vecina porque a su madre le daba vergüenza.
Tenía la boca tan grande, tan grande, que para hacer gárgaras necesitaba dos litros de agua.
Tenía la boca tan pequeña, tan pequeña, que para decir tres tenía que decir uno, uno, uno.
Tenía la boca tan pequeña, tan pequeña, que sólo podía comer espaguetis.
Era tan borracho, tan borracho, que para separarlo de la botella tenían que usar sacacorchos.
Era tan bruto, tan bruto, que no usaba peine sino serrucho.
Tenía la cabeza tan pequeña, tan pequeña, que no le cabía la menor duda.
Era una calle tan ancha, tan ancha, que en lugar de pasos de cebra tenía pasos de elefante.
Era tan calvo, tan calvo, que se cayó de espaldas y se golpeó en la frente.
Era un calvo tan bajo, tan bajo, que los limpiabotas le sacaban brillo a la calva.
Era tan calvo, tan calvo, que no tenía ni un pelo de tonto.
Tenía la cara tan ancha, tan ancha, que con un ojo veía el sol y con el otro la luna.
Era un cartero tan lento, tan lento, que cuando entregaba las cartas eran documentos históricos.
Era una casa tan grande, tan grande, que la familia tardaba varios días en reunirse.
Era una casa con un pasillo tan largo, tan largo, que sacaban la sopa hirviendo de la cocina y llegaba fría al comedor.
Era una casa tan pequeña, tan pequeña, que cuando entraba el sol tenían que salirse todos.
Era una casa con el cuarto de baño tan pequeño, tan pequeño, que para peinarse tenían que sacar el codo por la ventana.
Era una casa con las ventanas tan pequeñas, tan pequeñas, que no entraban ni las moscas.
Era un cazador tan malo, tan malo, que los conejos en lugar de huir le pedían autógrafos.
Era una charca tan seca, tan seca, que las ranas llevaban cantimplora.
Era una chica tan mona, tan mona, que sólo comía cacahuetes.
Era un coche tan malo, tan malo, que en lugar de matrícula tenía suspenso.
Era tan conformista, tan conformista, que se cayó por la ventana de un quinto piso y se consoló pensando que tenía que bajar a por tabaco.
Era una curva tan cerrada, tan cerrada, que más que curva era una circunferencia.
Era tan débil, tan débil, que si parpadeaba se caía para atrás.
Era tan delgada, tan delgada, que para hacer sombra tenía que pasar dos veces.
Era tan delgada, tan delgada, que cuando tomaba sopa se le calentaba la ropa.
Era tan delgada, tan delgada, que se tragó una aceituna y parecía que estaba embarazada.
Era tan delgada, tan delgada, que trabajaba limpiando macarrones por dentro.
Era tan delgado, tan delgado, que se hizo un traje de mil rayas y le sobraron novecientas noventa y nueve.
Era tan delgado, tan delgado, que cuando se duchaba no se frotaba mucho para no desaparecer.
Era tan delgado, tan delgado, que trabajaba limpiando mangueras por dentro.
Era tan distraído, tan distraído, que se pasó dos horas delante del espejo pensando dónde había visto antes aquella cara.
Era tan entrometido, tan entrometido, que no sólo leía las cartas ajenas, además las contestaba.
Era tan feo, tan feo, que se ganaba la vida asustando niños.
Era tan feo, tan feo, que cuando iba al zoo tenía que comprar dos entradas, una para entrar y otra para salir.
Era tan feo, tan feo, que fue a comprar una careta y le dieron solo la goma.
Era tan fuerte, tan fuerte, que se pasaba el día doblando las esquinas.
Era un futbolista tan malo, tan malo, que la única vez que metió un gol lo falló en la repetición.
Era tan gafe, tan gafe, que se sentó en un pajar y se clavó una aguja.
Era tan gafe, tan gafe, que le atropelló un coche que estaba aparcado.
Era tan goloso, tan goloso, que entró en una pastelería, se le hizo la boca agua y se ahogó.
Era tan gorda, tan gorda, que se hizo un vestido de flores y acabó con la primavera.
Era tan gordo, tan gordo, que cuando se pesaba de la báscula salía una tarjeta que decía: «por favor, suban de uno en uno».
Era un hospital con las habitaciones tan pequeñas, tan pequeñas, que los enfermos tenían que sacar la lengua en el pasillo.
Tenía la lengua tan larga, tan larga, que los que pasaban a su lado se la pisaban.
Era tan lento, tan lento, que cuando tiraba una moneda al aire caía al día siguiente.
Era tan lento, tan lento, que compitió en una carrera como único participante y llegó el último.
Era un lobo tan daltónico, tan daltónico, que cuando veía a Caperucita Roja le decía: «hola Caperucita Verde».
Era tan madrugador, tan madrugador, que por las mañanas se levantaba antes de que pusieran las calles.
Era tan mentiroso, tan mentiroso, que cuando llamaba a su perro para darle de comer no se lo creía.
