Bloy es un torrente: de luces y de sombras, de imágenes y de símbolos, de invectivas y de ternuras. Tiene la capacidad de agarrar al lector y lanzarlo a un universo impensado, que revela visiones paradisíacas e infernales, que provoca violentas nostalgias, pero también fuertes inquietudes. Es el universo del misterio cristiano, en el cual él se encuentra como en su casa.
Donde nosotros encontramos sólo dogmas y conceptos, él entrevé dramas de dolor y de amor. No vacila en encaramarse hasta aquellos precipicios donde el pensamiento debe ponerse de rodillas, ni en repetir, incluso gritar, las verdades “escandalosas” del Evangelio, en un estilo potente y lleno de imágenes. Y a veces se le ocurre zambullirse en la oscuridad, no para analizar, sino para asir los resplandores y los secretos de Dios.
Bloy tenía una gran sensibilidad, captaba las percepciones inmediatas, las intuiciones momentáneas, las experiencias paramísticas. En consecuencia, no le gustaba la filosofía, que consideraba un pasatiempo, incluso un ultraje a Dios. Tampoco con la teología se ablandaba, aunque sin rechazarla abiertamente. Quería experimentar a Dios, por vía del amor, y pronto; tener de él aquel conocimiento casi en éxtasis atribuido a Adán antes de la caída, a los elegidos después de la resurrección de los cuerpos y a algunos místicos por períodos breves. Incapaz de analizar y de seguir reglas, se atrincheró en las palabras de Ruysbroek: “La contemplación es un conocimiento superior a los modos de conocer, una ciencia superior a los modos de saber (...) Es una ignorancia iluminada, un espejo maravilloso en el cual se refleja el esplendor de Dios. Está fuera de toda regla, y todos los procedimientos de la razón son impotentes frente a ella”[6].
Hoy es sobre todo un poeta, en el sentido de que se mueve en un mundo interior suyo, en el cual, dice Jacques Maritain, “todo evento, todo gesto, todo individuo es inmediatamente colocado en otra parte, separado de las contingencias, de las condiciones concretas del ambiente humano que lo explican y lo vuelven plausible, y transformado, bajo la mirada de este terrible visionario, en un puro símbolo de alguna devorante realidad superior”[7]. ¿Y qué pasa con todo lo demás? “Fantoche, espectáculo inútil e incierto”. Para describir esta transfiguración de la realidad inmediata recurrió al arte, que él concebía como esfuerzo para alcanzar a Dios en tres etapas: descubrir el misterio escondido, buscar las similitudes sensibles para expresarlo, e ir más allá de la esfera artística para llegar al Absoluto. De este modo el arte se convierte en un esfuerzo -necesario y grandioso- para lograr la conquista de Dios. Arte ¿”de salvación”? ¿”Visionario”? Quizás. Pero no podría ser de otra manera, porque “cuando se habla de Dios, todas las palabras humanas parecen leones que enceguecen en busca de un manantial en el desierto”[8].
2006-08-13 03:48:44
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answer #1
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answered by Anonymous
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Me gusta cuando se enoja, que es casi siempre. Hace poco había preguntado si alguien leyó "Cuentos crueles".
Es pesimista y amargo, no podría no gustarme.
2006-08-13 19:52:21
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answer #3
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answered by ShMoo 4
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Yo lo lei, no me gusto, me quede dormido
2006-08-11 19:02:17
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answer #4
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answered by Simplemente Yo 1
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