En esta columna quiero hacer dos cosas: felicitar a los tapatíos y pedirles perdón. Ambas cosas están relacionadas. El motivo de la enhorabuena es mi tardío descubrimiento de que Guadalajara es un lugar encantador, hospitalario, cordialísimo, increíble. La razón de las disculpas es por la omisión imperdonable de no haber visitado antes su ciudad, en los más de 20 años que vivo en América.
He conocido durante este tiempo de residencia en Los Angeles a muchos nativos de Guadalajara, algunos de ellos disfrutando de franca prosperidad, otros haciéndole a la lucha para sobrevivir. No sé cuántos de los que inmigraron se habrán planteado regresar a su ciudad natal, pero el otro día, paseando por las calles de Guadalajara, sentí nostalgia ajena por los tapatíos que no estaban allí.
Fui a la capital de Jalisco para asistir a la inauguración de la Feria Internacional del Libro que se celebraba allí como cada año, y sobre todo para estar presente en ese reconocimiento que Guadalajara ha tributado a mi patria catalana, declarándola invitada de honor, y lo que vi es que no era un simple formalismo, un mero acto oficial. No fueron los elogios de las autoridades del gobierno ni de las académicas lo que más me emocionó, sino el interés, la curiosidad de la gente por saber qué era Cataluña y el catalán.
Algunos lo sabían ya, porque habían conocido y tratado a catalanes o tenían referencia de personas con esa identidad que vivían en su país, no en vano llegaron miles de ellos huyendo de la persecución del franquismo en la guerra civil española y la posguerra. Y en este punto, quiero además de disculparme y felicitarlos, como dije al principio, expresar a los mexicanos de Jalisco y de otros estados de la República mi agradecimiento por su acogida a mis compatriotas, por su generosidad. Desde el otro lado, supimos siempre del gesto único que tuvo México con los vencidos por el fascismo, habíamos oído que, gracias a la hospitalidad mexicana, el exilio fue menos amargo para quienes tuvieron que huir de su país.
Ahora lo he entendido mejor al comprobar la simpatía con que los tapatíos acogen al extranjero y le hacen sentir en casa desde que aterriza en su ciudad. Acostumbrada a la brusquedad hostil de los aeropuertos estadounidenses, a los registros, a consignas imperativas y arbitrarias que a veces te quitan incluso las ganas de viajar, el llegar a un lugar donde se brindan a buscarte las maletas, llenarte los impresos migratorios o de la aduana, siempre con amabilidad y educación, sin dejar de sonreír, me pareció casi irreal.
Después ya vi que era lo habitual en la gente de Guadalajara, se repitió en el hotel, los restaurantes, los visitantes de la Feria, los taxistas, que en ninguno de mis recorridos dieron más vueltas de las necesarias. Tuve con ellos ilustrativas conversaciones sobre México, sobre el gobierno, la inmigración. Recuerdo el último trayecto ya camino de mi avión a LA. “Este es un buen lugar para vivir”, me decía aquel padre de familia, “pero mucha gente prefiere ir a Estados Unidos a sufrir”.
2006-07-25 19:10:02
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answer #1
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answered by kriyaishaya 3
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Es h-e-r-m-o-s-o, que daría por vivir en esa maravillosa ciudad....
2006-07-25 18:37:49
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answer #3
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answered by Anonymous
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si te gustan los congestionamientos, la mugre y el smog, si...
jajaja, es broma, seguro que si...
2006-07-25 18:35:48
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answer #4
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answered by lobis3 5
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