Tenía una mirada tan penetrante, tan penetrante, que donde fijaba la vista quedaba una señal.
Era un niño tan delgado, tan delgado, que aunque iba al colegio le ponían falta.
Era un niño tan feo, tan feo, que cuando jugaban al escondite nadie le buscaba.
Era un niño tan pelota, tan pelota, que iba botando a la escuela.
Era un niño tan tonto, tan tonto, que lo llevaron al cine y exclamó: «¡qué televisión más grande!»
Era tan optimista, tan optimista, que puso un negocio de venta de hielo en el Polo Norte.
Era tan parlanchina, tan parlanchina, que no se pintaba los labios sino los codos.
Era tan pequeña, tan pequeña, que en lugar de dar a luz, dio chispitas.
Era tan pequeño, tan pequeño, que se encontró una canica y exclamó: «¡el mundo en mis manos!».
Era tan pequeño, tan pequeño, que en lugar de viajar en «metro» viajaba en milímetro.
Era tan pequeño, tan pequeño, que se ahogó en la sopa.
Era tan pesimista, tan pesimista, que cuando se declaró a su novia le preguntó: «¿quieres ser mi viuda?»
Tenía las pestañas tan largas, tan largas, que cuando parpadeaba abanicaba.
Tenía los pies tan grandes, tan grandes, que era más alto acostado que de pie.
Tenía los pies tan pequeños, tan pequeños, que jugaba al fútbol con una canica.
Era tan pobre, tan pobre, que sólo era «po».
Era tan pobre, tan pobre, que en lugar de dar a luz daba a oscuras.
Era tan presumida, tan presumida, que se casó con su espejo.
Era tan previsora, tan previsora, que tuvo gemelos para tener un hijo de repuesto.
Era un príncipe tan feo, tan feo, que Cenicienta se fue del palacio a las nueve de la noche.
Era un pueblo tan húmedo, tan húmedo, que hasta las ranas tenían reuma.
Era un pueblo tan pobre, tan pobre, que los semáforos eran en blanco y negro.
Era un pueblo tan pobre, tan pobre, que el arco iris salía en blanco y negro.
Era un pueblo tan sano, tan sano, que cuando inauguraron el cementerio tuvieron que ir al pueblo de al lado a por muertos.
Era tan rápido, tan rápido, que el mismo día que nació, creció, murió y lo enterraron.
Era un río tan estrecho, tan estrecho, que sólo tenia una orilla.
Era un sabio tan despistado, tan despistado, que no inventaba nada porque se le olvidaba.
Era tan sucia, tan sucia, que se compró una casa redonda para no tener que barrer los rincones.
Tenía un sueño tan pesado, tan pesado, que amanecía debajo de la cama.
Era tan tímido, tan tímido, que antes de desvestirse le daba la vuelta al retrato de su novia.
Era tan tontín, tan tontín, que le llamaban campana.
Era tan tonto, tan tonto, que se compró una radio nueva porque no le gustaban las emisoras.
Era tan tonto, tan tonto, que no se compró una mesita de noche porque no sabía donde ponerla de día.
Era un tren tan largo, tan largo, que cuando los pasajeros se subían en Madrid ya estaba en Guadalajara.
Era un tren tan rápido, tan rápido, que antes de salir ya había llegado.
Era una vaca tan flaca, tan flaca, que en lugar de dar leche, daba pena.
Era tan vago, tan vago, que de no moverse echó raíces.
Eran dos vecinas que vivían tan cerca, tan cerca, que cuando una pelaba cebollas, la otra lloraba.
Era un verano tan caluroso, tan caluroso, que las gallinas ponían los huevos fritos.
Era un verano tan seco, tan seco, que las vacas daban leche en polvo.
Era tan viejo, tan viejo, que cuando era niño no montaba en los caballitos sino en los dinosaurios.
Era tan viejo, tan viejo, que lo seguían los buitres.
Era tan viejo, tan viejo, que no lo trajo la cigüeña sino un pterodáctilo.
Era tan viejo, tan viejo, que fue a comprar un ataúd y se lo llevó puesto.
Era tan viejo, tan viejo, que cuando iba al colegio no había clases de historia.
Era un vino tan añejo, tan añejo, que hasta la botella estaba arrugada.
Seria curioso todo esto ¿no?.
Saludos
2006-08-15 04:23:50
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answer #1
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answered by Anonymous
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Esto es para aclarar otras preguntas que ciertas personas han hecho, al comparar dos "cosas" totaltmente distinta, espero les sirva a todos usteds.
Si ponemos en dos básculas iguales 1 kg de plomo y 1 kg de ****, ¿marcarán lo mismo?
Como hemos visto en la pregunta anterior , 1 kg de plomo y 1 kg de **** pesan lo mismo : 1 kg-fuerza. Parece por tanto que las dos básculas deberían de marcar igual. Sin embargo no es así, ya que una báscula no indica el peso del objeto que se coloca encima, sino la fuerza que él mismo hace sobre ella. ¿Qué marcaría la báscula si colocásemos sobre ella un globo de feria. Evidentemente y a pesar de tener peso (la Tierra lo atrae como a todos los objetos que tienen masa), la báscula no marcaría nada, porque el globo se iría volando y no haría ninguna fuerza sobre ella.
El plomo y la ****, no hacen la misma fuerza sobre la báscula aunque su peso sea igual. Esto se debe a que el aire los empuja hacia arriba con una fuerza distinta.
El aire, como todos los fluidos (gases y líquidos), ejerce una fuerza hacia arriba, denominada empuje, sobre los cuerpos que se encuentran en su interior. Esta fuerza es tanto mayor, cuanto mayor sea el volumen del cuerpo.
Como 1 kg de **** tiene un volumen mucho mayor que 1 kg de plomo, el empuje del aire sobre la **** es también mucho mayor que sobre el plomo.
La báscula que tiene la ****, marcará por tanto un poco menos.
La diferencia es pequeña, aproximadamente 1 g-fuerza.
El chofer de Einstein
Se cuenta que en los años 20 cuando Albert Einstein empezaba a ser conocido por su teoría de la relatividad, era con frecuencia solicitado por las universidades para dar conferencias. Dado que no le gustaba conducir y sin embargo el coche le resultaba muy cómodo para sus desplazamientos, contrató los servicios de un chofer.
Después de varios días de viaje, Einstein le comentó al chofer lo aburrido que era repetir lo mismo una y otra vez.
"Si quiere", le dijo el chofer, "le puedo sustituir por una noche. He oído su conferencia tantas veces que la puedo recitar palabra por palabra."
Einstein le tomó la palabra y antes de llegar al siguiente lugar, intercambiaron sus ropas y Einstein se puso al volante. Llegaron a la sala donde se iba a celebran la conferencia y como ninguno de los académicos presentes conocía a Einstein, no se descubrió el engaño.
El chofer expuso la conferencia que había oído a repetir tantas veces a Einstein. Al final, un profesor en la audiencia le hizo una pregunta. El chofer no tenía ni idea de cual podía ser la respuesta, sin embargo tuvo un golpe de inspiración y le contesto:
"La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré que mi chofer, que se encuentra al final de la sala, se la responda".
Aunque la historia precedente es probablemente falsa, no por eso deja de ser divertida.
Wittgenstein y el tren
Se cuenta que el filósofo Ludwig Wittgenstein se encontraba en la estación de Cambridge esperando el tren con una colega. Mientras esperaban se enfrascaron en una discusión de tal manera que no se dieron cuenta de la salida del tren. Al ver que el tren comenzaba a alejarse Wittgenstein echó a correr en su persecución y su colega detrás de él. Wittgenstein consiguió subirse al tren pero no así su colega. Al ver su cara de desconsuelo, un mozo que estaba en el andén le dijo, - no se preocupe, dentro de diez minutos sale otro.
- Ud. no lo entiende- le contestó ella- él había venido a despedirme.
Velocidad del estornudo humano
El estornudo humano viaja a una velocidad aproximada de 160 kilómetros por horas
Coca-Cola en Chino
El nombre Coca-Cola fue inicialmente representado en China como "Ke-kou-ke-la". Por desgracia, la compañía no descubrió hasta haber impreso ya miles de anuncios que la frase significa "muerde el renacuajo de cera" o "yegua rellena de cera", dependiendo del dialecto. Entonces, Coca-Cola repasó 40.000 caracteres del Chino y encontró uno que sonaba parecido, "Ko-kou-ko-le", que puede ser traducido aproximadamente como "felicidad en la boca".
De dónde sale la incognita matemática" X"
¿Quién no ha tenido que despejar la x de una ecuación o una regla de tres? Todos hemos tenido que comernos el coco en aquellos años para descifrarla. La incógnita viene de la palabra árabe que se usaba para representar una cantidad desconocida: 'shei'. Se transcribió al griego como 'xei'. Se fue acortando y quedó como 'x'. Por eso representamos con X un número cualquiera
El por qué del símbolo matemático igual (=)
Las dos rayas = que indican igualdad comenzó a utilizarlas el matemático inglés Robert Recorde hace más de cuatrocientos años. En uno de sus libros cuenta que eligió ese signo porque "dos cosas no pueden ser más iguales que dos rectas paralelas".
La nariz húmeda de los perros
Los perros necesitan tener la nariz húmeda porque les ayuda a captar los olores, que son transmitidos a las membranas nasales. Estas membranas cubren unos huesos muy finos, que mediante unos pliegues en espiral aseguran que el perro pueda captar hasta el más ínfimo olor. Esta membrana nasal tiene una serie de células sensoriales que transforman los olores en mensajes químicos, que son transmitidos al cerebro.
2006-08-15 13:06:14
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answer #6
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answered by alegreincer 5
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